Por qué hoy me avergüenzo de ser israelí

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Declaración de Daniel Barenboim*

No creo que el pueblo judío haya vivido sufriendo persecución y
soportando crueldades sin fin para ahora convertirse en el opresor que
somete a los demás a sus crueldades.


En 2004 pronuncié un discurso ante la Kneset —el Parlamento israelí—
en el que hablé de la Declaración de Independencia del Estado de
Israel. La califiqué de “fuente de inspiración para creer en los
ideales que nos hicieron dejar de ser judíos y nos transformaron en
israelíes”, y proseguí diciendo que “este documento extraordinario
expresaba este compromiso: ‘El Estado de Israel se consagrará al
desarrollo de este país en beneficio de todos sus pueblos; se
fundamentará en los principios de libertad, justicia y paz, guiado por
las visiones de los profetas de Israel; reconocerá la plena igualdad
de derechos sociales y políticos a todos sus ciudadanos, con
independencia de su religión, raza o sexo; garantizará la libertad
religiosa, de conciencia, idioma, educación y cultura”.

Un Israel solo para judíos
Israel se consagra como “Estado nación judío” y desata la protesta de
la minoría árabe


Los padres fundadores del Estado de Israel que firmaron la Declaración
veían en el principio de igualdad la piedra angular de la sociedad que
estaban construyendo. También adquirieron el compromiso —tanto ellos
como nosotros— de “procurar la paz y las buenas relaciones con todos
los países y pueblos vecinos”.

Setenta años después, el Gobierno israelí acaba de aprobar una nueva
ley que sustituye el principio de igualdad y valores universales por
el nacionalismo y el racismo.

Me llena de profundo pesar tener que repetir exactamente las mismas
preguntas que planteé hace 14 años cuando me dirigí a la Kneset:
¿Podemos pasar por alto la distancia intolerable que separa la
Declaración de Independencia prometida de los hechos, la distancia
entre la idea y la realidad de Israel?

¿Encaja la situación de ocupación y dominio sobre otro pueblo en la
Declaración de Independencia? ¿Tiene sentido la propia independencia a
costa de los derechos fundamentales del otro?

¿Puede el pueblo judío, cuya historia es una crónica de sufrimiento
continuo y persecución implacable, consentir la indiferencia hacia los
derechos y el padecimiento de un pueblo vecino?

¿Puede el Estado de Israel permitirse el sueño ingenuo de un final
ideológico para el conflicto en vez de buscar una resolución
pragmática y humanitaria basada en la justicia social?

Catorce años después, sigo creyendo que, a pesar de todas las
dificultades objetivas y subjetivas, el futuro de Israel y su puesto
en la familia de los países ilustrados dependerá de su capacidad para
cumplir la promesa de los padres fundadores tal como la consagraron en
la Declaración de Independencia.

Sin embargo, nada ha cambiado verdaderamente desde 2004. Por el
contrario, ahora tenemos una ley que confirma la condición de la
población árabe como ciudadanos de segunda clase. Por consiguiente, se
trata de una forma muy evidente de apartheid. No creo que el pueblo
judío haya vivido 20 siglos, la mayor parte de ellos sufriendo
persecución y soportando crueldades sin fin, para ahora convertirse en
el opresor que somete a los demás a sus crueldades. Precisamente esto
es lo que hace la nueva ley. Por eso, hoy me avergüenzo de ser
israelí.

23 de julio de 2018

*Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942), es pianista y director de
orquesta. Tiene nacionalidad argentina, española, israelí y palestina.


Fuente: El PAIS (España)

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