Los refugiados: la tragedia humanitaria detrás de la guerra en Ucrania

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Revista Nº 149 (04/2022)

Edición dedicada a América Latina

(internacional/ucrania/eeuu)

Manuela Expósito*

Más allá de la preocupación que genera en la esfera de lo político y lo económico el conflicto bélico que involucra a rusos y ucranianos, se encuentra la dura realidad de miles de familias que escapan del sufrimiento diario de la guerra hacia otros países del continente.

“Aparentemente, nadie quiere saber que la historia contemporánea ha creado una nueva clase de seres humanos: la clase de los que son confinados en campos de concentración por sus enemigos, y en campos de internamiento por sus amigos”. Nosotros, los refugiados.

Hannah Arendt.

La historia reciente (y no tanto) de Europa nos invita a reflexionar sobre un fenómeno que en las últimas décadas ha desencadenado una crisis, impensada para algunos, inevitable para otros. Se trata de los masivos movimientos de ciudadanos de distintos países asolados por las aventuras bélicas en las que los países centrales se han visto involucrados, por la persecución política y religiosa, o el desastre social a raíz de la aplicación de políticas neoliberales. La crisis de los migrantes comienza a ser un tema de preocupación hacia comienzos del nuevo milenio, tras la invasión a Irak y Afganistán por parte de Estados Unidos, para luego profundizarse con los conflictos armados en Libia y Siria, hasta llegar a nuestra actualidad, una que tiene a Europa del Este como protagonista tres décadas después de la desintegración de la Unión Soviética. Desde el año 2000 –cuando desde Norteamérica se decretó la “guerra contra el terrorismo” en Medio Oriente- el número de migrantes se disparó enormemente. ¿Cuánto aprendió Europa de su propia historia de persecución, exiliados y refugiados políticos, y cuánto está aún repitiendo de aquel pasado de alambre de púas, hacinamiento y deshumanización que nos remite a los años de la Segunda Guerra Mundial?

El refugiado: la construcción de un otro que ha perdido sus derechos

Fue la Revolución Francesa de 1789 la que inspiró la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, al considerar a los derechos a la libertad, igualdad, seguridad, trato justo ante la ley, y la participación política como inalienables del ser humano. No obstante, todos los procesos históricos posteriores que han ocurrido en el viejo continente nos llevan a plantear el siguiente interrogante: ¿y si es el propio Estado el que, a través de sus políticas, es el responsable directo de la violación de estos derechos, cuando en realidad debería ser su principal garante? ¿Qué ocurre con la figura del migrante que abandona su país, para solicitar asilo en un suelo que le es ajeno, y en donde los propios anfitriones no lo consideran como un igual, digno de recibir un trato justo y humanitario?

Toda la narrativa de la derecha europea –con el nacionalsocialismo alemán, el franquismo español o el fascismo europeo, como sus expresiones más acabadas durante el Siglo XX- supo construir un otro sobre el cual depositar todos los males. Si trasladamos este mismo razonamiento a la actualidad, veremos como el refugiado pasa a convertirse en alguien indeseado, en una suerte de “invasor” que trae consigo las consecuencias de una guerra que no se sufre en el territorio propio, sino que se da en lugares remotos, considerados “atrasados”. Por otro lado, para el migrante, la pérdida de su patria implica directamente una pérdida de derechos: abandona su país, donde es reconocido como ciudadano, portador de ciertos rasgos identitarios (lengua, religión, costumbres, tradición histórica) para quedar suspendido en un limbo entre aquel Estado al cual abandona, y el Estado que sin mucho entusiasmo lo recibe. 

La globalización le aportó además, a toda esta discusión, un componente que va más allá de los Estados-Nación, y que suele enervar mucho a los sectores de derecha: la idea de que en realidad todas las decisiones que tomen los países miembros deban ser coordinadas en el marco de la Comunidad Europea. En tiempos de Brexit y pandemia, la discusión entorno a cuán soberana es cada nación y cuán representados están los distintos intereses de las comunidades locales en un órgano supranacional adquiere otro tono.Y si a eso le sumamos el componente migratorio (visto como amenaza por la escasez de empleos de calidad), veremos cómo los discursos de algunos de los socios europeos empezaron a radicalizarse. En 2016, hubo un cambio profundo en política exterior encabezado por la ex canciller Angela Merkel, que comenzó a permitir el ingreso de sobrevivientes de la guerra de Siria a Alemania. La cuestión es que esta iniciativa no se restringió únicamente a este país: la Comisión Europea terminó aprobando cuotas obligatorias de recepción de migrantes para darles a los refugiados la posibilidad de comenzar sus vidas nuevamente. No obstante, pocos fueron los países que se plegaron a las medidas, y otros como Hungría –con el ultraderechista Viktor Orbán a la cabeza- no permitieron el ingreso de ninguno.

