Nota editorial de Tesis 11. Sin el gobierno no se puede, sólo con gobierno no alcanza.

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De los múltiples incendios necesitados de sofocar al mismo tiempo, herencia del macrismo repotenciada por la pandemia, no caben dudas que el más acuciante es desde hace semanas la alocada disparada del dólar paralelo, conocido en plaza como “Contado con Liqui”, o por su sigla CCL.

Es una cotización que surge de una operatoria legal con títulos públicos y cuyo nivel superó en estos días el 120% al del tipo de cambio oficial, el mayorista, el que importadores y exportadores locales pagan y cobran por su operatoria internacional. Al cierre de este último viernes las respectivas cotizaciones eran $ 172,21 contra $ 78,13 por dólar. Vale destacar que aún siendo un mercado marginal y muy pequeño, su cotización es usada de referencia para la fijación de precios internos, soporte de la pulsión especulativa con los bienes que internamente se comercializan, aunque para su fabricación no requieran insumos importados ni se trate de bienes de ese origen. Resulta por eso también un instrumento de presión.

La disparada del CCL es una distorsión de raíz especulativa porque carece de base real que la sustente. Veamos: comparado con cualquier otro momento en años, el actual tipo de cambio oficial es competitivo; la balanza comercial externa (exportaciones menos importaciones) es superavitaria; luego de la reestructuración de la deuda con los bonistas, el  país está libre de compromisos externos por varios años; son estrictas las restricciones a la compra de divisas para atesoramiento; el turismo al exterior es prácticamente nulo en razón de la pandemia y existen reservas. Con estos datos y en perspectiva, la magnitud de divisas en poder del Banco Central será suficiente. Pero productores agropecuarios con espaldas anchas y las exportadoras retienen las cosechas y no liquidan las divisas de lo ya exportado, los importadores anticipan compras y pagos y los deudores con el exterior -bancos y grandes empresas- apresuran la cancelación de sus compromisos, muchas veces con sus casas matrices. Todos, en una acalorada carrera, se anticipan a una supuesta devaluación que propalan y fomentan, presionan para que se efectivice, aunque el gobierno reitera que ello escapa a su programa, consciente de que toda devaluación se trasmite a los precios, degrada el salario y el consumo del pueblo, ya por demás castigado y comprime el mercado interno. Todo en una secuencia que va a contramano de la concepción estratégica y política de una fuerza que se impuso que el neoliberalismo nunca más.

Más aún, traducido, una devaluación y la consecuente inflación no es otra cosa que implementar el ajuste, aunque recurriendo a otro mecanismo  Aterra el sólo pensar la explosión inflacionaria y sus consecuencias sociales y políticas si la devaluación se la equiparara con la actual diferencia de cotizaciones.

Sería ingenuo suponer que el impulso especulativo sobre el dólar se apoya sólo en la avidez por una ganancia extraordinaria. Basta revisar los títulos de los diarios  de las corporaciones mediáticas y los discursos de los gurúes y los de los operadores disfrazados de periodistas que se pavonean  con suficiencia ante las cámaras televisivas. Para no ser menos, la prensa internacional (Financial Times) también entra en el juego. Para todos ellos la única duda no es si habrá devaluación, sino cuando. Los operadores mediáticos de la derecha agregan su cuota de miedo y dicen sospechar que se devolverán convertidos a pesos los dólares depositados. Es que de lo que aquí se trata es de un proyecto político consistente en fomentar el descrédito, desgastar, enervar al pueblo con la suba sistemática de precios, desestabilizar al gobierno, ponerlo de rodillas, creando las condiciones que coronen en un golpe de Estado que restaure el neoliberalismo. Es parte del mismo proyecto que se emparenta con la variedad de afirmaciones y actitudes desestabilizadoras, banderazos y marchas incluidas,  que los personeros de la derecha vienen exhibiendo desde antes de la asunción del nuevo gobierno. Nada es casual.

El gobierno, en su afán por aminorar la diferencia entre cotizaciones y gobernar para todos, adoptó una variedad de medidas para incentivar la oferta de dólares y, para desalentar su demanda,  introdujo ajustes para hacer más atractivas las inversiones financieras en pesos. Se piensa así despertar el interés de los fondos de inversión que en la época de la bicicleta financiera del macrismo quedaron atrapados con el “reperfilamiento” de los títulos en pesos y que en la medida que van venciendo, buscan convertirlos a dólares para hacerlos volar al exterior. Hasta ahora el resultado de todas estas medidas es frustrante, con el agregado de pérdidas de reservas que el Banco Central canaliza al mercado para contener la avalancha compradora.

“Empezamos un tiempo distinto”, al decir del Presidente en su alocución del pasado 17. Y lo necesitamos. Ello también se debe traducir en medidas tendientes a dar estabilidad y previsibilidad al tipo de cambio. Pero en un país como la Argentina, con tan alta incidencia del capital concentrado, incluida la que ejercen sobre el sentido común del ciudadano, ello sólo es posible cuando el Estado ejerce como mínimo el control, la potestad sobre el ingreso de divisas. Es él el que debe manejar la Caja y no quedar subordinado a estímulos que en ciertos casos rememoran las “herramientas virtuosas” del neoliberalismo. Pero eso exige enfrentar a muy poderosos contendientes.

Lamentablemente la movilización y presión de la derecha, pero fundamentalmente la insuficiente movilización de las organizaciones populares, frustraron el proyecto para intervenir y expropiar a Vicentin. De haberse concretado, asociando luego a productores y cooperativas agrarias, hoy contaríamos con una empresa que por su envergadura y diversidad de actividades en las que opera permitiría contar con una empresa testigo y arma valiosa en el ámbito del comercio exterior, en la provisión fiel y segura de divisas,  redistribuidora regional de los ingresos y por su desempeño en la fabricación y distribución de alimentos, se constituiría en un formidable actor para conquistar la soberanía alimentaria de los argentinos.

Cierto que este proyecto se frustró, pero la multitudinaria y entusiasta movilización popular del 17-O, con su fervor, con su respaldo a la democracia y a pesar del sabotaje cibernético, puso en evidencia que el gobierno no está sólo y como pueblo organizado y movilizado está dispuesto a luchar en pos de los cambios necesarios para que como dijo Alberto Fernández, “empecemos el tiempo de la reconstrucción de la Argentina”. Que ello es posible también lo demostraron el pasado domingo los hermanos bolivianos que enfrentando a una dictadura vil y asesina, aupada por lo peor de la reacción interna y el soporte del poder imperial, en el marco de los rigores que para un pueblo empobrecido implica convivir con la pandemia, recuperó la democracia y se propone construir un futuro labrado con sus propias manos y el dictado de su corazón.

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