El gabinete de Joe Biden, en proceso de aprobación tras tensas negociaciones internas

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El equipo definido por el nuevo presidente estadounidense a ser confirmado en el Congreso no será un fiel reflejo del ala progresista del Partido Demócrata, a pesar de las promesas de mantener su carácter de “diverso”.

Joe Biden estaba lejos de ser el candidato predilecto por los sectores jóvenes que se incorporaron en estos últimos años al histórico partido fundado por Andrew Jackson en el Siglo XIX. De hecho, el grueso del voto del ala progresista se volcó sin dudarlo detrás de la imagen de Bernie Sanders, en una interna en la cual terminó primando la unión anti-Trump antes que cualquier otra estrategia. La opción finalmente resultó ser la correcta, y el pasado 20 de Enero los demócratas volvieron a ocupar la Casa Blanca en un contexto institucionalmente extraño: será éste el primer presidente que deba asumir sin tener a su gabinete aprobado en su totalidad por el Congreso. Todo un desafío si tenemos en cuenta que la apuesta del recientemente asumido mandatario va a ser una bastante agresiva; por el recinto legislativo tendrán que pasar varias iniciativas, que requerirán sustanciales fondos públicos para ser puestas en acción. Inversiones históricas en infraestructura, producción manufacturera, innovación, investigación y desarrollo, implementación de energías limpias son algunas de las que forman parte de una agenda diseñada en pos de rescatar a la población estadounidense del desempleo y la marginación. Biden parece haber escuchado al menos una de las propuestas de Sanders: el Estado debe asistir a la población de riesgo, y debe hacerlo sin escatimar gastos.

Es cierto que Biden cumplió con su promesa de constituir un gabinete “tan diverso como lo es Estados Unidos”. También se esforzó por igualar la cantidad de hombres y mujeres presentes, y no olvidó invitar a cargos jerárquicos a representantes de las distintas minorías étnicas que conviven en el suelo norteamericano. La diferencia respecto del equipo que acompañaba a Donald Trump –integrado mayormente por ministros de género masculino, de ascendencia caucásica, pertenecientes a la clase alta- es bastante evidente. Solamente dos mujeres encontraron lugar en la gestión del afamado empresario, la taiwanesa Elaine Chao (Transporte) y Betsy Davos (Educación), y renunciaron tras los incidentes en el Capitolio. Por su parte, Biden, un moderado capaz de acomodarse a las circunstancias, decidió recostarse sobre opciones conocidas al momento de elegir a sus ministros. Entre ellos, no hay nadie que pueda despertar sospechas del ala conservadora, y probablemente nadie que pueda recabar demasiados votos negativos dentro en el Poder Legislativo. El traspaso generacional ha quedado absolutamente descartado: dos tercios del gabinete se encuentran conformados por ex funcionarios de la gestión Obama, que promedian los 60 años, muchos de ellos católicos, de experiencia comprobable… Y que en algunos casos ya fueron el blanco de las quejas de varios al interior del partido.    

Tal fue el caso de Lloyd Austin, un general de 67 años que hizo carrera en una institución como las Fuerzas Armadas, donde históricamente los afro-descendientes se encuentran sub-representados en los cargos jerárquicos. Biden lo presentó como su candidato a Secretario de Defensa, lo que motivó la oposición de quienes señalan que sólo un civil debería estar en dicho cargo. Elissa Slotkin, quien fue parte del equipo de la C.I.A. que asesoró al ex presidente Obama sobre la situación en Irak primero y en el resto de Medio Oriente después, criticó a través de las redes sociales la decisión de Biden por entender que es necesario que dicho puesto sea ocupado por un civil, para la supervisión de las decisiones que se toman en el ámbito militar. En sintonía, una de las organizaciones que ha planteado al nuevo presidente sus preocupaciones acerca de la integración del equipo de gobierno fue la Asociación Nacional para el Progreso de la Población de Color (NAACP), alarmada por los hechos de violencia que se cobraron varias víctimas entre los ciudadanos afro-descendientes en el 2020 a manos de las fuerzas de seguridad. De hecho, su presidente Derrick Johnson logró frenar la designación de Rahm Emanuel para Secretario de Transporte, un ex alcalde acusado de encubrir el asesinato de un joven afroamericano, Laquan Mc Donald, a manos de un policía en su Chicago natal. No tuvo la misma suerte con Tom Vilsack, quien sí fue confirmado para la Secretaría de Agricultura. Luego de ser lobista para grandes grupos empresariales ligados al agro, Vilsack ocupó dicho puesto por primera vez bajo la presidencia de Obama, y fue acusado de privilegiar los intereses de grandes productores por sobre los pequeños, respaldar la modificación genética de los cultivos, y librar de todo tipo de regulación estatal a la industria del empaque de alimentos cárnicos. Asimismo, también fue el responsable político de la ejecución de las hipotecas de granjas mayoritariamente en manos de ciudadanos de la comunidad negra.

