Reflexiones sobre el Bicentenario de la Emancipación Continental

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Reflexiones sobre el Bicentenario de la Emancipación Continental *

Por Alberto J. Lapolla *                                                                11-05-2010

‘Desde el primer  descubrimiento de estas Américas comenzó la malicia a perseguir a unos hombres que no tuvieron otro delito que haber nacido  en unas tierras que la naturaleza enriqueció con opulencia y que prefieren dejar sus pueblos que sujetarse a las opresiones y servicios de sus amos, jueces y curas. (…) La América, en ningún caso, puede considerarse sujeta a aquella obligación; ella no ha concurrido a la celebración del pacto social del que derivan  los monarcas españoles los únicos títulos de propiedad de  su imperio. La fuerza y la violencia son la única base de la conquista que agregó estas regiones al trono español; conquista que en trescientos años, no ha podido borrar de la memoria de los hombres las atrocidades y horrores con que fue ejecutada, y que no habiéndose ratificado jamás por el consentimiento libre y unánime de estos pueblos, no ha añadido en su abono título alguno al primitivo de la fuerza y violencia que la produjeron. Ahora, pues, la fuerza no induce derecho, ni puede hacer de ella una legítima obligación que nos impida resistirla, apenas podamos hacerlo impunemente; pues como dice Juan Jacobo Rousseau, una vez que recupera el pueblo su libertad, por el mismo derecho que hubo para despojarle de ella, o tiene razón para recobrarla o no la había para quitársela.’

Mariano Moreno (Tesis doctoral de Mariano Moreno, Disertación jurídica sobre el servicio personal  de los indios en general y sobre el particular de yanaconas y mitayos, 1802)

¿Qué festejamos?

Entendemos por Bicentenario el festejo de nuestro proceso emancipatorio continental, que si bien inicia esta etapa, el 25 de mayo de 1809 con la Revolución de Chuquisaca en Bolivia, encabezada por nuestro gran tucumano Bernardo de Monteagudo, proceso que continúa también en 1809, con las Revoluciones de La Paz y Quito, las tres brutalmente reprimidas por el poder absolutista español y católico. Represión que no puede sin embargo, repetirse ya en 1810, cuando la noticia del colapso definitivo de España llega a Sud América y estalla la segunda y definitiva etapa de Emancipación con el inicio de las revoluciones de Caracas, Buenos Aires, México, Bogotá, Santiago de Chile, ciudades de la Banda Oriental, Paraguay, Guayaquil, y prácticamente todo el continente, dando inicio al proceso de Liberación continental del dominio del Imperio Español.

El proceso emancipatorio abarcará así, un período histórico de casi dieciséis años pues, la batalla final se librará en diciembre de 1824 en Ayacucho, también en el Alto Perú, y si se quiere ser más precisos, hay una última batalla también en el Alto Perú en Tumusla en febrero de 1825, que completa  la derrota definitiva de las tropas españolas en  Sur América. El hecho de que el proceso emancipatorio comience y concluya en el Alto Perú (Bolivia) habla  a las claras de la importancia que el Perú y el Alto Perú poseían para el infame Imperio español, pues era de allí de donde extraía ingentes riquezas, en base a la explotación masiva de la masa indígena. Baste señalar que sólo en las bocaminas del Cerro de Potosí y de Huancavelica, de donde los españoles nos robaban nuestra plata y nuestro oro, murieron entre 1550 y 1820 ocho millones de hermanos indígenas. Para tener una idea de qué hablamos cuando mencionamos el infame saqueo español, ocultado o disminuido por los hacedores del Primer Centenario, que querían celebrar nuestra ‘herencia hispana’ y comenzaron a hablar de la Madre Patria, palabra que jamás pronunciaría ninguno de nuestros próceres de la emancipación en todo el continente, llegando  a reducir nuestro himno para hacerlo menos americano y menos antiespañol. Para saber de que hablamos cuando decimos saqueo, podemos citar la investigación del historiador venezolano Uslar Petri, quien logró saber que, ‘Consta en el Archivo de Indias. Papel sobre papel, recibo sobre recibo, firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a Sanlúcar de Barrameda 185 mil Kg de oro y 16 millones Kg de plata provenientes de América.’ Es lógico suponer que la cifra total robada por España a los pueblos americanos hasta 1824 sea por lo menos el doble de esa cifra fabulosa, proveniente mayoritariamente de Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y México.

