Salud o economía

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Revista Nº 136 (10/2020)

(teoría)

Jorge I. Chocron*

La falsa disyuntiva entre economía y pandemia. La verdadera “herencia recibida” y las consecuencias de la emergencia sanitaria. La recesión, la desocupación y el déficit fiscal según las diferentes miradas. El escenario del día después y la pregunta del millón, ¿en manos de quien quedará la recuperación de la economía mundial?

Una oposición desilustrada, con un fuerte componente fóbico y más vocación de ser contraria que patriótica, generalmente cae en el absurdo de gritar ¡Viva la muerte! sólo porque la actual gestión de gobierno expresó ¡Viva la vida! Esa gente termina siendo parte del problema y no de la solución, porque para ellos y como resultado de esa misma ignorancia, lo que reviste verdadero valor no es “que se hace” sino “quien lo hace” y a partir de ese dato asumen su posición política. Por esa razón le imputan al kircherismo “fomentar la vagancia” por medio de los planes sociales (AUH), cuando los datos del INDEC revelan que el macrismo los triplicó. Toda su “ideología” no tiene más vuelo que un rechazo de origen visceral por el peronismo, cualquier manifestación de lo popular y en general todo lo público.

El común denominador de esas personas es el egocentrismo, cuando mencionan el concepto de “libertad”,  no se refieren a una generalización que involucre a todo el colectivo social, sino más bien a una demanda personal, no aceptan ni comprenden que el derecho público tenga prioridad sobre el interés privado, cuando en verdad es la propia Carta Magna en su artículo 19 la que define la cuestión sin dejar espacio de duda. Ese < target >, resulta muy permeable a la idea de que la cuarentena es una manifestación de “dictadura” y que la economía demanda mayor atención que la pandemia, ese es el actual discurso de la derecha pero los datos de la realidad muestran cifras que lo contradicen.

Superada a la fecha el millón de victimas mundiales por Covid 19, los dos países que van al frente en materia de muertes son EE.UU con más de 205.000 decesos seguido de Brasil con más de 142.000 mil, curiosamente los mismos estados cuyos gobiernos subestimaron el riesgo sanitario hablando de “resfriadito” o “gripesita”, lo interesante es que según las proyecciones realizadas por el FMI para estos dos países la caída de sus PBI sería del 8% y 9,1 % respectivamente, muy por encima del 5,2 % que estima el Banco Mundial como promedio para todo el planeta[1]. Pero quizás el mejor contraste por similitud lo presente el binomio Suecia-Noruega. Estos dos estados que comparten una amplia frontera y similar condición climáticas y de desarrollo, por decisiones dispares de sus gobiernos arrojaron resultados muy distintos, hasta junio Suecia con el doble de población que su vecino confirmaba 51.405 muertes por Covid 19 mientras que Noruega para esa  fecha no superaba los 11.000, pese a esto, el PBI sueco se contrajo 8,6 % en el segundo trimestre, mientras que para su vecino la retracción fue del 6,3%  según datos de la revista Forbes. Queda claro que la globalización del comercio mundial no eximió a nadie de la tragedia.      

Pero existe otra cuestión que también desnuda la falaz antinomia “Economía vs Salud”  para lo cual utilizaré un ejemplo real que bien podría reproducirse en varias partes del mundo.

En una penitenciaría de Escocia tuvieron que liberar a casi todos los reclusos, -muchos con tobilleras de rastreo-, y sólo quedaron aquellos que habían cometido delitos graves. Sucedió que a causa de un importante foco de Covid-19 el personal de guardiacárceles, médicos, enfermeros, psicólogos, administrativos, se negaron, – asamblea de por medio-, a concurrir a ese lugar de trabajo. Si bien en todo el mundo se dieron liberaciones masivas como cuenta el periodista Raúl Kollmann en nota de Página 12, por el motivo de que las cárceles son lo contrario a la idea de aislamiento, y además, existe circulación de personal que entra y sale de esos lugares propagando la infección. El caso de Escocia reviste un interés particular porque la liberación de reclusos no fue una decisión gubernamental por asesoramiento de infectólogos y tampoco se trató del reclamo de los abogados de los internos, lisa y llanamente el personal del penitenciario se negó a presentarse en su lugar de trabajo por entender que se les paga por un servicio y no por poner en juego su salud, su vida y menos aún la de sus seres queridos.     

