COVID-19: Resetear el planeta

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Revista Tesis 11- Edición especial (04/2020)

La pandemia y el mundo

Gerardo Codina*

Los optimistas afirman que las crisis encierran oportunidades. En este caso al menos plantea interrogantes. Cómo se reconfigurará a futuro el sistema de relaciones internacionales es una cuestión abierta. La pandemia no hizo más que exponer las tensiones y quiebres pre existentes, potenciando muchos de ellos. La Organización Mundial de la Salud (OMS), una de las naves insignias del sistema de instituciones surgido de la segunda posguerra, quedó en el foco de una tormenta perfecta.

La pandemia que afronta la humanidad puso de relieve una serie de circunstancias que habitualmente aparecían ocultas por el vértigo de la cotidianeidad. Mencionemos dos, sin profundizar en ellas. Primero, se puede frenar la actividad productiva de modo vertical y casi absoluto de un día para otro en gran parte del planeta y, sin embargo, la vida continúa. Hasta vuelven los peces a los ríos y se recupera la atmósfera. Quizás darle una oportunidad al planeta tenga mucho que ver con detener la economía.

La segunda es que en todos lados son los Estados quienes resuelven o fracasan en la tarea de articular una respuesta colectiva a lo que enfrentamos, preservando en lo posible al conjunto de la población de sus efectos. Y es la acción de los organismos de cooperación interestatal lo que permite compartir la información disponible en tiempo real sobre este nuevo fenómeno en desarrollo.

La OMS quedó en el foco de esta tormenta. Como en un alef extraviado en un sótano de Constitución, se puede ver allí condensada toda la condición humana. Por un lado, exhibe con orgullo algunos de sus mejores logros. La erradicación mundial de la viruela alcanzada en 1980 gracias a campañas de vacunación masivas combinadas y sostenidas en todos los países, es uno de los más destacados. Con acciones como esa se manifiesta el entendimiento de que la salud colectiva es un bien público que debe alcanzar equitativamente a todos, no sólo por justicia social, sino porque la buena salud de unos depende de la que goce la comunidad y también del ambiente en el que ésta se desenvuelve.

Lograrlo entre otras cosas requiere, como se pone en evidencia ahora mismo, que otra institucionalidad haga sinergia con los Estados y las organizaciones internacionales. Esta “institución global supranacional” que es la ciencia[1] tiene un vínculo extremadamente estrecho con las decisiones de las autoridades sanitarias y sustenta o no, según el caso, el accionar de las autoridades políticas. La enorme velocidad con que se acumula conocimiento sobre esta nueva enfermedad emergente que es el COVID- 19 se debe a la legión de investigadores que se han involucrado en su estudio y a los elevados niveles de cooperación que se registran al compartir información y trabajar en colaboración.

Esto coexiste con la búsqueda de respuestas terapéuticas movidas por el afán de lucro y con el sistema de patentes de propiedad intelectual que administra los recursos conocidos con lógica de mercado. Por eso el mismo Almeida Filho sostiene que “El fenómeno de la pandemia es también un hecho político. En ciertos contextos, la salud es un deber del agente del Estado, un derecho de las personas; en otros sistemas políticos, la salud es un servicio o un bien que puede ser comprado en un mercado.”

La aceptación en la comunidad internacional y en la propia OMS de que en el proceso de salud y enfermedad existen fuertes determinaciones sociales, sin embargo no ha llevado a esta organización a incorporar la pobreza como una variable que incide en la morbilidad y mortalidad ante cada uno de las patologías[2].

Ocurre que la OMS no es ajena a la consolidación de la lógica neoliberal como hegemónica, lo que se expresa en el creciente peso del financiamiento privado en su presupuesto y el riesgo de su captura por los intereses de los grandes monopolios farmacéuticos internacionales[3]. La decisión actual de Trump de retirar el aporte económico de Estados Unidos  a la organización, acentúa el problema[4].  

