Una juventud bajo Perón (y Evita)

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Revista Tesis 11 (nº 115)

(Análisis/Sociología)

Pierre Tripier*

(Traducido del francés por Carlos Mendoza**)

Interesante y amena visión sobre el peronismo escrita en estilo coloquial por el sociólogo francés Pierre Tripier, quién en su adolescencia vivió en la Argentina del primer gobierno de Perón y también visitó nuestro país posteriormente. Es un trabajo presentado en Francia a historiadores de ese país que estudian el fenómeno del peronismo.

Las contingencias de una carrera de diplomático llevaron a mi padre, mi madre y sus siete hijos a desembarcar en Buenos Aires a finales de Mayo de 1940 y a partir de allí siete años más tarde, en junio de 1947. Mi padre no era “maréchaliste” (NT: partidario del Mariscal Petain), ni gaullista tampoco: en la recepción a la “comunidad francesa” el 14 de julio de 1941, en su discurso citó a Tácito: “sabemos que estamos en revolución cuando más nadie está de acuerdo en los objetivos a seguir”. Creía que este modo distante de afrontar el acontecimiento permitiría conciliar a unos (los petainistas), con otros (los gaullistas) y con los que pensaban mantener solamente a una nación unida, de quienes él formaba parte.

Esto no agradó a los petainistas, o por lo menos es lo que siempre creyó. Los partidarios de Laval procuraban desembarazarse de Peyrouton que había sido el primer Ministro del Interior de Pétain. Como había sido embajador en Argentina lo reenviaron allí. Mi padre fue pasado a retiro con anticipación, pero, teniendo siete hijos a cargo, decidió quedarse en el país del bife. Quiso dejar temporariamente Buenos Aires para no tener que encontrarse con su sucesor. Aterrizamos, después de una corta estancia en Uruguay, en un suburbio de Córdoba, en el centro de la Argentina. Tenía entonces la edad de colegio secundario, pero si bien mi hermano mayor fue pupilo en el Liceo Francés de Buenos Aires, el resto de los hijos debimos contentarnos con una enseñanza puramente “criolla”. Bendigo esta conjunción de factores que me permitió ir a clase en ese lugar, y así conocer argentinos de clase media y al límite de la pobreza.

El suburbio que habitábamos todavía tenía baldíos que bordeábamos para ir a la escuela. Había allí algunas personas acomodadas (por ejemplo un médico, tío del “che” Guevara), pero también otras muy pobres: recuerdo que los hijos del almacenero más próximo no podían ir a clase porque no tenían calzados. El almacenero, recientemente instalado, no tenía, decía, con que pagarles alpargatas. Las calles eran de tierra, los automóviles raros y mucha gente se desplazaba en bicicleta, a caballo, en burro o en carreta, a veces en sulky o en coche a caballos.

La música popular dividía también a la gente: muchos jóvenes de clase media, en lugar del tango, que consideraban vulgar, preferían la música denominada tropical, bolero, samba o rumba.

Sin haber hecho un estudio detenido de la cuestión pienso que los derechos sociales, antes de Perón, debían existir muy poco. En el campo en todo caso era muy difícil hacerlos respetar. Me acuerdo de un antiguo carpintero de la marina francesa, un tal Jaffret, que contaba su aventura: trabajaba en un puerto de la provincia de Buenos Aires cuando vio un anuncio en un periódico: una estancia de la provincia de Entre Ríos buscaba un carpintero: buenas condiciones de vivienda, de trabajo y de remuneración. Una vez en el lugar, fue esclavizado, propiamente hablando: fue alimentado y alojado por cierto, pero no recibió ninguna paga por su trabajo y fue constantemente vigilado por los guardias armados de la estancia. Como debía hacer sus tablas con árboles de la propiedad, reparó en un tronco hueco, lo cortó, y una noche se dejó deslizar sobre el río utilizándolo como canoa para escaparse de ese infierno. Su contratación había sido hecha de palabra, sin ningún contrato firmado. En aquella época, decía, era la manera en que uno era contratado. Yo sé bien que testis unus, testis nullus, pero supongo que se debería encontrar, en los 4000 volúmenes de péronologos, con que confirmar este tipo de anécdotas.

Los golpes de Estado militares se sucedieron durante mis primeros años argentinos: después del de Rawson en 1943, vino el de Ramírez, luego éste fue derrocado en 1944 por Farrell que había sido su vicepresidente. Éste nombró a Perón Secretario de Estado de Trabajo y Salud.
Tengo un recuerdo a la vez vago y vivaz del período que va desde los primeros pasos de Perón, su influencia sobre los sindicatos, su detención, luego su liberación cuando una masa de obreros invadió el 17 de octubre de 1945 la Plaza de Mayo, donde se encuentra la Presidencia de la República. Mi padre interpretaba esta detención como la manifestación de la nueva influencia de los Estados Unidos sobre la Argentina, que había sido llevada en el mes de Abril a firmar el tratado de Chapultepec.  Entre otras cosas, este tratado empujaba a todas las naciones latinoamericanas a sumarse al esfuerzo de guerra contra las naciones del Eje y reafirmaba, entre otras cosas contra Inglaterra, la dependencia de estos países respecto de los Estados Unidos, según el sacrosanto principio, todavía hoy vigente, del “destino manifiesto” (1).

