Chile: Los Albores de una Esperanza.

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Revista Nº 149 (04/2022)

Edición dedicada a América Latina

(américa latina/chile)

Claudio Esteban Ponce *

Los tres primeros años de la década del setenta del siglo XX, hace ya medio siglo, fueron para la República de Chile los tiempos en que los jóvenes soñaron con la construcción del “Hombre Nuevo Latinoamericano”. Luego de aquella “primavera política”, el país trasandino se hundió en una profunda oscuridad. Los tiempos del Terrorismo de Estado chileno marcaron a fuego el camino que la sociedad debió seguir durante más de cincuenta años, influyendo aún en los “hipotéticos gobiernos democráticos” que siguieron a la dictadura de Pinochet. Las luchas iniciadas en octubre de 2019 por una mayoría juvenil que nació lejos del autoritarismo pinochetista, arrollaron el espacio público con el objetivo de “torcer el brazo” al poder concentrado y con ello a la continuidad de la derecha conservadora. Soportando una violenta represión que la gestión de Piñera pretendió justificar como una guerra contra un “ejército subversivo” que ponía en peligro al país, discurso al mejor estilo del período dictatorial, las nuevas generaciones desbordaron a la vieja conducción política acorralando a una derecha que se creía impune. Aquella rebelión popular abrió la posibilidad de constituir un nuevo país.

La nueva gestión de Gabriel Boric, electo presidente de Chile por el 55% de los sufragios emitidos en la segunda vuelta electoral, asumió el 11 de marzo de 2022. Este gobierno se presentó al mundo y a su propia sociedad con características muy poco tradicionales, compuesto en su mayoría por jóvenes y mujeres, se puede considerar al renovado Estado chileno como la primera administración de América Latina joven y feminista. Con una ceremonia que mostró un “liturgia política” que preanunciaba sus intenciones componedoras e incluyentes, el primer mandatario dejó un mensaje a su alianza gobernante, a las instituciones intermedias de todo el país, incluyendo además, a los sectores siempre marginados de la historia de Chile. Estos grupos excluidos de todo derecho, tales como  los pueblos originarios de la zona de Araucanía, el movimiento feminista o los estudiantes, fueron aquellos que lucharon para que las nuevas generaciones accedan al gobierno. Esta forma de iniciar, de asumir la responsabilidad de la nueva Administración, abre la posibilidad de recuperar aquel único proceso verdaderamente democrático que fue quebrado por el paroxismo autoritario de la dictadura de Augusto Pinochet. El gobierno de Piñera, decidido a poder finalizar su mandato, tuvo que aceptar y avalar la convocatoria a una asamblea nacional para reformar la constitución. Esta medida, si bien no frenó del todo la protesta juvenil que permaneció aun a posteriori del plebiscito, mostró una abrumadora mayoría en contra del Chile conservador. La redacción de una renovada Carta Magna le dio al pueblo chileno la potencial acción de construir una nueva Nación. Esta labor de la Asamblea Constituyente que todavía sigue trabajando en la Ley Fundamental, no es sencilla ni tampoco fácil de lograr, a pesar de la abrumadora mayoría que estuvo a favor de la reforma, esto no garantizó que todos los “constituyentes” puedan ponerse de acuerdo en la redacción de los artículos que profundicen la igualdad de derechos. De todos modos una sensación de esperanza comenzó a percibirse en los sectores populares.

El triunfo de la alianza Convergencia Social que conduce Gabriel Boric, hizo posible que Chile se convierta en el primer país del continente que logró constituir un gobierno signado por la conducción juvenil, toda una transgresión en una nación caracterizada por el conservadurismo tradicional de una oligarquía enquistada desde los tiempos coloniales. Ahora bien, el entusiasmo no debe impedir estar atento a las acciones de la derecha que, si bien perdió las elecciones, para nada está derrotada en un país en donde casi la mitad de su población votó por un candidato de características neo-nazis. La nueva gestión tiene todo por hacer y tiene una oportunidad histórica, pero no sería exagerado admitir que enfrenta una lucha muy ardua contra ese poder económico concentrado que, con el acostumbrado apoyo del imperialismo norteamericano, intentará sabotear de todas las formas posibles los cambios que las nuevas generaciones pretenden hacer realidad en el país trasandino. Se pudo observar, por la toma de ciertas decisiones, que el nuevo gobierno se impuso resolver algunas cuestiones que considera más urgentes, instruyendo a los ministerios a cargo de resolver las mismas. El ministerio del interior, a cargo de Izkia Siches, tendrá que atender el tema más inminente de la migración y la violencia en la región de la Araucanía, como así también la delincuencia ligada al narcotráfico. Desde ya que la joven ministra advirtió que los resultados no serán inmediatos. En segundo lugar, el nuevo gobierno debe establecer un programa de acceso garantizado a la salud, debe hacer factible pensiones dignas sin el sistema de las AFP, con el agregado de una reforma que haga realidad un sistema educativo público, gratuito y de calidad. Todas estas expectativas, nada fáciles de lograr por cierto, han quedado en manos de la dupla Jackson-Mario Marcel en la conducción del Ministerio de Hacienda. El tercer motor de la nueva gestión está en manos de la ministra Antonia Orellana que junto al equipo político que integran con Camila Vallejo darán el necesario enfoque de género que caracteriza a la nueva Administración, haciendo de la misma la primera Gestión gubernativa que podríamos llamar orgullosamente feminista. Por último, los objetivos de la “Convergencia Social” apuntan a mejorar la calidad de vida de los chilenos, o sea, mejores salarios, cuidado del medio ambiente y mejoría en los transportes. Indudablemente son muchas deudas con el pueblo las que deja la derecha tradicional siendo además muy complejas de abordar a corto plazo. Si bien no la tienen fácil, esta “juventud maravillosa” que se animó a intentar una transformación en un país con una tradicional estructura de carácter autoritario, está dando una muestra de valor al enfrentar a todos los problemas a la vez aunque no tengan posibles resultados en un futuro inmediato.

