FIFA: el partido es contra Rusia

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Juan Chaneton*

Revista Tesis 11 (nº 113)

(Internacional)

El reciente descubrimiento de la corrupción en la FIFA por parte de la Fiscalía General de los EE.UU. dispara varios interrogantes. Uno de ellos se resume en la fórmula ¿Por qué ahora y no antes?  La nota que sigue avanza en la respuesta planteando un escenario en el cual la lucha ideológica contra Rusia aparece como el designio anglosajón de desprestigiar al único enemigo estratégico que tiene el imperialismo con capacidad de desbaratar sus demenciales planes de dominación mundial.

La Federación Internacional del Fútbol Asociado (FIFA) ha ido ingresando, paulatinamente en las últimas décadas, en el estatus de “asociación ilícita”, esto es, ha devenido espacio conclávico y opaco en el cual se tejen maniobras comerciales y financieras que involucran miles de millones de dólares en torno de decisiones referidas a temas tales como qué país tiene el derecho de organizar un mundial, qué empresas patrocinan ese acontecimiento deportivo y cuáles grupos mediáticos ingresarán a sus arcas los derechos de televisación de los partidos.

El resultado está a la vista. Una urdimbre de sobornos, lavados y procederes mafiosos ha sido expuesta, a la vista de todos, bajo los inclementes reflectores de las cámaras que hacen pública exhibición de truhanes de pelaje vario chapaleando en el barro de una miseria moral que parece acompañarlos desde la cuna.

Esto ha ocurrido ahora y no antes, aun cuando antes ya todo olía a podrido en la FIFA. Y la pregunta ineludible ¿por qué ahora? involucra, en su respuesta, a Rusia como sede del mundial 2018. Aunque, para que todo no sea tan explícito, se mencione también a Qatar 2022 como fruto de un trámite sospechoso.

Sin embargo, hay una cuestión previa sobre la que nadie plantea interrogante alguno: ¿por qué Estados Unidos? Y si algún periodista se animara a exponer sus dudas sobre el punto, ello, además de una muestra de seriedad profesional, significaría cumplir, desde el lugar de la ética, con una opinión pública a  la cual el periodismo debe servir del único modo que puede hacerlo, esto es, brindándole las claves que le permitan, si no asomarse a todo el recorrido de la cloaca, sí por lo menos comenzar a entender quiénes son los actores de este entramado saturado de inmundicias, hasta dónde y de qué modo han delinquido los que aparecen comprometidos y con qué legitimidad cuentan los acusadores para tomar asiento en la poltrona reservada a los fiscales.

Que la fiscalía general de Estados Unidos haya intentado la iniciativa en este caso es como si Robledo Puch imputara el delito de robo de bancos a Vitete Sellanes. Nadie lo tomaría en serio, no porque tal delito no haya existido sino porque la conducta previa que venía desarrollando el denunciador lo descalificaría para señalar a alguien como autor de un delito.

Desde ya dejo planteada la excepción de defensa anticipada mediante el siguiente ejercicio de prolepsis. Yo no creo que la falacia ad hóminem sea siempre una falacia. El lugar desde el que se impugna debe exhibir un mínimo de honorabilidad pues, de lo contrario, la impugnación se cae sola. La reputación de la señora Loretta Lynch (la Gils Carbó de los EE.UU.) queda completamente a salvo en cuanto a su distinguidísima persona. Pero ella, en este “issue”, representa, por caso, al violador de su propia madre, es decir, a los Estados Unidos.

Carecen de autoridad moral la administración de ese país y sus poderes legislativo y judicial para autoerigirse en abanderados de la lucha contra la corrupción. Hasta los periodistas que escriben en los diarios de la derecha  aluden al pasado y al presente violento y guerrerista de unos Estados Unidos que siembran el dolor y la muerte en todo el mundo con sus propias tropas o con tropas interpósitas, asesinando civiles y alentando y financiando el terrorismo, derrocando gobiernos y ejerciendo la corrupción mediante el lavado de dinero negro que financiaba, ayer, a la “contra” nicaragüense y, hoy, al Estado Islámico (EI), su propia criatura.

Hoy, además, en Delaware se lava dinero y se esconde el producto sucio de la evasión. Delaware es un paraíso fiscal situado en los Estados Unidos. A la señora Lynch le preocupa el lavado que se hace en Nueva Jersey pero no el que tiene lugar en Delaware, y eso que son Estados limítrofes.

Una vez más: a Estados Unidos nunca se lo puede tomar moralmente en serio, por más esfuerzos que uno haga.

