Eduardo Galeano: Hermano de la Patria Grande

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El lunes 13 de abril se cumplieron cinco años de su partida. Ahora, rastreando en la memoria, regresa aquel febrero de 1976, cuando le realicé en vísperas de su marcha hacia el exilio definitivo en Barcelona, una entrevista para nuestra revista “Suburbio”. En esos días, el verano incendiaba el aire de una Buenos Aires que –se presentía- ya se hallaba en el umbral de la tragedia más horrenda que pudo ver la historia de los argentinos. Un par de años antes, el entrañable escritor había escapado de las manos homicidas de la dictadura uruguaya que emponzoñaba el paisaje de su Montevideo natal y había encontrado refugio en estas tierras del Plata.

Quienes tuvimos la suerte de conocerlo en momentos en que oscuros nubarrones iban cubriendo el cielo de nuestra Patria, supimos de su entereza frente a las acechanzas de la opresión, de su amor por los desheredados de este mundo, de su íntimo convencimiento en el porvenir de los pueblos de nuestro continente. Nos quedaron, además, sus libros incomparables: “La canción de Nosotros”, “Memorias del Fuego”, “El libro de los abrazos”, y tantas otras páginas inolvidables.

Pero, sobre todo, “Las venas abiertas de América Latina”, su título más popular y uno de los textos más leídos universalmente. Allí pudo revelarnos, con precisión de orfebre, el carácter de este territorio salpicado de esperanzas, eternamente desangrado de su riqueza por las oligarquías y los monopolios sostenidos por las grandes potencias del planeta. No en vano, Osvaldo Bayer, lo calificó la “Biblia Latinoamericana”.

En consecuencia, como lo fue hasta aquel aciago abril que aún nos duele, Eduardo Galeano permanecerá latiendo junto a los corazones de quienes, contra viento y marea, seguimos intentando construir una sociedad en la que la Igualdad sea mucho más que una palabra. De ese modo, podremos hacer honor a su legado inclaudicable, al persistir en la búsqueda tenaz de la Utopía. Para que ella nos sirva de acicate, como él nos enseñara, y así impedir que nunca dejemos de caminar. Por supuesto, con la mirada puesta en la Victoria.

Horacio Ramos

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