La crueldad y el odio se pusieron de moda. Pongamos fin a la “Pandemia de la indiferencia”

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Rodrigo de Echeandía*

Hacia un nuevo contrato social basado en la libertad, la dignidad y la justicia

Claves para un modelo productivo de redistribución e inclusivo en el siglo XXI

El panorama político internacional atraviesa un periodo de significativa disrupción. La aparición del “anarcocapitalismo” y la consolidación del “libertarismo” como una manifestación despiadada, salvaje y profundamente cruel del liberalismo, reflejan un alarmante giro ideológico en algunas economías centrales, de alto impacto. En este contexto, el retorno de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos ha desencadenado una nueva crisis financiera global, generada en gran parte por la imposición de aranceles comerciales al resto del mundo. La guerra en Ucrania persiste sin señales de tregua, mientras los fondos de inversión de mercado, como BlackRock, adquieren un rol cada vez más determinante en la configuración del escenario geopolítico. La Unión Europea, por su parte, enfrenta enormes desafíos para sostener su cohesión como bloque, en un entorno marcado por una creciente interdependencia económica, tecnológica y productiva entre países y regiones. La situación humanitaria en Gaza continúa deteriorándose, agravando la ya crítica condición del pueblo palestino, ante un mundo occidental “ciego, sordo y mudo”. Paralelamente, China y los países que integran el bloque BRICS emergen como actores clave en la reconfiguración del orden global, promoviendo un enfoque basado en la multilateralidad, la cooperación y el respeto mutuo. Este nuevo bloque propone una arquitectura internacional alternativa, exenta de imposiciones unilaterales, orientada al desarrollo sostenible y al fomento de tecnologías verdes.

Nos encontramos ante una economía mundial que luego de la pandemia de Covid19, no logra recuperarse. La volatilidad y la incertidumbre, son los rasgos característicos de ésta época en la economía mundial, rasgos que se exacerbaron en abril de este año hasta límites no previstos, luego de la “guerra comercial y de aranceles” declarada por EEUU al resto del Mundo. Un informe de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) afirma que “los importantes cambios ocurridos recientemente en las políticas comerciales, de mantenerse, golpearán el crecimiento global y muy probablemente, aumentarán la inflación” mundial. Según un reciente reporte de “Perspectivas de la Economía Mundial” del FMI, el crecimiento global sería de 2,8% en 2025, significando una caída de 0,5 puntos porcentuales respecto de la previsión realizada en enero de este año. Éstos, son números que se encuentran muy por debajo del promedio histórico 2000–2019, del 3,7% de crecimiento global. En Estados Unidos, el crecimiento se ralentizará al 1,8%, 0,9 puntos porcentuales menos que lo informado en la actualización del informe de enero de 2025, debido a “la mayor incertidumbre acerca de las políticas, las tensiones comerciales y el menor impulso de la demanda”.

El actual reacomodamiento del tablero internacional, cuyos alcances e implicancias aún resultan difíciles de prever, marcado por tensiones crecientes, el retiro de Estados Unidos de organismos clave como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Acuerdo de París sobre cambio climático, anunciados por Donald Trump a poco de iniciado su segundo gobierno, marcó un punto de inflexión. En paralelo, mostró gestos muy significativos al interior de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), donde varios países europeos comienzan a replantearse su dependencia del paraguas militar estadounidense. España y Alemania, entre otros, exploran caminos hacia el fortalecimiento de sus capacidades defensivas. Particularmente, Alemania ha eliminado las restricciones presupuestarias que limitaban el endeudamiento para gasto en defensa, una medida que liberará miles de millones de euros, no sólo para modernizar sus fuerzas armadas, sino también para contribuir a un eventual fondo de defensa europeo. En la misma línea, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von Der Leyen, impulsa la iniciativa “ReArm Europe”, que prevé movilizar hasta 800.000 millones de euros destinados a inversiones militares en el bloque.

El Reino Unido por su parte anunció un aumento significativo en su presupuesto militar. Según declaraciones del primer ministro Keir Starmer, el gasto en defensa pasará del 2,3% actual del PBI británico al 2,5% en 2027, y al 2,6% en 2028, niveles no registrados desde el fin de la Guerra Fría. A diferencia de Alemania, Londres financiará este incremento a través de lo que Starmer definió como “decisiones difíciles”, es decir, recortes en otras áreas del gasto público.