Que esos periodistas de la derecha ecuménica, no obstante, batan palmas y se congratulen por la injerencia estadounidense en la FIFA y clamen al cielo implorando “God Bless América” (así, América con acento, aunque el título vaya en inglés y aunque los ingleses no usen acentos), no oscurece lo principal: se trata de un país que, en el ápice de la hipocresía, anuncia que ha descubierto la corrupción en el fútbol y que va a intervenir en nombre de la transparencia, la moral y las buenas costumbres. La nota que le pide a Dios la bendición para “América” es de Sebastián Fest y se puede leer en el suplemento “Cancha Llena” de La Nación digital, Buenos Aires, Argentina.

Si el dinero de las eventuales coimas era depositado en bancos de Nueva Jersey, ello no constituye  argumento que habilite a un Estado  -ajeno por completo al eventual raid delictivo- a intervenir ordenando detenciones en Suiza a través de su propia policía (FBI).

Ello sienta el precedente de aceptación, por parte de la comunidad internacional, de un conato de gobierno global cuyo poder judicial pretende ser el poder judicial del mundo unipolar en el cual los Estados Unidos se han autoerigido en “centro” en cuyo derredor debería girar el resto de las esquirlas y fragmentos de naciones que, en realidad y de aceptar esa situación, no serían tales sino provincias vasallas de un imperio cuya última ratio es la fuerza militar.

Es lo que denunció el presidente Vladimir Putin en la XI Conferencia del Club Valdai, realizada en noviembre de 2014: “…cuanto mayor sea la lealtad al solo centro de poder mundial, tanto mayor será la legitimidad de este o aquel régimen de gobierno”. Eso es lo que pretenden los Estados Unidos: que todos, en el mundo, bajen la cabeza y marchen en línea con sus políticas geoestratégicas. Allí han posado la vista. Y divisan algunos obstáculos que intentan remover. El principal: el eje Moscú-Pekín.

Los delitos que habilitan la jurisdicción universal son los que taxativamente menciona el artículo 5º del Estatuto de Roma (NR: es el instrumento constitutivo de la Corte Penal Internacional): genocidio y crímenes de lesa humanidad, de guerra y de agresión. Y aquí estamos, en cambio, apenas, frente a un lote de coimeros irredentos, uno de los cuales, para más datos, está asociado al Grupo Clarín en la razón social Torneos y Competencias, circunstancia puntillosa y prolijamente callada por la “prensa seria” de nuestro país.

En verdad, la Federación Rusa ya ha hecho méritos suficientes como para ingresar a esas estúpidas listas negras que confeccionan, cada tanto, las administraciones demócratas y republicanas. Recientemente, el cursus honorum de  Rusia incluye su actuación en el tema de las armas químicas en Siria que impidió la intervención militar que pergeñaba el Pentágono; la posición de Moscú en las negociaciones sobre el programa nuclear iraní que empujó al Estado sionista  -y al demente que lo encabeza-  a una banquina en la cual lo único que le cupo hacer fue rumiar su irrelevancia; y la clara posición del Kremlin en la cuestión de Corea del Norte, país sempiternamente calumniado por los que le dictan a Obama lo que debe hacer en aquellos lugares del mundo en los que no tiene la menor idea acerca de lo que debe hacer.

Todo cierra cuando recordamos la estatura estratégica de  los principales actores de la política mundial. El grupo de países satélites de Estados Unidos agrupados en la sigla UE (Unión Europea) ha devenido  -desde que Francia renunció a la doctrina soberanista del general De Gaulle-  una pieza menor que se mueve al arbitrio del eje anglosajón-israelí. Enfrente, China es el único actor que puede hundir  en las simas de la bancarrota a la economía mundial con bases en Wall Street y Londres por la vía de la posesión de la casi totalidad de los bonos de la deuda estadounidense. Y Rusia es el Estado que tiene la capacidad de reducir a cenizas a la maquinaria militar norteamericana.

En efecto, la  MAD (Mutual Destruction Asserted o destrucción mutua asegurada) de la guerra fría sigue estando ahí, lozana y vigente, como probabilidad siempre renovada.

Y por eso, los hacedores de política del Council on Foreign Relations (CFR) saben, como Mao, que el poder nace del fusil y, por ende, han enfilado sus cañones, en primer término, contra Rusia, la potencia militar que los iguala y que, incluso, los supera en algunos campos de la tecnología militar.

La competencia con Rusia es total y a muerte. Se librará, tal vez, en todos los frentes. Por ahora, el cultural es uno de ellos y no el menos importante. El frente cultural genera consensos positivos y negativos. Es fuente de legitimidad. La pérdida de esta última es la antesala de las derrotas políticas y éstas constituyen el preludio de la catástrofe para el que resulte perdidoso.

