Colombia: Un pueblo movilizado

Compartir:

Revista Nº 143 (06/2021)

Edición dedicada a América Latina

(colombia)

Montserrat Olivera*

“Los pueblos como el de Colombia y de tantos otros países latinoamericanos, han vivido una política de la muerte que se pone en evidencia con la pandemia. Los jóvenes son la población de la resistencia, y en esta juventud predominan las mujeres aguerridas que salen en defensa de los intereses de cada uno de los habitantes de sus pueblos. Los jóvenes son la población de la resistencia.”

MUJERES: protagonistas en esta lucha.

Desde que comenzó a visualizarse esta lucha en el país hermano de Colombia, hemos podido observar los videos que nos muestran las movilizaciones de muchos jóvenes y mujeres que toman protagonismo en estas contiendas callejeras.

También se ha podido constatar con alegría y satisfacción en medio de tanto dolor, que Francia Márquez, mujer, negra, feminista, es una líder que se postula para presidente en Colombia, y que pareciera se pone al frente en esta pelea por un orden institucional más humanitario y de mayor igualdad para todos.  Obtuvo un premio por su reconocimiento en el mundo por la lucha por los más vulnerables. Trabaja sobre todo con las poblaciones indígenas, negras, afrodescendientes y con las mujeres dispuestas a comprometerse en lo social.

En estos momentos estos movimientos llaman a una movilización desde el arte, la espiritualidad, la cultura y la creatividad con expresiones juveniles, a pesar de que el gobierno sólo da señales de guerra. Sostienen que los pueblos no se rinden, ya que se erigen como generaciones del aguante y pretenden cambiar esa política de muerte.

Qué sensación agradable producen estos hechos en medio de tanta tragedia, insatisfacción, represión y muerte generada por varones autoritarios que siempre sintieron que podían ellos solos digitar el modo de conducir un país, y hoy estamos constatando que en estas luchas son las mujeres batalladoras que antes quedaban en sus casas guardando a los niños, quienes salen a pelear por los niños, por ellas, por la dignidad del ser humano, enfrentando las balas y las metrallas de los poderes generados por varones y que parece que sólo sirven para matar, torturar, producir horror en las poblaciones más vulnerables, y que sólo pretenden vivir dignamente con lo nuestro, con lo que les corresponde.  

Los pueblos como el de Colombia y de tantos otros países latinoamericanos, han vivido una política de la muerte que se pone en evidencia con la pandemia. Los jóvenes son la población de la resistencia, y en esta juventud predominan las mujeres aguerridas que salen en defensa de los intereses de cada uno de los habitantes de sus pueblos. Los jóvenes son la población de la resistencia.

Este gobierno, de Iván Duque, de tinte neoliberal, hizo trizas el acuerdo por la paz que se quiso acordar con los movimientos sociales que pedían el cese de la represión en medio de estas movilizaciones y que llevan varios días desde el 28 de abril reclamando que se los escuche. Los derechos humanos fueron violados, desde el momento de imponer la reforma tributaria, luego de haber aguantado 20 años de uribismo que conllevó al hambre y al destierro a miles de compatriotas colombianos.

Las movilizaciones de la población se producen luego de varios intentos en los que trataron de lograr negociar con el gobierno, para llegar a acuerdos en que se los tenga en cuenta en sus necesidades básicas. Al no ser satisfechos, el modo que tienen es convocar a paros que se vienen sucediendo desde hace ya más de un mes.

El paro nacional declarado desde el 28 de abril, tuvo una respuesta de represión total en Cali, porque Uribe pretende una masacre con “criterio social”, para acabar con la minga indígena en el Cauca.

Los reclamos se deben, por solicitar una renta básica universal de por lo menos un salario mínimo, la defensa de la producción nacional (incluyendo artesanal y campesina), detener las erradicaciones forzadas de cultivos de uso ilícito y aspersiones aéreas con el cancerígeno glifosato, subsidio a las pymes, defensa de la soberanía y seguridad alimentaria y matrícula universitaria gratuita. No discriminación de género, diversidad sexual y étnica y el fin de las privatizaciones.

La respuesta a estos reclamos populares, fue la naturalización del asesinato a quienes se manifiestan y organizan desde la izquierda. Esta operación de control ideológico, tan provechosa para el ex presidente Uribe, comenzó a quedar puesta en cuestión cuando el candidato de izquierda a la presidencia Gustavo Petro, obtuvo la más alta votación lograda por un abanderado ajeno a la oligarquía. Esto se produjo, por un hecho trascendental debido a la articulación de sectores urbanos y rurales disímiles: obreros, campesinos, indígenas, afrodescendientes, estudiantes, hombres y mujeres, integrantes de la diversidad sexual. Sindicatos, comités populares y juveniles en todos los barrios posibles.

