Cine y política: “Aún estamos aquí”

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Revista Nº 158 /03/2025)

(cultura)

Valentín Golzman*

Crónica, de contenido político, del film brasileño “Aún estamos aquí”, laureado con el Oscar 2025 a la mejor película extranjera.

Walter Salles, el director brasileño del film Aún estamos aquí, estrenado el 20 de febrero último, no es un desconocido para los espectadores argentinos: Diarios de motocicleta (2004), sobre la vida del Chey Estación central (1998) son dos films que tuvimos ocasión de ver y aplaudir. En esta ocasión nos ha acercado aspectos de la tragedia que soporto el pueblo brasileño, consecuencia del criminal accionar de la dictadura militar que asoló Brasil entre 1964 y 1985.[1]

Al representar los mecanismos que culminaron en desapariciones, torturas y violaciones de todo tipo que sufrió la sociedad brasileña, Salles nos está hablando de la situación similar – impulsada por el Plan Cóndor- que por esos años tuvo lugar en Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay.

El film, ficcional, que por momentos –sensación de verismo- podría confundirse con un documental, nos ubica en los años 70 y representa la armoniosa cotidianeidad de una familia de clase media: la pareja y cinco hijos. Podemos ver representados los juegos de los hijos en las playas de Rio de Janeiro, las reuniones de los padres con amigos y percibir en la familia una tenue, aunque tensa sensación de fragilidad frente a la situación política.

A poco de andar esa cotidianidad se ve fracturada por las primeras escenas de tensión y real temor: es cuando el automóvil en el que viajan es interceptado por un retén militar: la brutalidad, la intimidación violenta, la forma en la que accionan los militares, operan como preludio de un futuro que desbordará siniestralidad.

No pasó mucho tiempo hasta el momento en que un grupo de civiles armados, sin ninguna explicación, se lleva detenido al padre y se instala amenazadoramente en la casa familiar. Ese episodio ficcional rememora un hecho real: el secuestro del ingeniero Rubens Paiva, detenido y luego desaparecido.  

La puesta en escena de los distintos momentos y espacios en los que se desarrolla el film, al igual que la iluminación y el sonido, con muy oportunos espacios de silencio, muestran las capacidades de un gran director. Una cámara precisa acerca primeros planos y tomas generales que hablan por sí mismas.

Si bien todo el grupo de actores realiza una labor más que correcta, destaca la actuación de Fernanda Torres, actriz que representa al personaje de la madre que, tras la detención y desaparición de su esposo, soportó también detención y tortura, amén de dificultades económicas. La veremos luchando incansable en todos los ámbitos posibles, buscando, infructuosamente, tener noticia sobre su esposo. Cuando en 1985 cae el gobierno militar esa madre comienza a estudiar, se recibe de abogada y participa activamente en los grupos de defensa de los derechos humanos.

Este excelente film, con su llamado a la memoria y al Nunca Más, es oportuno, especialmente en nuestro país: Enfrenta las corrientes negacionistas promovidas actualmente desde el Estado. [2]

La película se cierra con una voz en off que comenta que los cinco responsables directos de la desaparición del Ingeniero Paiva fueron ubicados, y agrega: nunca fueron juzgados. 

*Valentin Golzman, ingeniero, doctor en historia, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.

[1] En momentos de escribir esta nota me llegó la muy grata noticia de que el film recibió el premio Oscar a la mejor película extranjera.

[2] El título de la película remite a situaciones propias de nuestro país, donde no se ha abandonado la búsqueda de desaparecidos, hijos y nietos. Como dice la canción Todavía cantamos, de León Gieco y Víctor Heredia: “Todavía soñamos, todavía esperamos…”  

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