Agronegocios: la nueva colonización

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Juan Carlos Suárez *

Los agronegocios son distintos procesos implicados en la producción y distribución de alimentos, una cadena controlada por grandes cadenas transnacionales que imponene un modelo de agricultura de gran escala y de comercialización concentrada. La matriz del petroleo se está terminando y además ya no es redituable porque no da patentes. Lo que viene ahora es la matriz de la soja, de la biotecnología, las semillas transgénicas, de la nanotecnología** y de los biocombustibles. La matriz de un nuevo colonialismo.

El término “agronegocio” aparece en muchas vulgatas periodísticas como vinculado a fenomenales transformaciones en “el modo de producción agraria”, que responderían a una síntesis de avances tecnológicos y eficiencia productiva con la resultante de un aumento en la ganancia y la renta agraria; el tintineo del encanto pecuniario atraería, entonces, a capitales extrasectoriales  suscitando el brote de megaempresas agrarias.  Al enfocar la mirada  encontramos que el panorama se complejiza: cuestiones que entremezclan y confrontan ética y comercio, biología molecular y ecología, monocultivo y reforma agraria, biodiversidad con desarrollo sustentable y soberanía alimentaria.
De cualquier modo, nos parece necesario enmarcar la problemática en el escenario del sistema-mundo imperante: el capitalista, nos guste o no nos guste.
Joel Kovel 1 resume sus argumentaciones criticas al capitalismo en diversos ítems:
• El capital es el modo de producción reinante, y la sociedad capitalista existe para reproducir, asegurar y expandir el capital.
• El capital es la causa eficiente de la crisis ecológica.
• La crisis ecológica coloca al futuro en grave riesgo.
• El capital, a cargo de la actual burguesía transnacional (…) no puede ser reformado. Sólo puede crecer o morir (…).
• En la medida en que el capital mantiene su crecimiento, crece también la crisis (…).
• Por consiguiente se trata del capital o de nuestro futuro (…).

Kovel suma a estas afirmaciones dos condiciones: la falta de una alternativa que conscite atención y adhesión en masas sustanciales del pueblo y la idea, tan falsa como hegemónica, que el capitalismo es un sistema racional de mercado en dónde los individuos crean libremente riquezas en saludable competencia.
Luego de este introito (saludablemente) apocalíptico podemos agregar algunas otras consideraciones. Una relativa a las dimensiones del paradigma del desarrollo sustentable que suele caer en la trampa conceptual (del capitalismo) de homologar desarrollo con crecimiento definiendo la sustentabilidad como el crecimiento del incremento monetario del producto; el crecimiento de la ganancia capitalista como paradigma de sustentabilidad.
“El término ‘desarrollo sustentable’ siempre ha sido un concepto camaleónico, fácilmente utilizado para confundir la destrucción ambiental. El agronegocio posee un particular talento para tal lavado de cara. Su último truco consiste en presentar a la industria de monocultivos como sustentable” 2. En el presente estos proyectos corporativos eclosionan en todo el mundo. Pero “el ‘crecimiento sustentable’ aplicado a la economía es un mal oxímoron” 3 dado que la sustentabilidad del desarrollo implica preservar la integridad de los procesos naturales que garantizan los flujos de energía y de materiales en la biosfera y al mismo tiempo que se garantice la biodiversidad del planeta 4.
La otra consideración toma nota de que las “mayores inversiones en investigación biotecnológica se concentran en la producción de eventos generalmente en el área privada, mientras que los fondos destinados a identificar los impactos sociales, económicos y ambientales de los organismos vegetales genéticamente modificados (OVGM) son prácticamente nulos en la Argentina, y alcanzan valores muy bajos en los países desarrollados” 5. Si a esto se le suma el llamado “secreto comercial” que impide la publicación de datos recolectados, sus resultados y evaluaciones, podemos decir que sobre la pampa se asienta la neblina.
Agronegocios I: transgénicos y agroquímicos

