Por qué Antonio Gramsci es el pensador marxista de nuestro tiempo. El concepto de hegemonía del filósofo italiano era asombrosamente clarividente

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Revista Nº 126 (07/2018)

(teoría política)

George Eaton*

En una era de medios sociales, vídeos virales y educación superior de masas, el concepto de hegemonía de Gramsci es asombrosamente clarividente. De hecho Gramsci parece cada vez más no meramente un pensador marxista para nuestro tiempo sino, quizá, el pensador.


En el juicio de Antonio Gramsci celebrado en 1928 el fiscal declaró: “Debemos impedir que este cerebro trabaje durante 20 años”. Gramsci, ex líder del Partido Comunista Italiano y lúcido teórico marxista y periodista, fue condenado a dos décadas de cárcel por el gobierno fascista de Benito Mussolini.

Sin embargo, la reclusión provocó el florecimiento del pensamiento de Gramsci en vez de su declive. Emprendió una colosal búsqueda intelectual cuyo objetivo era ofrecer un legado imperecedero. Sus Cuadernos de la cárcel* comprendían 33 volúmenes y 3.000 páginas de historia, filosofía, economía y estrategia revolucionaria. Aunque se le permitió escribir, Gramsci no tenía acceso a las obras marxistas y se vio obligado a utilizar un código para eludir a los censores de la cárcel. En 1937, después de que durante mucho tiempo se le negara una atención médica adecuada (se había quedado sin dientes y no podía digerir alimentos sólidos), Gramsci murió a la edad de 46 años.

Con todo, ha logrado la posteridad intelectual que trataba de alcanzar. Su cuñada Tatiana consiguió sacar a escondidas sus Cuadernos de la cárcel y se publicaron en Italia de 1948 a 1951. Después de que su obra se tradujera al francés, alemán e inglés en la década de 1970 Gramsci se convirtió en la influencia principal de los eurocomunistas antiestalisnistas. Gramsci es ahora citado constantemente por comentaristas que recuerdan su aforismo más memorable (“pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”) y su descripción de la década de 1930: “La crisis consiste precisamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer, y en ese lapso de tiempo aparecen los más diversos síntomas morbosos”.

En un discurso pronunciado en 2013 el entonces Secretario de Estado de Educación [británico] Michael Gove citó a Gramsci al defender su insistencia en los métodos de educación tradicionales (“La ideología que tanto temía [Gramsci] en la Italia de entreguerras era lo que hemos denominado –de forma trágicamente inapropiada– ‘educación progresista’”). Hasta el grupo francés de extrema derecha Nouvelle Droite y su homólogo belga Vlaams Blok reivindicaron a Gramsci. ¿Qué explica este extraño y disputado legado?

El concepto gramsciano característico es el de hegemonía, que indica un nivel de dominación política que va más allá del control de un Estado o de un parlamento hacia el ámbito de la cultura y las ideas. A Gramsci le preocupaba la cuestión de por qué otras revoluciones en Europa occidental no habían seguido a la Revolución rusa de 1917. La respuesta para él estaba en la persistencia de ideas capitalistas entre las instituciones de la sociedad civil (los partidos políticos, los sindicatos, las iglesias, los medios de comunicación). “El Estado era solo una zanja exterior detrás de la cual se levantaba un poderoso sistema de fortalezas”, escribió.

Gramsci defendía que no bastaba con que los revolucionarios emprendieran meramente una “guerra de movimiento” (como habían hecho los bolcheviques al tomar el Estado ruso), tenían que luchar una “guerra de posición”: una larga lucha en el terreno de la sociedad civil con el objetivo de cambiar lo que el escritor denominó “el sentido común” (o la “filosofía de los no filósofos”).

A finales de la década de 1970 la revista Marxism Today analizó el ascenso del thatcherismo a través del prisma de la hegemonía. Su exdirector Martin Jacques y el difunto teórico de la cultura Stuart Hall** reconocieron que la nueva derecha estaba embarcada en un proyecto no solo para ganar fuerza electoral sino para redefinir el “sentido común”. Como me dijo Martin Jacques, “la mayoría de los líderes políticos no tratan de establecer la hegemonía. El experimento de Thatcher era extremadamente inusual”.

Stuar Hall señaló la incesante popularización por parte del movimiento de “la competición y la responsabilidad personal por el esfuerzo y la recompensa, la imagen del individuo sobrecargado de impuestos debilitado por los mimos del estado de bienestar”. Como señaló la propia Thatcher en 1981: “La economía es el método; el objetivo es cambiar el alma”. Aunque desde entonces la derecha ha utilizado el flexible y duradero concepto de hegemonía, la política del propio Gramsci era indudablemente marxista. La clase obrera sarda defendió una educación rigurosa en latín y gramática, pero pensando en unos fines absolutamente diferentes de los del conservador Gove.

Comentaristas de derecha como Melanie Phillips y Peter Hitchens advirtieron hace tiempo que la izquierda está involucrada en un marcha gramsciana a través de instituciones como la BBC, las universidades y escuelas para tratar de realizar un cambio cultural. Pero aunque el Nuevo Laborismo promovió causas liberales como los derechos de las personas homosexuales, aceptó la hegemonía thatcheriana en vez de desafiarla.

Sin embargo, con Jeremy Corbyn los conservadores se enfrentan al primer desafío prolongado a su dominación cultural. Al igual que la nueva derecha antes que ellos, la nueva izquierda no aspira simplemente a derrotar a los oponentes en las elecciones sino a invalidar sus ideales más preciados. Cuando Corbyn y sus aliados se refieren a sí mismos como “la nueva corriente política dominante” intentan, en términos gramscianos, redefinir el “sentido común”. Como afirma Martin Jacques, “Corbyn es bastante inusual en este contexto. En las últimas elecciones luchaba en el terreno elevado, volvía a visitar el terreno en el que la izquierda perdió ante el thatcherismo”.

Gramsci habría admirado al grupo activista Momentum y su festival The World Transformed (que incluía sesiones sobre temas gramscianos como la educación a lo largo de toda la vida y el teatro político, y un grupo de lectura de Stuart Hall). Como defendían los Cuadernos de la cárcel, Momentum busca el dominio de todo el espectro y se compromete en los ámbitos de la sociedad civil y de la cultura popular.

En una era de medios sociales, vídeos virales y educación superior de masas, el concepto de hegemonía de Gramscy es asombrosamente clarividente. De hecho Gramsci parece cada vez más no meramente un pensador marxista para nuestro tiempo sino, quizá, el pensador.

*George Eaton, director político de New Statesman.

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Notas de la traductora:

* Edición en castellano, Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel, edición crítica del Instituto Gramsci a cargo de Valentino Gerratana [traducción de Ana María Palos, revisada por José Luis González], México D. F., Era, 1985.

** Stuart Hall (1932 – 2014) fue un teórico cultural, activista político y sociólogo marxista de origen jamaicano que vivió y trabajó en Reino Unido desde 1951.

Fuente: http://www.newstatesman.com/culture/observations/2018/02/why-antonio-gramsci-marxist-thinker-our-times

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