La herencia cultural de H.P. Agosti y la democracia renovada.

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Francisco Berdichevsky Linares*

Agosti encarna una de las cumbres más altas de la herencia cultural argentina como intelectual militante con sus ideas y con el ejemplo práctico de su propia vida, dedicada a la lucha por la emancipación social humana.

Agosti encarna una de las cumbres más altas de la herencia cultural argentina como intelectual militante con sus ideas y con el ejemplo práctico de su propia vida, dedicada a la lucha por la emancipación social humana. Llevaría volúmenes enteros referirse a los aportes de Agosti al patrimonio cultural y social de nuestro país. Hoy sólo puedo referirme a unos pocos aspectos  de su aporte a nuestra herencia cultural, entendiendo a la cultura en su sentido más vasto, como todo aquello creado por el hombre que no viene dado por la naturaleza (cultura intelectual y material, hábitos, valores, creencias y demás rasgos de nuestra subjetividad social).    

   Uno de estos aportes anticipatorios fundamentales de Agosti, es el que se refiere a su propuesta de una democracia renovada, como democracia participativa, en su trabajo “Comentario general para una democracia renovada”, en 1982. En él, Agosti reivindica los valores de la democracia formal, frente a sus violaciones permanentes, sobre todo desde el 6 de septiembre de 1930, porque favorece  el acceso de los pueblos a la comprensión  de la lucha por la superación de los límites de la democracia formal.

   La  democracia formal aparece como encarnación del liberalismo, donde la participación activa de las masas en los asuntos del gobierno, es restringida al afirmar, como en nuestra Constitución, que “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes”. Es una carencia que la lucha popular debe reparar. Agosti propone formas de participación activa, con poder de decisión. incluso en las sociedad actuales.  La democracia participativa es hoy una bandera de lucha popular fundamental, y Agosti muestra aquí un papel anticipador de alto vuelo.

   Agosti escribe:  el fondo del problema es la “crisis del constitucionalismo”, “crisis teórica que muestra la crisis real de la sociedad y de sus instrumentos representativos”. En la “socialización de las élites” la gestión de los asuntos públicos aparece como cuestión a asumir sin delegaciones no controlables por los pueblos, y desnuda la “intima naturaleza clasista en la teoría liberal de la representatividad”. “Se trata precisamente, dentro de una sociedad dividida en clases, de elaborar un sistema de participación efectiva donde desempeñe el pueblo una función protagónica”. Palabras que no surgen de visiones mágicas del futuro, sino que avizoran  los cambios que fueron sucediendo en cuanto al papel de los pueblos como protagonistas de la  lucha por construir esa realidad. Hoy es reclamada  por los intereses populares, aunque presenta escollos políticos y psicosociales: prejuicios, tendencias al liderazgo a priori junto con tendencias delegatarias y tantos otras estructuraciones subjetivas. 

 Héctor entiende históricamente la noción de pueblo, como expresión que abarca a todos los sectores “objetivamente opuestos a la negación nacional representada por los monopolios imperialistas y la persistencia un régimen anacrónico de tenencia y explotación de la tierra”, sabios feudales. Hoy la noción de pueblo debería alcanzar a los oprimidos por el SuperEstado Mundial, a sus instituciones como el FMI, la OMC, el BID, etc., y sus servidores y asociados locales. Esos sectores siempre consideran peligrosas incluso a las democracias formales “pues permitían el acceso de las masas a la cosa pública”. Hoy, la exclusión económico-social, cultural, la manipulación desde los medios masivos y múltiples estilos represivos sirven  a esos fines.

  Agosti propone “integrar dialécticamente la democracia formal con la realidad de la democracia”.  Y “el desconcierto de algunos sectores del llamado pensamiento liberal no puede soportar la presencia activa de las masas en el ejercicio de la democracia política”. En su libro “El mito liberal”, muestra la negación de la democracia como ejercicio protagónico de los pueblos en el pensamiento liberal. En éste se escuchan disertaciones sobre la “democracia de la calidad y la democracia de la cantidad”. Desarrolla la distinción,  entre democracia y democratismo o entre liberalismo y democracia. Hoy la manipulación política y la exclusión económico-cultural tienden a preservar esa democracia cualitativa, al impedir a vastos sectores populares una participación política y cultural activa. 

  “La paradoja del liberalismo” en el caso argentino “es que pudo servir inicialmente como instrumento de la batalla ideológica contra la rémora monástico-feudal, mientras en el orden de la política práctica se fundaba en el desprecio de la masa y en el orden de la economía facilitaba la versión de un país dependiente y marginal”. Al enfocar nuestra herencia cultura liberal muestra cómo sus valores incluían el pecado “impuesto por su naturaleza de clase”. Cita  entre otros ejemplos a Miguel Cané, que renueva la prosa argentina pero propone la ley de expulsión de extranjeros, como “agitadores sociales”. 

  “Los profetas del pensamiento liberal tratan de imaginar instituciones políticas que permitan aplicar una economía “libre” sin tener que padecer el fastidio de las masas infiltradas”, agrega. Para Agosti, la actividad política no puede quedar en manos de una élite: debe socializarse, con “la intervención creciente de las masas en la dirección de los procesos sociales y, sobre todo, en el entendimiento coherente de su trasfondo”.

   “La dinámica de la sociedad contemporánea ya no se agota en los partidos”. La vida exige “otras maneras complementarias aunque no secundarias de concurrencia activa”. Existe una “crisis en la representatividad de los partidos”, fundamental anticipación. “La extensión de la democracia de base hacia las prácticas cotidianas de participación ciudadana representa una de las exigencias imperiosas”. Agosti renueva la crítica al artículo 22 de la Constitución Nacional, “El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes”: el presunto representado  se reduce a una función meramente pasiva y el “representante” puede realizar una gestión a veces “irresponsable frente al quebrantamiento posible de lo que prometió a sus mandantes”. Defiende la posibilidad de revocatoria, rasgo fundamental de una democracia participativa.

  Y además: “El signo de la democracia renovada debe ser la participación activa del pueblo en la gestión de los negocios públicos” más allá del acto mecánico de la boleta electoral. 

  Agosti  reclama esta participación popular activa en la economía estatal y privada, y en la cultura. Aún dentro de la “democracia representativa clásica, debe existir un sistema de representaciones complementarias que acentúe la función de las organizaciones de la economía, el trabajo y la cultura en las entidades específicas, de asesoramiento, planificación, decisión y dirección para todos los campos donde la sociedad se empeña creativamente”. Ello supone la “intervención de los trabajadores y  los usuarios en el gobierno de las empresas estatales y la institución de comités de empresa en la actividad privada”, todo ello hoy sostenido por la CTA, y desarrollado desde Tesis 11 en colaboración con la CTA. Agosti  reclama “la participación real del pueblo en la dirección popular de la economía”, para que el pueblo decida sobre el rumbo económico con participación directa del conjunto popular plural y organizado y no de un grupo aislado.

  Son estos unos mínimos ejemplos del gran valor anticipatorio de las propuestas de Agosti en cuanto a la imperiosa necesidad actual de construir como poder popular una democracia participativa.        

 *Francisco Berdichevsky Linares, médico psicoterapeuta, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.

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