Los caminos del trabajo

Compartir:

Revista Tesis 11 Nº 134 (06/2020)

(internacional/teoría)

Alberto Wiñazky*

La crisis estructural del capitalismo ha impulsado distintas formas de precarización laboral. En esta fase del capital, las perspectivas para los trabajadores, que viven de la venta de su fuerza de trabajo, son la fragmentación y la heterogeneidad. Ante estas circunstancias deben continuar la lucha con el objetivo de tratar de cubrir todas sus demandas insatisfechas, sabiendo que en definitiva se obtendrán fuera del capitalismo.

La crisis estructural, permanente y crónica del capitalismo, ha acentuado las distintas formas de precarización laboral, llevando a la fuerza de trabajo a una situación de explotación y marginación cada vez más intensa. En este sentido, las afirmaciones que postularon la sustitución rápida del trabajo por el conocimiento científico (robótica, inteligencia artificial) como principal fuerza productiva, se han concentrado en considerar los ejemplos existentes en unos pocos países avanzados constituyéndose en análisis de características euro centrista[1]. No han tenido en cuenta que actualmente los dos tercios de la fuerza de trabajo viven y trabajan en la periferia del sistema. Estas afirmaciones que llevaron a considerar como ineludibles las fantasías de la llegada más o menos inmediata de un proceso productivo capitalista totalmente automatizado y casi sin trabajadores, se han constituido en una falacia sin precedentes.

Como consecuencia de la crisis del capitalismo se produjeron cambios importantes: económicos, sociales, políticos e ideológicos, que dieron lugar a un proceso que limitó los derechos de los trabajadores. La expresión mayor de este proceso se consumó a partir de la era Thatcher-Reagan, cuando dio comienzo hacia 1973 la desregulación de los derechos del trabajo, la desarticulación del sector productivo estatal y la degradación creciente del medio ambiente, posibilitando en forma simultánea la expansión de los capitales financieros especulativos.

De esta forma, el capitalismo fue buscando alternativas que confirieran un mayor dinamismo al proceso productivo que mostraba signos severos de agotamiento. Se fue gestionando la transición del método productivo conocido como taylorista-fordista hacia una nueva forma de acumulación denominada toyotismo, más homogeneizada y verticalizada que redujo los tiempos e incrementó los ritmos del trabajo. Incluyó la calidad total, la provisión de partes justo a tiempo, el trabajo en equipo, el uso más eficiente de los insumos y la necesidad de superar siempre los objetivos ya alcanzados. Este sistema se caracteriza por contener una combinación de la producción en serie fordista, que realizaba una fuerte expropiación del obrero y lo privaba de cualquier participación en la organización del trabajo, por su carácter siempre repetitivo[2], con la realización de un trabajo parcelado y fragmentado[3] donde ciencia y tecnología se combinaron para transformarse en potentes fuerzas productivas, intensificando aún más las formas de explotación.

El capital se fue apropiando de este modo del “saber hacer” de los trabajadores, suprimiendo parcialmente la dimensión intelectual que contenía anteriormente la ejecución del trabajo manual. Este proceso de reorganización productiva respondió asimismo a las necesidades de la propia competencia inter capitalista, en un momento de intensas disputas entre los grandes grupos concentrados. Además, por la necesidad de controlar las luchas defensivas de los distintos sectores del trabajo, el capital reorganizó también las formas de dominación, haciendo la apología del trabajador individualizado, situación que condicionó negativamente su forma de existencia. Se trató para el capital de transformar todo tiempo de vida en tiempo de valorización, extendiendo a todo nivel social la subsunción real en la sociedad capitalista. Es la forma y el ensayo más amplio hecho por el capital para subsumir al conjunto de la sociedad bajo su dominación. Este cambio en el proceso productivo contuvo una enorme pérdida en los derechos del trabajo, un aumento de la fragmentación, la precarización, la tercerización y la destrucción del sindicalismo de clase para convertirlo en un sindicalismo favorable al empresariado.

Los cambios se fundamentaron en el trabajo en equipo, que incluyen multiplicidad de funciones y  permiten que el trabajador polivalente y multifuncional opere varias máquinas simultáneamente y efectúe también la tarea de supervisor de línea. Se organizaron los círculos de control de calidad, constituidos por grupos de trabajadores instigados a discutir su trabajo y su desempeño a los efectos de mejorar la productividad. La informatización de la economía, tanto del sector central como del terciario, produjo la apropiación de los conocimientos intelectuales abstractos de los trabajadores, configurando un cuadro altamente positivo para la acumulación de capital,  que le  ha permitido ir recuperando la rentabilidad. 

