Estados Unidos: ¿por quién flamea la bandera confederada?

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Revista Tesis 11 Nº 134 (06/2020)

(internacional/estados unidos)

Manuela Expósito*

Trump y Biden miden fuerzas, a meses de una elección convulsionada por las manifestaciones contra el racismo. Quien logrará capitalizar políticamente el descontento social es la gran incógnita.    

Primero fue en Minnesota; hace escasos días, sucedió algo similar en Atlanta. Una vez más, en Estados Unidos es peligroso pertenecer a una minoría… Más aún si la misma está integrada por afro-descendientes. Rostros y actitudes son catalogados sin dudas como sospechosos ante la vigilante mirada del Estado, y de su brazo armado, las fuerzas de seguridad. Pero, también, una vez más el movimiento por la defensa de los derechos civiles ha tomado las calles. Bajo su mano tiemblan hasta los monumentos que honran a diversos protagonistas de una historia a la que le van lavado la cara (y las manos). En masa, los estadounidenses derriban estatuas de Cristobal Colón, y de otros tantos personajes involucrados con la trata de personas, con la esclavitud, con la conquista, pero también de la Guerra Civil como Jefferson Davis. En este contexto, la bandera confederada de los Estados del Sur, que sería recuperada a posteriori por el Ku Klux Klan, tiene un nuevo significado: el de la vergüenza. Ser supremacista blanco hoy en Estados Unidos es, para muchos, sustentar un “racismo sistémico”, concepto que se ha acuñado desde el Partido Demócrata en ocasión de las multitudinarias manifestaciones. Para otros, contrariamente, es motivo de un orgullo que en público a veces llega a expresarse.

Curiosamente, Donald Trump había elegido  cerrar su campaña nacional el 19 de junio, fecha en que se celebra el fin de la esclavitud… En la ciudad de Tulsa, Oklahoma, donde en 1921 ocurrió un enfrentamiento racial que terminó con 35 cuadras (de la “Wall Street Negra” como la llamaban por la prosperidad de los residentes) consumidas por el fuego, 1200 viviendas de ciudadanos afroamericanos destruidas y 300 personas asesinadas. Como era de esperarse, los asesores republicanos decidieron posponer para un día después el acto, sólo para acallar las críticas que a grandes voces desató tan desatinada elección. La institucionalidad estadounidense suele barrer bajo la alfombra todo lo que incomoda a la opinión pública, hasta que la suciedad no puede seguir siendo escondida y brota por doquier. No hubo justicia para las víctimas de Tulsa. ¿Qué es lo que pretende demostrar el presidente al brindar su discurso de cierre de campaña allí? ¿Qué la reconciliación entre asesinos y víctimas es posible, o al menos, deseable? ¿Sus seguidores harán flamear la bandera confederada, al igual que lo hicieron al manifestarse en contra de la cuarentena decretada por muchos gobernadores demócratas? La campaña en el país del Norte está plagada de símbolos; los que representan el pasado opresor, y los que simbolizan un futuro que requiere de un profundo cambio de mentalidad. Pero parece que a Donald Trump las protestas pacíficas lo amenazan, razón por la cual envió a aviones con dispositivos de vigilancia y reconocimiento de individuos, que sobrevolaron el área de las protestas cercana a la Casa Blanca, tal como lo informó la CNN.  

Es esta una campaña plagada de símbolos, sí; mas no de propuestas. Y probablemente en este aspecto, que no es menor, reside el enigma de a quien beneficiarán con su confianza por un nuevo período presidencial los sufragistas. La desidia que la gestión Trump ha mostrado respecto al avance a pasos agigantados del Coronavirus en el gigante del Norte, encuentra explicación en el temor a una profundización aún mayor de la problemática económica que ha llevado a millones de personas a recurrir al seguro de desempleo, a la asistencia estatal –propuesta por republicanos y demócratas en partes iguales-, o a preguntarse directamente qué es lo que ocurrirá de aquí en más en lo referente al mundo de actividades laborales sin posibilidad de tele-trabajo. Pero de la boca de ninguno de los dos contendientes que van a la cabeza de las encuestas surge una planificación concreta a corto o mediano plazo. ¿Combatir el “racismo estructural” implicará, en un posible gobierno de identificación demócrata, un incremento del presupuesto destinado a áreas sensibles como la salud, la educación, el empleo y la vivienda en las barriadas afroamericanas más golpeadas por el avance de la pandemia? Entre los demócratas también hay “grietas” respecto a cómo encarar el problema de la violencia policial: mientras en el Consejo de Minneapolis se planteaban la disolución de las fuerzas del orden público y su reemplazo por cuerpos con asiento en las comunidades locales, figuras tan prominentes como Elizabeth Warren o Bernie Sanders rechazaron tales propuestas de plano.