Esta circunstancia alimenta la sospecha de que detrás de la declaración de una epidemia como la actual se encuentren intereses comerciales deseosos de promover mediante el pánico multiplicado por las redes de medios concentrados de comunicación, el vuelco masivo a la adquisición de determinados fármacos. Un antecedente de esto fue, en opinión de muchos expertos, lo ocurrido con el Tamiflú durante la epidemia de la gripe H1N1 o porcina en 2009[5].

  1. Escenario internacional después de la pandemia

La posibilidad de una crisis económica de similares proporciones a la sucedida en 2008, evidenciada en la caída del comercio internacional y en las menores expectativas de crecimiento global, se anticipaba antes de que surgiese la actual pandemia del COVID-19. Del mismo modo, el sistema de relaciones internacionales conformado a la salida de la Segunda Guerra Mundial ya estaba en problemas previo a esta emergencia sanitaria.

Dos fenómenos lo pusieron en cuestión. Uno, inicial, fue consecuencia de la consolidación de la hegemonía unilateral de Estados Unidos tras el derrumbe de la Unión Soviética. La percepción de las élites norteamericanas de que nada podía contrarrestar su accionar, llevó a ese actor central del sistema de relaciones internacionales a saltarse la mismas reglas que había procurado imponer las décadas anteriores al resto de los países, emprendiendo acciones al margen del sistema de Naciones Unidas, en procura de remodelar la realidad de regiones cruciales del mundo en función de sus intereses geoestratégicos. La “nación indispensable”, en los términos de Clinton, asumió que podía burlar las pautas que como líder había impuesto al mundo.

La invasión de Irak en 2003 fue el momento más destacado de ese impulso. Setenta años antes Sigmund Freud, reflexionando sobre las fuerzas que pugnaban en una comunidad regida por un sistema de reglas para liberarse de sus límites e imponerse por la fuerza en la resolución de conflictos de intereses, señalaba que la desigualdad de la fuerza relativa de los integrantes de una tal comunidad, preanunciaba que “algunos de los amos tratarán de eludir las restricciones de vigencia general, es decir, abandonarán el dominio del derecho para volver al dominio de la violencia.”[6]

Es lo que hizo Estados Unidos. Al frente de una coalición internacional que encabezó con sus aliados más estrechos, pero por fuera del mecanismo de resolución de conflictos establecido en las Naciones Unidos, invadió un estado pretextando la amenaza de armas de exterminio masivo que nunca luego fueron encontradas, destruyó un régimen que se le oponía y ocupó militarmente el territorio; ocupación que continua hasta el presente, pese a todos los reclamos iraquíes de que Estados Unidos retire sus fuerzas.

Ninguna institución del orden internacional surgido en Bretton Woods pudo entonces poner en orden a la primera potencia del mundo. Esta es la primera gran ruptura.

El segundo elemento que puso en crisis ese sistema de instituciones internacionales fue el mismo éxito económico de la globalización. Es notorio que la creciente relevancia de China en el contexto global es consecuencia de la mundialización triunfante de la producción de bienes y servicios, y del enorme desarrollo de los sistemas de comunicaciones en tiempo real y de logística que lo hizo posible.

Un primer paso en la dirección de consolidar una nueva globalización se dio en 1971 cuando la República Popular China ocupó su lugar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, desplazando a Taiwan, que lo ocupaba desde 1949 sostenida por Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Al poco tiempo, Nixon viajaba a Pekín y comenzaba a delinearse el sendero que permitió la incorporación de China a las cadenas de valor mundial, hasta convertirse en un actor crucial de todo el sistema productivo global.

El ascenso económico del gigante oriental fue acompañado por un intenso proceso de fortalecimiento nacional en múltiples aspectos, en especial el desarrollo científico técnico, mientras que ganaba relevancia en los organismos resultantes del multilateralismo preexistente y en paralelo comenzaba a desplegar un propio sistema de instituciones internacionales.

“China crece en todos los niveles. Asciende en el multilateralismo heredado, pero al mismo tiempo construye su multilateralismo alternativo y hace diplomacia bilateral”, señaló recientemente Diana Tussie, directora de la Maestría de Relaciones Internacionales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales de Buenos Aires[7], en respuesta a una consulta periodística. Instituciones como la ONU, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio (OMC) o el FMI, instituciones del multilateralismo heredado, registran a lo largo de las últimas décadas un creciente protagonismo chino.