Es destacar también que la Revolución continental no sólo comienza y termina en  el Alto Perú, sino que también hay un hombre que la recorre del principio hasta el final, pues Bernardo de Monteagudo,  encabeza la primera revolución chuquisaqueña y termina el ciclo siendo primer ministro de Bolívar en el Perú, a cargo de redactar la Constitución Continental que el Libertador pensaba aprobar en el Congreso Continental de 1826 en Panamá, después de haber sido secretario de Castelli, fue el alma de la Asamblea del año XIII, Plenipotenciario del Ejército de los Andes, Ministro de San Martín en el Perú y finalmente de Bolívar. Monteagudo sería asesinado en 1825, por quienes se oponían a los planes del Libertador como ya lo habían sido con anterioridad  quienes lo antecedieron en la tarea: Mariano Moreno, Martín Güemes, siguiendo luego el mismo destino Manuel Dorrego y el glorioso Mariscal Antonio José de Sucre

Siendo así si bien la mayoría de nuestros países festejan el bicentenario o comienzan a festejarlo durante el 2010, hay que reconocer que el proceso comienza antes y termina después.

Un proceso más largo

Sin embargo, a fuer de ser precisos, el proceso emancipatorio abarca un período histórico aun más largo, que se inicia alrededor de 1780,  cuando da inicio la gran rebelión libertadora de nuestro padre, el Inca Túpac Amaru II. Es a partir de allí que el corazón de América se conmueve al calor de los cambios que venían ocurriendo en el mundo y ya no se aquietará hasta Ayacucho. Pese a que a los historiadores eurocéntricos y de mentalidad colonial o racista, pretendan ocultarlo, la gran rebelión tupamara se inserta exactamente entre las Revoluciones Norteamericana y Francesa. Es decir entre 1774 y 1789, su inserción como efecto directo de la Revolución Norteamericana en la América española (como señala el notable historiador Boleslao Lwein), es algo tan evidente que solo el racismo profundo del eurocentrismo puede intentar tapar. Desgraciadamente este eurocentrismo también abarca a Marx y a Engels, quienes no fueron capaces de advertir, tamaña revolución que involucró a cien mil indios en armas, y se extendió desde El Ecuador hasta Tucumán un área que deja muy pequeñita a  la superficie de Francia o a la de las trece colonias norteamericanas, llegando a sublevar a los pueblos ranqueles y mapuches del sur bonaerense que atacaron y arrasaron a las poblaciones españolas del sur y del oeste hasta Luján.  Según señalara Lewin, la rebelión tupamara es la mayor de la revoluciones de los pueblos del Tercer Mundo hasta la llegada de la segunda guerra mundial. Cabe aclarar que el terror español asesinará a doscientos mil indios en represalia por haberlos desafiado. Pero claro, la revolución tupamara era una revolución india, por lo cual se proponía  y debía, liberar a todas las clases y capas sometidas de la sociedad. Por lo cual entraba en conflicto con los criollos ricos, que al igual que los españoles explotaban a la masa india y esclava. Así será Túpac Amaru, el primer hombre en toda la modernidad en proclamar en 1780, la abolición de la esclavitud y la independencia de América. Túpac Amaru propuso la unidad a los criollos pero éstos no la aceptaron, pues si bien querían liberarse de España, no deseaban acabar con el dominio sobre los indios y los negros esclavos y mucho menos devolverles las tierras a los indios.

