Apuntes sobre Cromagnón.

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Dossier: Cromañón (artículo 1 de 2).

Edgardo Vannucchi*

El incendio del local bailable del barrio de Once el pasado 30 de Diciembre puso en evidencia los límites y, sobre todo, las consecuencias de un modelo de país oxidado y carcomido por años de impunidad, corrupción, indiferencia…

En este artículo el autor nos propone mirarnos al espejo, indagar qué nos dice Cromagnón sobre nuestros años recientes.

1. La voracidad del modelo

Pensar, decir, sentir Cromagnón en términos de tragedia conlleva el riesgo -o la intención- de relativizar en extremo las responsabilidades y negligencias -estatales y sociales- compartidas.
La idea de tragedia tiende a naturalizar el acontecimiento, a imprimirle rasgos de fatalidad, de destino, promueve e invita a la resignación.

Desde estas páginas venimos insistiendo: las transformaciones buscadas y logradas (y por demás aplaudidas por amplios sectores sociales) por el neoliberalismo durante los últimos años exceden ampliamente la instrumentación de una serie de medidas económicas.

Su eficacia reside en haber impregnado culturalmente el cuerpo social, en configurar un sentido común dominante el cual es presentado como lo “obvio”, como el único camino posible, lo que “naturalmente” debe pensar y hacer cualquier individuo, organización, institución, gobierno, etc. que se adapte a estos tiempos de “globalización o barbarie”.

Esto es, en la esfera pública, el Estado debía ser desmantelado, desguasado. En su lugar, debía entronizarse el mercado como instrumento, como “hacedor” y garante de la asignación de recursos y la satisfacción de necesidades.
Por su parte, en la esfera privada, el individualismo, el culto a la realización personal como valor cardinal, como sacrificio necesario para alimentar al Dios mercado, devino en “imperativo categórico”.

En ese contexto se fue gestando e instalando progresivamente una nueva “subjetividad”, la lógica del “sálvese quien pueda”, el exitismo, la despolitización y fragmentación de la sociedad, la selectiva “ausencia” del Estado de sus funciones básicas, la indiferencia -cuando no la admiración- ante los hechos de corrupción…

Pues bien, enterémonos: estas prácticas sociales,  esa desidia e inacción estatal, esa primacía de la búsqueda de rentabilidad por encima de todo -incluso de la vida misma- tiene consecuencias concretas. Mata. Se cobra vidas. Cromagnón es el reciente y más terrible ejemplo de ello.
 
2. Las palabras y las cosas

En la disputa por instalar y hegemonizar la agenda política de la denominada “opinión pública”, sin duda, uno de los temas centrales del año 2004 se vinculó con la inseguridad.
En ese sentido, la irrupción de Juan Carlos Blumberg en el escenario político de nuestro país, permitió a sectores de la derecha argentina recuperar protagonismo e “instaurar como prioritario el tema de la ‘seguridad’ ”.
Emergente de una crisis de representatividad manifiesta, su figura, su convocatoria logró expresar -con todas sus contradicciones- el reclamo de amplios sectores sociales. 
Se sabe: la lucha política se manifiesta en actos, gestos, símbolos, palabras. La derecha mediática, consiguiendo una “victoria” en el terreno de las representaciones simbólicas o imaginarias, se apropió del concepto inseguridad: lo cargó de sentido, de un único sentido. Pensar, decir, escuchar la palabra inseguridad nos remite, desde esta perspectiva, a delicuencia, secuestros, robos, homicidios, etc. y, como reverso de la misma moneda, a pedidos de endurecimiento de penas, construcción de cárceles, aplicación de “mano dura”…

La inseguridad en nuestro país se hizo presente a fuerza de instrumentar políticas que lograron generar índices históricos de desigualdad y pobreza, a partir de no garantizar trabajo, de instalar el miedo a perderlo en aquellos que aún lo tienen, de no asegurar la educación y la salud a enormes franjas de la población, de ignorar y olvidar a nuestros jubilados, de limitar y condicionar cualquier idea de futuro en las nuevas generaciones, a fuerza de exigir y abogar por el desmantelamiento del aparato estatal, de suprimir sus marcos regulatorios y de control…

Es decir, esa indefensión, esa sensación de vulnerabilidad es anterior a la “ola delictiva” mostrada por los medios de comunicación y de un carácter mucho más complejo y estructural que el que denota y entiende el “universo” blumbergiano.
Cromagnón -con el dolor infinito que implica- debiera ser una bisagra para todos, un punto de inflexión en esa mirada sesgada respecto a la inseguridad.
Es necesario dotar de un nuevo sentido, ampliar su alcance, su significado, romper ese encorsetamiento mediático y social. Cromagnón “nos refregó en la cara otro tipo de seguridad” .

