Reivindicación del cafisho.

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Edgardo Rozycki*

Borges escribe en su poema “Ajedrez”:

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza…?

Si algo no es monopólico en nuestro país es la violencia contra la mujer.

            Los que tenemos muuuuuchos años seguramente recordaremos que nuestra adolescencia estaba regida por una máxima, a la que debíamos subordinarnos sin intentar analizarla: “el muchacho que coge es un piola, la mujer que lo hace es una puta”.

            Este axioma era aceptado por todas las clases y capas sociales sin excepción, a pesar de estar más enraizado en unos sectores que en otros.

            ¿Acaso alguna vez reflexionamos sobre la monstruosa violencia que esto implica contra la mujer? Y aquí va el convite: háganlo en la más absoluta intimidad. (Arancedo…  ¿dónde estás?)

            La sociedad le negaba a la mujer un placer primigenio y esencial en todo adulto. Claro que idéntica prohibición no era válida para el hombre.

            La mujer “no podía”; ergo, el hombre debía rebuscársela “como pudiera”. Pero sabemos que cuando hay una necesidad, surge una oferta, y en este caso, la oferta era la prostitución (que obviamente no es originaria de la Argentina, ni tampoco de esta última década. ¡Ojo, Lanata!).

            Y es aquí donde surge la figura del cafisho, quien aparece no sólo como un personaje recurrente en la poesía lunfarda, sino también como el depositario de la culpa de las mayores atrocidades contra la mujer —el culpable universal, por resumirlo de alguna manera—.

            Borges escribe en su poema “Ajedrez”:

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza…?

            No nos quedemos con las apariencias, busquemos siempre lo que hay detrás de ese Dios de Borges.

            Si esto hacemos, ya no nos será posible aceptar que una prostituta se someta voluntariamente  a un cafiolo que, además de quedarse con parte de la recaudación, la faje de vez en cuando. Y aquí viene la pregunta: entonces, ¿por qué lo hace? ¿Para que la defienda de algunos clientes? Sí, seguramente de algún cliente, pero también de la sociedad que la denigraba, y fundamentalmente de la policía, que aparte de robarle toda la guita la metía presa y abusaba de ella.

            La violencia primaria la ejercía la sociedad y la institución policial —como ahora, ¿vio doña?—. Por esa razón la prostituta buscaba la protección del macró: para protegerse, en primer lugar, de la policía, y en segundo, pero no menos importante, de la sociedad en su conjunto, de la cual todos nosotros formamos parte, lo que por cierto nos lleva a convertirnos en responsables indirectos si no tenemos en claro nuestro papel militante.

            Carlos de la Púa hace referencia a este tema en varios poemas. Para muestra ahí va un botón:

“La canción de la mugre”

Mi macho es ese que ves, ¡pinta brava!

de andar canyengue y de mirar tristón.                  

Su pañuelo oriyero lo deschava

y lo vende su funyi compadrón. 

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Ortivan los otarios de yuguillo

que me insulta, me casca y cafishea.

¡Mejor! De ellos me tira su bolsiyo,

y de mi macho, todo lo que sea.

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¡Ese es mi hombre! Canallesco, inmundo,

es mi vida, mi morfi, mi pasión.

No lo cambio por todo lo del mundo…

Sus biabas me las pide el corazón!

            El poeta no ahonda acá en problemas sociales. Nosotros sabemos que la mina prefiere alguna biaba del cadenero, quien seguramente le dará momentos más felices, al mismo tiempo que la protege de la agresión social, y también de la rapacidad y  los abusos de los “guardianes del orden”.

            Los “fiolos” no formaban parte de una organización;  eran laburantes autónomos, tenían una mina (“su mina”) a la que, a su manera, cuidaban. Su tiempo se dividía entre el escolazo, el escabio y alguna que otra guapeada que les diera prestigio.

            Curiosamente existió una organización de trata de mujeres, de las más crueles —suponiendo que haya categorías de crueldad para este accionar— que era manejada por judíos, que no tenían inserción en los barrios arrabaleros. Se trataba de una institución mafiosa llamada Zwi Migdal que, con supuestos fines matrimoniales, seducía a judías polacas. Para ello, un supuesto pretendiente, judío también, se ofrecía a pagar el viaje de la elegida para desposarla luego. Hay una película argentina que narra las peripecias de esas muchachas atormentadas por tantas guerras y sumidas en la miseria de su Polonia natal, y un libro de la escritora Myrta Shalom,”La Polaca”, que refiere una historia real, la de Raquel Liberman. 

            Una vez que arribaban a nuestro país eran obligadas a prostituirse, ejerciendo la violencia que fuera menester, para beneficio de la organización.

            Esos delincuentes sí eran verdaderos “tratantes de blancas”, no así el fioca que conocemos por los tangos y la poesía lunfarda.

            Digresión: las polacas eran muchas veces confundidas con “la francesa loca que va al dancing”. El término “papirusa”, que se utilizaba para algunas minolas, proviene del polaco “papiruso”, que traducido a nuestra lengua significaba “cigarrillo”, y las minas en los piringundines decían: “dame papiruso”. Ése es el origen de la expresión: “es una mina papirusa”.

            De vuelta a lo nuestro: Tenemos muchas deudas sociales que deberíamos asumir; entre otras, una legislación que legalice la prostitución, tema que no está en la agenda de las organizaciones populares, con excepción de AMMAR, Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas, integrante, hace añares de la CTA.

            Por supuesto, la Santa Madre Iglesia se opondría encarnizadamente al tratamiento de este tema. ¿Cuántas Marita Verón habrá de las que nada sabemos? ¿Cuántas organizaciones de trata se verían desafectadas de su negocio? ¿Cuántos policías corruptos quedarían sin sus “beneficios”? ¿Cuántos jueces? ¿Cuántos punteros políticos? ¿Cuánta violencia contra las mujeres se evitaría?  No son esas las violencias que le preocupan al cura Arancedo; en definitiva son las de unas pobres minas pobres —y no es redundancia—, en general morochas, que para colmo seguramente votan, si es que lo hacen, para el FPV. Mejor es no ocuparnos de ellas.

            Uyyy,¿ y el gotán? Ese era el tema del artículo, me fui por las ramísculas.

            Ya seguiremos con esos temas.

            Ahora un pasaje de un poema de Carlos de la Púa —pa´ justificar el espacio, nomás—.

“La ex canchera”

La mina obligada de todos los púas,

la crioya canchera, fiel al arrabal,

la que despreciaba el oro del magnate

la paica de ley,

la que a todo canero pecuniariamente

ayudó sin grupo, y le paró el buyón

y además de pilcha y de pliego pa´indulto

le daba su amor…

            ¡Qué belleza de mujer! Me enamoro de ella con sólo leer el poema.

 

*Edgardo Rozycki, médico, miembro del consejo editorial de Tesis 11.

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