Ahora bien, ¿Qué puede pasar si el coronavirus se vuelve incontrolable, si la famosa curva que se debe aplanar directamente se sale de la pizarra? ¿Qué pasa si se vuelven cotidianas las imágenes que vimos en Ecuador de gente que murió en la puerta del hospital porque dentro no había más camas ni otros recursos?, ¿Cuánta diferencia objetiva existe entre el peligroso hacinamiento de las cárceles y el que puede percibirse en un taller de costura, un frigorífico, en muchas fabricas ocultas detrás de la fachada de un domicilio particular, una tornería, la cocina de un restaurante, etc.? Lo que podría pasar si el virus se vuelve incontrolable, es un fenómeno nunca antes visto pero no por ello imposible, una resistencia civil a presentarse en los lugares de trabajo, es decir, la generalización del caso de la penitenciaria de  Escocia pero a nivel global, HECHO QUE PROVOCARÍA UN IMPACTO SOBRE LA ECONOMÍA MUCHO PEOR que una cuarentena administrada que separe las actividades en esenciales y no esenciales y las regiones según los datos epidemiológicos de cada una.

Entonces queda al desnudo la falsa disyuntiva entre economía y pandemia que promueve la derecha. Si la curva se escapa de la pizarra se perderían las dos batallas sobre una trágica montaña de cadáveres como sucede en EE.UU, Brasil o Suecia.

Seguramente algún lector diría: “ …pero eso de la “resistencia civil” no puede ser porque la gente necesita comer y sería imposible sin ingresos, ¡es una cuestión biológica..!” –remataría-. Pues bien, existen dos informes separados del Banco Mundial donde se muestra que buena parte de la población de nuestro país podría por un tiempo considerable negarse a asistir a su lugar de trabajo. El más reciente del  2018 y da cuenta que pese a todo el desastre que significo el macrismo, Argentina sigue siendo el país de de la región que ostenta la mayor clase media[2]. El otro informe es anterior y se trata de un cuadro  presentado en televisión en el programa del economista Maximiliano Montenegro, allí se revela que nuestro país en el contexto de Latinoamérica tiene la mayor acumulación privada de dólares por habitante, a esto se puede agregar que según datos del BCRA, a fines del año pasado había US$175.000 millones “en el colchón” o en alguna de las 24.000 cajas de seguridad que se calcula existen. Efectivamente, en nuestro país hay mucha gente en condiciones de optar por quemar sus ahorros antes de terminar en una cama de hospital con un caño de respirador en la boca y pronóstico incierto.

Un posible colapso de los tres subsistemas sanitarios: público, de obra social y privado por el simple efecto del pánico generalizado, borraría de hecho las actuales categorías de trabajadores “esenciales” y “no esenciales” para dar lugar a otros dos nuevos grupos: los que tienen espalda económica para prescindir del salario y los sectores más vulnerables que viven al día sin posibilidad alguna de ser parte de la “resistencia civil” y el peor escenario sería, que a dicha resistencia adhiriesen también los profesionales del sector sanitario con la misma argumentación que los trabajadores de la cárcel de Escocia.   

LA VERDADERA “HERENCIA RECIBIDA”

“Existe un inaudito borrón y cuenta nueva respecto a la pésima gestión económica para la mayoría de la población durante el gobierno de Macri y las secuelas que ha dejado en la sociedad…”, sostenía el economista Alfredo Zaiat en nota de Página 12, mientras que el editorialista de Ámbito Financiero, Pablo Tigali expresaba en el título de su trabajo: “La situación de la Argentina demanda que sus ciudadanos tomen consciencia de cuál era la situación previa al Covid-19, para entender lo que pasa y lo que viene..”.