Se trata de la lucha ideológica, que es la guerra puesta en registro simbólico. Y contra Rusia, ya  lo intentaron en el pasado reciente.

Las “pussy riot”  devinieron patéticos títeres pintarrajeados con la cabeza lo suficientemente hueca como para que en su interior cupieran los eslóganes manufacturados por la inteligencia “made in MI5”, es decir, el espionaje inglés.

Estas “rockeras”, en su momento, curtieron la “estética punk”, trepadas a la cual dijeron cosas como éstas: “…Somos parte del movimiento anticapitalista mundial, que lo forman anarquistas, trotskistas, feministas, autonomistas”. Se lo dijeron a la revista alemana Spiegel.

Nadezhda Tolokónnikova  -Nadia para los amigos-  soltó esta frasecilla cuando abogaba por la “libertad de expresión” en Rusia. Corrían los años 2000 y poco más, y la  ideóloga anti-Putin supo agregar entonces: “… El poder nos jode, y parece que al pueblo le gusta; jodamos, pues…”.

Con inocultable acento “mayo francés”, a la bella Nadia sólo de faltó agregar prohibido prohibir o alguna otra tontería por el estilo, como las que solía burilar aquel agente sionista hoy bien pagado y jubilado de apelativo Cohn Bendit.

Esto se llama batalla ideológica. Se trata de colocar al enemigo en situación de ser percibido por la opinión pública mundial en un lugar desdoroso, en el caso, en un lugar reñido con la práctica y defensa de las libertades públicas y de los derechos humanos. Estas “pussy” tenían guionada su parte en la tragedia: eran el comienzo de una operación política orientada a crear condiciones para la protesta pública y, más allá, para el derrocamiento del legal gobierno ruso. Fracasaron. A lo que parece, el pueblo  apoya a Putin en cifras cercanas al 80 %.

Enseguida vino el tema de la represión a los homosexuales, algo que el propio Putin demostró que no era tal pues hizo pública (para  un desinformado occidente) la legislación rusa en la materia que sólo persigue la pedofilia y la incitación  y práctica del comercio sexual con menores.

Pero sigue dejando huellas esta calumnia. En los últimos días que han corrido, un periodista argentino de televisión comenzó a proferir disparates que atribuían homofobia al gobierno ruso, a tal punto de que  -afirmaba el muy fresco-   los jugadores de fútbol homosexuales que visitaran Rusia para el mundial de  2018 no iban a rendir a pleno por temor a las golpizas, a las persecuciones y a los vejámenes que, seguramente, sufrirían en el seno de una sociedad donde el grito putiniano resuena con los lúgubres ecos de los tambores de guerra: muerte a los homosexuales.

Esta patraña también fracasó, aunque los medios occidentales siguen batiendo el parche y dan mucho espacio a las parejas de “rusos que se vienen a casar a la Argentina”, por ejemplo.

La penúltima ofensiva contra Rusia, en esta lista breve que no se agota aquí, vistió los atavíos de la falsificación histórica. Y no es un acto uno y único que nace y muere en la coyuntura. Aquí estamos ante una secuencia que recién empieza. El imperio anglosajón ha comenzado a reescribir la historia porque la verdadera historia prestigia a una URSS cuya continuidad jurídica en el concierto de las naciones es la Federación Rusa, es decir, la Rusia de Putin, la que ostenta en su bandera los mismos colores de la  Revolución Francesa, bien que no en forma vertical sino horizontal.

El nuevo guión que pretenden enseñarle a una opinión pública occidental siempre a punto para caer en las redes de la manipulación mediática dice que a los prisioneros de Auschwitz los liberó Ucrania y no la URSS; que el comienzo del fin para los nazis no fue la heroica Stalingrado y el genio militar del mariscal Zhukov, sino el desembarco de los aliados en Normandía; todo ello remachado con el acto mezquino y ruin de Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos de boicotear la conmemoración del 70º aniversario de la derrota nazi realizado el 9 de mayo en la Plaza Roja de Moscú.

Es que contar la verdadera historia va a contrapelo de lo que se propone EE.UU. con Rusia: aislarla y desprestigiarla para, algún día, barrerla del mapa y apropiarse de este vastísimo y rico país, uno de sus únicos (junto a China) enemigos estratégicos.

Quieren someter al mundo. En Valdai, Putin también dijo: “Las medidas contra los que se rehúsan a someterse son bien conocidas y han sido probadas muchas veces. Incluyen el uso de la fuerza, presión económica y propagandística, injerencia en asuntos internos, apelación a cierta legitimidad “supralegal” cuando hay que justificar una solución ilegal en este o aquel conflicto y el derrocamiento de regímenes molestos. En los últimos tiempos hemos sido testigos de un chantaje abierto en contra de determinados líderes…”.