Otro sector que se sumó a las peticiones fue el Caucus latino del propio Partido Demócrata, que logró anotarse un punto tras la designación de Xavier Becerra en la Secretaría de Salud de la Nación, un puesto clave en tiempos de pandemia, aunque originalmente lo habían sugerido para el Departamento de Justicia. Becerra viene con un buen currículum en materia de demandas relacionadas a la mejora de las condiciones sanitarias para los sectores menos favorecidos, siendo un impulsor decidido de la Ley de Ciudado de Salud Asequible que asiste a un tercio de la población de California, de donde es oriundo. Las quejas, en este caso, le llegaron a Biden desde los sectores que responden al ala demócrata conservadora: ven este tipo de visión muy cercana a los planteos de Bernie Sanders de extender la cobertura gratuita de salud. A su vez, a aquellos latinos que integran el partido de gobierno les preocupa que al final de cuentas las minorías solo puedan alcanzar puestos de segundo nivel en la jerarquía estatal, y que no se les permita acceder al 20% de los puestos que les correspondería de acuerdo al porcentaje que representan en el total de la población. Un dato a tener en cuenta es que para los dos puestos cruciales en el gabinete, fueron designados funcionarios blancos: Anthony Blinken (Secretaría de Estado) y Janet Yellen (Secretaría del Tesoro). También se teme que las políticas migratorias vuelvan a endurecerse en algún momento y tengan resultados similares a las de la era Obama, en que un total de casi tres millones de indocumentados fueron deportados del país.

Por más diverso que quiera parecer el equipo que acompañará al presidente demócrata en los próximos cuatro años, parece ser que en realidad se corresponde con la moderación que pretende mostrar el Ejecutivo para poder afrontar la complejidad de una situación que no sólo se circunscribe a las fronteras estadounidenses. La pandemia ha cambiado mundialmente las reglas de juego. Será necesario para Biden mostrarse como un pragmático capaz de establecer diálogo tanto con los republicanos más dispuestos a negociar propuestas, como con aquellos que desde sus propias filas lo mirarán con recelo si propone medidas demasiado arriesgadas. De ellos depende, después de todo, la aprobación de la totalidad del gabinete, lo cual aún está por verse en el Congreso. A la balanza hay que sumarle por supuesto los sectores más díscolos y progresistas dentro de su propia estructura partidaria. Cuidarse del fuego amigo será, sin dudas, una prioridad. De sus acciones dependerá que su figura –como representante del establishment del Partido Demócrata, algo que no se discute- no sufra los embates de quienes se encuentran más cercanos a Bernie Sanders, o al grupo de jóvenes mujeres congresistas en Nueva York. Se abre un nuevo capítulo en la historia estadounidense: uno con internas por resolver, una oposición que de a momentos se muestra fragmentada entre partidarios y detractores de Donald Trump, y grupos de extrema derecha que pretenden poner en riesgo la estabilidad institucional del país. ¿Estará Joe Biden preparado para tamaño desafío?       

Por Manuela Expósito (Lic. Ciencia Política, U.B.A.)

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