El no sistema como sistema sanitario argentino.

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Juan Carlos Suarez*

Se intenta dar un vistazo a los diversos, contrapuestos y discontinuos criterios que van y vuelven en la historia de las instituciones sanitarias de nuestro país. O la historia de las diversas maneras en que el Estado buscó y  busca delegar sus responsabilidades frente al Derecho a la Salud, en general visto desde la estrecha mirada del Gasto Público.

 

 

Origen con rataplán. El primer instituto sanitario del Buenos Aires colonial fue de rango castrense: el Hospital Militar de San Martín de Tours. Estaba destinado a pacientes militares ¿no es la guerra una de las más antiguas enfermedades?

En 1765 se autoriza la internación de doncellas huérfanas en el mencionado hospital, pasando a ser el primero de carácter mixto. ¿Habrá este hecho promovido la salud de los militares o deteriorado la doncellez de las huérfanas?

Sor Caridad y doña Beneficencia. Cincuenta años más tarde pasa a ser administrado por religiosos betlemitas1 El ahora llamado Hospital Betlemita expresa el concepto cristiano de caridad como virtud teologal de amor al prójimo y protección de la virtud, en especial de los más necesitados: pobres, huérfanos y enfermos menesterosos.

Durante la presidencia de Bernardino Rivadavia, ferviente anticlerical, el hospital pasa a jurisdicción del gobierno de Buenos Aires. Pero crea una organización ad hoc: la Sociedad de Beneficencia en la cual delega su responsabilidad y con el propósito, para nada secundario, de oponer un paladín propio al poder de la Iglesia. La Sociedad de Beneficencia representa una curiosa inversión del criterio filantrópico: en vez de instrumentos para la aplicación de recursos privados a la esfera pública, “instituciones privadas que aplicaban recursos públicos a fines privados”2

La beneficencia es la trama de la conformación y el desarrollo del sistema sanitario argentino –una gracia y no un derecho–. Ajena al servicio público, apuntando a la conversión moral de los necesitados puesto que percibe la enfermedad, no como estado de necesidad, sino como “falta de virtud” que debía aislarse del resto de la población. En este escenario la Planificación y la Prevención eran personajes inimaginables (y hasta hoy pirandelianamente “en busca de autor”).

En escena la doctora Asistencia. En los albores del siglo XX la medicina posa su mirada en la salud, hasta ahora absorta en la enfermedad. Este giro responde, más que a las demandas de los necesitados, a las urgencias del “progreso” ávido de un capital humano de valor productivo. El escaso desarrollo tecnológico y la utilización de comburentes fósiles proponían el músculo insomne al servicio de la ambición sin descanso.

La salud pública comienza a instalarse como cuestión sociopolítica desplazando al modelo de la “beneficencia” y reclamando la intervención directa del Estado para la adopción de políticas públicas de control medico, dentro del concepto moderno de la medicina preventiva. El reconocimiento de la necesidad de autoridades médicas a nivel estatal está marcando la asistencia social como responsabilidad del Estado, aunque discriminando esta asistencia hacia los que poseían los recursos mínimos para cubrir sus necesidades básicas (aptos para trabajar).

Faltaría recorrer un largo camino para que la salud fuera considerada un derecho que impulsase, desde una mirada totalizadora, la articulación sistémica y la planificación de prestaciones. En la Constitución de 1853 solo deja huella nominal como derecho civil sin referencias de equidad en tales servicios.

Carrillo y los muchachos peronistas. En 1946 el gobierno de Juan Domingo Perón remueve la obsoleta estructura del Departamento Nacional de Higiene y sienta las bases del Ministerio de Salud Pública de la Nación. Su primer titular fue el doctor Ramón Carrillo, impulsor de la primera política sanitaria con carácter universal y sentido orgánico y social, que fue un modelo “eminentemente inclusivo” 3

Durante su gestión se eliminó casi totalmente el paludismo, se desarrolló la inmunoterapia con la aplicación masiva de vacunas, se fomentó la antibióticoterapia se duplicó la capacidad hospitalaria creándose policlínicos en todo el país.