Dentro de ese repertorio de organizaciones, China encabeza hoy la Organización de Agricultura y Alimentación (FAO), la Organización de Desarrollo Industrial (ONUDI), la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU) y la Organización de Aviación Civil. También procuró encabezar la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI). “Son organismos burocráticos pero importan por sus funciones –señala Tussie–. Regulan estándares técnicos por los que hoy hay una lucha abierta. Son centrales para el comercio y el mercado global”.

En cuanto al propio sistema de organismos multilaterales, iniciativas chinas como el Cinturón y Ruta de la Seda (OBOR), el Nuevo Banco de Desarrollo, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura o el Acuerdo de Reservas de Contingencia son las más relevantes y gravitan particularmente en una región del planeta a la que se desplaza el centro del poder mundial por la pujanza económica de sus integrantes y su significativo peso demográfico[8].

Ese doble juego multilateral queda claro en el ámbito de la salud: China gana peso en la OMS mientras habla de la Ruta de la Seda Sanitaria, que agrupa la ayuda sanitaria que Beijing brinda a cada uno de esos países por separado. Países como Italia o Argentina reciben los cargamentos con stickers que lucen ambas banderas y citas extraídas del acervo literario del país receptor, con similar mensaje. Séneca o el Martín Fierro de Hernández sirven en la coyuntura para subrayar la hermandad de los pueblos ante un mal compartido.

La ruta de la salud fue anticipada en 2017 en colaboración con la Organización Mundial de la Salud, que realizó un foro denominado “Foro de la franja y la ruta para la cooperación sanitaria: hacia una ruta de la seda sanitaria” en Beijing. En la nueva situación creada alcanza ya a 89 países de todo el mundo y se adelanta que serán más[9].

Tanto la ruptura del multilateralismo por parte de Estados Unidos, como la emergencia de un competidor de su talla en la disputa de la hegemonía mundial de resultas del éxito de la globalización, paradojalmente condujeron a la finalización del siglo corto americano surgido después de la debacle del espacio soviético. “En esa línea es posible aventurar que la actual pandemia inaugura el Siglo XXI. La segunda caracterización, que ayuda a entender el presente, es el rol de los Estados Unidos. Como sostiene el geopolítico francés Thomas Gomart, “el coronavirus es la primera crisis global del mundo post- americano”, asegura Carlos Pérez Llana desde Clarín el pasado 15 de abril[10].

Un mundo post-americano cuyas instituciones internacionales están por definirse, aunque la ausencia de liderazgos colectivos evidenciada por la forma en que la comunidad de naciones se encuentra tramitando esta crisis acentúa la anomia global que se avecina en lo inmediato.

  • Redistribución del poder mundial.

Entre las incertidumbres que trae aparejada la crisis sanitaria está la dificultad para anticipar su impacto económico, cultural y psicológico. Si el descontento de los que sufrieron los costos de la globalización neoliberal posibilitó la emergencia de liderazgos aislacionistas en naciones centrales como Estados Unidos, Inglaterra e Italia, los efectos de mediano y largo plazo la actual pandemia en la dinámica política de las sociedades más afectadas está por verse. Entre otras razones, porque no se sabe hoy a quiénes hará más daño este fenómeno.

Lejos de la expectativa de una transformación revolucionaria y del derrumbe del capitalismo mundial a causa del golpe mortal de un virus microscópico, lo que parece más probable es que se refuercen las tendencias ya presentes en las sociedades. De todas formas, la evolución futura de esos procesos resultará de la intensidad del perjuicio padecido. En tanto se trata de un fenómeno en desarrollo al momento de escribir estas líneas, cualquier pronóstico resulta aventurado.

Más allá de esto, la respuesta aislacionista de Estados Unidos y la debilidad de la respuesta colectiva de la Unión Europea subraya las líneas de fractura en el G7, que sólo sirve de caja de resonancia de las sospechas sobre la trasparencia en el manejo informativo de China y acerca de cuándo comenzó a gestarse el problema que enfrentamos. Nada útil en cuanto a la coordinación de acciones para lograr sinergia en el momento actual y vagas declaraciones respecto del futuro y el destino de las naciones del sur global. Predomina la lógica de piratearse mutuamente cargamentos de insumos esenciales para lidiar con la crisis antes que ninguna solidaridad efectiva.

