Los vaivenes de Joe Biden. Tras el fracaso en Afganistán, ¿cómo debe entenderse el renovado intento militarista de Estados Unidos en Somalia?

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Revista Nº 150 (06/2022)

(internacional/eeuu)

Manuela Expósito*

El presidente estadounidense protagonizó un giro de 180° respecto a su política exterior, al ordenar el regreso de tropas al país africano. ¿Motivación geopolítica, o deseo de recuperar adhesiones a nivel nacional?

Cuando la situación fronteras adentro se complica, y se hace necesaria una “causa común” que momentáneamente haga olvidar las diferencias, hay una vieja receta a la que se suele apelar: la guerra. Y los estadounidenses son un pueblo prácticamente experto en esto. Por eso no es de extrañar que Joe Biden –ante el creciente descontento que está generando su política económica, con el aumento constante del costo de vida, originado en una inflación que no se detiene- busque una solución “hacia afuera” para descomprimir un poco los ánimos. La posición que asumió el primer mandatario con respecto a dos conflictos en particular (Afganistán el año pasado, y Ucrania de modo más reciente), contrasta directamente con la decisión reciente de intervenir de manera mucho más agresiva y directa en un viejo territorio en disputa. Somalia es, y será, una espina clavada en la memoria estadounidense, ya que desde 1991 el enfrentamiento con los grupos armados de Al Shabab no han cedido, sino todo lo contrario: el reciente acercamiento de estas milicias con Al Qaeda, ha llevado al líder demócrata a cambiar radicalmente su estrategia.

El retiro de tropas de Afganistán –iniciado por su antecesor, Donald Trump- terminó recibiendo fuertes críticas de distintos actores, entre ellos miembros de la OTAN, al ser testigos de cómo el retorno de los talibanes al poder se hizo finalmente efectivo después de esta decisión. Y es que en realidad lo que sucede en ambos países tiene un punto en común: tanto los talibanes como los miembros del islamismo somalí fueron entrenados por los Estados Unidos durante la Guerra Fría, para frenar el avance de la Unión Soviética y los vínculos que los rusos pudieran establecer con las jóvenes democracias surgidas de los procesos de descolonización. No obstante, en el transcurso de los noventas, ambas milicias ganaron una autonomía inesperada que comenzó a poner en jaque los intereses geopolíticos de Occidente en ambas naciones. Lo que estalló en Afganistán en el 2001, tenía un antecedente directo en la guerra civil que en Somalia había comenzado exactamente diez años antes, y que le significó al país del norte una movilización militar y financiera que no logró sus objetivos en el corto plazo. De los 750 soldados que Trump retiró antes de abandonar la presidencia, hoy retorna más de la mitad de la mano de un Biden que busca quizás fortalecer ante su pueblo la imagen de “hombre fuerte”, y ahorrarse las críticas que recibió el año pasado por el “paso en falso” dado en Afganistán.      

Ahora bien, ¿cuál sería el interés de cargar con un país donde los niveles de pobreza alcanzan a un 70% de la población, y que tiene una economía fundamentalmente basada en la agricultura y cría de ganado? Estados Unidos no desconoce que Somalia ocupa un lugar territorialmente privilegiado frente a otros Estados africanos: así como Djibouti, Eritrea y Sudán, esta nación forma parte del Cuerno de África, que a través del Mar Rojo brinda un acceso directo al resto de Oriente, y fue históricamente utilizado por las naciones europeas para comerciar con la región… De la misma forma que el Canal de Suez fue una de las principales preocupaciones que llevaron a Occidente a seguir con suma atención lo ocurrido durante la Primavera Árabe.  Otra de las bendiciones “malditas” que tiene Somalia es la riqueza de su suelo: la región es un importante jugador en la provisión internacional de uranio, explotado por capitales estadounidenses, árabes y europeos, así como de itrio, un metal sumamente escaso y costoso que por sus propiedades conductuales es altamente requerido en la industria de las telecomunicaciones.

La apropiación y explotación de esta riqueza, concesionada a empresas extranjeras por el inestable gobierno somalí que recibe asistencia militar de Estados Unidos desde hace años, ofrece un contraste muy fuerte con la situación de la mayoría de su población. En el Cuerno de África se sufren las consecuencias de una sequía prolongada en momentos en que la ayuda humanitaria va en descenso, ya que los países centrales están destinando recursos a paliar la problemática económica ocasionada por la pandemia del Co-Vid19 y sus sucesivas oleadas, al mismo tiempo que financian al gobierno ucraniano en guerra con Rusia, y atienden a los miles de refugiados resultantes del conflicto. La hambruna que se extiende por todos los países vecinos amenaza con prolongarse debido al aumento en los precios de los granos a nivel internacional y el bloqueo que Putin ha decretado en los puertos del Mar Negro, en Odessa, por las sanciones de Occidente. A ello se le suman las miles de muertes que ocasionan los ataques estadounidenses en los poblados, supuestamente en el marco de las acciones “contrainsurgentes” para hacer retroceder a Al Shabab y consolidar su predominio en una zona que continúa en un conflicto cuyo final está muy lejos aún de llegar. Sin importar cuál sea el color político del partido gobernante, los intereses de Estados Unidos continúan siendo los mismos. Los discursos basados en el supuesto retorno de las democracias han continuado alentando el fundamentalismo y la violencia en Medio Oriente, a espaldas del deseo de sus habitantes, que permanecen treinta años después del inicio de la guerra civil, despojados de los derechos más elementales.

*Manuela Expósito, Lic. Ciencia Política (UBA) y miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11

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