En esta contradicción se desarrollará la tragedia de nuestra revolución emancipatoria, que quedará inconclusa como Revolución de Independencia de España, pero no resolverá la redención de las masas. Con un agravante: el sujeto de la revolución debían ser las masas indias que constituían los dos tercios de la población. En Buenos Aires vivían 40.000 personas pero entre Buenos Aires y Lima –corazón del Imperio español y de nuestra región- habitaban tres millones de personas: 2.5 millones eran indios. Nadie podía pensar seriamente en liberarse de la principal potencia mundial hasta entonces, sin apelar a la mayoría. Pero claro eso implicaba una marcada tendencia libertaria del proceso revolucionario, que la derecha patriota aliada al partido español (Godo) no estaba dispuesta a aceptar. El sector revolucionario de nuestra burguesía, lo que llamaríamos la ‘izquierda’ del partido Patriota (Miranda, Castelli, Moreno, Belgrano, O’ Higgins, Bolívar, San Martín, Sucre, Dorrego, Hidalgo, Morelos, Monteagudo, Gaspar Rodríguez de Francia, Güemes, Guido y Artigas) querían la liberación de España pero además, promovían la liberación de indios y esclavos y el consiguiente reparto de tierras y devolución de derechos, tal como hizo Castelli en el Alto Perú, Belgrano en las Misiones, Artigas en su Confederación de Pueblos Libres, San Martín en Cuyo y el Perú y Gaspar Rodríguez de Francia en el Paraguay. Pero la ‘derecha’ del partido Patriota (Saavedra, Martín Rodríguez, el Deán Funes, Rivadavia, Viamonte, Sarratea, Rosas, López) querían la independencia de España, pero de ninguna manera aceptaban una revolución social que implicara la redención del indio. Y este conflicto entre la revolución india y la revolución criolla, es decir, entre una revolución de liberación nacional y social y otra sólo de liberación nacional, estalla apenas producida la revolución, y es la razón del derrocamiento y posterior asesinato de Moreno, de la traición a Castelli en Huaqui y de la derrota sucesiva de todos los próceres de la emancipación. Crisis que continua hasta nuestros días en la célebre consigna ‘piquete y cacerola, la lucha es una sola’ o en el conflicto étnico racial que particiona a las sociedades indoamericanas entre su base india, negra y mestiza y sus clases dominantes blancas de origen español, desde 1492. Aristocracias hijas de los encomenderos españoles, que no se consideran iguales a la base social morena. Tal como expresara, por ejemplo, el comodoro Güiraldes, entre  muchos otros terratenientes: ‘nosotros somos los descendientes de los conquistadores’. En otras palabras, nada tenemos que ver  con ese pueblo moreno y mestizo -la negrada-  que nos debe rendir pleitesía y sobre quienes somos superiores. Y lo más grave que allí subyace como mensaje implícito, de la estructura económica indoamericana: las tierras que nuestros abuelos les quitaron, son nuestras y no las repartiremos. Mitre supo expresarlo con mayor crudeza: ‘Nosotros no somos americanos, somos europeos en América.’ Sarmiento lo expresó con su brutalidad habitual: ‘La clase decente forma la democracia, ella gobierna y ella legisla. (…)Cuando decimos pueblo entendemos los notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya clase  pertenecemos nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara, ni gauchos, ni negro, ni pobres,.. Somos la gente decente, es decir patriota.’ Y respecto de ‘nuestros paisanos los indios’ el ‘Padre del Aula’ fue más brutal aun: ‘¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado.(…) Es permitido entonces quitarles la vida donde se los encuentre.’ En estas palabras atroces de Mitre y Sarmiento, pronunciadas ya en la segunda mitad del siglo XIX, cuando las bases de las repúblicas oligárquicas estaban ya consolidadas, y la balcanización de la Patria Grande soñada estaba garantizada, quedaba claro quién ganó finalmente sobre el destino de América y los proyectos de mayorías o de minorías.

El destino de la Revolución

Otro elemento que debe ser incluido en la historia de nuestro proceso emancipatorio es la Revolución negra Haitiana que continúa a la revolución de Túpac Amaru, y abarca una lucha feroz y despiadada contra Inglaterra, Francia y España entre 1790 y 1804, llegando a ser la primera república libre de América, y a su vez sostén y soporte de los revolucionarios del Norte de América del Sur y del Caribe, que buscaban refugio en sus solidarias tierras. El hecho de que la revolución haitiana fuera una revolución de esclavos negros triunfantes sobre los tres ejércitos más poderosos de la tierra –allí fue derrotado el general Moreau enviado por Napoleón para acabar con la rebelión de los negros- sea ocultada como antecedente directo de la revolución continental, muestra también el racismo eurocentrista y de las propias oligarquías americanas. Puede decirse que hay un continuun entre el alzamiento Tupamaro –es bueno recordar que nuestros próceres se llamaban a sí mismos Tupamaros- la gran revolución haitiana y el estallido final en la América española de 1809-1810. Será el propio Libertador Bolívar quien reconozca que sin la ayuda aportada por el presidente haitiano Petión a la causa de la libertad americana, ésta no habría sido posible. Pero claro una república de esclavos negros libres en medio del Caribe, suena aun más insoportable para las oligarquías, que la propia restauración del Inkario propuesta por Túpac Amaru, Miranda o Belgrano. Los Estados Unidos una ‘república esclavista’ si es que ello fuera posible, será la principal enemiga de la revolución haitiana y no cesará de hostigarla, por el mal ejemplo que tenía sobre sus esclavos, hasta aplastarla en la segunda mitad del siglo XIX e invadirla durante un largo ciclo.

