Lo que se define: ¿Quién paga la crisis?

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Revista Nº 146 (10/2021)

(nacional/política/economía)

Gerardo Codina[1]

La sociedad se aproxima a una elección de medio término en la que se definirá si la gravosa crisis social, económica, ambiental y sanitaria que atravesamos es asumida solidariamente por todos los sectores sociales o, por el contrario, los que en gran medida la provocaron y usaron en su provecho, podrán descargar sus efectos sobre los hombros de la mayoría. Esto es lo que está en juego en noviembre y ahora mismo, con los monopolios que controlan la producción de alimentos rechazando asumir su parte de los costos.

La creciente polarización social que genera el capitalismo salvaje –que según Putin, “se ha agotado”[2]— tensiona de manera cada vez más intensa a la democracia. Democracias que sólo son toleradas por los poderosos, con la condición de que se sean sumisas ante sus intereses egoístas. Y que, en la medida que lo son, se divorcian crecientemente de las mayorías, que terminan repudiándolas y con ellas a los políticos que intentan hacer equilibrio entre ambos polos, reducidos a una mera “casta” de privilegiados.

Los ricos creen que están en su derecho cuando se apropian de porciones crecientes del producto social, porque son los más aptos y por eso triunfan en una sociedad en la que el único valor realmente existente es acumular riquezas. Su lema es “tanto tienes, tanto vales” y como tienen muchísimo más que el resto, creen que valen también más. Lo mismo sucede con sus opiniones. Son las únicas que cuentan. Y en una sociedad hegemonizada por ellos, esas creencias son compartidas por muchos, incluso pertenecientes a sectores subalternos.

Pero también sucede que todas las sociedades, para funcionar como tales, requieren de un mínimo de empatía con los otros. Si esto no ocurre, si lo que prima en las relaciones interpersonales es la cancelación del otro como semejante y lo único que cuenta es mi propio interés, más tarde o más temprano la disputa por los recursos existentes se puede convertir en un conflicto abierto. El darwinismo social culmina devorándose la posibilidad misma de la sociabilidad.

Los llamados al diálogo y el pacto social expresan la comprensión de ese riesgo en una parte de la dirigencia. Que se refuercen en este tiempo, es un claro indicador de que el conflicto se acentúa. No se trata de cualquier conflicto. Es una expresión de la lucha de clases, lucha que los ricos de nuestro país vienen ganando[3], aunque pulseando fuertemente con una intensa resistencia organizada de nuestro pueblo.

La pandemia nos atravesó a todos, pero ellos no quieren pagar los costos. Ya se vio ante el modesto aporte solidario que se les reclamó por única vez. O con los primeros cortes de ruta que protagonizó la patronal agraria a pocas semanas de haber asumido el nuevo gobierno. O cuando se alzaron para impedir la intervención estatal de Vincentín. Ningún coto a sus manejos empresarios. Nada de controles a sus maniobras de defraudación del fisco. El mismo Macri justificó la evasión para poder “ganar plata”.

Como han aprendido de la historia, saben qué pueden esperar de un gobierno popular, por eso lo sabotearon desde el primer día, haciendo uso de todos sus poderes. La justicia que han colonizado, su monopolio de medios de comunicación, sus posiciones dominantes en el resto de la economía y, por supuesto, su ala parlamentaria, Juntos por el Curro.

Ninguno de esos factores ha dejado de jugar su rol en el aceitado trabajo de equipo que exhiben y ahora se han cebado por que cosecharon un doble triunfo. Una parte sustantiva de la sociedad se olvidó de sus responsabilidades en la gestación de la crisis que padecemos y lograron responsabilizar al gobierno nacional de todos los sufrimientos que padecen las mayorías.

Además, en una brillante maniobra, lograron implantar un candidato “nuevo” en la principal provincia argentina y, al menos en las PASO, obtuvieron más votos que la fuerza oficialista. Puede ser jaque mate al proceso de reconstrucción emprendido por el gobierno popular. Pero todavía tienen que ganar en la disputa y no es una disputa meramente electoral. Otros recursos, como la movilización callejera, también cuentan. Como los evidenciaron las convocatorias del pasado 17 de octubre.

El tiempo histórico del diálogo social

Cuando surgió, a principios del siglo XX, la idea de resolver las fricciones que inevitablemente produce la sociedad capitalista en su propia dinámica económica mediante el diálogo social, orientado a pacificar la convivencia entre sectores contrapuestos y a generar niveles tolerables de “justicia social”, se presentó como un paradigma contrapuesto a la revolución social.

El final de la Primera Gran Guerra y las revoluciones socialistas en varios países europeos, hicieron que en 1919 surgiera una de las más antiguas organizaciones internacionales[4], precisamente la que intenta regular las relaciones laborales de manera más o menos uniforme en todos los países.