Para no hacer muy extensa esta nota, voy a dar sólo algunas cifras que revelan la magnitud de la herencia que recibió Alberto Fernández y su equipo. La deuda externa que en el 2015 representaba el 44% del PBI al finalizar la gestión de Cambiemos pasó a ser del 92%,  la fuga de capitales en ese período fue de 95.000 millones de dólares según informe del BCRA y la inflación interanual del 2019 llegó al 55%. En marzo del 2020 acumulábamos 21 meses de recesión, caída del consumo, inversión y desplome de las importaciones, las tarifas de servicios públicos aumentaron 1.700%. El desempleo finalizó por encima de 10%, desde el 6.5% en 2015, según datos de la UCA, pese a la incorporación de 124.000 nuevos empleos públicos, hubo un considerable aumento de monotributistas y los planes sociales se triplicaron. Se cerraron 24.000 empresas. Las Leliq que reemplazaron a las Lebac y eran sólo para los bancos, llegaron a constituir un déficit cuasifiscal (del BCRA) de un billón de pesos, casi el total de la Base Monetaria por acumulación de intereses que llegaron al 79% anual por el derecho a renovación semanal, una medida para evitar que la banca comercial, -única gran beneficiaria del modelo-, tuviese la intención de dolarizar sus enormes activos en pesos. De este modo, la gestión de Cambiemos destruyo uno de los engranajes esenciales que hacen al funcionamiento de cualquier capitalismo serio, la cadena de distribución del ahorro social al crédito. En este escenario y dos meses después llegó el virus. “Sobre llovido mojado” diría mi abuela.

LA PREGUNTA DEL MILLÓN: ¿EN MANOS DE QUIEN QUEDARÁ LA RECUPERACIÓN DE LA ECONOMÍA MUNDIAL?

El Papa Francisco en una de sus tradicionales homilías en el Vaticano expreso: “…el neoliberalismo es incompatible con el cristianismo…”, y si bien entiendo que es muy acertado el comentario de Francisco, me ocuparé de demostrar que esa incompatibilidad va mucho más allá de lo religioso.   

Para poner en contexto la dimensión de la tragedia económica, según datos de la CEPAL,  sólo en América Latina la crisis inducida por el coronavirus provocaría el cierre de más de 2,7 millones de empresas y la pérdida de al menos 8,5 millones de puestos de trabajo.

Pero antes de ingresar en el tema que sigue, necesito realizar una breve introducción dado que la experiencia me indica que muchos lectores no son afectos a la lectura sobre economía. En términos doctrinarios no existe diferencia entre el Liberalismo a secas y lo que se conoce como Neoliberalismo, por más que el marketing político presente este último como “lo novedoso”. El prefijo “Neo” se refiere a la incorporación de la Teoría Monetaria nacida en la escuela de Chicago que ha tenido como mayor exponente al economista Milton Friedman (Nobel 1976), pero ese agregado no alteró en nada los axiomas del Liberalismo clásico fundado en los escritos de Adams Smith, La Riqueza de las Naciones editada en 1776 y el Tratado de Economía Política de Juan Say editado en 1803 que se conoce como la “Ley de los mercados o leyes de Say”. Sin duda estos autores junto a David Ricardo han sido pioneros y hasta me permito decir “revolucionarios” en la época que les toco vivir, pero claro está, la religión y la ciencia son cosas distintas, la primera no se discute y la segunda está sujeta a revisiones.   

Por su parte la Teoría Monetaria, que sería la cara moderna del Neoliberalismo, es extremadamente discutible. La inflación no es un problema estrictamente monetario como manifestó de modo tajante Friedman y alcanza como ejemplo la Argentina actual, donde a causa de la pandemia se emitió de manera descomunal y la respuesta inflacionaria está por debajo a la dejada por la gestión anterior que se jactaba de no emitir, sin duda hay otros factores. Y también es discutible la idea de combatir el problema inflacionario subiendo la tasa de interés, sobre esto Keynes decía que: “…era ese tipo de remedio que antes de curar la enfermedad matan al paciente…”, porque genera desinversión por dos vías: encarece el costo financiero de las empresas en actividad y desmotiva el ingreso de nuevas al negativizar el valor del trabajo y el riesgo cuando la utilidad financiera superan la amortización de los bienes de capital. En resumen, la parte nueva del Neoliberalismo es muy cuestionable y la vieja redactada hace más de 200 años de seguro habrá sido virtuosa en su tiempo.          

