México: AMLO y el cambio de rumbo de la esperanza azteca

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Revista Tesis 11 Nº 135 (09/2020)

Edición dedicada a América Latina

(américa latina/méxico)

Roque Silles*

La historia política y social reciente de México exigía a gritos un cambio. El hartazgo y el enojo con el sistema instaurado por la derecha neoliberal gobernante han podido más que cualquier otro factor; y le brindaron esa posibilidad a AMLO, quien prometió “una transformación a la altura de la Independencia, la Reforma y la Revolución. Sin violencia, de manera pacífica”.

En las elecciones presidenciales mexicanas de 2018 el candidato de izquierda, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), ganó con la contundente suma de más de 30 puntos porcentuales por sobre una coalición de derecha e izquierda (compuesta por el PAN, el PRD y el Movimiento Ciudadano), y el conocido PRI (partido que ha sido gobierno gran parte de los últimos 30 años). En el que fue su tercer intento consecutivo de alcanzar la conducción del país del sur norteamericano, luego de haber perdido -de manera al menos “sospechosa”- en dos oportunidades anteriores, el pueblo azteca puso en sus manos un cambio de rumbo para el período 2018-2024.

Su propuesta política está basada en la lucha contra la corrupción, encarnada en todos los ámbitos de poder, degenerados y enraizados desde una lógica neoliberal que, lejos de buscar el equilibrio y la igualdad, propugnaba los mayores negociados entre las grande empresas del sector privado y el aparato estatal corrupto (principalmente en temas referidos a las adjudicaciones petroleras y el precio del combustible, impulsadas por el ahora ex presidente Enrique Peña Nieto, por ejemplo). En el eje de campaña no cesó de proclamar su futura lucha contra la corrupción, la descontrolada violencia de los cárteles de la droga, y buscar la mayor igualdad entre el pueblo mexicano, con medidas de tono social para beneficio principalmente de los sectores de la juventud, los adultos mayores, y los relegados campesinos.

En el aspecto internacional, su llegada al poder también le cambiaría la cara al continente latinoamericano: sumidos en los vaivenes neoliberales que gobernaban en ese momento en países como Chile (con su falso “perfecto modelo económico” y social), Argentina (y la llegada del poder especulativo que produjo la mayor deuda exterior de la historia del país), Ecuador (y la traición ideológica más urgente llevada a cabo contra  Rafael Correa, su antecesor), Paraguay, Colombia (y su permanente colaboración logística con sus patrones del norte), y Perú,  más los movimientos golpistas desarrollados en Brasil para alejar a Lula de la posibilidad presidencial, o la permanente búsqueda de injerencia e intervención en Venezuela, la llegada de López Obrador a México, sería el límite norte del intento popular, para que desde ahí, baje el eco nuevamente a toda América, buscando reflotar el sueño de la Patria Grande.

México ha sido una nación con historia de luchas y reivindicaciones. Ya desde la era pre-colónica fue un territorio vastamente ocupado por una gran diversidad de pueblos y culturas originarias de América, absolutamente heterogénea. Desde  la llegada de la colonización europea, con Hernán Cortés a la cabeza, el pueblo de México vio arrebatados sus derechos una y otra vez de manera violenta: el período de la caída de Tenochtitlan  durante el reinado de Moctezuma  en manos de los invasores españoles para transformarla en el Virreinato de Nueva España llevó apenas 14 años. Esa dominación se extendió hasta 1810, cuando curiosamente fue un sacerdote quién proclama “El grito de Dolores” llamando a la revolución y separación del reino de España, invadido en ese entonces por Napoleón. Entre luchas por la independencia, una primer Constitución de Apatzingán en 1813, y la posterior recuperación del poder del reino español, el intento independentista, muy disminuido en fuerzas, debió ceder en su lucha hasta que nuevamente los vientos de independencia lograron verse plasmados con el acta de independencia firmada el 27 de septiembre de 1821, y finalmente la Constitución de la República Mexicana en 1824. Luego vendría la Segunda República en 1843, y apenas 3 años después, la “intervención estadounidense”, a partir de la que se produciría la conocida apropiación de casi la mitad del territorio mexicano. También debería enfrentarse más tarde con Francia, por su deuda externa. La llegada del “porfiriato” (José de la Cruz Porfirio Díaz) marcaría el comienzo de la desigualdad social, con la concentración de tierras en manos de unos pocos terratenientes, en desmedro de los campesinos desplazados: 11.000 haciendas tenían el control del 57% del territorio nacional, mientras que el 95% de los campesinos carecían de tierras. De esta manera, se daban las condiciones para la nueva Revolución Mexicana de 1910. Allí, el pueblo mexicano se enfrentaría con los golpistas y dictadores de turno, bajo las órdenes de sus nuevos líderes: Emiliano Zapata, Pancho Villa, Venustiano Carranza y Álvaro Obregón. La historia que siguió merece un particular relato, en una próxima nota,  más detallado por su gran contenido, con la presidencia de Lázaro Cárdenas a la cabeza, como primer presidente post-revolución, desde 1934 a 1940. Pero el pueblo mexicano siempre volvió a blandir sus armas con el brazo del coraje, para recuperar sus derechos.