Estos movimientos reflejan un cambio de época en la política de seguridad y defensa del continente europeo, donde la estabilidad ya no se da por sentada y las prioridades comienzan a reordenarse con un claro sesgo hacia el rearme. ¡Los Estados y las Naciones Unidas, no deben perder de vista su responsabilidad con el Mundo y con quienes lo habitamos!

Como contracara a este escenario de incertidumbre y recesión global, Los capitales concentrados no cesan en su marcha constante de acrecentamiento, en una progresión “casi geométrica” profundizando las desigualdades sociales. Un informe de OXFAM señala que “en 2024, el número de milmillonarios era de 2.769, y su riqueza conjunta pasó de 13 billones de dólares a 15 billones en apenas 12 meses. Se trata del segundo mayor incremento de la riqueza conjunta de los milmillonarios en un solo año desde que existen registros. De hecho, la riqueza conjunta de los diez hombres más ricos del mundo se ha incrementado, en promedio, en casi 100 millones de dólares al día. Son tan ricos que, aunque perdieran el 99% de su riqueza de la noche a la mañana, seguirían siendo milmillonarios”.

La natural puja por lograr máximos de ganancias sin reparar en daños, promoviendo guerras y situaciones de exterminio, exacerbando individualismos, imponiendo lenguajes de “ganadores y perdedores” profundiza las desigualdades y la Argentina no es la excepción. Si bien no hemos sufrido de manera directa las consecuencias de la guerra, las diferencias sociales, se acrecentaron: El salario mínimo en dólares, solo es superior a Cuba y a Venezuela (si lo comparamos con América Latina) y el costo de vida es muy superior al de Costa Rica o Chile, que ostentan los salarios mínimos más altos de la región (duplicando en monto a nuestro país). Según el coeficiente Gini, las desigualdades en la distribución continúan creciendo y la participación de los salarios en el PBI continúa cayendo; habiendo representado durante el 2024, el 43,1% (cada vez más lejos del 50% logrado en 2015) y la brecha salarial de género arrojó que en promedio, las mujeres percibieron el 60% del salario de los varones, con importantísimas desigualdades regionales. 

Este contexto tanto nacional como internacional, nos interpela profundamente. Nos obliga a repensar y analizar el nuevo escenario económico global. Surge con fuerza la necesidad de un nuevo modelo económico, junto con nuevas formas de organización del trabajo que permitan afrontar esta nueva crisis del capitalismo. En este marco, se vuelve crucial definir el rol del Movimiento Obrero Organizado y las Políticas de Estado que deberían impulsarse o reclamarse.

El ideograma chino, para  “crisis”, se compone de los conceptos “peligro/riesgo” (como parte amenazante) y el concepto “oportunidad” y “momento decisivo” (como parte positiva); la oportunidad que tenemos entonces, es la de volver a “contratar socialmente” una gran cantidad de materias, entre ellas en lo social, político y laboral y el peligro o riesgo, es el de una mayor atomización social, exacerbación, profundización del individualismo y la aparición de nuevos fascismos.

Desde la aparición de la escritura, los análisis filosóficos y sociológicos, nos han mostrado los pro y los contras de los diferentes sistemas políticos y económicos que se han desarrollado a lo largo de la historia de la humanidad; todos ellos se han forjado, apoyándose en la fuerza productiva de hombres y mujeres, que son quienes en definitiva siempre, han hecho y hacen  posible el sostenimiento de un sistema que necesita a unos y a otros para sobrevivir. 

Gracias al desarrollo de las nuevas tecnologías, la economía basada en el conocimiento y un mundo casi totalmente digitalizado, donde la inteligencia artificial avanza de manera viral, las distopías imaginadas por aquellos “verdaderos luchadores anarquistas” de la primera revolución industrial, que veían en la máquina a vapor a un enemigo poderoso, al que debían destruir para garantizar y proteger sus puestos laborales, pueden estar próximas a cumplirse. Lo que está claro a diferencia de aquellos luchadores, es que hoy nadie  ve a la tecnología como su enemiga, sino todo lo contrario, es nuestra principal aliada. 