“La vida humana depende de unas 45 plantas” escribe el periodista Emilio De Benito para su columna de El País de Madrid. Unas 30 aportan el 90% de las calorías que ingiere la humanidad. El 75 % de sus variedades se ha perdido en el último siglo. Arroz, trigo, el azúcar, el maíz, los aceites vegetales, el sorgo, el mijo y las patatas son la base de la alimentación de la mayoría de la población del planeta. El peligro de la perdida de biodiversidad en un mundo 850 millones de personas que padecen hambre y 15 millones que mueren de hambre cada año esta dado en que la extensión de las plantas, fuera de sus lugares de origen, no representa un enriquecimiento sino todo lo contrario. Las presiones económicas y la uniformidad en los gustos han arrinconado variedades que pueden ser claves en el futuro. Imaginemos un mundo sin biodiversidad alimentaria, cubierto de extensos monocultivos manejados como capital de pocas corporaciones de agronegocios, blandiendo patentes sobre semillas trangénicas y dueños de las estructuras de comercialización y el control de la tierra productiva altamente concentrado. O no imaginemos lo que ya está a la vista: en el año 2000 cinco transnacionales controlaban más del 75 por ciento del comercio mundial de granos 6, actualmente tres empresas han devorado a las otras y dominan el mercado; Cargill, Bunge y Dreyfus. Un reducido número de transnacionales controlan más del 90 % del comercio global de maíz, trigo, café, cacao y piña, entre otras cosas, las exportadoras también venden semillas, agrotóxicos, fertilizantes, procesan granos, controlan la vía de transporte terrestre y acuático. Y por supuesto tienen el poder y el derecho de modificar o derogar normativas nacionales, incluso las de protección laboral y ambiental, con el respaldo de Organización Mundial de Comercio (OMC) y los acuerdos del Tratado de Libre Comercio (TLC).
En los últimos 15 años, en la Argentina, la producción de cereales y oleaginosas se multiplicó, pasando de 35 a casi 80 millones de toneladas y suele explicarse sobre la base de dos aspectos: el cambio tecnológico –siembra directa [la eliminación de la preparación del suelo con su consecuente degradación] , la biotecnología [paquete de semilla transgénica con su herbicida asociado en general basado en el glifosato] y el aumento de la intensidad de las explotaciones llegando al límite de la “agricultura de precisión” [control del terreno por medio de sistemas satelitales]– y la constante expansión de la frontera agrícola. La creciente rentabilidad agraria permite interpretar la aparición del fenómeno del ingreso a la producción de capitales provenientes de otros sectores, como el financiero. Guillermo Neiman de Flacso lo denomina modalidad de “no propiedad” de la tierra como son los pools de siembra, la agricultura de contrato y los fondos de inversión agraria, que apuntan a consolidar “megaempresas agrarias” como Benetton, IRSA-Cresud y Los Grobo Agropecuaria. Benetton, por medio de la Compañía de Tierras del Sud Argentino, posee unas 900 mil hectáreas; IRSA (originada por George Soros como inversionista inmobiliria en el campo y hoy de propietarios estadounidenses) atesora a través de Cresud 400 mil hectáreas y Los Grobo Agropecuaria de la familia Grobocopatel tiene 3500 hectáreas propias pero controla mediante su gestión unas 70 mil en nuestro país, 20 mil en Uruguay y 6000 en Paraguay. ¿Resultados sociales?…fuerte caída del empleo agrario, aumento de la productividad sin aumento de salarios, presencia de la intermediación en la contratación, desaparición de un importante número de pequeños y medianos productores y precariedad financiera de los sobrevivientes. Se adiciona la tendencia a la pérdida de autonomía de los productores a los que las megaempresas transfieren desde arriba los riesgos empresarios y al hecho que las pequeñas extensiones no amortizan los costos de las nuevas tecnologías dependiendo entonces de la tercerización de servicios.
 Pero no todos están de acuerdo con la idea de sobredimensionar el papel  de los capitales extrasectoriales, con la modalidad de “no propiedad”, en las transformaciones tecnológicas  en el campo. Entre ellos Eduardo Basualdo y Nicolás Aceo, citados por Horacio Verbitsky en Página/12 del 25 de junio: “Es opinable la afirmación de que los grandes terratenientes que constituyeron el núcleo de la oligarquía agropecuaria han dejado de ser el agente económico central cediendo el lugar a un grupo de productores y capitales que arriendan tierras y los medianos productores rurales responsables de la incorporación de las nuevas tecnologías.
Según el último Censo Nacional Agropecuario los propietarios explotan 25 millones de hectáreas de la provincia de Buenos Aires, el 92% de la superficie agropecuaria. Los Fondos de Inversión Agrícolas y los Pools de Siembra que alquilan tierras e incorporan capitales extrasectoriales ocupan cantidades de superficie agropecuaria no significativa”.
Según los autores, los terratenientes con 2500 hectáreas o más tienen mayor incidencia en la producción que en la propiedad de la tierra. La oligarquía vacuna, si al comienzo se concentraba en la ganadería y le arrendaba grandes extensiones a los pequeños y medianos productores agrícolas, ahora desarrollan ambas actividades por cuenta y riesgo.
Vemos que la imagen se trastoca, si en lugar de considerar las superficies que estos dedican a cada producto se toma en cuenta el valor bruto de las respectivas producciones. La agricultura representa menos de un tercio de la superficie pero representa dos tercios del valor bruto de su producción (el 59%), mientras que la ganadería que ocupa el 70% de la misma representa apenas el 41% del valor de producción que los grandes propietarios generan en sus 8,3 millones de hectáreas. Se debe a los precios relativos de los ’90. Son ganaderos por como usan la tierra pero eminentemente agrícolas en términos del valor de la producción.
Un detalle no menor, según señala Modesto Emilio Guerrero 7, es que, entre los países medianos, la Argentina posee el índice mas bajo de sustentabilidad en cuanto a condiciones de propiedad, uso y explotación de recursos naturales. Por ejemplo, es el Estado que recibe el menor arancel  en concepto de regalías mineras: el 18 %  mientras que en los demás países productores de energía en el continente las tasas rebasan el 60 %. Esto se vincula a la propiedad – siete empresas son propietarias del 85,7 % de las reservas de gas natural– talón de Aquiles del Estado argentino en el control y manejo de sus recursos naturales.
Agronegocios II: Pasteras y biocombustibles

