Un año sin Dilma, sin derechos, sin soberanía

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  • Gleisi Hoffmann

El golpe destruyó un bien intangible: la esperanza en el futuro. De persistir su intensa agenda predatoria, eliminará el futuro de Brasil, de nuestros hijos y nietos. Dilma, ministros, diputados y senadores durante el pronunciamiento después de la votación de su impeachment.



Apenas un año después de la separación definitiva de la presidenta Dilma por el Senado, Brasil está en un proceso acelerado de destrucción en todos los niveles. Nunca se destruyó tanto en tan poco tiempo.

Las primeras víctimas fueron la democracia y el sistema de representación. El golpe que se inició apenas  después de las elecciones de 2014, tuvo como primer blanco al voto popular, base de cualquier democracia y fuente de legitimidad del  sistema político de representación.

No era suficiente, los derrotados inmediatamente cuestionaron uno de los sistemas de votación más modernos y seguros del mundo, alegando, de forma irresponsable, “sólo para llenar la bolsa”, como afirmó Aécio Neves, la ocurrencia de supuestos fraudes. Después cuestionaron, sin ninguna evidencia empírica, las cuentas de la presidenta electa. No faltaron aquellos que afirmaron que habían perdido las elecciones debido a una “organización criminal”.

Esta gran ofensiva contra el voto popular, sumada a los efectos deletéreos de un Lava Jato de cuño estridente y partidarizado, aunque estaba enfocado contra el PT y las izquierdas, terminó acertando de lleno en la democracia brasileña, la actividad política como un todo y la legitimidad del sistema de representación.

En efecto, el golpe dado explícitamente para “contener la sangría” e intentar proteger a la banda liderada por Temer, sumergió al país en la mayor crisis política de su historia. Hoy, las instituciones democráticas están sin ninguna credibilidad ni legitimidad, comenzando por la Presidencia, anclada en menos del 5% de aprobación popular. Hay una incredulidad muy grave y generalizada de la política, equiparada a una actividad delictiva. Hay hasta aquellos, crecientes en número, que pregonan la vuelta a las dictaduras como solución para los problemas vividos por el país.

El hecho concreto es que la democracia brasileña fue muy fragilizada por el golpe y hoy convive con un Estado de Excepción que reprime estudiantes, trabajadores, profesores, campesinos y todos aquellos que se atreven a insubordinarse contra la agenda ultraneoliberal que el gobierno ilegítimo, sin voto, somete a Brasil.  En la realidad, el sistema de toma de decisiones ya fue transferido desde las instituciones basadas en el voto popular hacia un conglomerado formado por el poder judicial, los medios oligopolizados y los sectores hegemónicos del “mercado”, particularmente el sistema financiero nacional e internacional.

Esta fragilidad democrática y el secuestro de la política por el “mercado”, permite la destrucción de todos los legados sociales de Brasil. En efecto, el golpe procura no sólo destruir el legado social específico del PT, sino también el legado social de la Constitución Ciudadana, que instituyó el Estado del Bienestar brasileño y hasta el legado social del trabajo consagrado en  la protección de la CLT.  La Enmienda Constitucional Nº 95  impedirá las inversiones públicas en educación, salud, seguridad social, haciéndonos retroceder al siglo pasado  en términos de servicios públicos. Combinada con la cruel Reforma Previsional, que inviabilizará las jubilaciones y pensiones de los más pobres, tal Enmienda destruirá el Estado del Bienestar creado por la Constitución de  1988 y todo un conjunto de derechos sociales a él asociados. A su  vez, la Reforma Laboral, al “flexibilizar” la protección asegurada por la CLT,  nos hará retroceder a los tiempos de la República Vieja, cuando la “cuestión social” era un mero caso policial.

Todos los programas sociales relevantes están siendo destruidos o fragilizados por el gobierno sin voto. Farmacia Popular, Mi Casa Mi Vida, Médicos y Ciencia sin Fronteras, Luz para Todos, Bolsa Familia, etc no hay ninguno que escape a la tijera criminal del austericidio golpista.

El blanco de la saña austericida son los derechos de la población y las políticas públicas que benefician a los más pobres. Para los ricos sobra los incentivos y oportunidades para grandes negocios.

La destrucción de los legados sociales, principalmente es su vertiente laboral y previsional, tiene el propósito de recomponer las tasas de ganancia, en un contexto de persistencia y agravamiento de la crisis económica. De hecho, el golpe también destruyó la economía de Brasil.

Lo que comenzó en 2014 como una leve desaceleración y un pequeño déficit primario ocasionados por el agravamiento de la crisis mundial, el fin del ciclo de  las commodieties y el stress hídrico, se transformó, gracias a la inestabilidad política e institucional creada por el golpismo y su política pro cíclica austericida, en la mayor crisis económica de la historia del país. Una auténtica depresión que forzó al “gigante” a acostarse en el lecho de una UTI. Falta ahora el oxígeno del mercado interno, propiciado por las políticas que elevaron a 40 millones de brasileños a la clase media y eliminaron la pobreza extrema en Brasil.

