Dos caras de una misma moneda

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Por Sergio Torres (*).- A pesar del aumento de contagios y muertes en el mundo por coronavirus, la mayoría de los gobiernos han pasado de políticas restrictivas y punitivas en contra de sus ciudadanos para limitar las actividades sociales y laborales hacia una especie de convivencia inevitable con el virus. ¿Qué cambió entonces en el último tiempo?

El experimento social a escala global echado a andar por la pandemia confinó a millones de personas en todo el mundo, pero con el tiempo, incluso las medidas más rígidas fueron o bien modificadas por los gobiernos o levantadas de facto por las personas, que empujadas por la necesidad económica o el hastío se rebelaron contra las imposiciones.

Esto nos lleva a formularnos cuanto menos un par de preguntas: ¿Fueron tan efectivas las medidas restrictivas, si incluso en aquellos países más duros con la cuarentena el virus continuó propagándose? ¿Es posible vivir confinado indefinidamente para intentar evitar la propagación de un virus que finalmente parece siempre encontrar el modo de pervivir?

Un motivo a la poca efectividad de las cuarentenas podemos encontrarlo en un estudio realizado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 2018, en el cual concluye que el 60 por ciento de la masa trabajadora del mundo (unas 2.100 millones de personas) tiene empleos informales. En mayor o menor medida, incluso aquellos trabajadores en relación de dependencia, viven al día, no les sobra nada como para esconder la cabeza en un pozo hasta esperar que la pandemia ceda.

Entonces, ¿qué tan presente está el Estado si una pandemia desnuda que no sólo las condiciones sanitarias no están a la altura de la demanda sino que también dejan expuestas las condiciones de vida de la mayoría de las personas? ¿Si el/los Estado/s estuvieran realmente presentes, es posible que el 60 por ciento de los trabajadores de este planeta laboren en condiciones precarias? ¿En qué momento debe hacerse presente un Estado? ¿El trabajo precario no enferma, deteriora y limita las condiciones de vida de las personas? ¿Y si las deteriora, lo hace menos, igual o más que el Covid-19?

La mayoría de los habitantes de este mundo, así planteadas las condiciones de vida y de trabajo parecen estar presos del vuelo caprichoso de una moneda que tiene dos caras similares: la de la muerte por coronavirus, más espectacular y conmovedora -por ahora-, o la otra muerte, la menos efectista pero más habitual, la que es resultado de la explotación del hombre por el hombre. Esa muerte por la que los Estados de este mundo nunca recluyeron a nadie en cuarentena hasta encontrarle una cura.

(*) Periodista

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