Si bien a principio de esta nota califiqué a la derecha política como desilustrada en líneas generales, la derecha económica no lo es y sería injusto imputarle esa calificación, porque además no se perciben en su oratoria los ‘microfascismos’ más propios del electorado de derecha, pero padece de otra patología, es al extremo doctrinaria y se resiste a cualquier ejercicio epistemológico sobre sus axiomas. Vamos a un ejemplo, estando Federico Sturzenegger en la anterior gestión al frente del BCRA sostuvo que: “…yo cada vez que escucho la palabra inflación voy a buscar mi arma poderosa…. ¡subo la tasa de interés..!”. En verdad esa inflación era esencialmente de costos y no de exceso demanda, que sería la razón para subir las tasas de interés, igualmente la estrategia es muy discutible por las razones ya expuestas. Se trata de una actitud claramente dogmática.

Volviendo a lo nuestro, no existen dudas que superado el Covid-19 el planeta ingresará en una profunda depresión económica, que como tal, tiene su epicentro en el brutal incremento de la tasa de desempleo,  en tal sentido, el peor error que podrían cometer los Estados es confiarle a los alumnos de la Escuela de Chicago la enorme tarea de la reconstrucción, si así fuese, otra vez diría mi abuela “sobre llovido mojado”.

Llegado a este punto resulta necesario realizar una segunda introducción. Los autores clásicos de la economía, incluyendo al propio Marx[3], daban por sentado la Ley de Say la cual sostenía que “toda oferta genera su propia demanda”, ese era un presupuesto básico e indiscutible en la hoja de ruta del capitalismo hasta que un alumno egresado de la Universidad de Cambridge, John. M. Keynes apareció en la escena del mundo académico invirtiendo la ecuación al sostener que: “es la capacidad de la demanda la que condiciona la oferta” provocando la inmediata adhesión de las nuevas generaciones de economistas.

Esto que para muchos lectores podría ser un simple juego de palabras es fundamental, veamos, en todos los países existen dos tipos de inversiones, la pública y la privada, ese es el combustible que mueve la rueda de la economía. Si por la fuerte tasa de desempleo la demanda se vuelve insuficiente el sector privado deja de invertir, y más aún, comienza a despedir trabajadores aumentado críticamente la cantidad de desocupados con el serio riesgo de ingresar en un espiral recesivo, dado que desocupación y demanda escasa conforman un modelo que se retroalimenta pero hacia abajo. Esto es así porque la inversión privada y conforme a lo que Keynes sostenía, requiere de una demanda preexistente (mercados) mientras que la inversión pública no, dado que el Estado no puede quebrar. Entonces, si la inversión global está compuesta por la suma de la pública y la privada, al decaer esta última, achicar el déficit fiscal, que es la obsesión de todo economista liberal, termina siendo tan beneficioso como apagar el fuego con nafta. Por esto la estrategia keynesiana para salir de la depresión es que el Estado a través de la obra pública genere fuentes de trabajo hasta que el salario de esos trabajadores construya un piso de demanda efectiva motivando al sector privado a invertir para lo cual también tiene que generar empleo. Logrado el objetivo de reactivar la economía, el Estado vuelve a su nivel de inversión original.

Por desinformación o quizás abusando del desconocimiento general sobre estas cuestiones, algunos economistas de modo irónico afirman que: “…los keynesianos están enamorados del déficit fiscal…” Sin duda se trata de una distorsión. Ese cuestionamiento se le hizo recientemente al economista Carlos Heller en un programa de TV y respondió: “…ese asunto es como la discusión sobre el aborto, ¡Nadie está a favor de que la gente aborte…!” –  y claramente nadie está “enamorado” del déficit fiscal, se trata de una medida extraordinaria para atender una situación de extrema gravedad, pero además existe una razón técnica, si el desplome de la demanda con una enorme tasa de desempleo se perpetuán en el tiempo, el tan indeseable déficit fiscal, lejos de desaparecer surgiría por la caída de la recaudación tributaria.

