Es el establishment, estúpido

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“Es la economía, estúpido” es una frase de James Carville, estratega de la campaña de Bill Clinton durante la campaña presidencial que le enfrentó a George H. W. Bush en 1992, popularizada como forma de explicar cuáles son las causas de los problemas, a veces más sencillas de lo que parece, de la gente común.

En este caso, la hemos adaptado para explicar cuál es la razón por la que un Bernie Sanders, que llegó como favorito y primero en las encuestas al inicio de las primarias del Partido Demócrata (Iowa, 3 de febrero), se haya quedado sin chances de obtener, ni siquiera de aproximarse, los 1991 delegados que se necesitan para conseguir la nominación.

Hasta el momento, se han celebrado elecciones primarias o caucus en 24 estados, de los que Biden ha ganado 15 por 7 de Sanders. Pero si contamos los estados que reparten 75 o más delegados, ahí Biden lleva ganados 7 (Massachusetts, Minnesota, Carolina del Norte, Texas, Virginia, Michigan y Washington), por tan solo uno de Bernie (California). La diferencia total es de aproximadamente 150 delegados a favor de Biden (900 vs 750).

Un primer motivo que puede explicar las altas expectativas y pobres resultados de Bernie Sanders lo podemos encontrar en que su candidatura despertaba más simpatías fuera de Estados Unidos que dentro: sanidad universal, educación pública accesible, lucha contra el cambio climático y fiscalidad pensada en la redistribución parcial de la riqueza son elementos que están dentro del programa de la socialdemocracia europea y los procesos progresistas latinoamericanos. Pero en un Estados Unidos gobernado por Trump con la economía creciendo y el desempleo disminuyendo (al menos hasta la inminente crisis provocada por el coronavirus) no son las medidas más populares entre la mayor parte de la población.

Lo que es innegable es que Sanders tiene una fuerte base de apoyo entre las y los latinos, y entre la juventud, especialmente en los grandes núcleos urbanos, pero ese apoyo no ha implicado necesariamente una mayor movilización, pues en Iowa fue menos de la esperada, y en Virginia y Michigan más, pero en favor de Biden.

Después de las derrotas en el Supermartes del 3 de marzo (y el mini Supermartes una semana después), Sanders ha anunciado que no se retira (al menos de momento), y que irá al debate demócrata que se celebrará el 15 de marzo en Washington como una forma de interpelar a Biden en temas como sanidad, salarios, cambio climático o inmigración, y seguir corriendo el eje ideológico hacia la izquierda ante la próxima campaña electoral demócrata contra Trump. Pero es posible que tras el próximo mini Supermartes del 17 de marzo, donde se reparten casi 600 delegados entre Arizona (67), Florida (219), Illinois (155) y Ohio (136), sea momento para una retirada y búsqueda de unidad en torno a Biden, que permita afrontar con algún chance la elección e imposibilite la reelección de Trump.

Un Biden que a pesar de ser un candidato mediocre, ha rentabilizado muy bien haber sido Vicepresidente de Obama, logrando porcentajes de apoyo muy amplios entre los votantes afroamericanos, y especialmente altos entre los mayores de 60 años, el electorado demócrata más fiel. Además, en Maine, Michigan, Minnesota u Oklahoma (estados que Sanders le ganó a Hillary Clinton en 2016), Biden le arrebató el voto de la clase trabajadora y los famosos “suburbs”.

Pero además de las tendencias entre las y los votantes, y el famoso “momentum”, que tanto gusta a los analistas pero no explica mucho, Biden no sería hoy el más que previsible candidato del Partido Demócrata sino fuera por una fuerza difusa, pero que ha operado de manera eficiente contra la candidatura de Bernie Sanders: el establishment.

Un establishment que en 2016 apoyó a Hillary Clinton, la candidata de Wall Street y el complejo industrial-militar, y en 2020 no solo ha operado a favor de Biden, sino sobre todo, contra Sanders.

El apoyo de las élites demócratas de Wall Street lo sintetiza muy bien el millonario Leon Cooperman en un reportaje en The New York Times: “Por suerte, el ala izquierda del Partido Demócrata ha entendido que sería un suicidio ir con un candidato izquierdista”.

El mismo Partido Demócrata que se alineó de manera fulminante antes del Supermartes con Biden, que no solo tuvo el apoyo clave de O’Rourke, Buttigieg y Klobuchar, sino que ya suma el de la mayoría de candidatos a las primarias como Michael Bloomberg, Kamala Harris, Deval Patrick, John Delaney, Tim Ryan y Andrew Yang.

Esas adhesiones, sumadas al apoyo mediático de la mayoría de grandes medios del espectro demócrata, como el propio The New York Times o The Washington Post, convirtieron en una ilusión el sueño americano de un Bernie Sanders candidato, en la última oportunidad que tenía de lograrlo a sus 78 años.

Es claro que Estados Unidos no atraviesa por una crisis suficientemente grande que permita una candidatura de Sanders para enfrentar a Trump. No están dadas las condiciones objetivas para ello. Ante un momento de crisis, la apuesta es por la institucionalidad y centrismo de Biden, y no por el socialismo democrático de Sanders. Quizás incluso haya más condiciones subjetivas en el pueblo estadounidense, pero desde luego no en el Partido Demócrata como estructura político-electoral.

Y cuando el pueblo estadounidense comenzaba a despertar, el monstruo (Trump) seguía ahí. Y seguirá en noviembre a menos que el coronavirus patee de tal manera el tablero económico y geopolítico, dándole una oportunidad a un Partido Demócrata sumido en sus propios miedos, y errores.

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