Socialismo, democracia y esperanza.

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Claudio Esteban Ponce*

El nuevo gobierno Michelle Bachelet abre una nueva posibilidad para el socialismo chileno. Tiene la oportunidad de saldar las deudas que quedaron de su anterior presidencia, y aún más, tiene la ocasión de llevar adelante las transformaciones necesarias que hagan de Chile un país más libre, con mayor igualdad y desarrollo en la inclusión social. Para ello deberá enfrentar a los intereses externos y a los poderes internos concentrados, continuar los pasos truncos del gran Salvador Allende, nada fácil por cierto, pero la política siempre llama a la esperanza y al realización de las utopías.

El comienzo de un gobierno democrático que accede al poder por el voto popular siempre es motivo de fiesta cargada de ilusiones. La esperanza renueva sus fuerzas y se define como una palabra que puede resultar análoga al significado de utopía. No se puede vivir sin esperanza y siempre escondemos alguna utopía que nos motiva a seguir adelante en la lucha que implica el desarrollo de la vida.

En la República de Chile juró un nuevo gobierno. Michelle Bachelet, representante de una alianza de sectores de izquierda, ganó las elecciones e hizo factible el retorno del socialismo chileno por segunda vez en el siglo XXI. La división interna de la derecha chilena y la unión de sectores progresistas, aun en sus diferencias, hicieron posible el deseado retorno. El desgaste de la gestión anterior y las demandas de los estudiantes primero, y los trabajadores después, contribuyeron a la victoria del conglomerado de partidos mayormente renovadores.

¿En qué situación recibe el país la nueva administración? ¿Podrá la nueva presidenta mantener la unidad de su alianza que conlleva en su interior diferencias metodológicas e inclusive ideológicas? ¿Podrá hacer factible las promesas electorales referidas a la deuda social y la reforma educativa? ¿Se logrará al menos poner en debate la necesidad urgente de una reforma constitucional?

Si bien Bachelet no juró por la “moribunda constitución” en una República que demanda profundos cambios, la nueva gestión promueve una actitud en la sociedad donde la ilusión de esas transformaciones se visualizan como posibles. Indudablemente el camino que debe comenzar a transitar la presidenta reelecta no se presenta de fácil acceso y por lo pronto cargado de peligros. El gobierno anterior logró una posición macro-económica bastante favorable desde una apertura a los mercados a partir de los tratados de libre comercio que el país había firmado, con un crecimiento del 5% o el 6% anual, aunque este último dato se encuentra en retroceso. Esto que puede parecer una cifra alentadora no se condice con la realidad social y política del país trasandino. El crecimiento que logró Chile en su administración anterior careció de una distribución adecuada. Como sostiene Aldo Ferrer, el crecimiento no implica desarrollo.

Según datos expresados por Pedro Brieger, el gobierno que encabeza Bachelet recibe un Chile donde el 1% de la población concentra el 32,5% de la riqueza del país. Donde el 5% más rico gana 257 veces más que el 5% más pobre, y donde la mayor parte de la población carece de derechos básicos como el acceso a la educación y a una salud pública gratuita. Frente a esta situación, y con promesas electorales pendientes, la alianza que llega al gobierno se ve urgida por demandas que implican una profunda transformación.

La presidenta recién asumida propuso una reforma impositiva que haría posible atender los reclamos del área educativa, fundamentalmente cumplir con las promesas de gratuidad para los estudiantes universitarios. Esto no presentaría problemas en lo inmediato ya que la alianza cuenta con mayoría en ambas cámaras. Ahora bien, una cuestión es ponerse de acuerdo para una reforma impositiva entre los parlamentarios de un frente que ya muestra sus grietas, y otra muy distinta y mucho más compleja es lograr los requisitos para una reforma constitucional. Si el verdadero objetivo es hacer morir la ley fundamental heredada e impuesta desde la dictadura pinochetista, la lucha será ardua y cruenta contra los poderes concentrados de la economía y el conservadorismo de la República de Chile. Si a esto le sumamos que los EEUU volvió a girar sus cañones apuntando a la “destrucción” de los gobiernos transformadores de América Latina, es menester reconocer que la flamante presidenta electa se juega una parada muy difícil.

Más allá del complejo escenario, Bachelet puede elegir acercarse más a sus hermanos latinoamericanos. Puede girar su política exterior y elegir la UNASUR, el Mercosur y apoyar la creación del Banco del Sur, pero para ello deberá rever su posición en el plano externo lo que pareciera ser casi imposible que en este plano sea avalada internamente. El futuro siempre es una hoja en blanco, allí se pueden escribir páginas de gloria o se puede continuar con los “dictados” de quienes se creen con el derecho a decidir sobre la vida de las mayorías.

El nuevo proceso político chileno recién comienza. Se sabe que siempre es espinoso lograr mayor igualdad y más justicia en el sistema capitalista. En realidad, la verdadera democracia nada tiene que ver con el capitalismo, es más, ambos sistemas son profundamente contradictorios, pero en este mundo actual y globalizado los seres humanos no hemos podido superar el egoísmo, solo seguimos intentando. Aunque los logros en este ámbito sean o parezcan pocos, siempre son logros, y si América Latina está en senderos de cambio, Chile puede acompañar en este proyecto. Así como los jóvenes estudiantes chilenos están expectantes, desde la Argentina estamos deseando que Bachelet comience a escribir páginas gloriosas.

*Claudio Esteban Ponce, licenciado en historia, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.

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