¿El coronavirus es democrático? La vulnerabilidad interseccional en Estados Unidos

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Revista Tesis 11- Edición especial (04/2020)

La pandemia y el mundo

Manuela Expósito*

“El efecto del Coronavirus es un cimbronazo que tendrá que poner en jaque el modo en que los estadounidenses se conciben como sociedad, habilitando una reflexión más humanitaria en la que los diferentes mecanismos de opresión sean desenmascarados y denunciados como armas del capitalismo.”

Sin tener suficientes datos aún sobre la crisis, ciertos comunicadores sociales han insistido desde el comienzo en emplear una frase que parecía inapelable: “El coronavirus es democrático. Nos afecta a todos por igual”. Lo cierto es que este tipo de presunciones esconden prejuicios de clase, género y etnia: se supone que toda la población apelará a trabajar desde sus hogares y continuará percibiendo ingresos, que podrá mantener el distanciamiento social en sus viviendas, y que accederá fácilmente a elementos de sanitización y protección para resguardarse de la pandemia.

Esta lógica ha reforzado la invisibilización de grandes sectores de la sociedad que, desde los márgenes, continúan desmantelando el mito capitalista de que todos tenemos las mismas posibilidades.

La multiplicidad de opresiones, que permea la estructura piramidal de la sociedad estadounidense, se puede explicar desde un concepto desarrollado por la abogada de derechos civiles y docente universitaria Kimberlé Williams Crenshaw. La interseccionalidad fue el principio rector detrás del caso DeGraffenreid Vs. General Motors; en él, un grupo de cinco mujeres afroamericanas denunciaron a la automotriz por discriminarlas en búsquedas laborales atendiendo dos condiciones: de género (por ser mujeres) y de raza (por ser afro-descendientes).

Se trata entonces de poner en evidencia como un sistema complejo de opresiones, que también incluye la categoría de clase social, va empujando a ciertos sectores de la población a condiciones de vida paupérrimas, o directamente a la marginalidad. Teniendo en cuenta la interrelación de estos distintos tipos de opresión, el desarrollo de las vidas de los millones de ciudadanos norteamericanos ha sido afectado de manera dispar en estos meses de pandemia generalizada.

En Estados Unidos el proceso de mercantilización de la salud –sector en el que las inequidades son brutalmente evidentes- ha tenido como consecuencia directa la falta de cobertura médica (Medicaid) en gran parte de los adultos, desocupados y sin techo. Durante la gestión de Barack Obama, la asistencia estatal, también provista por el Programa de Seguro de Salud para Niños (en inglés, CHIP), se erigió como el principal paliativo posteriormente a la crisis del 2008 y la pérdida de empleo de padres con menores a cargo. Sin embargo, el reporte de la Comisión Kaiser sobre Medicaid y los No-Asegurados, que data del 2015, señala que más de 41 millones de no-ancianos (menores de 65) quedaban por fuera del programa. Solo un 19% de la población a la que podía ser dirigida la cobertura estatal (niños, sus padres, mujeres embarazadas y ciudadanos con discapacidades) podía acceder a ella.

Si nos centramos en el aspecto de clase, encontramos que en el 2013, más de tres cuartos de la población sin seguro médico pertenecía a familias trabajadoras, algunas de ellas de entornos rurales, aunque la mayoría ubicada en trabajos industriales. Estos trabajadores en relación de dependencia que cumplen funciones tiempo completo o medio-tiempo, no califican para la ayuda estatal, tampoco tienen ingresos suficientes para contratar un prestador privado, y muchos son rechazados por las aseguradoras de salud por tener enfermedades que requieren tratamientos prolongados.

La dimensión étnico-racial sigue profundizando la brecha: en el mismo estudio, se señala que entre las poblaciones no aseguradas, la primacía era de latinos y afroamericanos, frente a un tímido 12% de población blanca. Existen problemas de salud muy difíciles de detectar si no se realizan estudios periódicamente sobre los pacientes. Hipertensión, diabetes, condiciones cardiológicas y respiratorias crónicas, o de inmunosupresión (VIH), son algunas de las enfermedades que sientan precedentes sumamente peligrosos en épocas de pandemia.

El prohibitivo precio de los medicamentos también hace que los pacientes no puedan seguir con lo prescripto por sus médicos. Si bien el gobierno federal no está proporcionando estadísticas que puntualicen acerca de cómo el Coronavirus está afectando a la población de manera clasista y étnico-racial, algunos Estados ha comenzado por su cuenta a dar información alarmante. El Departamento de Salud Pública de Chicago señala que el 68% de los infectados en ese Estado son afro-americanos, y sus casos superan seis veces los de los infectados blancos. En Milwakee (Wisconsin), son el 70%. En New York, representan el 34% a pesar de que son sólo el 29% de la población total. La disparidad Norte-Sur encuentra a Louisiana con un 70% de afro-americanos en el listado de muertos por Co-Vid19. La realidad sureña es la de la lejanía de hasta 34 kilómetros respecto de los pocos centros asistenciales de salud. Los hospitales zonales han cerrado por falta de fondos.