Si el primer proceso de acumulación originaria había despojado a los trabajadores de sus instrumentos de trabajo y los obligó a vender su fuerza de trabajo, en esta oportunidad la situación se presentó como el despojo del “saber hacer” proletario y lo transformó en un ensayo más amplio,  tratando de subsumir al conjunto de la sociedad bajo su dominio y control. A su vez en la llamada tercerización de la producción la fábrica se ha generalizado al conjunto de la sociedad bajo diferentes formas, tratando de convertir todo tiempo en tiempo de trabajo[4]. La ley del valor encuentra así una casi correspondencia entre valor-trabajo y las formas de representación social, porque el sector de la circulación (de intercambio material y de información) al igual que la fase de diseño, adquirieron una importancia estratégica ya que no solamente toman parte del acto de valorización, sino que se convierten en un imprescindible soporte material bajo formas abstractas e intangibles, participando también de la generación de valor. Por supuesto que esto no quiere decir que todo trabajo sea productivo, pero es importante subrayar la capacidad del sistema para aprovechar el conjunto del trabajo, y por medio de ese mecanismo llegar a valorizar (de manera desigual) la suma de la producción.

Por otro lado el toyotismo presentó enormes diferencias, no solo en los diversos países donde fue implantado, sino también cuando se analizan las experiencias, sector por sector, en un mismo país. En la periferia dicho patrón se fue incorporando a través de “paquetes tecnológicos” que ya contenían un importante grado de obsolescencia en los países avanzados. Sin embargo, no fue sin resistencia por parte de los trabajadores que esta política logró establecerse, y diversos movimientos de trabajadores, en el centro y en la periferia, expresaron el descontento y la oposición a las transformaciones que afectaron fuertemente el mundo del trabajo, ya que los rituales ordenados de su vida anterior habían sido demolidos.

Sin embargo, la contención y mediatización política del movimiento obrero como producto de “la alianza histórica” entre la burocracia sindical y el Estado, se ha convertido en el eslabón que favoreció la desmovilización de los trabajadores y la imposición de la política económica impulsada por el capital más concentrado. En esta fase del capital afloró una materialidad adversa a los intereses de los trabajadores, un piso social que detenta la permanente necesidad de pensar y actuar teniendo en cuenta siempre los objetivos de la empresa.

A pesar de esta situación, es posible que la lucha de clases tienda a polarizarse conforme se agudice la crisis económica del sistema y se revele como una crisis social, política y ambiental, en resumen civilizatoria, agravada por las condiciones autoritarias que está imponiendo el patrón de desarrollo capitalista. Ante estas circunstancias, los trabajadores deberán continuar la lucha indeclinable por la recuperación de sus derechos con el objetivo de obtener todas las mejoras posibles que lleguen a cubrir sus demandas insatisfechas. Entre estas posibilidades se encuentra la necesidad básica de reducir la jornada laboral (tal vez a 20 horas semanales sin disminuir los salarios) que permitiría moderar sensiblemente el “ejército industrial de reserva”.  Asimismo será necesario que desarrollen una nueva subjetividad que se haga crítica y se convierta en una conciencia “para sí”, que logre subvertir el concepto neoliberal de acción y organización. De este modo se podrá afirmar una acción política cada vez más consistente, dado que las condiciones objetivas de explotación no se reflejan mecánicamente en la conciencia de clase, si bien “el futuro de la humanidad dependerá de las luchas que lleven adelante los sectores subalternos para lograr su liberación, situación que se producirá y resolverá más allá del capitalismo que está atravesando una de las más grandes crisis de su historia. Sin ninguna duda que la tarea es gigantesca y ardua, pero es el único camino que llevará a la emancipación definitiva del ser humano”[5]

*Alberto Wiñazky, economista, escritor, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.


[1] Si bien en algunos países periféricos que cuentan con una industria más desarrollada, ya se han implementado formas de producción robotizadas.

[2] Metodología que había llegado a un bloqueo estructural en los comienzos de la década de los setenta.

[3] Acentuado en función del creciente proceso de internacionalización del capital.

[4] El trabajo conocido como “teletrabajo” está ocasionando un ahorro importante en las empresas en materia de costo eléctrico, de gas, calefacción, mantenimiento, etc.

[5] Alberto Wiñazky – La Crisis mundial y el Capital Ficticio – Ediciones Herramienta 2017 – Pág. 152

Deja una respuesta