Me acuerdo bien, sin embargo, que con ocasión del primer aniversario de la liberación de París hubo una suerte de mitin en la universidad de Córdoba dónde la juventud estudiantil clamaba su deseo de democracia y donde se alzaban voces contra Farrell y Perón.

Me acuerdo también que en el colegio que mi hermano gemelo y yo frecuentábamos mis compañeros de clase se dividieron rápidamente en peronistas y antiperonistas. Los amigos de mis padres temían a Perón o lo odiaban, eran los enamorados del bolero y de la samba y nunca de la música rugosa del bandoneón. Teniendo una pequeña radio personal, yo pasaba bastante tiempo escuchando tango. Lo encontraba lleno de fuerza y vitalidad mientras que las músicas caribeñas me parecían demasiado lánguidas, “cursis”.

La mejor radio para escuchar el tango y escuchar sólo eso, era Radio Belgrano. Una presentadora que animaba a escuchar, se llamaba Eva Duarte. Mientras que en los periódicos que leían mis padres, Prensa y Nación, se sucedían fotografías de toros premiados y de jóvenes principiantas de la buena sociedad y sus novios, la voz de Eva Duarte hablaba a otro pueblo y sobre asuntos muy diferentes.

Durante la campaña electoral que produjo la elección de Perón a finales de 1945, la ya para entonces Eva Duarte de Perón, atacaba a los ricos, los que evadían su dinero del país, y alababa a quién había creado el estatuto del peón, protegiéndolo jurídicamente, otorgándole salario, descanso dominical, vacaciones pagadas, etc. Lanzó también el eslogan Braden o Perón, siendo Braden el embajador de los Estados Unidos en Argentina y partidario feroz de la sumisión de todos los países del continente al suyo. Se distinguiría luego como espadachín de la United Fruit, haciendo dimitir al presidente Arbenz de Guatemala. Si intentó el mismo método con Perón, fracasó, pero me acuerdo que la primera manifestación de la que participé en mi vida fue desfilar gritando “Perón Si, Braden No” y que me sermonearon mis padres que me recordaron que como francés no debía participar en las controversias políticas argentinas. Les respondí que ellos soportaban bien las letanías antiperonistas de sus amigos, sin reaccionar ni dejar sus domicilios.

Eva Duarte, ya para entonces Evita, durante la campaña electoral prometía que todo argentino podría tener su casa, enviar sus hijos a la escuela, mantener sus dientes sanos y tener una asistencia de salud. El entusiasmo que se sentía en los autobuses, en la calle y hasta en mi colegio era palpable, también el odio que suscitaba en la clase media alta, incluyendo los amigos de mis padres.

Contra Perón se presentaron dos candidatos, uno del partido conservador, el otro de la Unión Democrática. Esta Unión Democrática era una reunión de partidos que parecería barroca en nuestros días: comunistas, socialistas, miembros de diferentes ramas del radicalismo y liberales. Hicieron una campaña antiperonista de la que no me acuerdo. Pero quedó vivo en mi memoria el hecho de que destacaban en lo alto de sus promesas la instauración del divorcio. Esto empujó la Iglesia católica, que sabía que el partido conservador no tenía ninguna posibilidad de imponerse, a apoyar la candidatura de Perón y, así, ganó la elección.

Ni bien electo, nacionalizó el Banco Central y estableció el control de las divisas y del comercio exterior. La Argentina era entonces, gracias a sus exportaciones de trigo y de carne, el segundo país más rico del mundo.

Para comprender bien la situación económica del país, hay que acordarse que las denominadas guerras mundiales, aunque muy ampliamente europeas, así como la crisis económica de 1929, fueron ocasiones, para países como Brasil, Argentina, Chile, Perú, etc. de industrializarse. Una industrialización denominada de sustitución porque se trataba de fabricar para el mercado nacional los productos que no se podían importar.

Quedaban en 1945, en Argentina, rastros de la primera industrialización debida a la guerra de 1914-18, pero el objetivo de Perón fue reactivarla y diversificarla. Había en Córdoba una antigua industria aeronáutica que reactivó y le añadió una industria automóvil. Nacionalizó los ferrocarriles, que pertenecían a una sociedad inglesa y, un poco por todas partes, atizó la industrialización. Mis antiguos compañeros de colegio y sus hermanos mayores sacaron provecho de esta modernización y encontré a algunos, treinta – cuarenta años más tarde, en posiciones gerenciales en una Argentina que no tenía nada que ver con la de mi juventud, en particular los alrededores de Córdoba que se habían muy ampliamente urbanizado.