Evitar que el conflicto escale hasta consumir todo el ordenamiento social y que las naciones compitan entre sí a costa de incrementar la explotación de sus trabajadores, fueron los dos pilares que dieron lugar al inicio del derecho laboral, mediante las Normas Internacionales del Trabajo, que cada nación integrante de la OIT hace propias cada vez que adhiere a un nuevo Convenio o Recomendación.

Poco tiempo duró la ilusión de que la siembra de cuotas de justicia social afianzaría por sí sola la paz universal. Menos de veinte años después, la Segunda Guerra Mundial estaba en marcha y con ella un nuevo brutal intento de reconfigurar las esferas de influencia de las distintas burguesías en su provecho particular, por un lado y, por el otro, de ahogar en sangre al primer Estado socialista del mundo.

Es conocido lo que sucedió. Alemania fue principalmente derrotada por la Unión Soviética, aunque con un enorme costo, y las naciones aliadas  prevalecieron sobre las potencias del eje. Como resultado, se configuró un nuevo ordenamiento internacional, del que surgieron las Naciones Unidas, con su Consejo de Seguridad y las cinco naciones que ganaron la guerra como miembros permanentes y con derecho a veto. Claro que la República Popular China tuvo que esperar hasta 1971 para ocupar su silla, porque la entente de Inglaterra, Francia y Estados Unidos, conservaba en ella al régimen títere de Chiang Kai-shek.

Quien ganó más con esa paz fue Estados Unidos, porque pudo imponer en paralelo una arquitectura financiera global en su beneficio, con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional como principales instituciones regulatorias y el dólar como moneda de intercambio dominante. Había emergido de la guerra como la gran potencia económica del mundo[5] al no sufrir ninguna destrucción en su territorio y al transformarse durante el conflicto y después, en la gran locomotora de la recuperación mundial. Como símbolo del nuevo poder yanqui, tanto Naciones Unidas, como el Banco Mundial y el FMI tienen sede en su territorio.

La OIT sobrevivió y tuvo luego sus mejores años, coincidentes con la configuración de los llamados estados de bienestar en Europa y otros países. Estados que hicieron tangible la idea del diálogo social y de la justicia social, sin abatir al capitalismo. Entre nosotros el peronismo encarnó ese tiempo histórico. Un movimiento policlasista, de cuño nacionalista y promotor del desarrollo con inclusión social.

El fortalecimiento del bloque soviético inauguró una larga etapa de competencia intersistémica que obligaba a prevenir los conflictos sociales que pudieran socavar la fortaleza de las democracias europeas. Si París bien valía una misa, preservar las sociedades capitalistas justificaba ser menos avaros y compartir los logros del desarrollo con los trabajadores.

El colapso del bloque soviético a principios de los 90 abrió una nueva etapa. Ya se estaba descomponiendo el estado de bienestar en las naciones capitalistas centrales, que no crecían y sufrían de tasas crecientes de inflación desde la crisis del petróleo en los 70. Además, ya se habían hecho sucesivos experimentos a escala de naciones enteras para reconfigurar sus regímenes socioeconómicos en clave de un resucitado liberalismo[6], que no sólo se limitaba a procurar nuevas reglas de funcionamiento de la economía, sino que pretendía y pretende reconfigurar las subjetividades para que no sea posible otra vez que avancen ideas socialistas o comunistas.

El golpe de Pinochet en Chile fue el inicio de una serie de experiencias semejantes[7], todas bajo la premisa que, colocando a la población bajo condiciones insoportables de existencia, estarían dispuestas a aceptar de buen grado reformas radicales que desmantelen toda regulación de la economía, que no sea en beneficio de los sectores más concentrados.

Una sobredosis de capitalismo salvaje

En nuestro presente, la sumatoria de padecimientos causados por el macrismo, con su fenomenal crisis de la deuda y la pandemia, con su arrasamiento de la cotidianeidad de todos, han abierto una ventana de oportunidad para los pregoneros del neoliberalismo que proponen remediar los males del capitalismo con más capitalismo, puro y duro, sin ninguna limitación.

A su manera, es un fenómeno que se repite en otras partes del mundo. Las sociedades capitalistas se han vuelto insoportables para muchos y algunos imaginan que la respuesta superadora es extremar sus lógicas. Arrastran consigo todo lo reaccionario. Repudian la “ideología de género”, son xenófobos, machistas, terraplanistas, antivacunas, descreen del cambio climático, y un largo etcétera. No hay diálogo racional posible con ellos porque están profundamente enojados con la realidad, atrapados en su furia destructiva de esto que no toleran más.

