Chile: neoliberalismo y dominación. Una revisión histórica

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(américa latina/chile)

Claudio Esteban Ponce*

El incendio de Chile no se apagó aún. La protesta social se radicalizó día tras día, y por más esfuerzo que se hizo para invisibilizar la irreverencia de los sectores populares, la “careta democrática” que siempre ocultó el autoritarismo plutocrático se hizo mil pedazos. ¿Cuáles fueron las múltiples razones que hicieron de Chile un escenario de rebelión permanente? ¿Qué analogías se observaron entre el terrorismo de Estado pinochetista y la gestión actual de Piñera? ¿Fue Chile el país elegido por el imperialismo capitalista para aplicar el experimento neoliberal y de allí expandirlo al resto de América Latina?

La historia chilena, aún a posteriori del hecho independentista, se mostró como un proceso de continuidad social y política desde el contexto colonial hasta el presente. La pérdida de centralidad política que produjo la “emancipación” fue prontamente reemplazada por la organización del “Estado Portaliano”, un régimen que garantizó los privilegios de la vieja casta de la “nobleza colonial” ejerciendo la dominación sobre las mayorías de un “tercer estamento” desclasado. Diego Portales, quien sostuvo que a Chile “…lo gobernaba el peso de la noche…” logró una rápida centralización política fundada en una verticalidad que avaló por medio de la fuerza, la construcción de un sistema social basado en relaciones feudo-vasalláticas. Un sistema que hizo consolidar el poder de una elite tradicional y económicamente poderosa análoga a la “aristocracia” dominante desde el siglo XVIII. Esta oligarquía fue la misma que en el siglo XIX convirtió a Chile en un país periférico, totalmente dependiente de los países centrales del capitalismo mundial, al solo efecto de gobernar la república en beneficio de sus propios intereses. Este modelo conservador en lo político pero liberal en lo económico, perduró en el tiempo y solo fue cuestionado en el siglo XX por dos intentos de transformación fallidos, sea por desestabilizaciones internas y externas, sea por golpes de Estado que directamente derrocaron gobiernos constitucionales. El caso del presidente Pedro Aguirre Cerda, que llegó al gobierno con un Frente Popular en 1938, apuntó a combatir la pobreza, a fomentar la educación y la salud pública, a promover la producción para lograr el desarrollo, y a pretender una mayor igualdad social. Al año siguiente de su llegada al gobierno debió enfrentar un intento de golpe de Estado que por suerte no logró objetivo. Pero al promediar su gobierno, quizás por una ironía del destino, este presidente falleció dejando trunco el proceso de transformación que se había fijado. Su vicepresidente, no pudo terminar su mandato y convocó a elecciones para febrero de 1942. El fracaso de la coalición que tuvo las pretensiones de limitar el poder de las minorías, fue el producto de la desestabilización interna y el accionar del poder extranjero que desgastaron al Frente Popular.

El segundo intento que no pudo concretar sus objetivos fue el gobierno del socialista Salvador Allende en 1970. Este hombre, que había sido ministro de salud de Pedro Aguirre Cerda y luego senador, estuvo siempre convencido que se podía llegar a realizar una revolución y marchar al socialismo por las vías del camino democrático. Personalidad relevante y destacable político, Allende fue agredido durante toda su carrera política y más aun durante su presidencia. Los servicios de inteligencia del imperialismo estadounidense nunca dejaron de desgastar su figura aún después de muerto. Aún así, la gestión de gobierno de la Unión Popular por él conducida nacionalizó los recursos estratégicos de Chile, y puso en marcha una serie de medidas para lograr una mayor igualdad social con mayor independencia de las intenciones  intervencionistas de los EEUU. Como todo gobierno nacional y popular sufrió presiones, desgastes y ataques de los poderes extranjeros con la ayuda traicionera de las oligarquías locales. Por ende, el marco externo y la situación interna no contribuyeron para que Salvador Allende termine su gobierno, muy por el contrario, en Chile se puso en marcha lo que luego se conocería como el “plan cóndor”, o sea, terminar con todos los gobiernos democráticos y populares de América Latina. El sangriento golpe cívico-militar que encabezó el general Augusto Pinochet vino a poner fin al segundo gran intento transformador de la sociedad chilena, y con su inusitada violencia, a terminar también con la vida de Salvador Allende. El golpe, que fue un trabajo preparado por la CIA en la embajada de EEUU, fue llevado adelante para convertir a Chile en el laboratorio de ensayo para aplicar el modelo neoliberal en América Latina. Una vez “diezmada y desaparecida” toda posible oposición, el terror y el sometimiento al “imperio” se apoderaron del pueblo chileno.