El Estados Unidos versión 2020 está reviviendo económicamente la crisis de 1930, y en materia de derechos civiles, las movilizaciones de 1960. Sin un plan concreto de acción, difícil será desactivar esta bomba que amenaza con explotar de un momento a otro. Una encuesta llevada a cabo por NBC y el Wall Street Journal señala que el 80% de los consultados está convencido de que todo está fuera de control. Si el descontento respecto de la gestión actual no logra atraer a los indiferentes a las urnas en cinco meses, los votos que algunos en el Partido Demócrata dan por sentados probablemente no aparezcan. Los norteamericanos deberán resolver el siguiente enigma de cara a los comicios en Noviembre: ¿qué candidato es el que menos les desagrada? Porque eso es exactamente lo que muestran las encuestas: que la mayoría de quienes harán uso de su derecho a votar, no quiere ni a Donald Trump ni a Joe Biden Jr. Algo muy similar al resultado arrojado por las encuestas cuando la propia Hillary Clinton se encontraba compitiendo por la presidencia, años atrás. Un relevamiento llevado a cabo por la Universidad de Monmouth, sin embargo, encontró que el rechazo hacia Trump era mayor (un -19, sobre un -7 obtenido por los sondeos respecto a la imagen de Biden). El 48% de los encuestados tiene una imagen extremadamente negativa sobre el actual presidente. Sin embargo, Trump cuenta con un sólido apoyo entre los propios miembros de su partido, y como es lógico suponer, de quienes adhieren a las facciones más extremas, como el Tea Party. No es sabio subestimar a un personaje –nefasto, sí, pero también único en su género- que logró incluso salir indemne de la amenaza de impeachment proferida por la demócrata Nancy Pelosi desde el ámbito legislativo. 

En el caso de Biden, la disciplina partidaria no es tan sólida: los demócratas que han militado a favor de opciones más vinculadas con sectores progresistas, como el encabezado por Sanders, no han demostrado aún grandes signos de apoyo a la fórmula que por el momento solo tiene confirmado el candidato a presidente. Uno de los ases que podría estar guardando Biden debajo de la manga estaría precisamente relacionado con un aspecto aún sin definir. ¿Hay acaso una alternativa mejor que ofrecer la vicepresidencia a una mujer afroamericana, logrando de esta manera canalizar el apoyo popular que ha tenido el movimiento por los derechos de las mujeres y las minorías en territorio estadounidense en el último quinquenio? ¿Cómo se llevará esa co-equiper femenina con el pasado de Biden, acusado por su ex colaboradora en el Congreso, Tara Reade, de abuso sexual? Y en otro orden de cosas, ¿podrá un candidato blanco, de clase alta como Biden, resultar atractivo a una población afro-descendiente marginada y sin muchas perspectivas de futuro en una economía plagada de problemas? Una prueba de ello es el rico estado de California, que junto a Texas y Florida, ha debido replantear su actividad comercial por el fuerte incremento en el número de contagios. Biden, aún así, tiene un dato objetivo a su favor. Por la cuarentena impuesta de manera más estricta en los Estados gobernados por demócratas, los casos están descendiendo; exactamente lo contrario comenzó a ocurrir desde el 1ro de Junio en los Estados que llevaron a Trump a la presidencia en 2016, como lo señala el Washington Post, donde los contagios ya avanzan hacia un 60% del total a nivel nacional. Subestimar una pandemia como la del Coronavirus también es una cuestión política.    

La desilusión y la extrema polarización, ocasionada por un sistema caracterizado por un bipartidismo casi asfixiante, son dos dificultades centrales que tanto republicanos como demócratas deberán desactivar de alguna manera. Mientras tanto, Donald Trump arma su propio castillo de naipes, sobre el núcleo duro que le proporciona la base de votantes de derecha y el propio Partido Republicano: ese mismo que hace poco más de cuatro años atrás lo miraba con cierto recelo, por su perfil poco ortodoxo y sus escandalosas declaraciones, pero que ha entendido que el espectáculo televisivo es quizás una gran estrategia al momento de captar votantes. La gran pregunta es si el Partido Demócrata lograra volver a sus raíces más progresistas, y si realmente tendrá la habilidad política para traducir la bronca popular en un quiebre de la histórica abstinencia del electorado norteamericano, y volcarla en las urnas a su favor. La cuenta regresiva ha comenzado.

*Manuela Expósito, licenciada en Ciencia Política (U.B.A.), miembra de la Comisión de América Latina de Tesis 11.

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