El proceso de nuestra revolución se extenderá entonces como proceso revolucionario desde 1809 hasta aproximadamente 1830, cuando las oligarquías terratenientes, mineras y obrajeras, logren hacerse del poder y eliminar a los jefes revolucionarios a lo largo de todo el continente. Se producen entre 1829 y 1830, las muertes y asesinatos decisivos de Bolívar, Sucre  y Dorrego, unidas a los destierros y expatriaciones de San Martín, O’ Higgins, Artigas y los asesinatos previos de Monteagudo,  Güemes y Moreno y las muertes de Castelli y Belgrano. De tal forma la revolución es derrotada, la Patria Grande es fragmentada en republicas sin destino y los terratenientes hijos de los encomenderos españoles se hacen del poder, comenzando el exterminio y explotación sin fin, de las masas indias restantes. Solo habrá una excepción: El Paraguay, donde el jefe revolucionario Gaspar Rodríguez de Francia –miembro de la Logia Masónica Continental, presidida por Miranda, al igual que el resto de nuestros revolucionarios nombrados. Francia  aplicará a rajatabla el Plan de Operaciones de Moreno –el plan de la Logia- y así será el único país americano, donde los ideales de la revolución se aplicarán, constituyendo una nación plural, con el idioma y la cultura guaraní en el centro y con un desarrollo autónomo y soberano sin latifundio y con desarrollo preindustrial propio. Esto será así, hasta el último tramo del siglo XIX, llegando el Paraguay a ser el país más avanzado y desarrollado de la América española, con ferrocarriles  y metalurgia propios, hasta que sea devastado en la guerra de la Triple Infamia por Argentina Brasil y Uruguay bajo comando británico, completando así la derrota de la revolución continental.

Objetivos de la revolución

Uno de los temas más  controvertidos y falsificados de nuestra historiografía, en ambas versiones, la mitrista liberal probritánica o la revisionista católica-rosista de cuño hispano, es la ubicación de los objetivos de la Revolución. En principio la Revolución es continental americana, es decir a ninguno de los jefes de las distintas revoluciones se le ocurría pensar en crear naciones aisladas dividiendo la gran nación americana, sino que ubicaban una gran confederación del conjunto, integrando una gran nación desde el Río Mississippi (extremo norte de  México, por entonces) hasta el Cabo de Hornos, tal cual lo había planteado Miranda y así sería el plan hasta la muerte de Bolívar y si se quiere de San Martín, quien morirá amargado por no encontrar la oportunidad de encontrar un resquicio para retomar la unidad continental. Tal vez quien mejor exprese esta situación de objetivos y de realidad contrariada, sea Artigas. Cuando en 1835 el gobierno uruguayo envíe una misión a buscarlo al Paraguay. El gran jefe federal dirá sin ambages, negándose a salir del Paraguay: ‘Yo luché por la Patria Grande Americana y ustedes me traen un paisito. Yo ya no tengo Patria.’ Sería Juan José Castelli quien en 1811, en ocasión del primer aniversario de Mayo, el 25 de mayo de 1811, ante los monumentos sagrados de Tiwanako, exprese con toda claridad el objetivo continental de la revolución: ‘Toda la América española no formará en adelante sino una numerosa familia que por medios de la fraternidad pueda igualar a las respetadas naciones del mundo antiguo.(…) Preveo que allanado el camino de Lima, no hay motivo para que todo el Santa Fe de Bogotá no se una y pretenda que con los tres y Chile, formen una asociación y cortes generales para forjar las normas de su gobierno.’ El mismo Castelli era el jefe de una logia masónica independentista, que se extendía desde Buenos Aires hasta Quito, vinculada directamente a la de Miranda con sede en Londres y Cádiz. A la derrota y muerte de Castelli en octubre de 1812, esta Logia pasará completa a engrosar la Logia Lautaro fundada por Alvear y San Martín, previo derrocamiento del Primer Triunvirato rivadaviano. En esta segunda etapa de la Logia con el protagonismo decisivo de Bernardo de Monteagudo, Tomás Guido y Nicolás Rodríguez Peña quienes acompañarán al Libertador en toda la campaña continental. Siendo como dijimos que Monteagudo seguirá luchando luego junto a Bolívar.

