La historia sin fin. ¿Qué ocurrirá de ahora en más, tras la absolución de Donald Trump del impeachment, dentro y fuera del Partido Republicano?

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Revista Tesis 11 Nº 141

Edición dedicada a América Latina

(eeuu)

Manuela Expósito*

Rivalidades internas, discursos encendidos y una disciplina partidaria que no siempre es perfecta. El escenario, que una de las estructuras que domina la vida política estadounidense plantea de cara a 2022, será uno lleno de sorpresas e incertidumbre.

Cuando el pasado 13 de enero el Congreso de Estados Unidos logró reunir los 232 votos que se necesitaban para llevar a juicio político a Donald Trump, la atmósfera dentro del Partido Demócrata era de júbilo. La sensación de estar a tan sólo pasos de invalidarle al ex mandatario la posibilidad de volver a acceder a un cargo público, encontraba eco incluso por fuera de la estructura partidaria, ya que algunos republicanos se sumaron a la iniciativa que incluía dos cargos. Por un lado, el más grave, la incitación a la rebelión el día en que una turba de trumpistas tomó por asalto el Capitolio. Por el otro, las reiteradas declaraciones públicas del entonces presidente en que desconocía el resultado de las elecciones, aludiendo a un supuesto fraude en el conteo de los votos emitidos por correo. Pero el resultado de este proceso fue sorprendentemente negativo para sus impulsores. Tan sólo 57 congresistas –entre ellos, 7 republicanos- votaron a favor de condenar a Trump, cuando tendrían que haber sido 67 para cumplir con los 2/3 estipulados por la ley. 43 optaron por absolverlo.

Trump volvió a salirse con la suya, si recordamos que atravesó circunstancias similares hace años atrás, nuevamente en el marco de la disputa abierta que mantiene con su oposición. Fue el único mandatario en salvarse dos veces de un proceso que afectó a varios ex presidentes en la historia del país. El primero de ellos fue Andrew Johnson, vice de Abraham Lincoln, quien asumió tras el asesinato del líder demócrata en 1868. Le ocurrió lo mismo a otro co-religionario suyo más de un siglo después: en 1998, Bill Clinton fue procesado tras la demanda de acoso sexual iniciada por Paula Jones, en la que Monica Lewinsky se convirtió en polémica protagonista. En el espectro republicano, el caso de Trump tiene un antecedente en Richard Nixon en tiempos del Watergate. Sin embargo, la acción del Congreso cesó con su renuncia en 1974, algo que le dio los argumentos perfectos a los abogados del empresario para sostener que si era condenado, llevaría su caso a la Corte Suprema por inconstitucional, ya que actualmente no se encuentra en el poder y que es un privado, no una figura pública. Por ende, el impeachment no procede. La estrategia a largo plazo de sus oponentes –invalidar sus deseos de volver a presentarse como candidato en 2024- quedaron finalmente en un mero deseo. Pero  la historia no acaba aquí, ya que la actividad política en el país del norte y el futuro de su antiguo primer hombre fuerte, están lejos de agotarse.       

El silencio cómplice

A no pocos le llamó la atención las escasas palabras que el recientemente asumido Joe Biden le dedicó al asunto. En un discurso pronunciado hace semanas, se limitó únicamente a caracterizar a la democracia de su nación como “frágil” tras los incidentes ocurridos durante la votación que certificaría su mandato. ”Pese a que el voto final no llevó a la condena, el contenido de los cargos no está en disputa”, afirmó haciéndose eco de lo señalado por republicanos como Mitch Mc Connell, líder del bloque en la Cámara Alta, en relación a la responsabilidad de los dichos de Trump previos al asalto. El actual presidente insistió en que el sistema democrático debe ser defendido, añadiendo que “la violencia y el extremismo no tienen lugar en Estados Unidos, y que cada uno de nosotros tiene el deber y la responsabilidad como estadounidenses y, en particular como líderes, de defender la verdad y descartar las mentiras”. Apegándose a fórmulas comunes, Biden optó por la conservadora postura que lo ha caracterizado siempre, sin lanzar un ataque frontal hacia su contrincante.

Pero la moderación de su discurso se condice en parte con lo expeditivo del proceso de impeachment en sí. Tan sólo tres días le llevó a los representantes del pueblo definir el futuro político de Donald Trump: cuando se planteó la posibilidad de presentar testigos a declarar, y extender el proceso por semanas, los senadores de uno y otro bando rápidamente tomaron cartas en el asunto. ¿Cuál era el motivo para semejante apuro? La necesidad de que el Congreso quedara liberado para continuar con los nombramientos de los funcionarios propuestos por la actual administración, y seguir adelante con el tratamiento y posterior aprobación de los paquetes de estímulo económico por la pandemia. Con el juicio a Trump concluido, el ala del establishment demócrata podrá seguir resolviendo expeditivamente desde el poder la amenaza letal que el Co-Vid 19 ha representado para sus ciudadanos.        

