17 de octubre de 1945: Cuando el pueblo puso “las patas en la fuente”

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Revista Nº 136 (10/2020)

(argentina)

Horacio Ramos*

“Gente simple, muchachas y muchachos recién incorporados a la clase obrera, con los sueños vírgenes pero con los ojos abiertos y los talones contra el suelo…”

Un poco de historia

Cuando el 2 de febrero de 1943 el arrogante Mariscal alemán Von Paulus, resignó sus banderas al verse derrotado moral y militarmente en la dura batalla de Stalingrado, la segunda Guerra Mundial dio un viraje definitivo.

A partir de allí, los delirios milenarios del III Reich comenzaron su cuenta regresiva, que posteriormente finalizaran el 1º de mayo de 1945 con el suicidio de Adolfo Hitler entre las ruinas de la cancillería de Berlín. Mientras tanto, aquí abajo, en la Argentina, se rasgaba el dogal del imperio inglés que tuviera su apogeo a comienzos de la década del ‘30 con el tristemente pacto Roca-Runciman, el mismo que hiciera decir a nuestro Vicepresidente de aquellos días al firmarlo:”La Argentina es, por su interdependencia recíproca, desde el punto de vista económico, una parte del Reino Unido”. Toda esta época, a la que señaló con acierto José Luis Torres como “Década Infame”, estuvo signada por la miseria, el fraude, la corrupción y la entrega; años que fueran agudamente pintados por las obras de Roberto Arlt, Scalabrini Ortiz y por supuesto, por los inolvidables tangos de Enrique Santos Discépolo.

En este complejo marco, se produce el golpe de Estado del 4 de junio en el que participan sectores aliadófilos proclives a la ruptura con el Eje;

nacionalistas juramentados en la defensa incondicional de la neutralidad argentina; grupos ligados al desarrollo del parque industrial; cuadros hastiados por el fraude y que no soportaban la perspectiva del conservador Robustiano Patrón Costas, oligarca y testaferro de los monopolios extranjeros, como futuro Presidente de la República; y, por último, el GOU (Grupo de Oficiales Unidos o Grupo Obra de Unificación), cuyas raíces provenían del modelo prusiano que había modelado a generaciones de militares, circunstancia a la cual debía agregarse la admiración que despertaban las divisiones blindadas de la Wehrmacht alemana a muchos de los bisoños oficiales.

Además, había un factor dominante que eclosionaba de pronto en esos días: la crisis que estallara en Wall Street en 1929 y que abriera el notable ciclo crítico para la economía occidental, determinó la caída de los precios de los productos agrícolas y el estrangulamiento del mercado mundial de capitales, lo que exigió a la Argentina “crecer hacia adentro”, y organizar los lineamientos de una industria nacional que fuera sustituyendo la ausencia de las mercaderías extranjeras. Por esta razón, el aporte de la manufactura al Producto Bruto Interno (PBI) era superior, por primera vez en la historia, a la contribución del campo. Este desarrollo ligado al mercado interno, generó entre 1935-1942 casi una duplicación de los obreros en actividad, los que llegaron a ser 927.364; luego, durante el período de la guerra (1942-1945), ingresaron a las filas obreras 300.000 nuevos brazos provenientes de la migración interna que desde el interior hacia Buenos Aires, comenzaba a efectivizarse en forma acelerada.

El íntimo regocijo de la burguesía (más allá de su desprecio por los “cabecitas” quienes le ampliarían la demanda con sus altos salarios y asimismo le reportarían beneficios siderales), fue en aumento. Como siempre, así nos enseña el viejo maestro, la clase social que domina económicamente pretende alzarse con el santo y la limosna. Es decir, resuelve marchar a “paso de ganso” hacia la toma del poder político

Sin galera y sin bastón

Era miércoles. El día había amanecido húmedo, pegajoso y a medida que avanzaba, la temperatura iba en aumento; el clima se tornaba insoportable. La CGT resolvió decretar un paro general para el 18, pero en la mañana del 17, grupos de jóvenes obreros recorren las puertas de los frigoríficos, talleres y fábricas, incitando a paralizar las tareas. En Avellaneda, la Avenida Mitre se animó con los gritos insólitos, inesperados, de aquellas columnas que sumadas a las que venían de Berisso, Ensenada, Quilmes, Gerli, Lanús, Banfield, pugnaban por cruzar el Riachuelo superando cualquier obstáculo. “¡A Plaza de Mayo!”, era la consigna que corría de boca en boca. El suburbio se ponía de pie y tomaba la calle por asalto.

Gente simple, muchachas y muchachos recién incorporados a la clase obrera, pobres de solemnidad, con los sueños vírgenes pero con los ojos abiertos y los talones firmes contra el suelo, apretaban los dientes y sus ganas en busca de un tiempo que les pertenecía, con el que intentaban borrar aquel otro, el del ultraje, del hambre que duele, de la soledad sin fronteras. En sus labios, el nombre de Perón, más que la identificación emotiva, era la confirmación visceral de un símbolo que significaba el pan sobre la mesa, las risas compartidas, el amor bajo un techo sin goteras. Asumían los riesgos de la pretensión de vivir con dignidad en la patria que amaban, que habían regado desde siempre con el sudor y las lágrimas, el coraje y la sangre. Al llegar, fatigados, un cansancio de siglos les cayó sobre sus cuerpos y como un rito, como si fuera parte de una liturgia pagana, remojaron sus pies en la fuente de la plaza. Tal vez ninguno supuso que estaban escribiendo en común una hermosa página, uno de los hitos más sensibles de las luchas de nuestro pueblo, que lo hermanaba con el Grito de Alcorta, la Semana Trágica, la Patagonia Rebelde o el Cordobazo, más adelante. Esa noche, al volver al barrio, roncos de alegría, descamisados y con la esperanza al hombro, gozaban al pensar que “mañana es San Perón”. Sin embargo, el latido más hondo de cada uno de ellos, estaba habitado por el rostro de una muchacha rubia, cálida y vital, a la que sin el preámbulo caduco de lo solemne, sentían con esa entrañable ternura que sólo poseen los parias de la tierra, pues su nombre al pronunciarlo les sabía igual que la hogaza horneada con el alba, olía a primavera, sonaba como un himno en medio del combate.

La llamaban Evita.

*Horacio Ramos, periodista, escritor, colaborador y cofundador de Tesis 11.

Una respuesta a “17 de octubre de 1945: Cuando el pueblo puso “las patas en la fuente””

  1. Cuánto sentimiento hay en esta crónica, compañero. Difícil describir una jornada como ésta, pero usted lo logró, con una emotividad que realmente moviiza al que está de este lado de la pantalla. Felicitaciones.

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