Cuando el presidente Alberto Fernández sostiene: “yo ya sé cómo se hace para recuperar la economía” lo que está diciendo es lo que se expone en esta nota. A su lado y ocupando la cartera de Hacienda está Martín Guzmán, quien fuese mano derecha del Premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, uno de los economistas keynesianos de mayor prestigio mundial.

LOS ANTECEDENTES

Siempre que se habla de Keynes inevitablemente el apellido se asocia con la Gran Depresión de EE.UU. que se inició con  el desplome de la bolsa en octubre de 1929 seguido por un largo periodo de recesión. La angustiante situación parecía no tener salida hasta que los ciudadanos estadounidenses optaron por un cambio de gobierno en 1932 y el demócrata Franklin Roosevelt fue el vencedor de las elecciones, así nació el New Deal, un ambicioso programa de obra pública para modernizar las infraestructuras del país. Estas construcciones ayudaron a crear empleo y beneficiaron a las regiones más empobrecidas de los EE.UU.

También se implementó un incremento salarial, se creó un seguro de desempleo y un esquema de subsidios federales para nuevos emprendimientos, al tiempo que se establecían nuevas regulaciones laborales en beneficio de los trabajadores.

No solo se actuó para proteger a quienes se hallaban en una situación de vulnerabilidad por falta de empleo, también se destinaron recursos económicos en ayudas para los jubilados. La Social Security Act de 1935 permitió conseguir fondos para este propósito financiado a través de impuestos a las bebidas.

Para poner freno a la caída de muchas entidades financieras se autorizó a la Reserva Federal a concederles créditos sobre títulos de propiedad. El estado asumió un mayor control de la banca a través de la Banking Act de 1933. El sector financiero quedó fuertemente regulado para evitar nuevas quiebras.

Si bien el New Deal por sí mismo no logró alcanzar el pleno empleo, sacó a EE.UU del abismo al cual ingresó en octubre del 29’ y la eminente participación del país en la Segunda Guerra Mundial completó la tarea generando más fuentes de trabajo. En definitiva ya sea levantando diques o fabricando armamento “el gran empleador” era el Estado. Finalizada la Segunda Guerra Mundial y sobre las cenizas de Europa y Japón, EE.UU ostentaba nada menos que el 50% del PBI mundial.

A diferencia de la Gran Depresión provocada por el crack bursátil, la segunda del 2008 engendrada también en los EE.UU tuvo su origen en la crisis inmobiliaria, en un conjunto de bonos de viviendas colocados en el mercado por los principales bancos de ese país.  Sucedió que comenzaron a ofrecer créditos hipotecarios al por mayor, sin que fuera necesario comprobar ingresos, tener un historial crediticio y con tasas de interés cada vez más altas. Cuando los flamantes deudores hipotecarios dejaron de pagar dichos créditos porque el precio real de los inmuebles eran muy inferior en relación al monto del préstamo, los bonos fueron poco a poco disminuyendo su valor hasta que en 2008, surgió pánico en los inversores haciendo que los mismos reclamaran por sus activos dando lugar a una crisis de liquidez.

Ese año el Premio Nobel de Economía le fue otorgado a Paul R Krugman, un investigador de la escuela keynesiana que no dudó en responsabilizar por la debacle a la “…irresponsable desregulación del sistema financiero…” que según sus palabras comenzó en EE.UU con la gestión de Ronald Reagan y se profundizó en el gobierno de George Bush pero que estalló en la mano de un demócrata, Barack Obama. La desregulación que mencionó Krugman, fue tal que se terminó por violar la garantía más importante de todo sistema bancario que es “el apalancamiento”, (en Argentina le decimos encajes bancarios) porque las entidades financieras en su afán de realizar buenos negocios superaron largamente su capacidad prestataria.

Si bien la burbuja financiera nacida de los Créditos Subprime no derivó en una profunda caída del empleo en EE.UU como fue en la depresión del 30, el efecto dominó sobre la banca internacional provocó estragos particularmente en la UE y con mayor intensidad en países menos industrializados como España o Grecia.

