Los setenta: ayer y hoy.

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Dossier: Los Setenta en esta hora (2 de 3).

MIGUEL TALENTO*

Una característica esencial de los procesos históricos
es su naturaleza unívoca e irrepetible, lo que, sin
embargo, no hace imposible la comparación de
situaciones, la apreciación de tendencias y la
comprensión de sus aspectos esenciales, a condición
de no olvidar el sentido individual y único de los
acontecimientos históricos. En consecuencia quiero
comenzar esta referencia a los años setenta en la
Argentina y el mundo, advirtiendo sobre los límites
de estas líneas.

Los sesenta y los setenta:
la oportunidad del cambio.
Todos los que vivimos aquellos años sabemos que si
había una certeza en esta época era que estábamos
en los umbrales de cambios sociales profundos. En
este sentido los años sesenta y setenta fueron años
excepcionales en el Siglo Veinte toda vez que era posible
pensar que el capitalismo como etapa de organización
social de la humanidad estaba cercana a sufrir
mutaciones de significación y que iba a resultar
sustituido por diversas experiencias que abrevaban
en las distintas corrientes críticas del capitalismo,
fundamentalmente en las socialistas.
Contribuyeron a esa lectura múltiples factores.
Entre ellos la imagen de fortaleza y expansión de
los socialismos reales durante la segunda posguerra,
con la URSS como potencia nuclear y competidora
del liderazgo americano en el bloque occidental. El
proceso de descolonización posterior al ´45 que había
avanzado con dificultades desmembrando los
viejos imperios europeos, se había tornado en francas
guerras de liberación en el mundo africano, tanto
en los árabes como en los de población negra y
en el lejano oriente. La agitación nacionalista y
antiimperialista, desde diversas perspectivas, sacudía
y crecía entre las masas latinoamericanas. La política
de coexistencia pacífica de la dirigencia soviética
planteaba la detente nuclear, reconociendo el empate
destructivo del poder militar acumulado por ambas
superpotencias y apostando a un cambio paulatino
de la correlación de fuerzas en las guerras y confrontaciones
que se libraban en el amplio espacio del
Tercer Mundo. El protagonismo juvenil de la primer
generación de la posguerra fusionado con reclamos
variados en los países centrales mostraban un nivel
de impugnación inédito al sistema en sus propias entrañas.
Si bien sabemos hoy que estas tendencias iban a
tener respuesta cambiando su sentido y que los elementos
que permitieron la afirmación del capitalismo a
nivel mundial con la hegemonía política y militar americana,
estaban claramente presentes en estos años, también
es cierto que el carácter y la profundidad de esa
modificación de sentido no eran ineluctables.
Los setenta en la Argentina: crisis política
y protagonismo popular.
La Argentina llega a los setenta en un estado
de creciente ebullición política y social. Los diversos
intentos por desarticular el estado de bienestar generado
por el primer peronismo no habían logrado
avanzar con mayor éxito por la enorme eficacia de la
resistencia popular que impidió la consolidación de
un sistema político con cláusulas proscriptivas y un
mayor retroceso en las conquistas sociales y culturales
obligando al partido militar a la fuga hacia delante
con su golpe de 1966.
La amplia reacción social a este intento de esterilización
política y conducción burocrática y vertical
del Estado -sin preocupación alguna por legitimar
el ejercicio del poder luego del acto violento de usurpación
del mismo- produjo episodios insurreccionales
urbanos inéditos en la historia nacional, desarrolló
un nuevo protagonismo de masas con predominio
juvenil y se articuló en forma progresiva con las organizaciones
armadas que habían hecho su aparición
en la escena política nacional a finales de los ´60,.
Tuvo importancia en este cuadro el proceso de nacionalización y radicalización de los sectores medios.
Originalmente integrados al bloque triunfante en 1955
estos sectores, respondiendo a diversas tradiciones políticas,
fueron migrando y oponiéndose en forma creciente
al sistema político de tutelaje militar.
La evolución y confluencia de marcos ideológico-
políticos de distinto origen –nacionalismo, catolicismo,
izquierdas, judaísmo- se amalgamaron en un
reclamo de protagonismo y resolución de la situación
nacional muy diferente al proyecto dictatorial
del partido militar. Y en su gran mayoría tomaron
como referencia de esa polarización a Perón y al
peronismo frente al partido militar conducido por
Lanusse y sus variantes políticas electorales.
El espíritu de los setenta: testimonio,
entrega, acción, voluntad.
Las corrientes ideológico-culturales que confluían
en esa amalgama de principios de los setenta
tenían en común que eran discursos de la acción. Se
justificaban y organizaban sobre la base de proponer
acciones. Y esas acciones estaban encadenadas a
unos objetivos de cambio social, político y cultural
revolucionario en tanto abrevaban en variadas fuentes
de crítica al sistema capitalista. Sectores de izquierda
que reconocen identidad peronista del sujeto
obrero, nacionalistas que llegan a la certeza que
sin pueblo es vana la idea de Nación, católicos
postconciliares y de vocación social que se deciden a
una pastoral comprometida con los que sufren y tienen
hambre y sed de justicia, judíos laicos, no
sionistas o sionistas de izquierda que buscan integrarse
desde su identidad a un proyecto de cambio y
construcción nacional abandonando las lógicas cerradas
de una cultura perseguida.
Elegir el compromiso y la lucha, integrarse y
fundirse en un colectivo revolucionario, definir el
proyecto individual de vida encajado en la voluntad
de construcción de un proyecto social,
multitudinario y colectivo, moldearse cada día en eltrabajo militante para ser cuadros integrales capaces
