Editorial semanal de Tesis 11. SIGUE LA APUESTA AL CAOS

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Tradicionalmente, la derecha se presentaba como el partido del orden. Eventualmente promovía la violencia en algunas circunstancias, pero para restaurar un orden, el suyo. Eso cambió. No sólo aquí, sino en gran parte del mundo, o al menos en su versión occidental y cristiana.

Ahora la derecha apuesta al caos. Un síntoma actual de esto es el delirante sin sentido de pretender sostener en la Ciudad la presencialidad escolar en medio de la explosión de casos de COVID y las tropelías cometidas contra el orden jurídico con ese propósito. ¿Qué se pretende? ¿Echar más nafta al fuego para que todo se incendie? Sí.

Con esto logran desviar la atención de lo importante. Y con el tironeo mediático exasperado, marear a los menos lúcidos políticamente. Todo se presenta como caótico, se equipara un poder municipal con la máxima autoridad de la República y se postulan como equivalentes jueces locales y nacionales. La única autoridad que dicen respetar es la de la sospechosa Corte Suprema que integraron al dispositivo de guerra judicial instrumentado por el macrismo en su gestión. ¿Esperan que los avale?

De nuevo, ¿qué lógica tiene sabotear el esfuerzo colectivo para resguardarnos de una enfermedad insidiosa que se ya se cobró más de 60 mil vidas en nuestro país? ¿Tapar que no se decretó todavía la quiebra del Correo Argentino, pese al tiempo trascurrido? ¿Qué no se hable del procesamiento de Daniel Santoro en la causa de la extorsión a Traficante, de las anotaciones en el celular del secretario privadísimo de Macri descubiertas en la causa del espionaje en Ezeiza, del cruce de comunicaciones de la Mesa Judicial en la causa Oil, de las visitas recurrentes de los jueces de la Cámara Federal a Olivos, la Rosada y quizás también a Los Abrojos? Todo eso es cierto, pero hay más.

La rápida enumeración de algunas de las cuestiones que preocupan y mucho al macrismo explica la saña con la que se dedican a pensar maldades cada minuto. Pero no la conducta de la cúpula empresarial argentina que también aporta lo suyo para hacer caótica la vida de millones. Su sistemático intento de hacer trastabillar y retroceder al gobierno nacional se manifiesta en la persistente presión inflacionaria que reduce la menguada capacidad adquisitiva de las mayorías, empobreciéndolas más que la pandemia.

Ellos, como toda una corriente mundial de la nueva derecha actúa de un modo contrario al de su tradición política. Ahora son subversivos. Van en contra de todo lo instituido, como lo hizo el trumpismo en Estados Unidos o los Bolsonaro que en Brasil reivindican la dictadura militar y amenazan con otra por medio de milicias armadas.

En uno y otro país lo que se repite son las movilizaciones anticuarentena o de protesta ante las restricciones sanitarias. En nombre de la libertad individual, el “yo hago lo que quiero”, rechazan la racionalidad de las acciones que exige el afrontamiento de la pandemia como una oscura maniobra gubernamental para imponer una tiranía en nombre de la ciencia.

Otro rasgo compartido es que, repudiando el delito, reclaman el derecho de armarse y hacer injusticias por mano propia, como si la propiedad privada (su propiedad privada) fuera más importante que las leyes, la justicia y las instituciones públicas o la vida de un semejante.

Nada de eso les importa cuando están decididos a hacer valer su voluntad. De cualquier modo y en cualquier lugar. Esa es la nueva derecha.

Contacta con las lógicas irracionales de los conspiracionistas que rechazan que el planeta sea esférico, o que las vacunas sean una herramienta útil para evitar las enfermedades, argumentando que se trata de un artilugio comercial de las grandes corporaciones farmacéuticas para amasar fortunas. Con los libertarios que promueven el anarquismo fiscal y justifican el delito de evasión impositiva con el argumento de que el estado sólo sirve para enriquecer a los políticos y mantener vagos.

En tiempos normales, algunos de estos especímenes serían apenas visibles. Pero esas minorías, intensificadas por hábiles maniobras de movilización mediante el odio en las redes sociales, asoman a la esfera pública y son magnificadas por el mismo sistema de medios que pretende manipularlas para sus objetivos. Tanto convergen con el trotskismo en los hechos, que han hecho suya la lógica de “cuanto peor, mejor”.

¿Por qué el caos les sirve? Porque en democracia no logran imponer su voluntad. Dentro del sistema no pueden hacer prevalecer sus intereses sobre los de las mayorías, al menos por mucho tiempo. Y si todo colapsa, se creen indemnes por su propio poderío.

En cada país, las distintas coyunturas encuentran diferentes racionalidades instrumentales de la misma conducta. Aquí, el macrismo y sus socios empresariales se sienten atacados por una administración que trata de poner orden en la justicia, para que deje de ser un instrumento en manos de los poderosos; que reconoce que la comunicación y las nuevas tecnologías de la información son derechos esenciales de todos y no un negocio de algunos; que no equipara la libertad de expresión con la impunidad para extorsionar magistrados. No quieren aceptar la determinación democrática de la política y para ello recurren hasta a la mentira más delirante y acusan a la actual gestión de “autoritaria”.

Nunca se preguntaron por la vigencia de las normas constitucionales cuando Macri designó por decreto dos jueces de la Corte Suprema, inhábiles moralmente para ese cargo porque lo aceptaron conociendo la nulidad del nombramiento ilegal. Tampoco cuando trasladó jueces de una instancia a otra y de un fuero a otro, según su conveniencia, como si fueran comisarios de la policía federal y no magistrados integrantes de otro poder en cuya conformación inevitablemente debe intervenir el Legislativo. Ahora, para ellos sería ilegal poner las cosas en orden; un atropello a la justicia “independiente”.

La doble vara muestra a las claras que la verdad sólo les interesa si les sirve. Y también su desesperación. Porque a fuego lento se cocina la condena judicial de muchas de las ilegalidades del macrismo, entre ellas el espionaje político que también involucra a los operadores político-judiciales de Clarín y del mismo modo, aunque algunos se exasperen, el relanzamiento productivo que prometió Fernández en campaña. Por eso no puede celebrar la producción local de la “Esputín”, como dicen en las barriadas. Porque construye soberanía y brinda herramientas para salud pública.

Encender la economía y frenar la inflación es el desafío del gobierno, después de controlar la pandemia. Si lo logra, como avanzó en la renegociación de la deuda, las próximas elecciones revalidarán el colapso electoral del macrismo.

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