El móvil de la transgresión perpetrada por Estados Unidos en su última maniobra dirigida contra Rusia es interrumpir el creciente proceso de adquisición de prestigio que, a los ojos de todo el mundo, tiene a Rusia como actor principal. Han tomado nota de que el fútbol es demasiados importante, en términos políticos, como para dejarlo en manos de los que saben de fútbol. Entonces, se meten. Con plata todo se puede. Hasta imponer este juego como deporte nacional a un pueblo al que le gusta el básquet o algunas otras aburridas chorrerías.

Pero a ese pueblo tampoco le gusta la guerra y sin embargo lo llevan de la nariz a cuanta guerra  los Rockefeller, los Morgan y los Rotschild deciden que hay que ir. Han estado unos años jugando al fútbol y participando en mundiales y hasta, incluso, jugando no del todo mal. Ahora viene la parte en que querrán imponer reglas nuevas a ese deporte, vía dominar primero la FIFA. Por ejemplo, que esas multinacionales que son los clubes europeos tengan derechos exclusivos y excluyentes sobre los jugadores extranjeros que compren. De prosperar esta chicana parida por mentes de comerciantes insomnes, ya poco veremos a Messi por estas pampas, a Luisito Suárez del otro lado del río y entre los árboles, y a Neymar haciendo “sombreros” en el Maracaná como el que nos obsequió hace pocos días, cuando el Barcelona jugó contra un desorientado Athletic Bilbao.

Lo cierto es que Rusia ha recuperado, como pueblo, lo que los gringos creyeron que el agente Gorbachov y el adicto no recuperado Yeltsin habían destruido para siempre: el orgullo nacional y la mística que los hace  -a todos los rusos, incluso a los de Donbass, en Ucrania-  pertenecer a una misma y  ancestral unidad política y cultural. Y con las sanciones  económicas  -que dañan a Rusia pero no la doblegan- no alcanza. Hay que redoblar, entonces, la lucha ideológica. Una Rusia organizando exitosamente el mundial de 2018, tornaría menos creíbles los intentos de demonización de ese gran país, que la CIA y el MI6 (servicios ingleses para el extranjero) vienen guionando para el New York Times, para el Wall St. Journal, para el Post y para los “formadores de opinión” del mayordomo europeo.

En suma, la FIFA es, lo decíamos al principio, una sociedad para delinquir dedicada a robar dinero en complicidad con las empresas que esponsorean, con los medios que televisan y con los bancos que lavan más y mejor. Pero a los bribones y tunantes que protagonizan el innoble tráfago delictivo no los puede señalar en ese carácter un actor que es de la misma ralea. De hecho, la señora Loretta Lynch ha actuado sólo contra la FIFA, no contra sus cómplices y ello se debe a que los cómplices son tropa propia.

Y  a  que  -este es el punto-  no es la corrupción  -que los EE.UU. conocían desde hace décadas-  lo que mueve a estos increíbles cruzados de la ética. Su razón es otra: han descubierto que el fútbol espectáculo es una trinchera más en la lucha ideológica que libran contra Rusia, el único actor mundial que los desafía con sólo bregar por la paz, por la democracia y por un orden multipolar en el mundo, brebaje indigerible para un imperio en decadencia que sólo vive de la sangre y se nutre con la muerte.

Y a los que ven “el lado positivo” del asunto y graznan a coro “god bless America” porque sin “America” los delitos no se habrían conocido, hay que decirles que todo este batifondo los muestra precisamente a ellos, a esos periodistas deportivos,  en su verdadera estatura moral ya que, conociendo el tema, nunca escribieron una sola línea a favor de la pureza y el candor. Y, lo que es también grave,  revelan su espíritu de temerosa obsecuencia para con el amo del mundo. Nunca una línea de coincidencia con aquellos que se desgañitaban contra Havelange y contra Blatter, que los hubo.  Pero, eso sí, ríos de tinta ahora, lamiendo el pis que segrega un gobierno norteamericano bajo la forma de un ambarino efluvio que los moja, en primer lugar, a ellos.

Y para cerrar. Cuando Putin se declaró a favor de la continuidad de Blatter (quien luego renunció)  en realidad parecía plantear que a Blatter, en todo caso, lo debería sacar cualquiera pero jamás unos recién venidos que pretenden ir ahora con los mismos métodos con que fueron contra Assange y contra Snowden, cuentas impagas, éstas, que, por otra parte, nadie les reclama, hasta hoy, a los Estados Unidos.

*Juan Chaneton, periodista, abogado, analista político. Colaborador eventual de Tesis 11.

7/6/2015

(Día del periodista)

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