Nueva Fase del Proceso Político: Centralidad o Hegemonía

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Gerardo Codina* 

Las elecciones nacionales del pasado 23 de octubre marcan una nueva fase del proceso abierto en mayo de 2003 con el repentino acceso de Néstor Kirchner a la Presidencia. La contundencia de los resultados alcanzados por el oficialismo y el desflecamiento opositor dotan a Cristina Fernández de una centralidad que muy pocos dirigentes políticos han logrado en la historia nacional. La pregunta abierta es si esta situación excepcional podrá configurar una hegemonía persistente en el tiempo, que se exprese en un ciclo histórico prolongado.

Esta novedosa centralidad de Cristina Fernández la reafirma como máxima autoridad hacia dentro y hacia fuera de su multitudinario movimiento político. El dato no es menor. La temprana muerte de Néstor Kirchner sembró dudas acerca de la capacidad de la Presidenta de superar su dolor personal y asumir el doble rol de conductora de su espacio político y cabeza del Poder Ejecutivo. No sólo pudo hacerlo, sino que su gestión ha sido revalidada por las urnas con un veinte por ciento más de electores que en 2007. 

El paso del 45 al 54 por ciento de los votos luego de cuatro años durísimos, que incluyeron el intento destituyente de las patronales agrarias en 2008 y superar los efectos de la crisis internacional en 2009, indican claramente que existe un consenso mayoritario favorable a sus políticas y su conducción. 

Gran parte de ese respaldo político es producto de una construcción iniciada durante la confrontación desatada por la Resolución 125. En efecto, hasta allí el kirchnerismo había hecho gala de un accionar despojado de apelaciones retóricas y se sostenía en estructuras políticas básicamente ajenas. 

En su lugar, viniendo de una historia en la que la palabra política había quedado fuertemente devaluada, Kirchner nutrió su gestión con una serie de marcas simbólicas, al tiempo que actuaba en el proceso reparador de una sociedad desvastada y marcaba los rumbos centrales por los que transitaría la recuperación nacional. 

Grandes hechos jalonaron esa etapa. La renegociación de la deuda externa, la finalización del monitoreo del FMI, la recomposición de la Corte Suprema, la reapertura de los juicios a los genocidas, el no al ALCA en Mar del Plata y la apuesta por el refuerzo de la integración sudamericana, la reapertura de las convenciones colectivas de trabajo y del consejo del salario mínimo, junto a la moratoria previsional, son quizás los más destacados. 

Mucho para un gobierno y buenas razones para obtener la revalidación electoral en 2007, pero insuficiente para anclar en una base social movilizada propia, que hiciera suya la defensa del kirchnerismo, frente a la crítica constante de los grandes medios de comunicación, que operaron y aún operan como verdadero núcleo de la resistencia a las trasformaciones en marcha. 

Analizar en detalle las varias razones que convergen a nuestro entender en esa primera etapa para explicar la ausencia de una militancia kirchnerista, excede el objeto de este artículo. Digamos apenas que el acompañamiento que hubo y fue decisivo en momentos cruciales, provino de los movimientos sociales emergentes de la crisis de 1998- 2002 y de los movimientos de derechos humanos. 

Con ellos, sobre todos los primeros, el kirchnerismo ha sostenido una relación compleja y por momentos contradictoria, en la medida que han pulseado por los ritmos, los tiempos y las metas a alcanzar en general y en particular. Recordemos como ejemplo, la distancia que asumen las posturas públicas de Luis D’ Elía respecto del actual gobierno de Irán y la conducta seguida por nuestro país. 

Pero en el proceso de afrontar la rebelión de las patronales agrarias, además del surgimiento de nuevos actores como Carta Abierta, el gobierno visualizó que debía munirse de herramientas para contrarrestar el monopolio informativo en manos de las grandes corporaciones mediáticas. 

Esa nueva prioridad marcó el inicio de la construcción de su propia base política. Desde el voto “no positivo” de Cobos, hasta las elecciones legislativas del 28 de junio de 2009, el kirchnerismo atravesó el desierto en el que empezaron a esbozarse los rasgos actuales de su relación con la sociedad. En efecto, la coalición conformada en torno de la nueva ley de medios audiovisuales y luego, del matrimonio igualitario, fue acompañada de la gestación de un sistema de medios de comunicación política que desde entonces acompañan el accionar del gobierno, nutriendo el debate político ideológico que sustenta la legitimidad social de las decisiones adoptadas. 

Momentos de inflexión en ese proceso han sido la discusión en torno del uso de las reservas para afrontar pagos de la deuda externa heredada y del encumbramiento de Mercedes Marcó del Pont al frente del Banco Central. Pero recién el 11 de marzo de 2010 en el acto realizado en la cancha de Ferro, Kirchner se encontró con una intensa militancia kirchnerista, movilizada en defensa de su gobierno. Militancia que ahora acompaña cada acción de gobierno y que la Presidenta supo enhebrar en las listas de candidatos, pese a las variadas resistencias de los aparatos políticos sobrevivientes. 

Sin bien no es oro todo lo que reluce, el proceso de recambio generacional que impulsa el kirchnerismo, apunta a dotar al peronismo de una nueva dirigencia a tono con las nuevas ideas que nutren el accionar de gobierno. Se trata del ideario plasmado en la acción de Gobierno, convertido en sustrato doctrinario de la mayor identidad política popular de nuestro país y sostenido por nuevos dirigentes surgidos del mismo proceso político. 