Ahora bien, sin olvidar que las conquistas obreras se han logrado a base de luchas, sacrificio y sangre de trabajadores, la realidad es que, si en un contexto de concentración de riquezas, donde el 1% más rico concentra el 95% de la riqueza y el 99% de la sociedad puja por repartirse el 5% restante; si no logramos un consenso entre los principales actores, (Empresarios, Trabajadores y Estado) es muy probable que volvamos a repetir la dolorosa historia de los mártires del movimiento obrero. Pero como la historia debería servir entre otras cosas, para no volver a repetir errores y como decía un viejo General: Hay que hacer una revolución, una transformación profunda, pero pacífica “…Y para hacer una revolución hacen falta sangre o tiempo y nosotros hemos elegido el tiempo.” Pugnemos por generar escenarios propicios, que permitan empezar a escribir una nueva buena historia de los derechos de los trabajadores.

El nuevo gran reto del mundo debería ser superar la pandemia de desigualdad, individualismo, crueldad e indiferencia que promueven personajes como Trump o Milei. No podemos continuar con la dinámica de la sobreexplotación de recursos de manera indiscriminada y deshumanizada, ¡Hay que barajar y dar de nuevo! 

Es por esto que es imperativo desarrollar políticas que no solo busquen sostener el crecimiento de la economía, sino que también tengan como objetivo lograr que no haya trabajadores por afuera del sistema; construir una nueva normalidad que como decía el Papa Francisco, terminen con la “globalización de la indiferencia y el desprecio hacia los pobres”. Para ello, si no logramos un consenso general entre las tres patas o partes que conforman el aparato productivo, cualquier política que se pretenda implementar estará condenada al fracaso.

Es bien sabido que cualquier sistema económico requiere tanto de los empresarios y sus empresas con sus trabajadores, como de un mundo ávido por disfrutar de los bienes y servicios que estos generan, con lo cual si no logramos que el nuevo sistema lo garantice, también estará condenado al fracaso.

Por tales motivos, es que debemos cambiar de paradigma, idear un escenario que vuelva a definir el marco teórico y normativo del mundo del trabajo. ¡La ecuación para definir la plusvalía ya no es la misma! ¿Cuánto es lo que un robot produce en una hora? ¿Cuánta riqueza genera la implementación de sistemas monitoreados por IA? Entonces ¿Cuánto es lo que el trabajo de un hombre que opera, enciende o supervisa, mantiene a ese robot o IA, aporta a las ganancias de la empresa?  Es el momento de volver a mensurar el valor del aporte de los trabajadores en la generación de riquezas, de redefinir la jornada laboral, de rediseñar a nuevo este escenario, sin ignorar que ya no solo debemos garantizar el descanso, sino también las horas de ocio y esparcimiento, organizando nuevamente actividades sociales y que los trabajadores estén inmersos en el sistema, para volver a ser los destinatarios y consumidores de los bienes y servicios producidos; desempolvando y “aggiornando” las teorías keynesianas o creando nuevas más beneficiosas.

Para lo cual debemos, volver a definir las actividades productivas, rediseñar y volver a inventar todos y cada uno de los puestos de trabajos que existen, aceptando que la jornada laboral, no podrá superar las 4 hs. diarias, o agregar un nuevo día no laborable en la semana; que los turnos deberán duplicarse de manera tal que la cantidad de trabajadores por actividad, rápidamente aumente, con el objetivo de ir generando el círculo virtuoso que incorpore nuevos actores al mundo productivo; para ello, los espacios pensados para el esparcimiento deberán mejorarse y desarrollarse, y debemos pensar un sistema basado en el bienestar sin olvidar maximizar las ganancias. Según el Banco Mundial, más del 26% de los humanos es pobre, la pandemia del Covid 19 profundizó el estancamiento en la reducción de la pobreza a nivel global, el 8,5%  de la población mundial, viven en situación de pobreza extrema, con menos de U$S 2,15 al día y el 44%, unos 3500 millones de personas, subsisten con menos de U$S 6,85 diarios y en nuestro país, la pobreza, en 2024, alcanzó un máximo del 57,4%, el nivel más alto desde 2004, situando a la Argentina muy por encima del promedio global. Estos son números que el mundo de la producción y el trabajo no puede ignorar y a los que se debe apuntar, con el objetivo de agrandar el mercado.

Estamos hablando de problemas históricos, que como tal, son solucionables. El problema no es la falta de recursos. ¡Muy probablemente ya sea momento de crear un ingreso mínimo universal! De aceptar que el humanismo debe guiar nuestras acciones, se trata de conformar un ingreso, de carácter mensual que asegure las condiciones mínimas de subsistencia de todos y cada uno de los argentinos y argentinas, dotándoles de mayor libertad; eliminando con ella los planes sociales y así evitar las sospechas y acciones de clientelismo político, poniendo como única obligación o contraprestación la educación y/o la formación en sus múltiples formas.