Sin embargo, esta vez, su nuevo presidente con modo cansino invita a ganar los objetivos a través de la paz. A dos años de su presidencia, no ha sido fácil. Si bien conserva un alto porcentaje de aprobación de su gestión (algunas métricas lo ponen con más del 60 %), lo que se veía como metas claras y directas, han encontrado sus escollos. AMLO se encuentra en muchas circunstancias, igual que el lugar socio-político de su país: se halla en medio de pujas, tironeos, necesita negociar hasta con sus fervorosos enemigos, y los vecinos no son de confiar. Sobre llovido, mojado, y aparece el universal COVID-19 para retroceder varios casilleros.

Es difícil establecer algún tema nacional como resuelto, cerrado. Ni los enunciados en campaña, ni los que fueron apareciendo en el devenir del período de gobierno. Como si no fuera un problema en sí mismo el límite, la extensa frontera con los EE.UU., AMLO debió agregarle el condimento de los “migrantes” centroamericanos que recorren todo México, de punta a punta para intentar ingresar al país de Tío Trump; y ante el rechazo del ingreso, quedan en un limbo legal y social, dentro del territorio mexicano. Esta oleada de familias enteras de diversos países de la región que intentan llegar a “la tierra de las posibilidades” no sólo acrecientan el riesgo de quedarse en el país, sino que, en el mejor de los casos, han saturado los refugios y políticas sanitarias dispuestas para su atención. Hasta la nueva Guardia Nacional se ve superada por las tareas de control de los migrantes, a pesar de sumar más de 90.000 efectivos.

Esa función distrae a la GN de la función principal para la que fue expresamente creada, y uno de los reclamos prometidos por AMLO en su campaña, e incumplido hasta ahora: el tema de la inseguridad. En ésta área no hay respuestas positivas que blandir, sino que por el contrario, a las situaciones aún no resueltas como la resolución del asesinato de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, entre otros asesinatos de orden político hacia muchos trabajadores y representantes campesinos o de organizaciones sociales, se le debe sumar un problema creciente de “femicidios” (asesinatos de género), que día a día va escalando y parece no tener techo; más aún, en circunstancias de encierro por motivo de la pandemia. Las mujeres se han agrupado y luchan denodadamente por la implementación de alguna política social que las proteja. Pero el sesgo machista que históricamente ha identificado a la sociedad mexicana, sigue vigente.

Donde sí se le debe dar crédito a la gestión es en la lucha del “huachicol”, el combate al robo de combustible que asoló enormemente a México, especialmente en su referente de PEMEX. Allí también se ha puesto el ojo ya que no sólo se trata del robo de combustible en manos de grupos de mafias organizadas, sino que también, desde el lado empresarial, los negociados en los contratos realizados durante la gestión del ex-presidente Peña Nieto, que producían grandes desfalcos al país.

Por otro lado, México ocupa el 8° puesto de infectados por Coronavirus; un lugar poco privilegiado en la escala mundial del COVID-19: ya ha superado la línea de los 600.000 infectados, y pronto superará los 70.000 fallecidos. Si bien se critica duramente la gestión de la pandemia y se discute si las acciones tomadas fueron o son las correctas, un porcentaje mayoritario tiene confianza en que al final del proceso no se verán muy afectados económicamente, o al menos, no serán muy perjudicados. Una perspectiva netamente positiva.

Por último, cabe mencionar el aspecto de la obra pública propuesta por don Andrés Manuel López Obrador. Sus iniciativas, si bien denotan claramente su visión progresista, no han encontrado el apoyo esperado, tal vez, porque desde algún lugar, toca distintos intereses que no están dispuestos o concientizados de las mejoras de los cambios. Uno de ellos, lo llevará a gastar más dinero que si lo hubiera llevado a cabo: el aeropuerto de Santa Lucía, en el estado de México. Se debió dar marcha atrás sobre el proyecto, cuando ya se habían invertido unos 5.000 millones de dólares, y la cancelación implica la colocación de otros 9.000 millones más, con lo que supera el monto que tenía originalmente la obra. Una calificación intermedia tiene la construcción del Tren Maya, en el sureste del país, que abarca 5 distritos, y se desplazará desde Chiapas, por unos 1.500 km de ferrocarril, atravesando espacios de la cultura originaria. La que si tiene aprobación clara de la sociedad, es la construcción de la “refinería de Dos Bocas”, en su estado natal de Tabasco, y con la que el gobierno asegura logrará una baja sustancial en el precio del combustible, y garantizará la autosuficiencia del mismo.

“Alea jacta est”. El pueblo mexicano votó por un cambio fundamental en la dirección de su destino político. AMLO no claudicó pese a los fraudes que lo dejaron afuera en las dos elecciones anteriores. Ahora le toca jugar su juego; negociar con Trump, su vecino del norte, capitalista neo liberal, impredecible. Con el tiempo veremos si su lento decir es para pensar “mientras tanto”; o si se somete al poder. Su posición no es fácil; no es sencillo comandar un país inmenso, con 140 millones de almas, de las cuales la mayoría fue abandonada por el estado en los últimos años, azolada por un país paralelo que sostiene el narcotráfico; un país industrializado por un lado, y campesino, por el otro, que requiere respuestas. Un país “de paso” para muchos migrantes extranjeros, y de emigrantes, que corren al norte en busca de mejoras laborales, o escapando del narco. Mientras tanto, es nuestro faro progresista del norte. Lugar ideal para tender un puente y sus ramificaciones, que renueven la esperanza de la Patria Grande.

*Roque Silles, miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11.

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