En España, donde antes de la crisis el desempleo alcanzaba el 8 % de su población activa, pasó a registrar su máximo histórico en el primer trimestre del 2013 con más de 6,2 millones de desocupados que  representaban el 27 % de la masa laboral. El sector más golpeado fue la juventud, donde el desempleo entre los menores de 25 años llegó al 55%, casi un millón de personas de ese grupo etario.

En presidente Zapatero a fines de junio del 2008  anunciaba un plan de austeridad de 21 puntos con el que el gobierno busca ahorrar 250 millones de euros. Entre las medidas más significativas se encuentran la reducción del 70 % de la oferta de empleo público y el congelamiento del salario de 400 altos cargos incluyendo el suyo, una medida más destinada a mejorar la imagen política del mandatario y su equipo que la afectación positiva sobre las cuentas públicas que ese volumen supone.

Después de casi cuatro años de comenzada la crisis inmobiliaria en USA, recién en junio del 2012 el banco de la Comunidad Económica Europea, con mayor participación de Alemania, comunicó su intención de aportar hasta 100.000 millones de euros al Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria del gobierno español, para que este a su vez inyecte dinero a los bancos que lo requieran. Finalmente fueron 62.000 millones de euros que se repartieron entre los bancos españoles que tenían  problemas de solvencia, quienes al final utilizaron algo más de 40.000.

Con el plan de austeridad anunciado por Zapatero y el posterior salvataje focalizado sólo en los bancos, España tardó casi una década en recomponer su entramado social con una tasa de desempleo a tono con el resto de Europa.

En Grecia y en medio de fuertes caídas de las principales bolsas europeas, las calificadoras de riesgo alertaron sobre los «bonos basura» con alta posibilidad de incumplimiento dejando al país sin acceso a los mercados de capitales. En ese escenario el gobierno solicitó un “rescate financiero” y se convirtió en el primer país en la eurozona que recibió un plan de ayuda internacional por un monto de 110 000 millones de euros, otorgado por 14 estados europeos que junto con el FMI y el BCE constituyeron un consorcio llamado la Troika.

La condición sine qua non para recibir el rescate consistía en una receta archiconocida que implicaba recortes en el gasto y el empleo del sector público, ampliación de la desregulación del sector privado, aumento de impuestos y privatizaciones. Este primer acuerdo de préstamo tenía el objetivo principal de rescatar a los bancos privados griegos y europeos, algo también muy familiar.

Los resultados negativos de estas medidas y después de un tercer rescate, llevo a fines del 2015 al primer ministro griego, Alexis Tsipras, a establecer un corralito bancario y otras medidas de control de capitales para evitar la fuga de depósitos y propuso un referéndum que fue aprobado por el Parlamento Helénico, dando como resultado un rotundo rechazo popular a las condiciones del rescate propuesto por la Troika.

Grecia que ya arrastraba problemas sociales y macroeconómicos, término amenazando a Europa con su salida del Euro a causa de los pésimos resultados que arrojaron las condiciones impuestas los acreedores. La tasa de desempleo se triplicó desde que su crisis de deuda estalló a fines del 2009, mientras las medidas de austeridad provocaron una ola de bancarrotas corporativas.

Si bien el caso español y griego tiene particularidades diferentes, el primer común denominador de ambos  ejemplos es el fracaso de la receta de austeridad fiscal, privatizaciones y desregulaciones de todo tipo de mercados como ya hemos conocido en nuestro país. La razón es que finalizada esa tarea “el salvavida” sólo lo recibe el sector financiero bajo la lógica de que la reconstrucción comienza por la salud de la oferta y no la demanda, de este modo, no sólo se agravó el desempleo, sino que además, los estados quedaron endeudados a altas tasas de interés mientras que la recesión continuó. El otro común denominador es que la crisis golpeó con mayor virulencia a los países menos industrializados de Europa[4], a los ya mencionados tendríamos que sumarle Portugal e Islandia, dejando entrever el riesgo latente de un crecimiento financiero sostenido que no guarda simetría con el desarrollo de la economía real, por eso la debacle fue mucho menor en Alemania, Francia o Italia. Y por último, el tercer común denominador es la falta de autonomía monetaria que impide una salida que pueda prescindir, al menos en parte, de créditos condicionados a la aceptación sumisa de programas de gobierno, no por casualidad y quedando estos hechos a la vista, en Argentina se dejó de especular con una moneda común del Mercosur.