El concepto de Carrillo ubicaba a la salud como competencia de un Estado concebido como organización política de la sociedad para el bien común. Buscaba básicamente la conversión del hospital, de centros de cura en centros de medicina preventiva. Y la medicina preventiva haciendo foco en los aspectos indirectos de la enfermedad, como la pobreza, los problemas de vivienda, la ignorancia, más que en la acción sobre los gérmenes microbianos y otros factores directos.

Pero el gobierno justicialista desarrolla otros enfoques opuestos: por un lado resurgen reminiscencias de doña Beneficencia encarnadas en la Fundación Eva Perón, de oblicuo ensamble entre el Estado y las instituciones privadas, que en 1953 alcanza a absorber el 123 por ciento de la asistencia social erogada por la administración nacional y con finalidades de adoctrinamiento y consolidación de lealtades política; por el otro comienza a desarrollarse la urdimbre de las obras sociales sindicalizadas, de perfil excluyente dado que sus prestaciones solo alcanzan a quienes trabajan en relación de dependencia y a su familiares inmediatos. Los propulsores de este último modelo mucho tuvieron que ver con la renuncia de Carrillo.

Camina, camina, el desarrollismo por América latina. Arturo Frondizi es hijo dilecto del desarrollismo de los ’60, el de la Alianza para el Progreso. Su política era considerada como sinónimo de  industrialización y de intervención del Estado como diseñador de políticas de inversiones direccionadas hacia la producción de materias primas elaboradas.  Pero a contrapelo de sus propias convicciones, abrió la cancela a la deuda externa y al capital extranjero: Chemical, General Motors, Estandar Oil. Desde políticas distribucionistas al comienzo de su mandato pasa luego al “hay que pasar el invierno” del capitán Alvaro (Alzogaray). No obstante la idea nuclear era que no puede haber desarrollo económico si expansión de los servicios sociales básicos. Risieri Frondizi crea en 1960 Escuela de Salud Pública (antiguo sueño de Carrillo) y se asiste a un gran desarrollo de los hospitales de comunidades a consecuencia de la inmigración calificada –científicos y técnicos– expulsada por la Guerra Civil Española y la Italia de Mussolini y que, en concurrencia, promueve la época dorada de la Universidad. La caracterización de la pobreza muda desde lo moral o económico a lo cultural; del individuo a la comunidad, objeto de las operatorias de los técnicos para incluirlas en el desarrollo universal.

El País en la Morsa El “onganiato”, un franquismo al “uso nostro”, mojonea el cuesta debajo de la Universidad y del sistema sanitario siendo el factótum de la Noche de los Bastones Largos (1966) y el pacto con Timoteo Vandor que gesta las Obras Sociales (1968). Esta última delegación de responsabilidades del gobierno de la Revolución Argentina de Juan Carlos Onganía trasmuta los aportes estatales por los de los trabajadores y los empresarios. Eso si, no cede su papel de recaudador de tal plétora de fondos, sin inquirencias de destino y aplicación, ajena a toda planificación sanitaria, recalando en la hotelería sindical o en tenebrosas “cajas negras”. Paradojalmente, la infraestructura médica de las obras sociales representaba apenas el 4 por ciento de la masa de trabajadores con aportes cautivos. En consecuencia muchos debían continuar su atención con el medico particular.

Krieger Vassena, principal ministro de Economía durante la dictadura de Onganía, motoriza una política proclive a devaluaciones, endeudamiento externo,  toma de créditos del FMI y libre circulación de capitales. La importación indiscriminada de aparatología fragmenta  las ramas principales de la medicina en especialidades y subespecialidades, como esquirlas del impacto tecnológico. Se encarama el factor técnico sobre el médico, la acción sobre el resultado.

Los setenta. Utopos y Tanatos. Tiempos turbulentos de sueños y pesadillas. Equilibrista en la línea del horizonte que esta vez no se iría más lejos, la pasión revolucionaria sin red y, allá abajo, agazapado el plan cruento. Quienes vivieron esos años aún queman su memoria en los rescoldos. Ya otros intercambiaran las palabras pendientes en aguas más reflexivas y se escribirán páginas más iluminadas. Tal vez las lecciones precarias sean que la utopía siempre debe nadar a contracorriente pero sin darle la espalda a la sociedad; que la critica es imprescindible pero debe llevar bajo el brazo una agenda llena de acciones “con otros”; que lo instituido no es inmutable y nadie firmó el certificado de defunción de la historia.