Otro aspecto a destacar es que la Revolución es desde su inicio de Independencia de España, pese a cierta participación del proceso juntista español entre 1808 y 1809. Será en una de esas reuniones de las Cortes cuando quede claro que los liberales españoles no quieren otorgar libertad a América, que el delegado peruano Dionisio Inca  Yupanqui, proponga a las Cortes españolas en diciembre de 1810, que ahora que España conoce lo que es estar ocupada por otra nación, otorgue la independencia a América. La negativa de las Cortes hará decir a Yupanqui una frase que definirá la lucha anticolonial por dos siglos: ‘Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre.’ Por lo cual ya en 1810, el proceso es marcadamente independista de España sin medias tintas, escondido detrás de la ‘máscara de Fernando’ como propicia Moreno en el Plan de Operaciones, que en su texto por más de siete  veces menciona la Independencia de América y su separación de España. Otros lugares de América usan otros ardides, pero todos esconden la idea de la independencia bajo la reivindicación del rey cautivo. Similar es el pensamiento de Miranda, Bolívar, O’ Higgins y Artigas. Pero en todo el continente la revolución, que nace escondida detrás de la prisión de Fernando VII, estalla rápidamente como Revolución de Independencia como reconoce rápidamente el enemigo. En la misma noche del 25 de mayo el depuesto virrey Cisneros, envía un correo urgente a Córdoba pidiendo a Liniers que organice un ejército junto con el asesino Goyeneche, para atacar a Buenos Aires y acabar con la Revolución. La política del terror que propicia Moreno en su Plan, y que algunos, como José Pablo Feinmann objetan, se basa en este saber: el enemigo godo está dispuesto, como ya lo hizo en la Paz y Chuquisaca, a pasar a sangre y fuego a los revolucionarios. En realidad el terror es defensivo frente a esta amenaza real y terrible, pero el meollo del Plan de Operaciones es otra cosa, el Plan es el proyecto político, económico y estratégico de la Revolución y de la nación americana a construir, como lo reconocerán todos quienes lo apliquen, hasta el General Perón. Moreno es muy claro: ‘Son nuestras cabezas o las de ellos. O ellos o nosotros.’ No entender esto es no entender ninguna revolución. Pues bien, la revolución estalla bajo la advocación de Fernando buscando protegerse, asentarse y al mismo tiempo tratando de no ahuyentar aliados, pero ya en julio y agosto del 10, cuando queda claro que el enemigo se prepara para atacar salvajemente, la revolución reacciona como corresponde: Belgrano pide en sesión secreta de la Junta un Plan de Operaciones,  Castelli cae con French y sus soldados en casa de Cisneros, el Obispo Lué y los miembros de la Real Audiencia quienes se habían negado a rendir respeto  a la Junta y en medio de la noche los embarcan de prepo con destino a España con prohibición de tocar cualquier puerto anterior a las Islas Canarias. Se envía de inmediato una misión militar a Córdoba con la orden de fusilar (arcabucear, escribe Moreno) a Liniers y demás cabecillas contrarrevolucionarios allí donde se los encuentre. La Junta encomienda a Moreno la redacción del Plan, que por supuesto refleja el pensamiento del núcleo de conducción de la Revolución: Castelli, Belgrano, Rodríguez Peña, Julián Álvarez y Moreno. Por último el 24 de agosto de 1810 Castelli fusila a Liniers, cuando la derecha del partido patriota ya aliada con el partido Godo, pretendía traerlo a Buenos Aires para provocar un golpe de estado abortando la Revolución. Está claro que estas acciones descabezan a la contrarrevolución antes de que esta pueda actuar. Y esa será la razón por la cual España no pueda recuperar nunca el territorio comprendido entre Buenos Aires Tucumán y Cuyo, a diferencia del resto de América donde todas las revoluciones estalladas entre 1810 y el 1811 serán subyugadas transitoriamente. España carece de poder propio en el Plata gracias  la aplicación a rajatabla del plan de Moreno, Castelli y Belgrano. Es hora que los que acusan a Moreno de ‘cultor del terror’ se enteren de qué se trata. Los posteriores fusilamientos de Castelli en el Alto Perú con el terrateniente y asesino de indios de Paula Sanz a la cabeza, termina de liquidar a los jefes contrarrevolucionarios en territorio del Plata. Ese es el gran mérito histórico del núcleo fundacional de nuestra Revolución, que no pudo seguir adelante con tamaña energía, decisión e inteligencia por la traición y objetivos opuestos del saavedrismo-deanfunismo.

