Golpe de mundo: el eclipse de una civilización

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“…que ya la Bolsa será una pirámide de musgo,

que ya vendrán lianas después de los fusiles

y muy pronto, muy pronto, muy pronto. ¡Ay, Wall Street!”

Federico García Lorca, ‘El poeta en Nueva York’

Una golondrina no hace verano: ni la pandemia del Coronavirus será el fin del capitalismo, ni la revuelta por George Floyd será el fin del Imperio. Una golondrina no hace verano, pero lo anuncia… Porque las famosas “condiciones objetivas” para la revolución mundial no sólo están maduras: se están pudriendo.

Las “condiciones subjetivas” son otra cosa: que la realidad haya dejado de ser oscura no quiere decir que sea transparente, pero ya es translúcida, lo que ya es bastante.

Hoy no hace falta escribir El Capital para que la gente entienda los misterios del “mal económicus” que la aqueja, porque la contaminación y la pobreza son las partes visibles de la economía política, lo que se bebe, come y respira, lo que se sufre en las pandemias.

Pero entender no significa transformar. Nuestra realidad sigue siendo el mundo traducido al pensamiento burgués, una idea del mundo compartida como ideología global de la producción y del consumo. Pero esta “traducción” es cada vez más infiel: los flujos de convicción se cortan por todos lados, y por doquier brota la idea de una revolución necesaria e inevitable en todos los órdenes de la existencia. La vieja idea que seguirá siendo un sueño mientras no se adquiera la conciencia para realizarlo.

Y para adquirir esa conciencia, no es suficiente el pronunciamiento benévolo: las protestas de una generación de “progres” europeos, por ejemplo, no salvaron ni salvan a los refugiados y migrantes que se ahogan en el Mediterráneo…   es necesario pasar a la acción, como hacen los pueblos y los individuos cuando en ello les va la supervivencia o la vida.

Los chalecos amarillos en Francia, movimientos comunales y campesinos de América Latina, el movimiento Ocupar Wall Street y ahora los motines urbanos en Estados Unidos, son acciones trasformadoras, que crean situaciones que impiden todo regreso al pasado.

En Estados Unidos, las protestas y disturbios a raíz de la muerte de George Floyd a manos de la policía, los más graves desde el asesinato de Martin Luther King en 1968, han llevado a la intervención militar y al toque de queda en unas 50 ciudades importantes, y marcan un punto de no regreso en la historia del país. Ya nada volverá a ser como antes, y la derecha, desplegada detrás de Trump y a favor de la policía, ha roto la ficción del contrato social y la “integración” para confiar su supremacía a la fuerza, sin el maquillaje institucional. En última instancia, al igual que en los tiempos de la Guerra de Secesión, todo se resolverá al interior de las Fuerzas Armadas que, con un 40% de negros y latinos, ya no son monolíticas.

En Europa la gran burguesía siente la amenaza de las exigencias populares y las reformas progresistas, y la extrema derecha revive su sueño fascista del golpe de fuerza, especialmente en España, o se inventa leyes reaccionarias en Polonia, Hungría, Grecia y otros países pobres de la región. Todas señales del regreso del “viejo topo” revolucionario que ha cavado bien el subsuelo del nuevo milenio.

En otras palabras, estamos entrando en una era de guerras y revoluciones cuyo final muchos de nosotros no veremos, y comparada con la cual la Revolución Francesa parecerá un juego de niños.

No habrá regreso a la “normalidad”, porque ya ninguna normalidad será posible. Y los que esperan la revolución clásica y su “toma del Palacio de Invierno” se quedarán con las ganas, porque la revolución como la poesía que definía Lautreamont no será “una tormenta sino un rio majestuoso y fecundo” que está en todos lados y convoca a los rebeldes de todos los tiempos y a los revolucionarios de todos los países. Que se manifiesta, perfecta en sus imperfecciones, en los ríos “grandes, medianos y más chicos” de todas las reivindicaciones parciales, económicas, políticas, ecológicas, de sexo, género, de minoría o nación oprimida…

No es La Lucha Final, sino la preparación del terreno, pero, ya se sabe, la preparación del terreno es el primer acto del combate. Y, parafraseando a un hábil enemigo: “No, no es el fin. Ni siquiera el principio del fin. Es, quizás, el fin del principio”.

Fuente: TelesurTV

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