Quizás debamos ir elaborando un nuevo “Pacto Federal” o pensar en una reforma Constitucional, que permitan coparticipar entre todos los argentinos, las regalías provenientes del producido de los recursos naturales con los que cuenta nuestro país (oro, plata, cobre, litio, petróleo, energías renovables, etc), tomando como modelo para su administración, el fondo de sustentabilidad de la  Anses o el Fideicomiso generado por Alaska que se compone con el 25% de los ingresos petroleros de ese Estado, funcionando con éxito desde 1982, otorgándole a sus habitantes, una renta anual sin ninguna otra prestación más que la de ser miembro de esa comunidad.

Es menester que el Estado, asuma un rol regulador y de cuidado de la población; que a petición de los trabajadores, desde sus diferentes poderes, propicie políticas y los escenarios para ir logrando los objetivos propuestos; esto es, desde el Poder Legislativo, modificar los textos normativos, luego de haber arribado a consensos con y entre las Provincias, los Empresarios y las Organizaciones de Trabajadores; gravar la utilización de nuevas tecnologías que impliquen la pérdida o transformación de puestos de trabajo; mientras tanto el Poder Ejecutivo deberá ir incentivando a partir de políticas concretas la creación de nuevos empleos registrados y bien remunerados, de manera de garantizar el funcionamiento del sistema. Para ello deberá dictar normas que reduzcan los costos laborales de las empresas que vayan adaptándose rápidamente, con propuestas como que aquellos nuevos trabajadores que se registren, solo paguen un porcentaje de los aportes patronales, ofreciendo escenarios de exenciones impositivas, buscando compensar las arcas públicas con el aumento en la producción, venta y circulación de bienes y servicios; ya sin necesidad de pagar subsidios indiscriminados y/o planes sociales.

Las Organizaciones de Trabajadores, deberán recontratar sus Convenios Colectivos de Trabajo, adaptándolos a los nuevos tiempos, reconociendo las diferentes realidades de cada rama de actividad, incorporando las nuevas tecnologías, procurando generar nuevos derechos y escenarios que garanticen las mejoras en las condiciones de trabajo y la capacitación de sus representados.

A la hora de pensar una sociedad con igualdad de oportunidades para todos y todas, será ineludible revisar las persistentes “brechas de género”; ir hacia un claro esquema de corresponsabilidad; por nombrar solo un ejemplo, debemos reconocer a las trabajadoras que hacen un aporte económico incuantificable en las tareas de cuidado de niños, niñas y adultos mayores.  La forma en que el mercado, e incluso el Estado, resuelven estas necesidades es relevante no sólo desde el punto de vista social, sino también por su impacto en la producción y el empleo. La obligación social de estas tareas, que recae mayoritariamente sobre las mujeres repercute en el reconocimiento económico de ellas como un trabajo. Esta actividad,  ¡No es amor, es trabajo no remunerado! Sin dudas, el nuevo contrato social deberá partir de una equidad clara entre hombres y mujeres.

Para ello será muy importante el trabajo mancomunado entre los diferentes actores sociales propiciando y desarrollando nuevos mecanismos de inspección por parte del Estado, que vayan haciendo posible la implementación de esta nueva batería de medidas que busca una distribución más equitativa de las riquezas que nuestro país posee y todavía es de todos los argentinos.

*Rodrigo de Echeandía: Abogado especializado en Negociación Colectiva y Empleo Público. Psicólogo social. Dirigente sindical. Gestor Cultural y de Políticas Públicas, Editor, Emprendedor Editorial. Fue Coordinador General de Juventud de la Cruz Roja Argentina; Secretario General de UPCN en la Delegación Ministerio de Cultura de la Nación; Secretario de Comunicación y Prensa de UPCN Secc. Capital. Fue Asesor de la  Secretaría de Trabajo de la Nación; Gerente de Medios, Exhibición y Audiencias en el INCAA; posee publicaciones en medios especializados sobre el Futuro del Trabajo; Colaborador del I.M.T. de la Untref (Julio Godio); Docente – Capacitador. Miembro del Consejo Editorial de Tesis11

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