Tal destrucción, masiva y persistente, se expresa, entre otros indicadores, en el hecho de que más de un quinto de los alquileres de  Brasil (15.2 millones) no tienen más renta originada en el trabajo, formal o informal, Se manifiesta también en el ignominioso retorno de la pobreza y la desigualdad. Se expresa en el inadmisible retorno de Brasil al Mapa del Hambre.

Con todo, el daño económico mayor  es el que afecta a los mecanismos de que disponíamos para apalancar nuestro desarrollo. Así, Petrobras y su política de contenido local, que había recuperado la industria naval y la construcción civil pesada, son ahora vendidas y desmontadas. Pozos del pre sal, del pos sal, refinerías, gasoductos, etc son vendidos a precios vil y la plataformas y embarcaciones que antes generaban empleos en Brasil, ahora generan empleos en Holanda y Singapur.  El crédito público, particularmente el de BNDES, que fue fundamental para superación de la crisis de  2009, ahora es asfixiado por un gobierno que no consigue contener sus déficits ocasionados por las constantes bajas en las recaudaciones y en la actividad económica.

Curiosamente, aunque la máquina pública este parando por falta de presupuesto, no falta dinero para la  providencial compra de parlamentarios. Y los pedidos de ampliación de déficits, que antes justificaban impeachments, ahora se tornaron rutina consentida y banal.

Como la inversión y el crédito público están asfixiados y las empresas y las familias están endeudadas, no hay inversiones, no hay consumo y no hay crecimiento para hacer subir los ingresos y equilibrar las cuentas.  En este contexto, los obsesivos cortes de gastos sólo agravan la situación. Es trabajo de Sisifo.

Con el rechazo austericida a impulsar la inversión pública y con la imposibilidad del retorno de las inversiones privadas nacionales, el golpe recorre la venta predatoria del patrimonio público al capital internacional y a la destrucción de la soberanía como último recurso para mantener e intentar tapar temporariamente sus gigantescos huecos financieros,  ahondados por las más altas tasas de interés reales del mundo.

Así, el golpe colocó a Brasil en venta. Además del caso Petrobras y del pre sal, están en venta las tierras, la Amazonia y sus vastos recursos estratégicos, las riquezas minerales, puertos, aeropuertos, bancos públicos, la estratégica Eletrobrás, una de las mayores empresas de electricidad del mundo e incluso la mismísima Casa de la Moneda, responsable por la fabricación de nuestro dinero. Se trata de una gigantesca feria destinada a vender nuestros recursos estratégicos a precios de remate en el mercado mundial.

En el fondo, es la vuelta a un Brasil colonial, que se integrará a la “cadenas productivas globales “, como mero productor de commodities, sin ningún agregado de valor y sin desarrollo de la ciencia y tecnologías propias.

A este proceso predatorio y miope de desnacionalización de nuestro patrimonio y de nuestra economía, se suma una política externa que, contrariamente a la política externa activa y altiva del gobierno anterior, se muestra desvergonzadamente omisa y sumisa. De país cortejado y de amplio protagonismo en todos los foros regionales y globales, con Lula transformado en un auténtico líder mundial, nos transmutamos en parias de las relaciones internacionales, con Temer siendo ignorado y despreciado por donde ose aparecer. De país que afirmaba sus intereses propios en la integración regional, en la geopolítica Sur-Sur y en la articulación del BRICS,  nos tornamos meros satélites de los intereses de los EE.UU y sus aliados.

Nunca Brasil descendió tan bajo a los ojos del mundo. El golpe destruyó la imagen de Brasil en el planeta

Encima de todo, el golpe destruyó un bien intangible: la esperanza en el futuro. De persistir en su intensa agenda predatoria y destructora, el golpe eliminara el futuro de Brasil, el futuro de nuestros hijos y de nuestros nietos. El sueño del país próspero, grande y justo, será sustituido por la pesadilla de país pobre, pequeño y desigual.

Con todo, el golpe no destruyó y no destruirá el mayor activo de Brasil: el pueblo y su inmensa capacidad de luchar. Si Lula fuera proscripto por los procesos injustos y partidarizados a que es sometido, suscitando la condena de la Comisión de DDHH de la ONU, el pueblo brasileño, en elecciones libres, podrá comenzar a reconstruir Brasil a partir del punto en que el golpe comenzó a destruirlo: en la restauración de la soberanía popular.

La restauración de la soberanía popular y de la democracia deberá revertir este annus horibilis de la historia de  Brasil.

Con la vuelta de la democracia, devolviendo al pueblo los destinos de Brasil, podremos tener de nuevo, muchos annus mirabilis al frente.

(*) Gleisi Hoffmann senadora y presidenta nacional del Partido de los Trabajadores.

Traducción Isaac Grober


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