Otro aspecto es el carácter fuertemente indigenista de la Revolución Continental pero sobre todo en el Plata, tal cual se comprueba como señalamos más arriba en el accionar de Castelli, Belgrano, San Martín, Güemes, Juana Azurduy y Artigas.

Otro elemento es que a pesar de buscar el libre comercio para salir del monopolio español, que ahogaba el crecimiento económico, en particular desde que España había dejado de existir como economía marítima, sin embargo la Revolución, tal cual lo expresa el Plan de Moreno es fuertemente proteccionista y estatista. Al punto que en diciembre de 1810 Moreno prohibirá la salida de metálico de Buenos aires y en 1812 Juan José Paso señalará ‘los daños que el libre comercio sin control estaba produciendo sobre la economía platense’. El tema es que la situación se complicará luego de la pérdida de Potosí  siendo que los únicos ingresos corresponden a los de la Aduana. Pero el Plan promueve la idea de un Estado fuerte, autónomo y soberano dada la ausencia de burguesía industrial en nuestras tierras. De allí que Moreno propicie un Estado que desarrolle la industria, la navegación propia (no la tendremos hasta 1944), la agricultura, la minería estatal y hasta una compañía de seguros. Propiciando la expropiación de los mineros más ricos del alto Perú para desarrollar el país. En sus palabras: ‘las medidas a adoptar consistían en expropiar quinientos o seiscientos millones de pesos en poder de cinco o seis mil individuos, expropiación que beneficiaría a ochenta o cien mil habitantes. Esa enorme suma de dinero en manos de una minoría, “no puede dar el fruto ni fomento de un estado, que darían puestos en diferentes giros en el medio de un centro facilitando fábricas, ingenios, aumento de la agricultura, etc.(…) En esta virtud, luego de hacerse entender más claramente mi proyecto, se verá que una cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del estado para la fomentación de las artes, agricultura, navegación, etc., producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que deben evitarse principalmente porque son extranjeras y se venden a más oro de lo que pesan; pero como esta materia no sea de este tratado, paso a exponer los medios que deben adoptarse para el aumento de los fondos públicos’.(..) Moreno encara el problema básico de la Revolución: poner en movimiento y transformar en generadoras de trabajo, bienestar general y riqueza colectiva las cuantiosas fortunas atesoradas por la minoría de monopolistas y usureros. De este modo la agricultura, la manufactura y la navegación podrían desarrollarse y el país se independizaría del comercio extranjero.’  Como vemos Moreno, lejos de alabar el libre comercio en abstracto, plantea un esquema que hoy llamaríamos ‘vivir con lo nuestro’.  De manera notable Moreno anticipa casi en un siglo las tareas revolucionarias de los países sin burguesía industrial donde el Estado nacional debe pasar a ocupar su lugar y ser central. Es por esta razón que no se leerá nada parecido al Plan de Operaciones en la historia de las revoluciones del mundo, hasta la llegada de Marx y Engels, y en particular de Lenin y Trotzky, quienes durante la Revolución rusa deberán resolver una situación similar.

Otro rasgo del proyecto revolucionario, que se desprende de  lo anterior es su nacionalismo de carácter jacobino, tal cual se planteaban todas las nuevas naciones que estaban surgiendo en el mundo al calor de la revolución burguesa. Esto era así para los Estados Unidos, Inglaterra, Holanda y Francia.  Sólo que ese nacionalismo era americano, es decir para construir la Patria Grande,  y no porteño o rioplatense.