EL CAMBIO QUE DEMANDA LA SALIDA KEYNESIANA

Decía hace poco el referente del Justicialismo, Felipe Solá, que: “…hoy en la Argentina hay 800 mil personas, mitad hombres y mitad mujeres que todos los años cumplen 18 años, la edad estimada en la que salen al mercado laboral…”.

En la Inglaterra de los años 30’ que  Keynes conoció, la demanda de trabajo industrial femenino se limitaba a rubros como el textil y alimentación, el sector de los servicios no tenía la dimensión que la actual, ocupando hoy las tres cuartas partes de la población activa mundial y tampoco existían muchas madres con hijos y padre ausente, como hoy se percibe en amplios estratos sociales.

En esa  Inglaterra, era lógico concluir que  la obra pública fuese la gran dinamizadora de la economía, aunque no cumpliese la misión de  generar empleo directo para ambos géneros. Los divorcios estaban prohibidos y los noviazgos con convivencia mal vistos, entonces siendo la familia formal el modelo corriente, con un salario pagado al “jefe del hogar” se daba por sentado que ese monto permeabilizaba hacia esposa e hijos. No obstante, cuando el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial en EE.UU provocó una suerte de enroque entre el New Deal y la fabricación de armamento, la mujer encontró tareas como fabricación de municiones, ensamblado de fusiles, botiquines de enfermería, ropa de combate y muchas otras que redujeron considerablemente la tasa de desempleo. Evidentemente sólo con la obra pública no alcanzaba.

Los dos cambios paulatinos pero observables de mayor importancia que se dieron en el mercado laboral mundial desde mediados del siglo pasado, fueron la reducción de trabajadores de la industria y la inclusión de la mujer en el mercado laboral. Esto se debió a que la industria se fue automatizando y/o robotizando por la exigencia de la llamada “competitividad”, al tiempo que creció el sector de los servicios.

La producción “de bienes no transables”, como Keynes definía a la obra pública, no demanda mucho más insumos que cemento, arena, canto rodado, hierro, ladrillos o bloques de cemento y sólo requiere de trabajadores masculinos jóvenes al igual que los empleados por los proveedores de esos insumos.

La construcción de viviendas sociales en cambio, si bien requiere de los mismos elementos primarios, además moviliza otros ítems: Aperturas de todo tipo, pinturas, cerámicas, revestimientos para pisos, artefactos para baño y cocina, grifería, maderas para distintas funciones, caños para luz, agua y gas, materiales eléctricos, vidrios para ventanas, cerraduras, tanques de agua, etc. Luego que las viviendas son ocupadas, aparece una segunda oleada de demanda en rubros como cortinados, electrodomésticos, artefactos de iluminación, muebles de comedor y dormitorios entre otros. Es decir que el impacto dinamizador sobre la economía, ya sea de modo directo o indirecto, no sólo es muy superior al generado por las obras de infraestructura, también distribuye el gasto público de modo más equitativos al incorporar más sectores beneficiarios que presentan mayor incidencia de participación laboral femenina.

Al déficit habitacional crónico que padece la Argentina agravado por la pésima gestión anterior, la construcción de viviendas sociales permitiría matar varios pájaros de un tiro si además se la combina con un programa de reubicación de fábricas en los lugares donde se construyan los complejos habitacionales, mejorando así la distribución demográfica.  Luego requerirá  instalación de agua potable y cloacas, gas natural, asfaltado, iluminación de calles – y hoy en día hay que decirlo-, Internet.

