Pedro Castillo pateó el tablero en Perú

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Eduardo Sigal*

El autor plantea que con el reciente triunfo se transformó en el presidente menos pensado, un hombre de Cajamarca, atado a la tierra que supo sobreponerse a las dificultades y se transformó en maestro rural.

Tanto los sectores populares como las élites latinoamericanas se vieron sacudidas por los resultados electorales de Perú. Al decir del ex vicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera, una nueva oleada se aproxima a la región: así como hace poco más de cinco años nos conmovió una oleada neoliberal que cambió los signos de los gobiernos de Brasil, Bolivia y Argentina, esta vez lo hace una de carácter nacional, popular, progresista y de izquierdas.

Se trata de la democracia, cuando se deja actuar a la voluntad popular. En Argentina, pasamos del gobierno de Cristina al de Macri y de éste al de Fernández-Fernández. Distinto es lo que sucedió en Bolivia, donde un golpe de Estado destituyó a Evo Morales o lo qué pasó en Brasil, con la destitución de Dilma Rousseff y la posterior elección con Lula proscrito que llevó a Bolsonaro al poder.

Las élites políticas, económicas y judiciales en muchas ocasiones se han transformado en supuestas interpretadoras de la voluntad popular y se asocian y conspiran contra procesos electorales limpios. Se ponen nerviosas si imaginan que sus intereses y privilegios pudiesen estar en peligro.

¿Qué pasó en Perú?

Inesperadamente el candidato más votado en la primera vuelta fue el maestro Pedro Castillo y en segundo lugar la autoritaria y multiprocesada por corrupción Keiko Fujimori. Lógicamente, los diversos sectores políticos y sociales populares se alinearon por detrás de Castillo y la derecha en sus diversas expresiones por detrás de Fujimori.

Ambos reagrupan. Alrededor de Castillo: ideales de democracia, reformas económicas y políticas, búsqueda de igualdad y el interés de terminar con un larguísimo tiempo de neoliberalismo. Alrededor de Fujimori, en cambio, se agrupan intereses económicos y geoestratégicos.

Perder Perú es perder un socio clave del norte desde el intento de recuperar hegemonía con el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) y un gendarme para América Latina que agrupó detrás del Grupo de Lima los intereses de los factores de poder regional.

Con el reciente triunfo, Castillo se transformó en el presidente menos pensado, un hombre de Cajamarca, atado a la tierra que supo sobreponerse a las dificultades y se transformó en maestro rural.

En los debates cerraba sus intervenciones con “palabra de maestro”, desde allí conquistó al electorado de los sectores populares.

Su desafío será armar un gobierno realista, pero transformador, capaz de consolidar el voto que le dio la mayoría y atraer a sectores de la pequeña y mediana burguesía que le temen o le desconfían, en el marco de una campaña que resucitó viejos fantasmas previos a la caída del Bloque Soviético con publicaciones del tipo de, “No al comunismo”, y el despertar de una especie de anticomunismo “zombi”.

Intentaron confundir la realidad, algunos pueden haber pisado el palito, la mayoría no. Utilizaron la política del miedo y no de modo metafórico: empresarios amenazaban a sus trabajadores con despedirlos si el “maestro” ganaba.

Castillo se define como marxista leninista mariateguista. Se postuló por Perú Libre, pero no integra ese partido. Pertenece más a una izquierda plebeya que a círculos intelectuales. Es un católico evangélico, que personalmente no acuerda con el aborto ni con el matrimonio igualitario, aunque muchos de los que lo rodean sí. Habrá que ver cómo convivirán las diferentes corrientes que integran este triunfo.

Su gestión tendrá un Congreso en minoría y aunque manifiesta cierto desprecio plebeyo por las instituciones, seguramente no las podrá desconocer. Seguramente también, se vivan fuertes tensiones y quedará en él demostrar su capacidad para armonizar la diversidad de izquierda y progresismo.

Castillo asumirá y habrá discusiones y tempestades, pero no podrá perder de vista que el mayor problema lo constituirán las élites, que van a pretender accionar y resolver como lo han venido haciendo hasta entonces, con otros gobiernos.

Ellos no son institucionalistas ni ingenuamente democráticos. Defienden intereses económicos y privilegios políticos.

No sólo los peruanos sino todos los pueblos y gobiernos democráticos del mundo los estaremos observando para que se respete la voluntad popular.

*Eduardo Sigal es vicepresidente del Partido Frente Grande.

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