Si las variables “condición de trabajo-procedencia étnica-género” se entrecruzan, desde una perspectiva interseccional, podremos entender mejor el porqué del alto número de infectados entre la población afro/latina-descendiente. Gran cantidad de ellos se desempeñan en el área de servicios básicos (provisión de medicinas, alimentos, salud, servicio de limpieza y transporte público, que continúan activos durante la pandemia. Desempeñan tareas de cuidado y asistencia de adultos mayores, sin contar con el equipamiento de protección necesario (guantes, barbijos, desinfectantes), en hogares y geriátricos de los cuales un 40% cuentan con casos de infectados, según denuncia el Washington Post. Allí abunda asimismo el personal femenino, aunque nunca en la cantidad suficiente como para atender apropiadamente a los residentes mayores. La falta de papeles las vuelve más vulnerables a peores condiciones de trabajo. Son mayoría ellas también en los albergues destinados a “sin techo” y víctimas de violencia, de gran conglomeración de gente por metro cuadrado. El hacinamiento en viviendas multifamiliares es una norma. Y de la totalidad de habitantes económicamente activos, solo el 30% puede desempeñar funciones apelando al tele-trabajo.

Otra de las áreas que ha sido impactada por los desafíos que plantea el avance de la pandemia es la ecología. Investigaciones hechas en distintas regiones de Estados Unidos han relacionado las altas tasas por fallecimiento de Co-Vid19 a los niveles de contaminación ambiental: el aumento de partículas PM2.5 –que se encuentran mayormente en las emisiones de gases de vehículos- en la atmósfera se encuentra directamente vinculado con una mayor vulnerabilidad ante enfermedades respiratorias agudas, incrementando la tasa de mortalidad. Y según lo informado por el Daily Energy Report en 2011, el Estado no está colaborando precisamente para resolver el problema de la contaminación del aire: el Departamento de Defensa consume alrededor de 100 millones de barriles de petróleo al año, liberando cantidades exageradas de dióxido de carbono al medio ambiente.

Pero hablamos en el marco de la globalización, lo que implica que las consecuencias del carácter predatorio del capital –siempre en búsqueda del incremento de las ganancias, sin importar los “daños colaterales”- trasponen las fronteras norteamericanas. El flujo de inversiones que ha mudado los emprendimientos productivos de Occidente a Oriente desde los años ochenta, ha desplazado el eje de la polución a China, que en soledad aporta un impactante 30% de las emisiones de CO2.

La afirmación de que la gran mayoría de la población estadounidense no puede desempeñar su trabajo cotidiano de manera remota, desde sus hogares, nos conduce directamente a dos preguntas. La primera podría ser: ¿la descontaminación, que se ha producido por el cese de las actividades industriales y comerciales, podrá mantenerse una vez que la cuarentena se flexibilice? Sería un poco ingenuo pensar que el capital concentrado estadounidense de repente adquiriría una “conciencia ambiental”, cuando en el sector automotriz –por poner un ejemplo- se siguen fabricando a gran escala automóviles alimentados por hidrocarburos como la nafta, en vez de invertir en hacer que opciones más sustentables con nuestro entorno estén al alcance del bolsillo del trabajador norteamericano. La segunda estaría relacionada directamente con el impacto ambiental de permanecer en nuestros hogares: ¿contaminamos menos si trabajamos a distancia? SaveOnEnergy, proveedor de servicios eléctricos en el país, ha llamado la atención sobre los gastos energéticos que provoca el uso excesivo de plataformas online, y transmisiones en vivo, que consumen un gran nivel de energía eléctrica. La misma proviene de centrales que usan como fuente de energía la quema de combustibles fósiles, liberando una gran cantidad de dióxido de carbono, el principal gas que ocasiona el efecto invernadero y recalentamiento global.

Finalmente, la sobre-exposición al virus de la clase trabajadora, cuyas vidas son leídas desde ciertos sectores como descartables, deja en evidencia la forma en que el capitalismo –en su fase neoliberal- y las políticas implementadas por las altas esferas del Estado solo ponen realmente a resguardo -vía cuarentena estricta- a quienes ocupan los sectores con cierto tipo de privilegios. Y más aún: permanece sin resolver el enigma de cuán sustentable será la salida de esta gran crisis sistémica.

El efecto del Coronavirus es un cimbronazo que tendrá que poner en jaque el modo en que los estadounidenses se conciben como sociedad, habilitando una reflexión más humanitaria en la que los diferentes mecanismos de opresión sean desenmascarados y denunciados como armas del capitalismo. Probablemente, las próximas elecciones privilegien un programa partidario que garantice entre sus propuestas una universalización de la cobertura en salud, hoy más necesaria que nunca. Sólo un paliativo a la situación de inequidad, claro, que demanda discusiones más profundas.

*Manuela Expósito, licenciada en Ciencia Política – UBA, integrante de la Comisión de América Latina de Tesis 11.

Una respuesta a “¿El coronavirus es democrático? La vulnerabilidad interseccional en Estados Unidos”

  1. OSCAR EXPOSITO GANDARA dice:

    Muy buen trabajo, muy informado y concluyente

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