de desempeñar las muy diversas tareas revolucionarias,
poner en ejercicio cotidiano una nueva moral
prefigurando un nuevo hombre, anunciando las futuras
relaciones humanas solidarias, fraternas, basadas
en la justicia y la igualdad.
La magnitud de los objetivos requería de una
voluntad enorme y firme y de una gran entrega a esa
magna tarea de forjar una sociedad distinta. Sabiendo
que los obstáculos para alcanzar ese luminoso
mañana serían muy importantes se reforzaba la idea
de sacrificio y de testimonio en la lucha cotidiana. La
idea de trascendencia en los ideales integraba y definía
el proyecto de vida de miles de jóvenes que abrazaban
la idea ser los artífices de la revolución inconclusa
que requería nuestro país. Y desde esa perspectiva
estaban dispuestos a poner en riesgo y en juego
el mayor valor humano que es la vida propia. Elegían
la lucha para lograr el cambio y si el sacrificio era el
precio se estaba dispuesto a pagarlo. Morir por el
cambio, por la revolución, para dar testimonio, para
que la Patria viva, para que la lucha continúe y resulte
exitosa, pavimentando con el sacrificio personal la
ancha avenida de una sociedad distinta y mejor.
En la cultura de esta época convivían en una
curiosa y vital mezcla los valores de cambio social
con su lógica de sacrificio y testimonio con la ruptura
de muchas de las pautas de conducta valoradas
positivamente por la generación anterior en el plano
personal, como la radical afirmación de la libertad –
incluída la sexual y la temprana independencia de la
vida familiar- que conducían a una perspectiva de
disfrute y goce individual.
Aquellos valores a la luz del presente.
El mundo y nuestro país han cambiado y mucho.
Las razones de la hegemonía político y militar
americana y el triunfo global, en esta etapa histórica,
del capitalismo como forma de organización social
exceden con mucho estas notas.
Con respecto a nuestro país resulta difícil hacer
un resumen de lo acontecido, pero sí podemos
aún brevemente anotar los cambios programáticos
determinados por los sucesos nacionales e internacionales
acontecidos.
A este respecto podemos decir que la perspectiva
mayoritaria de los sectores nacional-populares,
de izquierda, progresistas y racionales es hoy
discutir y modificar las características de la distribución
de la riqueza en nuestro país, no ya la propiedad
de los factores que la producen. Lograr un modelo
de capitalismo con decisión nacional y parentesco
con el europeo, con clara presencia de un Estado
en capacidad de intervenir y mediar de modo eficaz
sobre la frontera entre la sociedad y la economía. De
arbitrar con justicia y equidad entre el principio de
beneficio que guía al mercado y el principio de igualdad
que funda el Estado moderno, garantizando las
condiciones mínimas de ciudadanía para todos los
habitantes de nuestro país.
Este programa -que resulta más módico comparado
con los ideales de modificar la estructura social
cambiando las relaciones estructurales de propiedad
y producción- requiere de un esfuerzo gigantesco
también para verse plasmado en la realidad
toda vez que los sectores beneficiarios de un modelo
prebendario y de valorización no productiva del capital,
entre ellos los rentistas monopólicos y cuasimonopólicos,
distribuidos en los ´90, resistirán firmemente
su modificación.
La discusión colectiva sobre lo ocurrido en los
años setenta en la Argentina es todavía una asignatura
pendiente entre nosotros. La magnitud de la derrota
y del fracaso popular y la maquinaria represiva
del terrorismo de estado no hicieron posible procesar
en común, en el campo popular, la naturaleza, el carácter
y la extensión de la derrota infligida a la sociedad
argentina. Ni se logró resolver después de 1983
por las condiciones de nuestra transición democrática.
Recién ahora, transcurridos más de treinta años,
y en el contexto de una revalorización de la práctica
política comenzada en las jornadas del 19 y 20 de diciembre
de 2001, se comienza a debatir sobre aquella
etapa recuperando algunas claves esenciales para
su comprensión y valoración.
Por lo tanto, es nuestro deber ser cuidadosos
en el trato con este pasado tan próximo y lejano al
mismo tiempo evitando cualquier lectura
apologética o liquidacionista, sobre todo por el quiebre
de valores y tradiciones culturales y de temáticas
políticas que significó aquella derrota. Y mucho menos
fundar sobre una lectura mítica de aquel pasado
un deber ser ominoso para las nuevas generaciones.
Cada generación produce sus síntesis del pasado eligiendo
entre sus condicionamientos y sus convicciones,
y se incorpora en su caso al esfuerzo nacional en
esa medida.
La batalla política ideológica y cultural necesaria
para reformatear el capitalismo argentino –
orientándolo productivamente, fortaleciendo un Estado
fuerte con capacidad real de intervención social
y económica, garantizando las condiciones fundamentales
de la ciudadanía a todos los habitantes de
nuestra patria- requiere de lo mejor de los valores y
de las vocaciones de los setenta y de lo que hemos
aprendido en el camino.
Construcciones colectivas, vocaciones frentistas,
mucha voluntad, desplegada con perseverancia y
firmeza.
Voluntad de confluir, de consensuar, de canalizar
y resolver los conflictos por vías institucionales,
acumulando representación social y política. Moderación
y tolerancia.
Y la creencia irreductible en un país viable, integrado,
libre, soberano, equitativo.
Que merezca ser vivido por todos y para todos.
Que cobije nuestra capacidad para construir
un modo de ser argentino, una forma nuestra de estar
en el mundo: un destino común para todos los
argentinos.

* Titular de la Regional 1 de J.P. y presidente de
la Federación Universitaria de Bs. As., en los ´70.
Actualmente es legislador de la Ciudad Autónoma
de Bs. As

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