Esto explica en parte el inusitado auge de personajes curiosos como Milei o Espert, que no tienen empacho en compartir lista con la atropelladora Píparo. Expresan el resentimiento de los que ven amenazados sus módicos privilegios y entienden que deben moverse en defensa propia, pasando a la acción, haciendo justicia por ellos mismos. 

Su incorporación al debate político actual facilita el desparpajo macrista de mostrarse sin maquillajes progresistas y decir en voz alta, sin “ponerse colorados”, como confesó Patricia Bullrich, lo que en verdad piensan. Y prometen de nuevo hacer lo mismo, pero “más rápido”.

Entre el pueblo y los monopolios

Los llamados a la racionalidad de los actores económicos son consistentes con la lógica del diálogo tripartito que consagró la OIT y la doctrina social de la Iglesia Católica. Siempre el peronismo navegó en ese cuadrante ideológico. Pero ese diálogo no surgió en nuestro país de la mera buena voluntad de los llamados a participar de él. Sino de posiciones de fuerza.

El primer Perón surgió de un golpe militar, no de una misa. Y se consagró con un aluvión de votos, promovidos por una multitud organizada en sindicatos de masas y en un poderoso movimiento político. Tuvo vigencia en la medida que estuvo apoyado en esas dos gruesas columnas. En los tiempos en que se desencontró con ellas, no tuvo capacidad de imponer su lógica dialoguista y perdió protagonismo en la vida social.

Frente a la crisis actual, es tiempo de reconstituirlas. No se trata de sólo de comentar el peligro de retroceso que afrontamos. Si no de ponerse al frente del reclamo popular. Y lo que el pueblo le reclama al gobierno para encolumnarse en su respaldo, es coraje para confrontar con los monopolios. Lo dijo clarito Hebe de Bonafini en Plaza de Mayo. Quien quiera oír, que oiga.


[1] Gerardo Codina, Lic. en Psicología (UBA 1982). Especialista en Políticas Sociales (FLACSO 2001). Director de Sistemas de Salud del Instituto del Mundo del Trabajo Julio Godio de la UNTREF. Fue Secretario General de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (2017-2019), Ex Director Provincial de Coordinación de Consejos Departamentales del Consejo del Menor PBA (2000-2001), Ex Coordinador del Presupuesto Participativo de la Ciudad de Buenos Aires (2004-2006). Ex integrante del Gabinete de Asesores del Ministro de Trabajo de la Nación, Dr. Carlos Tomada (2007-2015).

[2] https://actualidad.rt.com/actualidad/407908-puntos-clave-discurso-putin  Según el mandatario, “las contradicciones socioeconómicas se han agravado hasta el punto de que en el pasado hubo conmociones a escala mundial: guerras mundiales, cataclismos sociales sangrientos”. “Todo el mundo dice que el modelo de capitalismo existente —que hoy es la base de la estructura social en la inmensa mayoría de los países— se ha agotado. Dentro de su marco, ya no hay forma de salir de una maraña de contradicciones cada vez más enredadas”, dijo Putin.

[3] https://www.ambito.com/economia/empresas/reactivacion-precios-y-los-cuatro-vivos-un-ano-el-margen-las-crecio-un-39-real-n5303245. “…el excedente de explotación bruto, el margen empresarial, se disparó 109% nominal o 39% en términos reales en el mismo lapso, y elevó en casi 4 puntos su participación en la distribución del ingreso. Como contrapartida, la masa salarial permaneció prácticamente estable y la porción de la torta que se quedan los trabajadores cayó casi 10 puntos porcentuales.” Las negritas son del autor.

[4] El Preámbulo de la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), aprobado en París en 1919 comienza así: “Considerando que la paz universal y permanente sólo puede basarse en la justicia social;

Considerando que existen condiciones de trabajo que entrañan tal grado de injusticia, miseria y privaciones para gran número de seres humanos, que el descontento causado constituye una amenaza para la paz y armonía universales…” https://www.ilo.org/dyn/normlex/es/f?p=1000:62:0::NO:62:P62_LIST_ENTRIE_ID:2453907:NO

[5] Orden económico internacional y globalización. Martínez C., Hugo R. “En 1950, más de la mitad de la producción industrial del mundo se realizaba en los Estados Unidos que es el único país que no vio dañado su aparato productivo por los efectos de la guerra.” Revista de Ciencias Sociales v.15 n.3 Maracaibo sep. 2009.

[6] La nueva razón del mundo. Ensayos sobre la sociedad neoliberal. Christian Laval y Pierre Dardot. Gedisa. Barcelona 2013.

[7] La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Naomi Klein. Paidós. Buenos Aires. 2017.

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