Lo cierto es que las fuerzas populares nunca habían alcanzado un grado de combatividad y conciencia política tan pronunciados en todo el territorio de Colombia.

Los manifestantes del paro se dividen en dos grupos: “los civiles” y los “guerreros”. Los civiles marchan, debaten, informan y hacen resistencia simbólica: cantan, bailan, escriben, derriban estatuas. Los guerreros se dividen en “Líneas”. La L1 es defensiva y poética: sus “escuderos” protegen a los “civiles” y a las otras líneas. Sus escudos son antenas de televisión, señales de tránsito, tablas, escudos remendados del Esmad, souvenir de algún combate glorioso. “La L2” es la línea de choque: blanden garrotes y lanzan piedras y explosivos caseros y relanzan cilindros lacrimógenos, o los sofocan. Las armas de fuego están prohibidas: no conviene luchar en este desventajoso terreno. Los “ingenieros” de la L3 construyen las barricadas y hacen maniobras de distracción con punteros láser para cubrir los ataques de la L2. La L4 está compuesta por médicos y enfermeros de todos los estratos sociales y defensores de derechos humanos y la prensa libre que se mueve juntos entre líneas.

La L5 es alquimista: suministra las “máscaras antigases” (pañuelos empapados de vinagre) y bolsas de leche o una solución de agua con bicarbonato, para evitar las quemaduras de los gases. También son estrategas en caliente que dan instrucciones y lanzan gritos de batalla.

En las marchas, hay “guerreros” encargados de evitar que se infiltren los “cólicos” amigos de lo ajeno y entusiastas del vandalismo. Esta labor la realizan en conjunto con la comunidad, que colabora, pero que también puede, en un rapto bipolar hacer vandalismo encubierto.

El “comedor” y la “enfermería” están dentro de la zona protegida por las barricadas. Los insumos para el combate y los alimentos los suministra la comunidad del “punto de    resistencia”, pero también reciben apoyo de otros barrios, de manos de estudiantes y empleados que se han hecho amigos de los “guerreros” en las marchas y de las madres de estos civiles que no ven al guerrero como un monstruo encapuchado, sino como el hijo que no tuvo el privilegio del estudio ni la oportunidad de un trabajo.

En los estratos bajos y medios el apoyo al paro es incondicional. En los estratos altos hay señores, muy pocos por fortuna, que disparan sus fusiles sobre la turba desde los pisos altos de sus lujosos edificios, pero también señoras, quizá sus esposas, que les suministran, a escondidas alimentos a los “guerreros”.

Muchos civiles acuden a los “comedores” en busca de un plato de comida. Hay “guerreros” que solo ahora están comiendo tres veces al día. Algunos no consumen toda su ración y guardan una parte para llevar alimento a su casa.

No hay jerarquías en la estructura de las líneas, pero sí líderes que comandan las operaciones porque fueron bomberos, soldados, agentes de seguridad privada, estudiantes del SENA, la Universidad o de las cajas de compensación.

La sorpresa: todos estos muchachos tienen formación política. Unos pocos la adquirieron en los libros; los demás cursaron tres materias duras: el hambre, la injusticia y la exclusión.

En Cali, en Papayán, Pereira, Bogotá, Medellín, Barranquilla y toda la geografía nacional, el paro ha generado incomodidades y dificultades en abastecimiento. En Colombia tumbó dos ministros y una reforma y tiene a otro tambaleando. Puso sobre la mesa discusiones cruciales, construyó puentes de solidaridad, mostró las agudas carencias de la clase baja, la precariedad de la clase media, la mezquindad de un sector de la clase alta, la cobarde complicidad de las autoridades civiles con los abusos de la policía y el caso aberrante, con los traquetos que organizaron un safari contra la minga indígena en Cali la tarde de un domingo.

El paro mostró el delgado barniz demócrata de esta Dictadura Mafiosa de pacotilla y exhibió ante el mundo su verdadera faz: una facción corrupta, inepta, indolente y sanguinaria.

Mientras el pueblo se organiza, los organismos internacionales, medios de comunicación y los “Defensores” de la democracia, brillan por su ausencia. Estigmatizan a líderes sociales y defensores de derechos humanos, más allá de algunas declaraciones, en las que se ponen en una vergonzosa neutralidad entre los asesinos y las víctimas.

En septiembre de 2020, la movilización social se activó como respuesta violenta al asesinato del abogado Javier Ordóñez en un Centro de Atención Inmediata de la Policía de Bogotá. Ordoñez muere producto de la brutalidad policial, que agudizó la represión en diversas ciudades sobre todo en la Capital.

