MERCOSUR. Integración regional y apertura al mundo.

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Eduardo Sigal*

La alternativa no es entre apertura o aislamiento sino entre una apertura asimétrica e indiscriminada y una integración que ensanche las capacidades regulatorias de la política.

        La recuperación del país después del más profundo descalabro social, económico y político-institucional de su historia tiene en el replanteo de su política exterior una de sus dimensiones principales. No hay lugar en el mundo actual para el diseño de un proyecto de país autárquico y aislado del mundo: el éxito de un curso de reformas enderezadas a la profundización de la democracia y a la justicia social es inseparable de la elección de un acertado modo de inserción en el mundo global.

        La paradoja de la década del noventa consistió en la exaltación acrítica de una descripción ideológica del mundo en nombre del agotamiento de las ideologías; el neoliberalismo constituyó una forma particularmente simplificada de relato histórico y de predicción del futuro. La traducción de ese relato al dominio de las relaciones exteriores del país fue el llamado “realismo periférico”; su tesis liminar consistía en la postulación de un mundo unipolar como resultado del final de la guerra fría y en la necesidad de revisar una historia de enfrentamientos con la primera potencia mundial que, según el esquema, había sido característica de la política exterior argentina en el siglo XX. La estrategia encajaba armoniosamente en el rumbo asumido en materia económica: la adaptación automática de la política exterior argentina a la de Estados Unidos operaba como reaseguro de la consistencia de la orientación económica liberalizadora.

        Aun en ese contexto, Argentina siguió afirmando sus compromisos regionales. El Mercosur siguió funcionando aunque restringido en lo esencial a sus facetas comerciales y sin avances sustanciales en lo que concierne a su institucionalidad política. La crisis brasileña de 1998 y el posterior colapso económico argentino introdujeron graves perturbaciones en el funcionamiento del bloque, a falta de mecanismos de articulación macroeconómica y de dispositivos acordados para situaciones críticas. El Mercosur sobrevivió pero los déficits institucionales y el debilitamiento de la confianza recíproca fueron legados evidentes de la etapa.

        La asunción de Lula en Brasil y la de Kirchner en Argentina constituyeron un punto de inflexión en la voluntad integradora de los gobiernos de ambos países. En sucesivos encuentros presidenciales llevados a cabo en Buenos Aires y en Río de Janeiro, se elaboró una agenda común cuyo eje es el fortalecimiento del Mercosur y su proyección a formas más sólidas de unidad sudamericana. Puede decirse que las iniciativas adoptadas en las negociaciones de la OMC, a partir de la reunión de Cancún en 2003, y en relación al ALCA configuran un marcado viraje en la coordinación de las políticas comerciales internacionales de ambos países. Así también se verifica un acercamiento en materia de diplomacia comercial orientada a explorar nuevas posibilidades en la relación con India, Sudáfrica, China y Japón, entre otros países.

        ¿Debe entenderse este giro como la adopción de una política confrontativa e ideologizada frente a Estados Unidos? Así suele, en efecto, entender las cosas una derecha nostálgica de las “certezas” de los años noventa, no pocas veces acompañada por cierta izquierda despistada. En ambos casos, se presupone un triángulo imposible: para enfrentar a Estados Unidos hay que acercarse a Brasil, para contrapesar a Brasil hay que acercarse a Estados Unidos. La recurrencia de los delirios de grandeza combinada en dosis variables con espíritu de sumisión incondicional conformó una política exterior de escasa credibilidad,  capaz de pasar del compromiso antiinsurgente en América Central a la guerra contra Inglaterra y Estados Unidos en el Atlántico Sur y de las iniciativas de paz en Contadora a la alianza incondicional con la primera potencia mundial. El desafío que corresponde a los intereses del país es el de una consolidación del proceso de integración regional como herramienta para una relación madura y de mutuo beneficio con Estados Unidos: como lo revela la negociación del ALCA, nuestros países tienen margen de maniobra y no están obligados a elegir entre el aislamiento y la aceptación pasiva de reglas de juego desfavorables.

        La premisa para que el Mercosur pueda intervenir de manera consistente en las diversas arenas de negociación mundial es su fortalecimiento institucional. El principal capital en un proceso de integración es la confianza mutua y ésta solamente se alcanza con instituciones sólidas que disminuyan los niveles de incertidumbre respecto de la conducta de los socios. Existen retrasos considerables en este aspecto, tanto en el plano de las reglas comerciales comunes como en lo que concierne a las debilidades de los mecanismos compensatorios y de solución de controversias. Todavía predomina un esquema intergubernamental –y prácticamente interpresidencial- por encima de la creación y desarrollo de instancias supranacionales dotadas de rangos considerables de autonomía. Es necesario asegurar que el impulso prointegración que inspira a los nuevos gobiernos – al que con toda probabilidad se sumará Uruguay después de las elecciones- se plasme en decisiones concretas para evitar que la decepción potencie desconfianzas y recelos.

        Los países del Mercosur han aprobado una agenda común de fortalecimiento institucional hacia el año 2006. El programa incluye el propósito de la articulación macroeconómica, el impulso coordinado de la producción regional, el fortalecimiento de los mecanismos de solución de controversias y cuestiones políticas centrales como el avance hacia un Parlamento común. El propósito argentino es aprovechar al máximo la próxima reunión de Ouro Preto (diez años después de aquella que en esa misma ciudad forjara el primer diseño institucional del bloque) para avanzar en la dirección planteada en esa agenda común. Sin embargo, estamos convencidos de que no son las novedades bruscas y espectaculares sino un paciente tramado político-institucional lo que dará consistencia al curso de la regionalización.

        El Mercosur es nuestra manera de insertarnos en el mundo global. Y, en polémica con el neoliberalismo, auspiciamos una globalización políticamente gobernada, en la que el funcionamiento de los mercados conviva con una creciente capacidad de regulación por parte de los Estados y los bloques regionales que se conformen sobre la base del principio de la autonomía y la defensa de los propios intereses. La alternativa no es entre apertura o aislamiento sino entre una apertura asimétrica e indiscriminada y una integración que ensanche las capacidades regulatorias de la política. En lugar de una competencia salvaje hacia abajo que tienda al máximo de desregulación para atraer inversiones extranjeras, impulsamos una auténtica seguridad jurídica que fomente las inversiones en el marco irrenunciable de la lucha por mejorar la calidad de vida de nuestras sociedades.  

*Eduardo Sigal, Subsecretario de Integración Económica, Americana y Mercosur

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