Los tiempos que vienen 

Lo recorrido hasta aquí vale para una mención destacada en la historia que se escriba en el futuro. Pero si se trata de pensar en gestar un nuevo país, estos ocho años son pocos. Apenas los suficientes para empezar a reparar los enormes daños padecidos por la sociedad durante la prologada aventura neoliberal que por poco nos precipitó en una guerra civil y en la desarticulación nacional. Las mas de cuatro décadas de destrucción del proyecto de industrialización y de conformación de una base científico técnica autónoma, sólo pueden revertirse de manera duradera a condición de conformar una nueva hegemonía en el país, que asuma políticas de estado que deben sostenerse en el tiempo para brindar resultados, más allá de los circunstanciales titulares del Poder Ejecutivo. 

Nuestro país no estaría ahora exportando centrales nucleares o produciendo satélites de investigación, por decir dos ejemplos, si no se hubiesen al menos preservado en un nivel mínimo emprendimientos como la Comisión Nacional de Energía Atómica o el INVAP. Bien es cierto que con el kirchnerismo esas iniciativas han sido colocadas en un plano de prioridad nacional, junto a otras muchas que hacen a la posibilidad misma de resolver nuestros dilemas de desarrollo autónomo. Pero esto es ahora posible porque no hubo antes en la conciencia colectiva la posibilidad de que sean desechadas como si ocurrió con YPF o ENTEL. 

¿De qué hablamos cuando decimos hegemonía? De que las ideas desde las que se proyecte el futuro nacional se articulen en una mirada compartida sobre los ejes primordiales. El mismo tipo de acuerdo que impidió el desmantelamiento de la universidad pública, por mucho deterioro que sufriera. 

Hasta aquí el kirchnerismo logró traspasar la condición de pequeño núcleo dentro del PJ y ser el articulador y movilizador de un repertorio extenso de organizaciones y dirigentes dentro y fuera del peronismo. El mismo peronismo ensanchó su base. Los votos de Cristina en la última elección, si bien contienen los de la amplia mayoría de los peronistas, junto a otras expresiones, no explican el total de votantes obtenidos por los diversos candidatos peronistas. 

Esa participación es una señal de una característica central del actual proceso: en el peronismo la decantación se está produciendo por derecha. Son los nostálgicos de la hegemonía neoliberal a la que tanto y tan bien sirvió cierto peronismo, los que se alejan del oficialismo actual e intentan antagonizarlo con alternativas de centro derecha cuyo mejor exponente actual es Mauricio Macri. 

La condición de ser una propuesta política exitosa conlleva la tracción de sectores que no reportan al mismo proyecto estratégico, sino que acomodan sus huesos donde mejor da el sol. Por eso no es posible imaginar siquiera que el 54% obtenido por Cristina en la última elección expresa el porcentaje de ciudadanos que adhiere con convicción al rumbo central trazado en estos 8 años. 

Es cierto que según las encuestas posteriores a las elecciones algunos rasgos principales de las políticas, por caso, intervención del estado en la economía, política de derechos humanos, integración regional y promoción de la industrialización, cuentan con adhesión entre los argentinos superior a la que recoge el propio gobierno. 

Esos datos son señal de que es posible conformar una nueva hegemonía. No se trata de extender el campo político del kirchnerismo hasta recubrirlo todo o una amplia mayoría. Si, de que el debate político entre las fuerzas alternativas en la democracia parta de una agenda compartida que no está en discusión. 

Todavía no es el caso, como lo comprueba la multiplicación de cuestiones surgidas apenas contabilizados los votos que, más allá de suspicacias, apuntan claramente a deteriorar el poder político acumulado por Cristina. La apuesta especulativa en contra del peso, el sabotaje del servicio de trasporte aéreo, el repentino interés de Benegas por el salario de los peones rurales y los diferentes conflictos con los que se pretende poner en entredicho el abastecimiento de combustible. Son acciones de un poder que no responde a la democracia y que no se limita por el riesgo de crisis social implicado en sus acciones. Solo se rigen por la regla de asegurar sus privilegios. 

También es cierto que el peso de las ideas matrices del neoliberalismo aun se siente entre los mismos cuadros de dirección del kirchnerismo. Debates sobre cómo afrontar el empeoramiento del horizonte externo mediato del país, muestran los titubeos y flaquezas de algunos conspicuos dirigentes del Estado nacional. Ni qué hablar de diversos prohombres provinciales.  

Aunque no sea en ningún caso prudente asumir una determinada política como un artículo de fe y todo deba ser examinado según las circunstancias del momento y la mejor conveniencia del país, es igualmente claro que no se hubiera registrado el cambio habido si solo se atendieran a equilibrios de coyuntura. Ni la reanudación de los juicios a los genocidas ni las políticas de integración regional resultan de miradas ingenuas ni de mayorías previas. 

La condición de conformar una nueva hegemonía en torno de los valores doctrinarios centrales del actual proceso es necesaria para que estos ocho años sean la inauguración de un nuevo ciclo histórico que culmine en una Argentina desarrollada, equitativa e integrada. Traspasar los avatares de la próxima sucesión presidencial y las que la sigan, sin que vuelvan a cuestionarse seriamente las líneas básicas de ese proceso.

Así como nuestra sociedad asumió como piso civilizatorio la democracia y ni aún en el peor momento de la crisis del 2001 se puso en duda que la salida política era dentro de la instituciones de la Constitución y con el pueblo votando, el mejor legado histórico que puede brindar el kirchnerismo con la conducción de Cristina Fernández es conformar un nuevo consenso hegemónico en torno del destino nacional.

*Gerardo Codina, psicoanalista, analista político, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11

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