PALABRAS DE CIERRE

Llegando al final de este trabajo, creo haber cumplido con el propósito de desnudar la falacia que intenta confundir confrontando pandemia vs economía. Y considero también que concluí la tarea de alertar sobre qué tipo de economistas habrá que poner a cargo de los Ministerios de Hacienda en los distintos países del planeta, cuando la inmediata misión post Covid 19 no puede ser otra que frenar el desempleo.

Como una muestra para el lector, expondré una de las conocidas frases de Mílton Friedman en respuesta a la pregunta de una periodista sobre la función social de las empresas: “La empresa sólo tiene una responsabilidad social: usar su energía y sus recursos para actividades que aumenten sus utilidades, siempre y cuando respete la regla de juego…, es decir que generar empleo queda fuera de su obligación  y aquí se manifiesta una de las grandes contradicciones del Neoliberalismo. Por un lado reclaman insistentemente por el déficit fiscal, a su entender provocado por el incremento del empleo público, – una forma sesgada de interpretar los déficit sólo por la columna del gasto y no los ingresos – y al mismo tiempo se sostiene, que el capital privado no tiene ninguna responsabilidad en materia de crear puestos de trabajo. Entonces esos 800 mil argentinos que todos los años intentan incorporarse al mercado laboral, no tendrían otra salida que ejercer un cuentapropismo forzado e inviable sin un capital inicial ni acceso al crédito, dado que tanto el ámbito público como el  privado le cierran la puerta. El aumento exponencial de monotributistas es el claro reflejo de la combinación de ambos factores.

Los mandatarios del mundo deberán leer con mucha atención el currículo de los interesados para la cartera de Hacienda con el objeto de evitar que los religiosos del laissez faire, “la mano invisible”, la “copa que derrama” o aquellos que presentan distorsiones conceptuales como ver en las depresiones de una economía un “beneficio antiinflacionario” o en la caída del empleo otro “beneficio” para reducir el costo laboral de las empresas, sean justo ellos los que tomen las riendas de la recuperación.

En ese tipo de economistas, la sola idea de que la salida requiere más Estado y no menos, que el desempleo tiene prioridad sobre el déficit fiscal o que la inflación no es un fenómeno exclusivo ni proporcional a los agregados monetarios, lo que seguro fue cierto hace 100 años en la República de Weimar, son conceptos que chocan de plano con sus matrices ideológicas. Esos “académicos” no comprenden un hecho esencial: Que los subsidios existen porque las “leyes del mercado”, como fueron concebidas, no funcionan en términos de generar equilibrios.  

Por eso habrá que tomar el ejemplo de aquella famosa serie norteamericana que transcurría en un lugar de ficción llamado Ciudad Gótica, donde un funcionario policial de nombre Comisario Fierro, cuando se veía desbordado por malhechores como el Guazón, el Acertijo o el Capitán Hielo, levantaba un teléfono de línea directa para convocar a Batman.

La crisis ocupacional con fuertes caídas de PBI que dejará esta pandemia, indica que será hora de levantar el teléfono de Keynes, porque el Neoliberalismo no sólo es incompatible con el cristianismo como bien mencionó nuestro querido Jorge Bergoglio, para los tiempos que se vienen también es incompetente.

*Jorge I Chocrón, periodista, escritor.

[1] China con una participación del 18 % del PBI mundial, eleva el promedio calculado por el Banco Mundial de caída global al tener, pese a la pandemia,  una proyección de suba interanual del 1 %.                                                                                       

[2] El estudio no toma como referencia el ingreso promedio según el tipo de cambio del momento, se basa en parámetros distintos como acceso al agua potable, servicio de cloacas, calidad de vivienda, luz eléctrica, tenencia de vehículos personales, nivel educativo, derecho a vacacionar entre otros ítems.

[3] En esto existe una controversia, para algunos Marx como todo clásico de la economía dio por sentada la Ley de Say sin ninguna objeción, para otros, no tenía sentido que la discutiese dado que resultaba neutra para su objeto de investigación que era el origen de la ganancia.

[4] España y Grecia no cuentan con industria pesada, sus mayores ingresos devienen del turismo, por su parte la economía de Islandia depende de la lana, carne de cordero y el pescado.                                                                                                     

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