En este sentido Moreno advierte que ‘necesitamos de la ayuda británica, pues entraríamos en guerra con España, pero debíamos precavernos de los mecanismos de dominación que Gran Bretaña usaba por medio de las redes e intereses comerciales para dominar a otras naciones’, y ponía como ejemplo el estado en que Gran Bretaña había subsumido a Portugal. Fue tan clara esta advertencia que Raúl Scalabrini Ortiz, señaló: ‘Con la caída de Moreno, una ruta histórica se clausura… La Nación debe constituirse entera en la concepción de Moreno… La ruta de perspectivas que abrió la clarividencia de Moreno estaba definitivamente ocluida… El presintió una grandeza y una manera de lograrla precaviéndose de la artera logrería de Inglaterra. La otra ruta está encarnada en Rivadavia.’

El otro rasgo de la revolución es su claro carácter Liberal, en tanto antiabsolutista, anticatólica y antiinquisitorial, promotora de la Igualdad, la Fraternidad y la Libertad, la libertad de pensamiento, de ideas, de conciencia y religiosa. Este carácter adquirirá su mayor expresión con la Asamblea del Año XIII, (continuadora directa del Proyecto Morenista-Castelliano, ahora con la conducción de la Logia Lautaro) que llegará a quemar públicamente los instrumentos de tortura, suprimirá la Inquisición y la censura del pensamiento, decretará el fin de la explotación de los indios, suprimiendo la servidumbre, la mita el yanaconazgo, el pongueo, y demás gabelas que esclavizaban a la masa indígena, poniendo al Dios Inti (el dios sol de los Inkas) de los pueblos andinos en el centro de la bandera creada por Belgrano que será proclamada como nuestra enseña Patria. También decretará la libertad de vientres, primer paso para abolir la esclavitud. La derrota de Napoleón en 1813-1814, abortará la obra libertaria de la Asamblea, llevando a Alvear a cometer errores políticos gravísimos. Este aspecto se refleja en su claro carácter democrático, antiesclavista, plural en lo religioso y en la libertad de expresión. Tal es así que una de las primeras medidas de Moreno será crear La Gazeta y mandar a imprimir el Contrato Social de Rousseau (libro prohibido si los hubiera), mientras que todos los jefes de la revolución buscarán de crear escuelas por doquier para acabar con el analfabetismo secular de las colonias y de la dominación española.

La cuestión de la Igualdad y la libertad eran esenciales para la sociedad colonial dividida en castas y con millones de indios y negros esclavos sometidos al poder de los españoles y los criollos ricos y sin ninguna forma de libertad de expresión, religiosa o de conciencia. De allí que la cuestión de la Igualdad será la piedra de choque entre ambas alas del partido patriota. En 1810 si no se era liberal o masón, se estaba con la Inquisición y eso es un rasgo que atraviesa a todos los revolucionarios del continente y marca diferencias con la marcha posterior de la misma y sobre todo con la transformación del Liberalismo en el último tramo del siglo XIX, cuando sólo será una herramienta reaccionaria y colonial al servicio de las nuevas potencias imperiales europeas. Pero no era esa la situación en 1810, cuando la masonería y el liberalismo simbolizaban el carácter revolucionario de la burguesía, particularmente en la América Española. Sin embargo a diferencia de las revoluciones norteamericana y francesa la nuestra es mucho más profunda y libertaria, más tupamara que jacobina, en el sentido que en la revolución norteamericana los negros seguían siendo esclavos y los indios objeto de caza. En Francia sus colonias seguían siendo colonias y los esclavos seguían siendo esclavos, cosa que no ocurrió con la nuestra que se proponía suprimir todas las formas de desigualdad liberando indios y esclavos. Tal cual reconoce le historiador canadiense Harry Ferns: ‘La revolución contra España, a diferencia de la revolución norteamericana o de la revolución Francesa o de la cesación de autoridad portuguesa en el Brasil, fue una revolución completa, de carácter social, y económico además de político.’

Por supuesto que estas políticas tendrán varios oponentes de peso: la jerarquía eclesiástica, que no reconocerá la independencia de  las naciones americanas hasta finales del siglo XIX y los terratenientes, obrajeros, mineros, los dueños de esclavos y dueños de la economía que no querrán perder sus privilegios y obrarán en consecuencia. La alianza desde finales de 1810 de la derecha patriota con el Partido Godo (Martín Rodríguez y Rosas, por ejemplo) será fatal para la marcha de la Revolución y las clases dominantes lograrán el triunfo sobre el proyecto de nuestros próceres fundantes. Lograremos la independencia, pero al costo de la balcanización territorial y la no redención de las masas indias, mestizas y negras.  Pero el proyecto sigue allí y está andando en esta nueva hora americana, donde pareciera que Bolívar ha vuelto a cabalgar.