3. El palacio y la calle

No todas las brasas de aquellas jornadas de Diciembre de 2001, de aquellos días de hartazgo y furia, de sangre y fuego se han extinguido.
Por caso, la movilización popular, la ocupación del espacio público como acto reflejo ante injusticias o abusos, perdura, se instaló como modalidad política.
En efecto, la presencia en las calles como forma de interpelar al poder -abrevando en experiencias como la de las Madres de Plaza de Mayo, las marchas del silencio de la sociedad catamarqueña, etc.- se ha ido erigiendo en una práctica “cotidiana” de vastos y diferentes sectores y actores sociales, incluso de aquellos que suelen vestirse con el ropaje de un apoliticismo falaz.
Movimientos piqueteros, ahorristas “acorralados”, asambleas populares, “blumbergianos”, víctimas de Cromagnón…

Sin embargo, como afirma Mario Wainfeld, gran parte de esa movilización queda lejos de la participación, “no se conecta con el poder institucional” .
Es decir, muchas de esas expresiones de reclamo, de esa -para algunos teóricos- “potencia” de “la multitud”, carece de instancias de canalización institucional, “queda afuera, lejos de la toma de decisiones”.

El desastre del 30 de Diciembre último, sumado a la movida posterior del actual Jefe de Gobierno convocando a un referéndum para (re)legitimar o poner fin a su mandato, reinstalan el debate respecto al lugar de la política, al sentido y necesidad de la misma, al papel del Estado ante la voracidad de la “mano invisible” del mercado, nos conduce a (auto)evaluar responsabilidades, nos obliga a preguntarnos por la vigencia de nuestro sistema representativo, a conocer e indagar los mecanismos de participación ciudadana contemplados en la Constitución…

Más allá de la discusión técnica respecto a la legalidad de la convocatoria del mecanismo de revocatoria de mandato hecha por el Poder Ejecutivo porteño -y no por el electorado, según establece el artículo 67 de la Constitución de la ciudad- lo que debiera primar es que, por primera vez en nuestra historia reciente, en un contexto de crisis de representatividad feroz, un mandatario argentino pone a consideración del voto popular su continuidad, echando mano a un mecanismo constitucional que parecía obsoleto antes de ser usado.

Esa entelequia llamada “pueblo”, devenida en “gente”, resignificada en “multitud”, interpelada en carácter de ciudadanía, ese sujeto histórico en permanente tensión, en permanente construcción -sea cual fuere-, debe asumir responsabilidades, tomar decisiones, aprovechar circunstancias que impliquen rupturas, que abran grietas en un sistema político apoltronado en el sueño liberal de la delegación del poder en manos de unos pocos.
El abismo entre el palacio y la calle sigue siendo inmenso.

[1] “…Es menester que los sujetos lleguen a creer que ésa es la única manera de vivir con (contra) los otros, que no hay ‘alternativas’ ”. Eduardo Grüner: De nuestros miedos y nuestras ilusiones; en Las formas de la espada. Miserias de la teoría política de la violencia. Editorial Colihue. Bs.As. 1997.

[2] Precisemos: esos hábitos, costumbres, conductas no son producto de un determinismo, de un proceso natural: son construcciones sociales; es decir, las metas que persiguen los individuos tanto como los medios a los que recurren para alcanzarlas, se incorporan, se aprenden socialmente, son históricas, no naturales. 

[3] Feinmann,  José Pablo: Miedo y manipulación. Página 12. 21.08.04.

[4] Russo, Sandra: El límite. Página 12.16.01.05.

[5] Wainfeld, Mario: Las deudas de la política. Página 12. 09.01.05.

[6] Idem.

*Edgardo Vannuchi, historiador, miembro del Consejo de Redacción de Tesis 11.

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