La dictadura de Pinochet duró “literalmente” diecisiete años. Durante ese tiempo se impuso a sangre y fuego el neoliberalismo dictado por el imperialismo capitalista. La gestión Pinochet no solo impuso la receta, sino que además acompañó con medidas que apuntaron a la “naturalización” de las consecuencias que generaba este modelo económico-social. Eliminada la protesta, institucionalizada la represión e implementado el miedo como herramienta de control social, los chilenos fueron obligados a resignar su voluntad y aceptar pasivamente la desintegración de sus derechos. Todo lo que pertenecía al Estado se privatizó, incluso la educación y la salud, toda persona que pretendiera vivir dignamente debía lograr esa meta por medio de las reglas del nuevo sistema, la meritocracia, el individualismo y la “iniciativa propia”. Demás está decir que estas reglas solo se adecuaban a los dueños del capital y por supuesto marginaban a la clase trabajadora. Diecisiete años de terrorismo estatal “institucionalizaron” el egoísmo y destruyeron todo intento solidario y colectivo. Sobre estos cimientos se comenzó a construir una “transición democrática” que tuvo particularidades tales como el nombramiento de Pinochet como senador vitalicio, la condición de continuar con el modelo económico y el compromiso de no investigar los crímenes de lesa humanidad de la dictadura. Como casi siempre en la historia chilena, una continuidad del poder en manos de pocos y la marginación en la vivencia de muchos. Ahora bien, luego de casi treinta años de esta pasiva continuidad de la “dominación”, un terremoto social sacudió Chile “abriéndose” un sendero hacia una nueva posibilidad de verdadera transformación democrática.

En los meses de octubre y noviembre de 2019 el “laboratorio del neoliberalismo” estalló en mil pedazos. Cansados de tantos abusos un grupo de chicos de secundaria se rebeló contra el aumento del pasaje del subte, a eso se sumaron los estudiantes universitarios para continuar su lucha por la gratuidad de la educación, paralelamente se daba la protesta docente que llevaba meses de manifestaciones y huelgas, a lo que se acopló también el movimiento de mujeres, ya famoso por sus novedosas formas de protesta, que venía resistiendo contra el patriarcado tradicional y conservador. La suma de todos estos sectores hizo explosión contra el gobierno de Piñera. Este presidente, al mejor estilo de la continuidad dictatorial, reaccionó con extremada violencia contra la protesta multisectorial. Sebastián Piñera declaro la guerra. ¿A quién? Al pueblo chileno.

La irrupción de las masas en la escena pública comenzó esencialmente con la rebelión de los sectores juveniles, sean estudiantes o del movimiento feminista, a los que luego se sumaron los trabajadores y demás ciudadanos que, doblegando el miedo, salieron a las calles a expresar su agotamiento frente al abuso del poder dominante. Evidentemente, Sebastián Piñera fue la continuidad de la humillación y el sometimiento. Lo demostró ante la primera manifestación pacífica de los sectores populares, su respuesta política fue demonizar esa protesta y utilizar una salvaje represión para restablecer el “orden y la legalidad”. Pero esta vez, su pueblo no aceptó la orden y prosiguió sus manifestaciones con múltiples formas de expresión pacífica. El presidente y el conjunto de la oligarquía de la que él forma parte, creyeron que bastaba con resucitar el miedo utilizado por Terrorismo de Estado para darles una paliza y mandarlos de vuelta a casa. Pero esta vez no fue como otras tantas protestas del pasado, llevan casi dos meses de represión violenta  contra la resistencia o las luchas en las calles, y nada logra apaciguar los reclamos. La represión se incrementó de forma inconmensurable y la violación a los DDHH volvió a ser la respuesta de la derecha autoritaria, aún así el pueblo siguió en las calles. Las denuncias de los organismos internacionales de Derechos Humanos argumentaron delitos de lesa humanidad. Las denuncias son alarmantes, medio centenar de muertos, un número desconocido de desaparecidos, muchos presos y torturados con el agregado del abuso y violación de mujeres de parte de las fuerzas de seguridad, más de doscientas personas con pérdida de visión por los disparos policiales a los ojos de los manifestantes, innumerables heridos, y por supuesto el ocultamiento del cerco mediático. Una vergüenza horrorosa en un gobierno que “sostiene ser democrático”. Más allá de las denuncias en todo el mundo la violencia institucional no cesa, por el contrario, aumenta. Las medidas de cambios prometidos a futuro no alcanzaron para clamar el presente. En realidad, pareciera ser que Piñera retrocede hacia un callejón sin salida, fueron treinta años de una “pseudo-democracia” que vilipendió tanto al pueblo que al parecer éste agotó su pasiva paciencia. Fue tanta la injusticia que solo logró despertar la rebeldía de la nuevas generaciones que no vivieron el Terrorismo de Estado y no estaban tan intoxicados de temor como para no luchar por una vida más digna. Los jóvenes estudiantes, mujeres y trabajadores, dijeron basta al imperialismo neoliberal y salieron de manera incansable a luchar por una mayor igualdad. El futuro es incierto, para Piñera quizás esté sellado, pero para Chile sigue abierto el camino hacia un tercer intento de profunda transformación.

El presidente Piñera continúa dando discursos cargados de odio contra de un enemigo imaginario. Pareciera que el guión que debe leer fue extraído de la propaganda política del imperialismo estadounidense durante la etapa de la  “guerra fría”. La elaboración una teoría conspirativa fundada en una subrepticia alianza cubano-venezolana para detonar la tranquilidad de la sociedad chilena, no solo es de una inmadurez increíble, sino que únicamente puede caber en aquella obtusa mente de los años cincuenta en que todo lo que sucedía en occidente era culpa del comunismo y de la URRS. Echar culpas hacia otros posibles enemigos inexistentes, no solo es una mendacidad típica de la niñez sino que como argumento político vuelve a mostrar una visión cerrada y autoritaria que, históricamente, le hizo mucho daño a las democracias en Latinoamérica. El porvenir de Chile se presenta como incierto, tal vez Sebastián Piñera ya no tenga futuro, pero el pueblo chileno tiene todo por hacer…

*Claudio Esteban Ponce, licenciado en historia, miembro de la Comisión de América Latina de Tesis 11.

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