Una nueva hora americana de la Patria Grande

Para concluir, el Bicentenario nos encuentra a los indoamericanos, en un momento único, en una nueva etapa histórica de unidad continental y lucha contra los modelos coloniales que nos dominaron por doscientos años, regenerando casi completamente el proyecto Emancipatorio original. Procesos como el Venezolano, el Boliviano, el Ecuatoriano, el Argentino, el Nicaragüense, el Salvadoreño, el Uruguayo, el Paraguayo, el propio hecho que Brasil sea parte central de la unidad continental y encabece un proceso de independencia económica y política muy fuerte de la región, abre esperanzas de que los pueblos del Sur del Río Bravo (nuevo límite de México impuesto por los Estados Unidos que robó la mitad del territorio azteca) logremos la unidad y la definitiva Independencia soñada por nuestros maravillosos padres que encendieron la llama de la libertad, la fraternidad  y la igualdad, reformulados en los nuevos parámetros revolucionarios actuales.. Desde el tiempo de la primera Emancipación no ha habido otra etapa de nuestros pueblos como ésta, con tantas posibilidades de concretar la unidad de la Patria Grande. La Unasur, el Alba, el Mercosur, la propuesta de una Organización de Naciones de Suramérica y el Caribe, son todas  iniciativas que nos llevan a un nuevo  tiempo histórico donde conviven distintos proyectos, que van desde los proyectos de capitalismos nacionales como los de Argentina y Brasil, hasta una revolución política cultural tan profunda como la Boliviana que sacude la dominación occidental de quinientos años sobre los pueblos indios de los Andes y que sin duda es la mayor transformación revolucionaria que  está viviendo el mundo actual y que en poco tiempo se extenderá al resto de las naciones indias como el Perú, Guatemala y México influyendo sobre toda la estructura social del continente. Vivimos un tiempo americano de nuevo cuño, donde aprendiendo de las graves derrotas sufridas (sólo entre los ’70 y los ’90, el Imperialismo norteamericano mató 1.5 millones de indoamericanos, bajo la doctrina de la Seguridad Nacional), donde confluyen procesos más o menos radicales, con otros apenas democratizadores y defensores de su soberanía, pero todos esencialmente antineoliberales y populares de defensa de los intereses de sus pueblos. Todo indica que este nuevo tiempo americano permitirá cumplir los sueños abortados de Miranda, Bolívar, San Martín, O’Higgins, Moreno, Castelli, Belgrano, Sucre, Artigas y Martí.  Esperemos que así sea.

‘No era fácil permaneciesen por más tiempo nuestras regiones libres del contagio de la Europa, en una época en que la codicia  descubrió la piedra filosofal que había buscado inútilmente hasta entonces: una  religión cuya santidad es incompatible con el crimen sirvió de al usurpador. Bastaba ya enarbolar el estandarte de la cruz para asesinar a los hombres impunemente, para introducir entre ellos la discordia, usurparles sus derechos y arrancarles las riquezas que poseían en su patrio suelo.  Sólo los climas estériles donde son desconocidos el oro y la plata, quedaban exentos de este celo fanático y desolador.  Por desgracia la América tenía en sus entrañas riquezas inmensas, y esto bastó para poner en acción la codicia, quiero decir el celo de Fernando e Isabel  que sin demora resolvieron tomar posesión por la fuerza de las armas de unas regiones a que creían tener derecho en virtud de la donación de Alejandro VI, es decir, en virtud de las intrigas y relaciones de las cortes de Roma con la de Madrid. En fin, las armas devastadoras del rey católico inundan en sangre nuestro continente; infunden terror a sus indígenas; los obligan a abandonar su domicilio y buscar entre las bestias feroces la seguridad que le rehusaba la barbarie del conquistador.’

Bernardo de Monteagudo (12 de enero de 1812)

* Director del Instituto de Formación de la Central de Movimientos Populares (CMP)

Una respuesta a “Reflexiones sobre el Bicentenario de la Emancipación Continental”

  1. Gustavo Mosquera dice:

    Maravilloso!

    Gracias!

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