Los jóvenes no temen perder. Manifiestan que “hemos perdido, que ya no nos importa perder la vida, estamos dispuestos a todo”. Es claro que a la política de la muerte la enfrentan con la política del cuidado, con la que siempre han intentado construir el mundo, en el cual tienen el cuerpo y el trabajo. Han podido construir relaciones entre vecinos que han permitido reconocerse como individuos víctimas de la política de Estado.

La violación de Derechos Internacionales es asumida con total impunidad por el Estado. Los “escuadrones de la muerte” salen en las noches con camionetas blindadas, armas de corto y largo alcance, y lesionan, hieren y asesinas a las personas. También el aparato judicial es lento en acelerar investigaciones, y proceder al esclarecimiento de la verdad, ya que esos policías y militares desplegados actúan con total anuencia del Estado matando a los jóvenes que nunca son apresados.

La Reforma Tributaria fue la gota que derramó la copa. Se lo quiso llamar Ley de Solidaridad Sostenible, pero la gente no cayó en la trampa. Y la presión social fue tal, que las calles de toda Colombia, se inundaron de movilizaciones nacionales.

La última medición revelada en Colombia sobre la intención de voto de cara a las elecciones presidenciales de 2022, refleja una amplia ventaja de Gustavo Petro con un porcentaje del 52,8%. El país ve que la única persona que tiene propuestas para sacarlo de varias crisis es Gustavo Petro. Es la primera vez que el senador Petro aparece derrotando a Fajardo que es el segundo en intención de voto con un 42.3% en una última medición. Esto genera el susto de los corruptos.

Con este panorama hoy contamos con una situación de violencia que persiste. Sesenta muertos, cientos de heridos, miles de prisioneros y todo un pueblo que no se doblega ante la violencia desatada, violencia que proviene tanto de las fuerzas represivas del gobierno asesino, como también de grupos paramilitares que atacan a las marchas y vigilias pacíficas siendo el principal blanco, jóvenes que luchan, gente humilde y multitudes movilizadas que han decidido salir a las calles con las únicas armas de sus cuerpos y las razones de justicia social.

En este momento se ha censurado y se ha clausurado la posibilidad de transmitir por fb la situación de múltiples asesinatos que se están produciendo en toda Colombia. Se teme que se organicen más masacres ya que se siente la militarización en Cali y en el departamento del valle del Cauca anunciada por un breve discurso por orden del presidente Iván Duque.

Lamentablemente los Organismos Internacionales, no son tenidos en cuenta por este gobierno actual. Incluso varios fueron rechazados o invitados a retirarse de Colombia, mientras se constata la situación represiva y de muerte hacia los opositores a esta Dictadura. Muchos nos preguntamos qué diferencia se produciría si los muertos se produjeran en Venezuela, Cuba, Bolivia o Argentina.

Son momentos durísimos que la memoria histórica de los pueblos de América Latina y el Mundo, no olvidaremos y llegará el día en que los pueblos harán justicia para construir ese otro mundo con el que soñamos.

En los últimos días, nos enteramos que la lucha continúa y la represión no se queda atrás. El cantante y líder social Junior Jein fue asesinado en Cali el 11 de junio, por paramilitares del Estado colombiano. La policía dispara contra los manifestantes y líderes sociales y el Estado colombiano también utiliza su herramienta paramilitar para reprimir, asesinar y amedrentar a la población.

La burguesía narcotraficante de Cali, articulando sus ejércitos privados con la propia policía, ha asesinado a decenas de personas durante estas últimas semanas. El cantante Junior Jein, “El Cabaio”, precisamente en días pasados se manifestaba acerca de los asesinatos cometidos en los cañadulzales de Cali, acerca de las masacres y desapariciones forzadas a manos de las fuerzas represivas del Estado para intentar sofocar la reivindicación social, cantando: “¡Ahora soy yo, el que va a escandalizarse, con la fuerza de los gritos de Rubi Cortés en los cañadulzales, le exijo a la justicia que este caso se aclare, y que no quede impune como casi siempre hacen! ¡La vida de los negros no importa nada; lo primero que dicen es “andaban en cosas raras!””.

 Es el Estado colombiano el que está asesinando a la población colombiana.

Como cantaba Junior Jein y como claman ciudades y campos de Colombia: “¡El pueblo no se rinde, carajo!”

*Montserrat Olivera, licenciada en psicología, integrante de la Comisión de América Latina de Tesis 11. Con la colaboración de Juan Kratz, integrante de la Comisión de América Latina de Tesis 11.

Deja una respuesta