Alan Greenspan (curiosamente: green, verde y span, extensión), ex director de la Reserva Federal norteamericana, afirma en audiencia frente al Comité de Asuntos Exteriores del Senado estadounidense el 7 de junio de este año:
“Precios más altos moverán los vehículos hacia los híbridos y, a pesar de la incomodidad, híbridos recargables. El etanol de maíz, aunque valioso, solo puede jugar un papel limitado, porque su capacidad de sustituir la gasolina es pequeña en el mejor de los casos. Pero el etanol de celulosa, si cumpliese sus promesas, nos ayudaría a abandonar nuestra dependencia del petróleo, así como podría hacerlo el carbón y la energía nuclear”.
Esta argumentación permite comprender el interés por conformar una “cuenca pastera” en el cono sur y no será “pa’hacer ñoquis” ni nada mas que para papel, dado las perspectivas de la celulosa como nueva fuente de energía. Y pasitos se dan en ese sentido: Uruguay 8 tiene 18 millones de hectáreas de las cuales unos 15 millones son propicios para la agricultura; un millón ya se hallan forestadas de eucaliptus que brindan la materia prima para la pasta de celulosa; en Brasil, Aracruz Celulosa es propietaria del mayor “desierto verde” –eucaliptus, acacias y pinos para celulosa– con 250 mil hectáreas plantadas en tierras propias y 50 mil sólo en Rio Grande do Sul. Sus 2,4 millones de toneladas de celulosa blanca por año generan contaminación en el aire y en el agua, los ríos se secan y se deteriora la salud en los poblados linderos.
Los que se oponen

