8 de marzo, día internacional de la mujer trabajadora

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Manuela Expósito (Lic. Ciencia Política – UBA)

¿Qué historia hay detrás de una fecha a la que, a pesar de que la cultura capitalista ha intentado convertir en un mero día de celebración vacío de contenido, el nuevo movimiento de mujeres a nivel mundial vuelve a reivindicar con marchas y movilizaciones masivas? ¿Cuáles son aquellas consignas que continúan vigentes después de casi un siglo de haber sido designado internacionalmente como un hito en la historia del feminismo? ¿Es acaso factible pensar en una sociedad igualitaria sin cuestionar las bases de un sistema que se erige sobre la opresión? Todos estos interrogantes podrán ayudarnos a hilvanar poco a poco cómo se fue gestando la actualidad del 8 de marzo, considerado debidamente a estas alturas como una jornada de resistencia.

Los orígenes de la lucha de las mujeres por el reconocimiento de sus derechos fue mucho más allá del mero reclamo sufragista, para anidar en el corazón de las fábricas del primer mundo. Allí, en un Estados Unidos aún no devenido en la potencia que es en la actualidad, el 8 de marzo de 1908, ciento veintinueve trabajadoras en huelga –quienes reclamaban principalmente por reducción de la jornada laboral, e igual remuneración a igual tarea- perdieron la vida durante un incendio en la textil Cotton, situada en Nueva York, cuyas salidas habían sido clausuradas por la patronal. Esta tragedia llevó a que, en 1910, se declarara el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, en el marco de la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, en donde una figura central de la izquierda revolucionaria alemana tendría absoluto protagonismo.

Clara Zetkin, militante de la Liga Espartaquista, posteriormente referente del Partido Comunista de Alemania -que la llevaría a desarrollar actividades como parlamentarista en el Reichstag hasta 1933-, y miembro fundadora de la Segunda Internacional, remarcaba en sus alocuciones la importancia de la cuestión de la mujer para el materialismo histórico. Ya Federico Engels, enEl origen de de la familia, la propiedad privada y el Estado, señalaba que la división del trabajo propia del avance “civilizatorio” había comenzado con el desplazamiento del rol de las mujeres del ámbito productivo. Así, “el gobierno del hogar se transformó en servicio privado; la mujer se transformó en la criada principal, sin tomar ya parte en la producción social”, de lo cual se deriva necesariamente que “la emancipación de la mujer no se hace posible sino cuando ésta puede participar en gran escala, en escala social, en la producción y el trabajo doméstico no le ocupa sino un tiempo insignificante”.

Zetkin se viollamada a reactualizar la visión de Engels en el contexto de un capitalismo moderno, que había encontrado la manera de sumar a las mujeres al mundo de la explotación laboral. En búsqueda de mano de obra más barata, o por la misma necesidad del proletariado de incrementar los ingresos familiares, se da la apertura de las puertas de los establecimientos productivos a trabajadoras que sí, han logrado la independencia económica, pero en condiciones mucho peores que las de los hombres. Señala la militante alemana que “por ello, la lucha de emancipación de la mujer proletaria no puede ser una lucha similar a la que desarrolla la mujer burguesa contra el hombre de su clase; por el contrario, la suya es una lucha que va unida a la del hombre de su clase contra la clase de los capitalistas”.

Tal fue la relevancia de la participación de las mujeres en la Europa del Siglo XX, que es imposible soslayar el protagonismo que ha tenido el colectivo en uno de los acontecimientos revolucionarios más importantes de la historia mundial. En la Revolución Rusa de 1917, la lectura socialista de los reclamos del colectivo feminista estuvo representada por un sinfín de funcionarias. Entre ellas se encuentran NadiezhdaKrupskaia, compañera de Vladimir Ilich Lenin, viceministra de Educación durante más de diez años, a cargo de la campaña alfabetizadora soviética; InessaArmand, directora de Zhenotdel, a cargo de la defensa de la igualdad de mujeres y hombres al interior del partido y los sindicados; Natalia Sedova, comisaria de Educación y Conservación de edificios históricos; Larisa Reisner, Comisaria del cuartel general de la Armada; y Alexandra Kollontai, Comisaria para el Bienestar Social y diplomática en Noruega, México y Suecia.

Kollontai afirmaba la necesidad de la revolución de avanzar sobre problemáticas tan importantes como la “protección y provisión para las mujeres embarazadas o con hijos, legislación del trabajo femenino, campaña contra la prostitución y el trabajo infantil, la demanda de derechos políticos para la mujeres, la campaña contra la suba del costo de vida”, recalcando lo esencial de la unificación de la clase trabajadora. Entre los notables logros de la revolución, las mujeres no sólo alcanzaron la igualdad de derechos en el ámbito laboral/político y al voto, sino que incluso la nueva legislación les permitía acceder a la interrupción voluntaria del embarazo, al divorcio, a la licencia por maternidad, la gratuidad del cuidado de niños y niñas, al mismo tiempo que se despenalizaba la homosexualidad. En las regiones musulmanas de la U.R.S.S., se llevaron campañas para la escolarización y alfabetización de las mujeres, en contra del uso del velo, y se prohibieron los matrimonios infantiles y forzados.

El derrumbre de la Unión Soviética y la pretensión del capitalismo de decretar el “fin de la historia”, reafirmándose como un modo de producción que ha logrado sortear diversos escenarios de crisis, ha puesto nuevamente en la palestra la producción teórica de varias militantes del feminismo socialista. Silvia Federici, tomando como punto de partida el análisis de Marx de la acumulación originaria presente en El Capital, recupera el fenómeno de la caza de brujas como el origen del “desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que somete el trabajo femenino y la función reproductiva de las mujeres a la reproducción de la fuerza de trabajo; la construcción de un nuevo orden patriarcal, basado en la exclusión de las mujeres del trabajo asalariado y su subordinación a los hombres; la mecanización del cuerpo proletario y su transformación, en el caso de las mujeres, en una máquina de producción de nuevos trabajadores”. Primero, sometidas en el hogar; luego, en el trabajo. Siguiendo a Federici, hasta la actualidad, el capitalismo no ha cesado su guerra contra las mujeres trabajadoras. Esto queda demostrado con la responsabilidad del Estado al no garantizar la interrupción voluntaria del embarazo, al burocratizar excesivamente el acceso a denuncias de acoso y abuso, al permitir que cientos de mujeres acudan como medio de subsistencia a la prostitución, a la ineficacia de las políticas públicas ante las brutales tasas de femicidio. Porque patriarcado y capitalismo son dos caras de un mismo sistema opresor, la inmediata tarea del 8M es continuar visibilizando lo que le ocurre a tantas mujeres en sus hogares, en la calle, en sus ámbitos laborales, para de una vez comenzar a edificar una sociedad sin privilegios de clase… pero tampoco de género.

Una respuesta a “8 de marzo, día internacional de la mujer trabajadora”

  1. OSCAR EXPOSITO GANDARA dice:

    Excelente articulo desde el punto de vista historico y la problematica actual
    Muy bien por Manuela!

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