“Somos todos americanos”

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Gerardo Codina*

Lo dijo Obama, cuando terminó de anunciar el inicio de una etapa de normalización de relaciones de Estados Unidos con Cuba. Todo un acontecimiento de relevancia mundial. Y lo dijo en castellano, porque en el norte se dieron cuenta, por lo menos algunos, que la política de bloqueo y aislamiento llevada adelante contra la isla, sólo había logrado aislar a los yanquis de América Latina.

Prueba de eso fue la constitución de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que agrupa a todas las naciones del continente, menos Estados Unidos y Canadá. Cuando hace poco más de un año el Presidente Sebastian Piñera de Chile le transfirió la titularidad temporal del bloque a Raúl Castro de Cuba, en una cumbre regional celebrada en La Habana, quedó visibilizada para todos los que quisieran ver la nueva realidad regional, que abogaba unida por la finalización del criminal e injusto ataque contra una de las naciones de nuestra patria grande, que mantuvo su dignidad y su derecho a la autodeterminación por más de medio siglo.

La victoria política cubana y latinoamericana se afincó en tres pilares. El primero fue la firmeza de la nación caribeña en la defensa de su soberanía plena, que incluye el derecho de su pueblo a decidir el régimen político, económico y social que desea para su país. El segundo, es la creciente compresión regional de la necesidad compartida de sostener los intereses comunes en un mundo cada vez más integrado, como visionariamente lo anticipara el gran libertador Simón Bolívar. El tercero, la paulatina degradación de la hegemonía norteamericana, afectada por el debilitamiento relativo de su economía y el extravío de su autoridad política y moral, manchadas por el sostenido racismo de su sociedad y la violación sistemática de los derechos humanos y la legalidad internacional.

La vuelta de página no supone el fin de las intentonas hegemonistas yanquis en el territorio que siempre consideraron su patio trasero. El lobo no se transformó en cordero. Como demostración de la continuidad de sus intenciones, la simultánea imposición de sanciones a Venezuela y sus dirigentes, subraya que el intervencionismo en los asuntos internos de nuestros países en funciones de sus intereses globales continuará, más allá de los circunstanciales gestos de supuesta amistad.

Estados Unidos es un país cuyas pretensiones imperiales globales se ven cada vez más amenazadas, por lo que se vuelve más y más agresivo, con propios y extraños. La oleada de crímenes raciales de las policías norteamericanas, el progresivo totalitarismo que se esconde tras la fachada de aparente democracia, el creciente agravio de las libertades individuales y de los derechos humanos, muestran la deriva violenta y fascista de un régimen que no se resigna a la igualdad con las demás naciones del planeta. La “nación indispensable” de la que habla Obama no tiene mucho que envidiar a la “raza superior” de la Alemania nazi.

Expresión de lo dicho es el estado actual tensión internacional, que llevó a nuestro Papa Francisco hablar de una virtual tercera guerra mundial en curso, por la sumatoria de conflictos bélicos que recorre el planeta, a excepción de nuestra región. Desarmar políticamente los extravíos violentos es una tarea indispensable para los pueblos del mundo, que no tienen nada para ganar y sí mucho que perder en cualquier escenario de confrontación armada global. En ese entendimiento Francisco se involucra para gestionar salidas pacíficas a los diferendos que persisten. Por eso sus gestiones en el caso cubano, que fueron agradecidas tanto por Castro como por Obama. Y que motivaron el legítimo orgullo argentino por su desempeño como líder mundial.

Por lo mismo, toda la región está vivamente comprometida en la resolución pacífica de la violencia en Colombia, último conflicto armado que padece la región, donde medió el ex Presidente Néstor Kirchner y cuyas complejas negociaciones se hospedan en la capital cubana. El peso de la solidaridad regional en la construcción de esa alternativa de diálogo, se nutre en la aceptación recíproca de las diferencias que distinguen a los procesos de cada una de nuestras naciones, la compartida confianza democrática en la expresión libre de nuestros pueblos y el rechazo común a la injerencia externa.

En ese rumbo ganó la nación caribeña un enorme prestigio. Ya no exporta revoluciones, como en algún momento procuró. Ahora aporta médicos para asegurar la salud de los más pobres, incluso en África occidental, azotada por la epidemia del ébola. Los 60 mil trabajadores de la salud de Cuba que trabajan en el exterior solidariamente, cimentaron el respeto de los pueblos del mundo por una nación que se atrevió a tener dignidad en las barbas del imperio.

* Lic. Gerardo Codina, secretario Corriente Konfluencia Popular y miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.

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