Ucrania sí es Europa: cuando hay migrantes de primera, y migrantes de segunda

Cuando en el 2020 el campo de refugiados de Moria, Grecia, despertó envuelto en llamas, lo que algunas voces solitarias insistían en denunciar –las condiciones infrahumanas en que vivían los refugiados, el hacinamiento y los malos tratos- quedó al descubierto. Esas mismas vivencias se veían obligados a atravesar los migrantes procedentes de Medio Oriente que quedaron varados en la frontera entre dos países, pero también podríamos decir entre dos posiciones claramente opuestas en materia de geopolítica:por un lado Bielorrusia, aliada de Rusia, y por el otro Polonia, miembro de la OTAN. Apenas un año después, en campamentos con escasa protección frente al frío y el infinito alambre de púas, hubo muertes por hipotermia, y una absoluta indiferencia de parte de los mandatarios de las naciones involucradas. Los sobrevivientes, en muchos de los casos, fueron deportados a sus lugares de origen sin contar con ningún tipo de asistencia.En Hungría, la situación es todavía más grave, ya que hubo denuncias de ataques de las patrullas fronterizas, incluso con perros, a quienes acampaban.

La actual guerra en Europa del Este sirvió para desnudar cómo las marcas de la discriminación están todavía demasiado grabadas en la mentalidad de los europeos. Lo que los medios vienen mostrando desde el inicio de las hostilidades con Rusia es cómo los ciudadanos ucranianos son recibidos sin problema alguno por los propios países vecinos que le han cerrado las puertas a los migrantes tantas veces antes: Polonia, Hungría, Eslovaquia, Moldavia, y Rumania se están esforzando por mostrar cuán hospitalarios son, con frases incluso poco afortunadas como la del Primer Ministro búlgaro, Kiril Petkov, que no tuvo problemas en admitir que estos son otro tipo de refugiados. Ante las fronteras de las naciones europeas, se forman dos filas: una, para este primer tipo de migrantes (blancos, europeos, de clase media), y un segundo tipo (de origen africano, asiático o latino, de clase baja), al que se le exige el visado para poder atravesar el paso fronterizo, y consecuentemente queda atrapado en esa lógica xenófoba, racista y clasista perversa. La imagen de hombres, mujeres y niños durmiendo en el suelo con temperaturas bajo cero es elocuente, y pone frente a las narices de Europa el fantasma del pasado.

Este artículo comienza con una frase de Hannah Arendt, una filósofa que dedicó toda su obra a poner en cuestión y repensar la esfera de lo político, y que a la vez fue ella misma refugiada de una guerra que comenzó en primer lugar desde el propio Estado alemán contra la población judía, para luego propagarse contra otras naciones en el resto del continente. Y es una frase que debería invitar a una reflexión profunda en el viejo continente sobre qué tipo de ciudadanía debería construirse con vistas a futuro: si una donde la diversidad étnica, religiosa e ideológica esté contemplada como un valor que enriquezca aquel ideal de democracia pluralista que tanto reivindica Occidente, o por el contrario, la de tajante división en clases sociales donde la pertenencia a uno u otro estrato determina de manera trágica e inevitable el futuro de un ser humano y el respeto de sus derechos fundamentales. El retorno de los discursos derechistas al poder debería alertar a los partidos tradicionales ya que, detrás de las ideas de segregación, discriminación, marginalidad y estratificación social, se esconden formas autoritarias de entender la vida política que tan caro le ha costado en materia de vidas al viejo continente.

*Manuela Expósito, Licenciada en Ciencia Política (UBA) e integrante de la Comisión de América Latina de Tesis 11. 

Una respuesta a “Los refugiados: la tragedia humanitaria detrás de la guerra en Ucrania”

  1. Artículo brillante. Bien escrito, muy documentado, dice lo necesario. No se le escapa un detalle

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