La situación económica mundial desde comienzos del siglo xxi. Una breve consideración

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Revista Nº 146 (10/2021)

(internacional/economía)

Alberto Wiñazky*

“La mercantilización de la naturaleza, el agravamiento del hacinamiento urbano, el desmanejo en la producción de los alimentos y en definitiva el incremento de la desigualdad social, impusieron modelos de desarrollo insostenibles haciendo más vulnerables a las poblaciones afectadas por la crisis global, cuyo final continúa abierto.”

Desde comienzos del siglo XXI el sistema capitalista central impulsó mediante el desarrollo de la digitalización, la automatización, la biotecnología, la computación cuántica, la inteligencia artificial y la robótica de la manufactura, un nuevo paradigma técnico-económico dirigido a producir cambios acelerados en el sector productivo y de servicios, tratando de obtener el plusvalor en escala ampliada.

Nunca en la historia de la humanidad la acumulación de capital estuvo tan estrechamente vinculada a la ciencia y a la tecnología. Sin embargo, como consecuencia del modelo económico implantado a nivel global, se produjo, en la periferia un notable crecimiento de la pobreza, la exclusión social, las desigualdades y la flexibilización laboral. El avance tecnológico no llevó de modo alguno a lograr la producción planificada de valores de uso que pudiesen satisfacer las necesidades del conjunto de la humanidad. Cambió en consecuencia la agenda mundial, y el modo de producción capitalista expresó la tendencia a incluir en un solo sistema de relaciones sociales de producción a la totalidad del mundo del trabajo, consolidando las asimetrías que provocaron más de 140 millones de desocupados. En los bordes del sistema los sectores monopólicos enfatizaron la importancia de transformar los espacios donde se encontraban los recursos naturales estratégicos, para convertirlos en territorios eficientes y altamente productivos de materias primas y de productos industriales de bajos precios.

América Latina con la llegada del nuevo siglo, siguió posicionada, en lo esencial, como proveedora de bienes primarios, coadyuvando con su producción a la realización del capital global. La región formó parte de esa unidad mundial de acumulación, incorporada siempre como un espacio subordinado al capital oligopólico. Incidieron activamente en su composición un conjunto complejo de mecanismos institucionales como la política comercial y financiera global, la acción oligopólica del Estado y la decisiva actuación de una serie de organismos internacionales que reforzaron la configuración de las cadenas de valor. Se acentuó en la región la preponderancia de los sectores concentrados que actuaron dentro de los procesos de producción mundiales ampliando su influencia sobre el intercambio comercial, el medio ambiente y sobre los recursos disponibles. La industria en América Latina continuó operando desde un lugar marginal por el bajo nivel de inversión, la dependencia estructural, el giro de dividendos y patentes, la fuga de capitales y su peso relativo en el entramado internacional. A la vez, se incrementaron las tensiones económicas y sociales interburguesas y se fueron complicando las relaciones con el imperio. Esta situación condujo a la destitución de varios de los gobiernos de la periferia elegidos en las urnas[1], y al hostigamiento hacia otros que no respondían plenamente a los intereses de los grupos concentrados.

Con los acontecimientos de 2008, se profundizó la crisis estructural del sistema capitalista, ya que las inversiones y el crecimiento del comercio global se frenaron bruscamente. Estos hechos expusieron la hipertrofia del capital ficticio, las complejas e intensas relaciones de poder y dominación y el fuerte proceso de competencia entre las distintas fracciones del capital. Sin embargo, la crisis iniciada en 2008 no provocó una ruptura con los principios neoliberales. Por el contrario, los sectores concentrados continuaron organizando la economía mundial e implementando los mismos principios que venían sosteniendo desde los años setenta. Esta crisis estructural, es decir de largo plazo, fue el resultado de las contradicciones acumuladas durante el período de la posguerra, acrecentadas sensiblemente desde la aparición de la reacción conservadora en los años ochenta del siglo pasado. Con posterioridad al 2008 se aceleró el afán de las élites por lograr una rápida valorización de su producción en el proceso mundial de acumulación capitalista. Siguiendo el patrón histórico del capitalismo, el 1% de las personas más ricas reúnen en la actualidad cerca del 50% de la riqueza mundial. (Credit Suisse Research Institute, 2021) Así fue como los grupos altamente concentrados se distribuyeron por todas las regiones del mundo incluyendo a los grandes bancos y a las empresas transnacionalizadas. También crecieron significativamente los sectores que lideran el conjunto de las plataformas de alta tecnología (Amazon, Microsoft, Alibabá, Tencent, Byte Dance, etc.), los proveedores de insumos médicos y las industrias farmacéuticas. 