La Historia de Chile, sus tradicionales padecimientos y costumbres, se han convertido en un enorme sobrepeso que hace dificultoso transitar por el sendero del cambio cultural. El reciente incidente policial en la plaza Baquedano puso en evidencia aquellos malos hábitos de la represión y la necesidad urgente de reformular todas y cada una de estas actitudes despóticas e intolerantes. Cierto es que la reacción de Camila Vallejo y del gobierno en general fue rápida, a la vez que se anunció una reforma estructural para los Carabineros. Lo mismo con las demandas estudiantiles que ya se organizaron saliendo otra vez a la calle a los efectos de reclamar por la gratuidad y la calidad educativa. Estas actitudes parecieran mostrar el deseo y la expresión de un movimiento juvenil que pretende que la nueva gestión no se quede estancada en el probable argumento de las relaciones de fuerza y sus posibilidades, sino que apure los trámites en pos de hacer factible las metas explicadas en la propuesta electoral. Si bien es cierto que el nuevo gobierno tiene el deber de esperar la sanción de la nueva Constitución, esa Ley Fundamental que puede ser el instrumento clave para fundar una nueva nación, el mismo no se puede quedar de brazos cruzados mientras la Asamblea siga trabajando. Se torna imprescindible llevar adelante ciertos cambios que no pueden esperar y el anuncio de Vallejo es uno de ellos. La “reforma estructural” de las fuerzas de seguridad, con más precisión la de los Carabineros, se presenta con características urgentes ya que desterrar para siempre la represión política y social es una meta a conquistar. Para alcanzar todos los objetivos que se propuso el joven colectivo gobernante, sean tácticos o estratégicos, se hace necesaria una política educativa que genere conciencia comunitaria y reconocimiento del semejante. Revisar la propia historia de la República de Chile y replantear aquel “peso de la noche” del que hablaba despectivamente Diego Portales[1], se ha convertido en la tarea fundamental de una juventud que luchó contra el autoritarismo y los “resabios” de una cultura heredada del Terrorismo de Estado.

La “Convergencia Social” se ha convertido en el instrumento político que el pueblo chileno posee como una posibilidad y oportunidad para profundizar la Democracia y el Estado de Derecho. Pero no un Estado ni un Derecho regido por el imperialismo, sino una construcción social y política que tienda a una mayor equidad y respeto por el prójimo. Un Estado que haga posible una mayor distribución de la riqueza y una menor concentración de la misma en manos de los opresores. La construcción de un nuevo “Chile” se presenta como una política demasiado compleja y poco realizable, pero no es imposible. Como diría García Linera[2], la izquierda siempre confronta con lo difícil. Los militantes de la juventud que asumieron la conducción del país abrieron una puerta a la esperanza, solo queda que ésta no se desvanezca en la inacción. Como tantas otras veces, se espera que la actual alianza gobernante no cometa los mismos errores de la gestión de Michelle Bachelet. Así como la República de Chile fue el primer experimento del imperialismo estadounidense en imponer, a través del golpe de Estado pinochetista, una política neoliberal, hoy, después de medio siglo de historia,  puede convertirse en el primer país de América Latina cuyo gobierno sea la gestión de un movimiento nacional, popular, joven y feminista, que lleve adelante un nuevo proyecto de nación.

*Claudio Esteban Ponce, Licenciado en Historia, integrante de la Comisión de América Latina de Tesis 11. 


[1] Jocelyn Holt Letelier. El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica. Ariel, Buenos Aires, 1997.

[2] García Linera, entrevista realizada en la Radio de las Madres por el periodista Daniel Tognetti.

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