El certificado de defunción nos devuelve al tema sanitario. Durante el Proceso de Reorganización Nacional (bello nombre para una criminal asociación ilícita) el Estado continúa ausentándose sin aviso y suplido por la dinámica sindical y corporativa. Empero, clínicas y hospitales lujosos solo representan el 4 por ciento de la capacidad instalada en el país. Los hospitales públicos “aguantan” la exclusión estructural escrita en el recetario neoliberal.

La “plata dulce” de Martínez de Hoz incorpora nueva tecnología pero acompañada por la lógica excluyente del costo-beneficio. El médico se transforma en empleado de una empresa en un país donde los salarios caen y la desindustrialización cunde. La medicina empresarial arremete contra el poder sindical, pero el temido enemigo, en muchos casos, demuestra poder ser un invalorable aliado y el fin de la dictadura lo encuentra con bastante buena salud y los viejos dirigentes rozagantes.

Lo que debilita el sistema sindical es la profundización de la crisis regional tras el “tequilazo”, la creciente desocupación y los procesos inflacionarios.

Con la democracia se cura ¿pero quién cura a la democracia? Los tímidos intentos de Alfonsín por mantener el equilibrio ante el valimiento de los centros económicos concentrados de EE. UU. y Europa, e inoculados en el gran capital nacional, provocaron el castigo de los “golpes de mercado”. En la breve primavera alfonsinista la foto muestra a Aldo Neri, ministro de Salud, brindando pleno de oronda alegría con Saúl Ubaldini. ¿Qué festejan? La sanción de las leyes de Obras Sociales y de Seguro de Salud. Nueva “gambeta” del Estado a su responsabilidad sobre la acción sanitaria y más descalabro y deterioro. Los flashes televisivos alumbran la salud virtual y el círculo vicioso de ignorancia y desinformación deslumbra desde la pantalla con el paraíso nigromántico del Seguro de Salud. La hiperinflación prepara el camino a la hipercorrupción. La marea de la “década perdida” de los ochenta, aventada por los vientos conservadores de Reagan y la Thatcher, se lleva a Alfonsín, con Punto Final y Felices Pascuas de lastre.

Los noventa dan la bienvenida a la salud del mercado. Carlos Menem, pone las barbas en remojo, e incluso se depila, para entregarse a las lúbricas “relaciones carnales” con EE. UU., al decir de Guido Di Tella; sumisamente, practica todas las posiciones del Kamasutra propuestas por los organismos multilaterales de crédito. Durante sus dos períodos subsecuentes, Dios le hablaba a través de los expertos del FMI y el argentino medio, disciplinado (hasta el día de hoy) por los látigos de la hiperinflación –“el miedo a que (…) la fuerza del poder dominante logre desestabilizar la precaria paz social que implica la ausencia de inflación descontrolada”4– se aliena y sublima en otros dos subyugos: el “uno a uno” y la eficiencia y ventaja que proporcionarían la privatización de las empresas estatales. Se completa el cerrojo iniciado por Martínez de Hoz  solventado por los rayos tonantes del Terrorismo de Estado.

Los profetas de esos cambios estructurales anunciaban un Estado que, liberado de ocupaciones empresariales, se dedicaría a la salud y la educación de los argentinos. Nuevamente el holograma del “país imaginario” de Borges, se esfuma en el aire. El gasto público aumenta pero como pasto de la corrupción,  que “expresa con crudeza relaciones de poder de determinados grupos que logran `expropiar´ el excedente social –expresado en el sector público– para constituir su poder económico básico.” 5

La exclusión sumada a la desaparición y/o precarización del trabajo formal colapsan el sistema hospitalario y los vaciados centros de asistencia sindicales quedan como monumentos de una civilización perdida.

La endémica falta de proyecto en las políticas de salud queda de manifiesto en el uso de los créditos del Banco Mundial: compra indistinta de equipos por millones de dólares que duermen como faraones en sus sarcófagos sellados. O en el paradigmático incremento de empresas de ambulancias que no se compadece con los menguados centros de atención sanitaria.