La llegada de Donald Trump a la presidencia de EE.UU., quien contó con una base social real, no fue un accidente en la historia de la humanidad. Su aparición estuvo ligada al fenómeno antisistema y soberanista que en años anteriores ya se había hecho presente en Europa. El republicano, fue el líder exitoso que instó a volver a un pasado que indudablemente tenía pocas posibilidades de regresar. Sin embargo, la administración de Joe Biden parece estar actuando en la misma dirección al inyectar en la economía decenas de miles de millones de dólares tratando de reactivar las industrias que mayoritariamente se habían trasladado a otros territorios, y poner a la vanguardia las manufacturas y la innovación tecnológica local que son claves en el Siglo XXI. Propuso acciones encaminadas a lograr el abastecimiento propio en semiconductores, baterías eléctricas de gran capacidad, materiales y minerales críticos y la provisión de productos e insumos activos farmacéuticos.

Durante la presidencia de Donald Trump, se habían tensado las relaciones con China marcadas por la “guerra comercial y tecnológica” que tiene como trasfondo la competencia por la primacía que aún mantiene EE.UU. sobre los eslabones débiles del sistema capitalista mundial. Pero China, por la magnitud que adquirió su economía resultó ser un producto singular del crecimiento desigual y combinado, al lograr desarrollar con rapidez su eficiente internacionalización productiva. El análisis de esta controversia confirmó la vigencia del imperialismo, no como un fenómeno rígido y estático, sino como un componente decisivo del sistema que caracteriza la acumulación capitalista global. Con Joe Biden, todo parecería indicar que ha decidido dirigir también sus amenazas hacia Rusia en forma similar a las efectuadas por el expresidente Donald Trump. Sin embargo, esto no significa que el enfrentamiento con China haya concluido, sino que parece funcionar como un parcial cambio de planes al caracterizar a Rusia como “una amenaza muy grave”. Rusia por otro lado, expresó la urgencia de encontrar una alternativa a los sistemas financieros actuales controlados por EE.UU. y el Reino Unido. Esto dio a entender que a mediano plazo el frente económico-financiero también será objeto de disputa. Así planteada la situación y como consecuencia del agravamiento mundial de la desigualdad social y la pobreza, producto de la crisis estructural del capitalismo, la clase trabajadora no inició la búsqueda de un modelo de acumulación alternativo que pueda conducir a la sociedad hacia un sistema diferente que logre transformar progresivamente el predominio de la lógica capitalista.

América Latina estaba prácticamente estancada económicamente antes del 2020, pero la situación se agravó por la contracción de ese año acentuando la debilidad de los sistemas productivos, de salud y protección social que se tradujeron en aumentos sin precedentes del desempleo, caída de los ingresos, incrementos de la pobreza y la desigualdad, exacerbando los problemas estructurales. La contracción de 2020 también dio lugar a un gran número de cierres de empresas pequeñas y medianas y a la destrucción de capacidades industriales y humanas. Estos fenómenos afectaron más que proporcionalmente a las mujeres y reforzaron los nudos estructurales de desigualdad de género. (CEPAL, 2021)

Con la aparición a comienzos del año 2020 del Covid-19 que irrumpió sin limitaciones geográficas en todo el planeta, aumentaron significativamente las extremas condiciones de desigualdad y exclusión socio-económica de los sectores subalternos en la periferia profundizando el período de crisis prolongada. La precariedad institucional frente a este tema, provocó que la mayoría de los países sean más vulnerables frente a los impactos de esta pandemia, tanto en términos económicos como de salud que se manifestaron en la disputa global por las vacunas, lo cual demostró que la mayoría de ellos no estuvieron preparados para hacerle frente (OXFAM, 2020). La pandemia producida por el Covid-19 puso de manifiesto el fracaso de un tipo de globalización basada en el neoliberalismo, la liberación de los mercados y la intensificación de los intercambios comerciales de la mano de la Organización Mundial del Comercio. La mercantilización de la naturaleza, el agravamiento del hacinamiento urbano, el desmanejo en la producción de los alimentos y en definitiva el incremento de la desigualdad social, impusieron modelos de desarrollo insostenibles haciendo más vulnerables a las poblaciones afectadas por la crisis global, cuyo final continúa abierto.

*Alberto Wiñazky, economista, escritor, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11


[1] Referencia explícita a los golpes militares y a los denominados “golpes blandos”, como sucedió en Honduras, Paraguay y Brasil.

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