Editorial semanal de Tesis 11. LAS CERTEZAS

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Con la perspectiva que dan los diez años desde la muerte de Néstor Kirchner, no hay lugar para la duda en cuanto a que hay un antes y un después de su paso por la gestión de gobierno. Lo decimos por la importancia y trascendencia de sus realizaciones –habida cuenta de la estrepitosa crisis del 2001/02– en lo económico, político, social, cultural, en la defensa y promoción de los DD.HH, en la política exterior, etc, en las que mostró coherencia entre el discurso y la acción, ratificando con hechos aquello de “no dejar colgadas sus convicciones, identificadas con las necesidades del pueblo y del país, en las puertas de la casa de Gobierno”. Y esa coherencia, unida a las realizaciones, es la que aportó el servicio más valioso: la revalorización de la política como instrumento de transformación, insuflando particularmente en la juventud el despertar del interés por la política; política con mayúsculas, las de las ganas de involucrarse en los problemas del otro y en tratar de ser parte del colectivo en resolverlo

Es un legado histórico y moral, continuado después y durante dos mandatos por Cristina Fernández de Kirchner, que luego de la catastrófica herencia del macrismo, tiene ahora que llevar adelante la alianza electoral encabezada por Alberto Fernández, secundado por ella misma.

Es ésta una nueva etapa de cuya experiencia Cristina saca varias conclusiones, certezas para ella,  que vuelca en su carta a modo de respuesta reflexiva a una oposición de derecha que en su propósito de desestabilizar a un gobierno,  legítimo por su origen y democrático por su desempeño, lucha a brazo partido por poner al país sobre sus pies en el marco del catastrófico legado por esa misma derecha y el  agravante de la pandemia.

Deja sentado por eso y de un modo indubitable, en primer lugar, su respaldo al desempeño presidencial y al carácter solidario de la relación entre los integrantes de la fórmula triunfante hace justo un año, con Alberto Fernández como presidente con todos los atributos, postulado por ella misma y que es expresión de una alianza electoral y doctrinaria, cada cual ocupando su lugar, pero con la unidad como eje rector.

En segundo lugar, trae a colación la catarata de cuestionamientos por aspectos formales, reales o inventados, lo mismo da, con los que esa derecha pretendía descalificarla políticamente durante su gestión presidencial y las compara con las que ahora y con el mismo fin le hacen a Alberto Fernández. Antes era, entre otras, “no dialoga”, “no escucha”, “es contestataria” y ahora el presidente es un pobre figurín sometido a los dictados de ella. En esencia, concluye, esa oposición habla de las formas, nunca de lo sustancial, porque no sólo no tiene nada para ofrecer de interés para las mayorías, sino porque no quiere exponerse y expresar cómo enfrentaría los problemas. Al modo de Menem, “si dijera lo que iba a hacer, nadie me votaría”.

Como vivencialmente esa derecha rechaza toda política de equiparación social, de reducción de la desigualdad, incuba el prejuicio antiperonista, carente de explicación desde la política como desde la economía, constituyendo a la vez “una de las dificultades más grandes para encauzar definitivamente a la Argentina”. Para encubrirlo se aferra a cuestionamientos de forma referidos a  conductas que inventa y además miente y manipula para construir un falso sentido común.

La vicepresidenta aborda finalmente en su carta el funcionamiento bimonetario de la economía argentina, problema de raíz estructural, en la que el peso, la moneda local, compite con el dólar en las preferencias de distintos sectores sociales para terminar siendo “el más grave que tiene nuestro país”. Resultante de la restricción externa (o sea la insuficiencia relativa de divisas), es considerada por CFK de “imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales“.

Al respecto evaluamos que la desaforada apetencia por el dólar deriva de una experiencia de larguísima data que se nutrió en la desconfianza hacia la estabilidad adquisitiva del peso y ello en virtud de la inflación. Con una alta densidad oligopólica y de capital concentrado, no es difícil ubicar a los formadores de precio prestos a recurrir a este medio para distribuir en su favor el ingreso nacional.

A ello se suman las múltiples causas que subyacen bajo la restricción externa y en especial, los mecanismos utilizados para enfrentarla. Entre las causas citemos la fenomenal fuga de capitales, la retención especulativa de producción exportable, la no liquidación de divisas derivada de lo ya exportado, las sobre y subfacturaciones en el comercio exterior y la alta dependencia de la exportación de productos primarios o con poco valor agregado, en tanto que debido a la estructura industrial desequilibrada, es elevada la dependencia de la importación de insumos y bienes de capital. Por eso, cuando el producto nacional crece, el aumento de las importaciones es más que proporcional que el del producto, con la acostumbrada derivación en una crisis. De todos modos, el resultado promedio a lo largo de los años termina arrojando un saldo insuficiente para la cobertura de servicios del exterior y los compromisos financieros.

Lo significativo sin embargo, fue la política tradicionalmente encarada para superar esta deficiencia de divisas: la devaluación, mecanismo con el cual se induce deliberadamente al aumento de los precios internos y por esta vía, a la depresión del poder de compra de las mayorías, a la recesión y la consecuente necesidad de menores importaciones. De este modo salvan transitoriamente la necesidad de reservas pero recurriendo a uno de los mecanismos del ajuste y de la redistribución del ingreso, que tiene responsables y beneficiarios: una minoría poderosa que se aloja en el comando real de la derecha. Este rápido panorama solo pretende poner un poco de luz sobre la envergadura del poder sobre el que se asientan los problemas que acosan a las a las mayorías, e ilustra, al mismo tiempo, la ineludible necesidad de intensificar en correspondencia la movilización y la conciencia de las organizaciones populares, cambiando con la lucha la correlación de fuerza, único camino a transitar para poner coto y finalmente revertir las causas de las penurias que atormentan a la mayoría de los argentinos y seguro a los pueblos hermanos de la región toda. Meta, que si bien no está exenta de dificultades, se hace más accesible cuando la lucidez y combatividad son características de la vida de los dirigentes dispuestos a encabezar esas luchas, sin reemplazar al pueblo.

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