Hasta el fin de la guerra de Corea, en 1952, la holgura financiera se mantuvo, y el peronismo pudo distribuir la renta nacional al pueblo y a la clase media, a la que había ayudado a multiplicarse. Pero inmediatamente después del fin de esta guerra las antiguas potencias industriales se rehicieron y Perón, que había perdido a su inspiradora y esposa, fue destituido. Volvería veinte años más tarde, después de haber hecho la paz con los Estados Unidos, gracias a la intermediación de la logia italiana P2 y prometido liberar la Argentina de comunistas, guevaristas y del ala izquierda de sus partidarios (2). Pero murió antes de concretar este programa. Los militares que se repartieron entonces el poder, se encargaron de eso.

El peronismo había modernizado también la legislación social de la Argentina y lo había hecho, en mi opinión, mucho menos copiando a la Italia Fascista (Perón accedió y se mantuvo en el poder mediante elecciones normalmente correctas; Mussolini jamás favoreció a la clase obrera italiana) que a reformistas latinoamericanos, dictadores o no, nacionalistas y opositores del gran vecino del norte, como el México de Cárdenas, el Brasil de Vargas, la Guatemala de Arbenz, y más tarde el Perú de Velasco y el Chile de Allende. Todos ellos tuvieron la inquietud de introducir las legislaciones sociales más favorables para los asalariados que hubiera conocido el denominado mundo libre y de luchar contra la influencia económico-política de los países hegemónicos, como Inglaterra o los Estados Unidos. Perón lo hizo también creando un sindicalismo alimentado por un diezmo tomado del salario, pero que, por otro lado, ofrecía a los asalariados colonias de verano en lugares hasta entonces reservados para las élites.

Pero si el gobierno de Perón había modernizado la Argentina, el lado oscuro del peronismo se dejaba también ver desde 1946 – 1947: me acuerdo que antes de que yo dejara el país, el pequeño matón del barrio, mitad golfo, sin ninguna formación secundaria, se había hecho agente de policía y amenazaba a los hijos de burgueses que lo habían ignorado o despreciado en otro tiempo.

Me acuerdo también, en las sierras en el verano, haber sido recogido, haciendo stop, por dos jóvenes hombres rubios, conduciendo un automóvil nuevo, cuyo español tenía un pronunciado acento germánico y que querían saber si había anglosajones en la región. Creo haberlos visto de nuevo cuarenta años más tarde, cuando trataba de encontrar la casa donde había pasado ese verano de 1946.

Cuando regresé a Francia, quise volver a ser 100 % francés. Dejé entonces a un lado mis recuerdos argentinos durante varias décadas y no pude o no quise, a pesar de algunas oportunidades, interesarme por la Argentina. Con la edad, quise volver, acompañando a un estudiante que hacía un doctorado. Había pensado que el peronismo era fuego de paja, que sólo sobrevivía el mito de sus promesas mal tenidas. Una vez en el lugar, debí ver las cosas como son, el peronismo estructura la vida político-social de la Argentina. En el cementerio de Recoleta la tumba de Evita es visitada constantemente y su fotografía ceñida por una corona de santa es siempre el objeto de una ardiente veneración.

Un día, paseándome en el barrio de la Boca, en Buenos Aires, vi sobre un balcón, tres maniquíes hechos en tela; representaban a los hijos del pueblo argentino que, nacidos en la nada, se volvieron conocidos del mundo entero y los emblemas de esta nación: Gardel, Evita y Maradona. El mito popular en toda su sencillez y belleza.

*Pierre Tripier : Francés. Profesor Emérito de Sociología. Profesor invitado en las Universidades de Sao Paulo, Lima y Montevideo.  Es también Vicepresidente del «  Institut de Recherches et de Développement de la Qualité »

**Carlos Mendoza, ingeniero, especializado en temas de economía política, escritor, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11

Ptripier40@outlook.fr

(1)     Recomiendo a aquellos que piensan que la doctrina del “destino manifiesto” (supuestamente dado por Dios a los Estados Unidos para tener la mejor política exterior, es decir la que les es más provechosa) murió con Theodore Roosevelt, leer el libro del general Vincent Desportes, antiguo agregado militar en Washington, “La Trampa americana”. Económica. París, 2011.

(2)     Sobre este punto, entre otras cosas, podemos leer ” La Fuga del brujo ” de Juan Gasparini, Edicion Norma, Buenos Aires 2005.

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