La Primera Jornada del Foro Social de Resistencia a los Agronegocios se desarrolló en Buenos Aires durante la segunda mitad de junio de este año. Participaron organizaciones campesinas e indígenas latinoamericanas de Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, entre otras.
La temática giró sobre reforma agraria, desconcentración de tierras, derecho a elegir qué producir y con qué alimentarse y cómo evitar los monocultivos. Les damos la palabra.
Jorge Loor Cevallos, miembro de la Coordinadora Nacional Campesina ecuatoriana: “Es una guerra silenciosa cuyos efectos son incalculables: se contamina el aire, el agua, el planeta se torna invivible (….)los agroquímicos producen cáncer, leucemia, problemas respiratorios y hepáticos entre los trabajadores del campo estando Ecuador entre los primeros lugares en el consumo de agroquímicos del continente”.
Mauricio Rain, mapuche de una comunidad del centro de Neuquén en donde se encuentra Repsol YPF: “nosotros estamos protegiendo 54 mil hectáreas porque las petroleras contaminaron nuestras aguas y la desaparición de vertientes naturales (….) con la ayuda de algunos técnicos ambientalistas pudimos saber que era por los movimientos sísmicos que hacían las maquinarias que provocaron que las napas de agua se secaran, ahora estamos siendo asistidos con agua que nos llevan en tanques cisternas desde Zapala”
Cristiane Campo, integrante del Movimiento Sin Tierra de Brasil: “Brasil es uno de los países donde hay mayor concentración de tierras, el 47% del territorio está en manos del 1% de la población (…) Lula dice que hace reforma agraria cuando en realidad regulariza entrega de títulos de propiedad a gente que ya posee tierra”
También resulta pertinente señalar algún párrafo de la Declaración Final del Foro Social Mundial de Porto Alegre del 31 de enero de 2005:
“Rechazamos los alimentos transgénicos porque además de poner en riesgo nuestra salud y nuestro ambiente, son el instrumento para el control de los mercados por cinco empresas transnacionales. Rechazamos las patentes sobre cualquier forma de vida y en especial sobre las semillas, ya que con ello pretenden apropiarse de nuestros recursos y del conocimiento asociado a ellos (…) Apoyamos la producción sustentable basada en la preservación de los recursos naturales: suelo, agua, bosque, aire, biodiversidad, recursos acuáticos, etc. Apoyamos el fomento a la producción orgánica y agro-ecológica.”
¿Conclusiones?
 
Este es el momento que algunos podrían exigir al pobre cronista ciertas conclusiones e incluso que, en un ex abruto de optimismo, proyecte su dedo tembloroso indicando La Salida. Pues no tendrán suerte.
Es difícil confiar que el homo urbano deje de imaginar los alimentos brotando en las góndolas de los supermercados. Y la población rural tiende permanentemente a decrecer  restringiendo la consolidación de un sujeto social capaz, al menos, de poner límites a la falta de respeto a la naturaleza –incluyendo en ella la vida humana– de la producción mercantil de monocultivos industriales; teniendo en cuenta la coyuntura del incremento del precio internacional en las materias primas, para muchos Estados agroexportadores, y para no pocas ONGs y no pocos agricultores, los commodities son base del crecimiento y la sustentabilidad queda siempre para el día después.
Para que haya una salida es condición necesaria mucha, muchísima gente, dispuesta a salir, o por no soportar el lugar en donde está o por el vislumbre de otro mejor, no dependiendo tan solo de los “profetas de la felicidad”, sino de su propia intrincada experiencia y reflexión.
Pero recuerdo una frase del Marx adolescente: “Solo las polillas nocturnas consideran que la lámpara doméstica es un sustituto satisfactorio del Sol universal”. En estos tiempos de contiendas “globales” es bueno tener presente que es en cada comunidad y en cada espacio local en donde se gestó la agricultura. Y desde allí, desde la tierra y desde el alma de los campesinos, de las culturas originarias, que aún siguen dialogando con ella tal vez se generen las respuestas. Los que queden en la ciudad universal que escuchen.

1 Kovel, Joel, El enemigo de la naturaleza, edición de Tesis 11, 2005.
2 GRAIN, ¿Moncultivos sustentables? No gracias. ecoportal.net.2006
3 Guimaraes, Roberto P., El fruto del debate, Encrucijadas (UBA) N° 10, 2001.
4 Ver Pengue, Walter Alberto, Ingenuidad y complacencia, Encrucijadas (UBA) N° 10, 2001.
5 Ibidem
6 Ver Enriquez, Zulema, La vida no se negocia. Unidad y resistencia a los “agronegocios” en el Cono Sur, Agencia Periodística del MERCOSUR.2006.
7 El saqueo mundial de los recursos naturales y la vulnerabilidad del Estado argentino, www.argenpress.info. 2006.
8 Ver Raúl Sibechi, Empezar de nuevo, reportaje en www.lavaca. 2006
* Juan Carlos Suarez, miembro de la Asamblea Barrial Almagro Balvanera y del consejo de redacción de Tesis 11

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