También en este punto se acentúa un proceso que ya se había abierto con el Brexit, la multiplicación de sanciones unilaterales de Estados Unidos incluso a naciones de la Unión Europea y la sospecha mutua creciente incluso en el plano de la seguridad. El desacuerdo en torno de cómo abordar el vínculo con Irán entre la administración Trump y las naciones europeas es el elemento más notorio de debilitamiento del accionar conjunto, del mismo modo que la decisión alemana de proseguir con la construcción conjunta del oleoducto Nord Stream o la continuidad de los planes de muchos países europeos respecto del despliegue de la red 5G con la tecnología de Huawei[11], en paralelo con la búsqueda de una “solución” europea en base a los desarrollos de Ericcson y Nokia.

Los conflictos no implican la ruptura de alianzas que consolidaron la hegemonía colectiva de las naciones más desarrolladas del mundo capitalista como la OTAN, el FMI y otras. Pero sí postergan o traban la posibilidad de acciones comunes o convergentes, mientras se acentúa la coordinación del eje chino-ruso, alrededor del cual se articula de modo creciente un espacio pan asiático. Sobre esas líneas de fuerza habrá de reconfigurarse el próximo sistema de relaciones internacionales.

*Gerardo Codina, psicólogo, integrante del Instituto del Mundo del Trabajo “Julio Godio” de la UNTref, ex Secretario General de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA), miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.


[1] Naomar Almeida Filho, epidemiólogo brasileño, afirmaba el 20 de abril en un reportaje publicado por Página/12: “La ciencia es una institución supranacional global constituida por bloques de pensamiento y práctica que son las ciencias, en plural. Y esas ciencias son concretamente redes de sujetos que tienen su formación y su práctica muy internalizadas y con aparatos propios de validación de sus proposiciones. Las ciencias son comunidades internacionales, hay producción de ciencia interna en los países, pero las redes de validación son internacionales.”

[2] “La pobreza acorta la vida más que la obesidad, el alcohol y la hipertensión. Un macroestudio en ‘The Lancet’ critica que la OMS no incluya la desigualdad como factor a combatir”, publicaba el diario El País el 2 de febrero de 2017. https://elpais.com/elpais/2017/01/31/ciencia/1485861765_197759.html

[3] Los Estados miembros explicaron el 51% de los fondos devengados en 2018 por la OMS, según el propio organismo. https://apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/328788/A72_35-sp.pdf?sequence=1&isAllowed=y

[4] https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-52289020

[5] http://www.nogracias.eu/2014/04/10/tamiflu-la-mayor-estafa-de-la-historia/

[6] El porqué de la guerra. Carta de Sigmund Freud a Albert Einstein en respuesta a su pregunta “¿Qué podría hacerse para evitar a los hombres el destino de la guerra?”. El intercambio tuvo lugar en 1932, contemporáneamente al ascenso del nazismo al poder en Alemania. Obras Completas, Tomo III. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid.

[7] Elman, Juan. Mundo Propio, newsletter de política internacional. 16 de abril de 2020.

[8] Un dato ilustra este último aspecto. La nación más poblada que integra la Organización para la Cooperación Islámica no es árabe. Se trata de Indonesia, que a su vez es el cuarto país más poblado del planeta detrás de China, India y Estados Unidos, según datos del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas.

[9] Rodríguez, Valeria. https://diagonales.com/app.php/contenido/la-ruta-de-la-salud-lleg-a-la-argentina/20041 16 de abril de 2020.

[10] https://www.clarin.com/opinion/agenda-internacional-pos-pandemia_0_E4JbvjM1s.html

[11] Sobre este punto ver Codina https://www.tesis11.org.ar/crisis-de-la-globalizacion-la-obsesion-de-trump-con-huawei/ del 28 de junio de 2019.

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