La Alianza, no por amor sino por espanto. La Alianza para el Trabajo, la Educación y la Justicia, fue un matrimonio por conveniencia entre la UCR, que ofrecía la dote de una estructura política tradicional,  y el Frepaso –enclave de variopintas expresiones del peronismo y la centro izquierda dispuestas a cerrarle el paso a Menem–  que entregaba el encanto de su  resplandor mediático (en buena medida proporcionado por Chacho Álvarez). Con el regusto agridulce de última chance o como opción de seriedad y “aburrimiento”, casi deseable luego de tanta diversión menemista, los votos la catapultaron a la Casa Rosada rodeada de expectativas populares. No se quebró la matriz menemista y solo nos quedó el “dolor de no haber sido y el dolor de ya no ser”, al interior de las fronteras del presente.

 

 

¿Que vemos en este presente con trabajadores de la salud cumpliendo horarios de 14 o 17 horas para mantener la flotación en la línea de pobreza y usuarios durmiendo en los hospitales para acceder al arcano de un  turno?

–         20 millones de argentinos han quedado fuera del circuito de obras sociales o de servicios de medicina prepaga. En la Capital es de un 30 por ciento pero en el Chaco trepa al 75 por ciento.

–         Paradójicamente, estos hospitales desbordados sólo atiende 2 o 3 horas (salvo las guardias) al día, por falta de insumos y personal.

–         Aumento de las muertes por infecciones hospitalarias (un 7 por ciento en las zonas pobres del conurbano bonaerense).

–         El 50 por ciento de los decesos ocurren en el domicilio mostrando que una parte importante de la población no tiene en momentos fatales una atención adecuada.

–         La reaparición de viejas enfermedades otrora controladas y nuevas vinculadas a la pobreza e indigencia.

–         Aumento y extensión de una endemia como el Mal de Chagas con unos 2.300.000 infectados (750 casos fueron detectados en menos de 3 meses en la Capital)

–         Enfermedades de fácil cura como el bocio (por falta de yodo) y la tuberculosis se incrementan cuando cualquier programa los tendría que reducir en un 10 por ciento anual.

–         Problemas sanitarios que podrían evitarse o disminuirse con controles y diagnósticos adecuados como la diabetes afectan a 2 millones y medio de argentinos.

–         La Argentina presenta la proporción más alta en América Latina de casos de SIDA por transmisión vertical (madre a hijo). En EE. UU. y Europa prácticamente ha sido erradicada. En nuestro país el 98 por ciento de los casos podría evitarse.

–         Miles de pacientes esperan una cirugía cardiológica con demoras de hasta un año para operarse en hospitales del Gran Buenos Aires.

–         Y chicos que deben ser atendidos en las aulas mientras hay salas sin uso en hospitales por falta de personal.

–         Y se inauguran hospitales que pasan años inactivos.

–         Y los pacientes deben asear hospitales por falta de contratados.

–       ¿Y…..?

 

 

 

 

1 Orden religiosa fundada en Guatemala bajo la regla de San Agustín.

2 Katz, Ignacio; Argentina Hospital. El rostro oscuro de la salud. Ed. Edhasa.

3 Escudero, Juan Carlos; Consecuencias sanitarias. Un daño abrumador en Encrucijadas: UBA Nº 23

4 Thwaites Rey, Mabel; Corrupción y ética política. Apuntes sobre un malestar contemporáneo, Doxa Nº 15.

5 Ibidem

 

BIBLIOGRAFIA

Pasquini Duran, José María; Transiciones. 1983-2003. Ed. La Página. 2003

Rouquié, Alain; El Estado militar en América Latina. EMECE Editores. 1982

Díaz, Elías; Una historia abierta. Estado de Derecho y sociedad democrática. Encrucijadas UBA. 2001

Lanata, Jorge; Argentinos T2. Ediciones B, Grupo Zeta. 2003

Vázquez, Enrique; PRN. La última. Orígen, apogeo y caída de la dictadura militar. EUDEBA. 1985

*Juan Carlos Suarez, diseñador gráfico, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.

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