Miguel Hernández

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Allí, en Orihuela, tierra fecundada por las aguas del Segura, río que corre por la llanura de la provincia de Alicante, y muere en Guardamar entre dunas y arenas costeras, sin estuario ni delta. En ese territorio, donde la palmera, granado, limonero y naranjo se abrazan como enamorados, y en el que los campesinos riegan con lluvias de sudor la cruz de la tierra; allí, entre cabras y ovejas, cuidando el rebaño desde la infancia y repartiendo la leche del ordeño por míseras pesetas; allí, en ese paisaje agreste y solitario, el 30 de octubre de 1910, nacía uno de los más grandes poetas que dio España, el creador de los profundos versos de “Hijo de la luz y de la sombra”: Miguel Hernández.

Influido inicialmente por el barroquismo de Luis de Góngora, el encuentro en Madrid con quienes forjaron la generación del ’27 y el cálido apoyo que recibió de éstos, le permitió al poeta elaborar un lenguaje propio, aun en aquellas terribles jornadas en las que la República ya sufría el cruel acoso de las hordas fascistas. Este sentimiento de hermandad que lo unió a quienes se agrupaban en la revista “Caballo verde para la poesía” que dirigía Pablo Neruda, y en cuya casa del barrio de Argüelles proyectaban vendavales de utopías, Hernández se preocupó en señalarlo en el prólogo de su libro “El hombre acecha”, que dedicó al poeta chileno con estas palabras: “Pablo, te oigo, te recuerdo en esta tierra tuya, luchando con tu voz frente a los aluviones que arrebatan la vaca y la niña para proyectarla en tu pecho. Oigo tus pasos hechos a cruzar la noche, que vuelven a sonar sobre las losas de Madrid, junto a Federico, a Vicente, a Delia, a mí mismo.”

Como corolario de su etapa creativa más fértil, donde concibe a la poesía como una notable herramienta para combatir por la libertad y denunciar las injusticias sociales, Miguel ingresa al ejército de la República una vez que se concretó el levantamiento acaudillado por Francisco Franco, y su tácita alianza con Adolfo Hitler y Benito Mussolini.

Al ser destinado a tareas ligadas a la propaganda y a los aspectos culturales que su ímproba actividad literaria le exigían, Miguel agita conciencias, participa en Congresos realizados con el telón de fondo de la contienda y edita su libro “Viento del pueblo”. Aunque es sacudido por las angustias que destilaba el conflicto, una luz asoma en su vida: el 19 de diciembre de 1937 nace su primer hijo, Miguel Ramón; pero al morir éste a los diez meses, provoca en ese padre-poeta un tormento que desgarra sus fibras más íntimas. Este trágico hecho, le hace abordar una poesía íntima y elegíaca, que origina el último libro dejado en borradores: “Cancionero y Romancero de ausencias”.

La derrota de la República, colocó a Miguel en el bando de los vencidos, hecho que caló hondo en la entraña del poeta. Detenido, comenzó su extensa y lacerante peregrinación por las medievales cárceles falangistas; condenado a muerte, escritores adictos al régimen lograron que se conmutara su pena por la de treinta años de prisión. No obstante, su alta moral se puso de manifiesto durante la reclusión, y su espíritu, su temple, atenuaron la soledad del encierro, las densas brumas que cubrían el horizonte. Posteriormente, ya muy enfermo de tuberculosis, ésta fue la causa determinante para que un el 28 de marzo de 1942, a los treinta y un años, falleciera en el Reformatorio de Adultos de Alicante.

Un grito de espanto, intenso, brotó de pronto en medio de la sangre de aquella España, lúcida y republicana, donde los campesinos, obreros e intelectuales, habían soñado construir un país fortalecido por la libertad, la justicia y la igualdad social, para que así iluminara la mesa de los pobres: había muerto uno de los poetas que encendió con su verso el corazón de España. Y en este tiempo en que uno trata de madurar sus días con el recuerdo de los hombres que apostaron su vida a la búsqueda de un mundo mejor, y mal que les pese a muchos canallas de la historia, podemos decir con Gabriel Celaya que la poesía fascinante de Miguel Hernández, continuará siendo, hoy más que nunca, “un arma cargada de futuro”.

Horacio Ramos

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