¿Qué precio tendrá que pagar Joe Biden luego de la veloz votación y posterior absolución de su antecesor? Si los sectores progresistas dentro del Partido Demócrata comienzan a sospechar que se pueden canjear reivindicaciones a cambio de avances concretos, y que el diálogo con sectores díscolos del republicanismo puede llevar a acuerdos para “derechizar” la gestión, el problema comenzará a profundizarse filas adentro. De hecho, esta misma ala – encabezada por la NAACP, o Asociación Nacional para el Progreso de Gente de Color en sus siglas en inglés, y el estudio legal Cohen, Milstein, Sellers y Toll- ya ha interpuesto una acción judicial contra Trump y dos grupos supremacistas por su responsabilidad en la toma del Capitolio, amparándose en la Ley de Derechos Civiles. Algunos de los agentes de seguridad heridos durante el desarrollo de los acontecimientos también podrían unirse a la demanda. Biden nada ha dicho al respecto. ¿Estará de acuerdo?

La caza de brujas es intrapartidaria

Alguna vez Donald Trump dijo que podría dispararle a alguien en la Quinta Avenida, y aun así, no perdería un solo votante. Y lo que el impeachment probó fue justamente eso: él puede ser acusado de instigar un hecho gravísimo para la estabilidad institucional de su propio país, y a pesar de ello, la mayoría de quienes militan en su propio partido estarían allí para defenderlo. Claro que la mayoría no significa todos: los siete republicanos que votaron a favor de su condena (Richard Burr de Carolina del Norte, Bill Cassidy de Louisiana, Susan Collins de Maine, Lisa Murkowski de Alaska, Mitt Romney de Utah, Ben Sasse de Nebraska y Pat Toomey de Pennsylvania) ahora tienen que rendir cuentas a sus compañeros por su acto de rebeldía. Será por eso que otros, como Mc Connell, si bien apoyaron al inicio la investigación contra el ex presidente, luego votaron a favor de su absolución. Doble moral a la carta.    

Mc Connell hizo el siguiente razonamiento: si públicamente se desmarcaba de las decisiones tomadas por Trump durante su gestión –como lo hizo en varias oportunidades-, pero luego frenaba las críticas de los sectores más radicalizados del partido votando con sus pares, todo resultaría bien. Pero los cálculos pueden fallar, cuando se tiene a un ex mandatario enfurecido y con posibilidad de arengar aún como figura central de la derecha a sus tropas desde el púlpito de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, en sus siglas en inglés) en Orlando. Allí, el empresario atacó frontalmente al jefe de bloque republicano, acusándolo de destruir al partido y de minar el camino a las elecciones de medio término que se llevarán a cabo en dos años, al mismo tiempo que recomendó su expulsión. Más allá del problema que generaría una grieta profunda previa a los comicios, lo realmente preocupante es que se llegue a internas que den como resultado candidatos sin un apoyo popular significativo (algo que le ha ocurrido a los republicanos en el pasado). Y a las cabezas del partido ese es un escenario que les resulta pavoroso, por lo que la purga de los rebeldes puede ser un castigo factible.   

Trump ya dejó en claro que no va a abrirse por fuera del republicanismo para integrar una nueva fuerza partidaria. Y es evidente que se siente cómodo con la cuota de poder que ha ganado desde hace ya más de cinco años puertas adentro; después de todo, no tiene rivales que logren una adhesión del electorado tan alta como él para poner en jaque a los demócratas. Tampoco tiene tiempo que perder, porque ahora que ya no cuenta con el manto protector que le brindaba la presidencia, va a tener que enfrentar unos cuantos litigios que podrían amenazar su patrimonio. Entre ellos, investigaciones criminales, juicios civiles y por difamación, e incluso cargos penales por denuncias de abuso sexual. Uno de ellos fue iniciado por E. Jean Carroll, columnista de un medio gráfico que lo acusó de violación, mientras que Summer Zervos, quien fuera concursante en el reality show del empresario “El Aprendiz”, lo llevará ante la justicia por cargos similares. Ambas han afirmado que Trump las difamó tildándolas de mentirosas. El ex mandatario también deberá someterse a una investigación llevada a cabo por el fiscal de distrito de Manhattan, que asegura que la Organización Trump cometió fraude fiscal. Va a ser un largo año para un agitador profesional y su equipo legal,   que pondrá a prueba las habilidades del empresario para tornar las cosas a su favor. ¿Podrá hacer gala de un acto de prestidigitación tan bueno como el de su contador al momento de elaborar su declaración de impuestos?

*Manuela Expósito, licenciada en ciencias políticas UBA, integrante de la Comisión de América Latina de Tesis 11.

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