Mayo, la primavera de la Patria

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Aunque se corresponda con el otoño de estas latitudes australes, Mayo está asociado, desde el principio de nuestra historia como nación independiente, con el albor de una nueva era, el principio de un camino, el nacimiento de nuestra identidad. Es la primavera de la Patria. Un tiempo recuperado ahora, en el que reverdece el sentimiento nacional y se reencuentran los argentinos. Así ha sido en estos años desde el Bicentenario y hoy vuelve a serlo.
En 2016 celebraremos el bicentenario de la Declaración de la Independencia en el Congreso de Tucumán. Este año se cumple también el segundo centenario del Congreso de los Pueblos Libres, reunido en Entre Ríos bajo el liderazgo de Artigas.

En Tucumán, recorrido el camino abierto en mayo de 1810, cuando el pueblo reasumió el poder delegado en un soberano que no reinaba porque era prisionero de los franceses, las Provincias Unidas en Sud América proclamaron que era “voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los Reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli.” Así dice el Acta de nuestra Independencia

En ese tiempo, aquel patriotismo se jugaba todo a la causa revolucionaria. Los mismos diputados lo expresaron: “vida, haberes y fama” de cada uno eran la garantía que sostenía esa voluntad independentista. Ese fervor patriótico popular se había enunciado ya a las claras en el Éxodo Jujeño y se manifestaba en el alzamiento de las milicias que se hacían ejércitos a medida que luchaban contra los opresores, como Belgrano se improvisó General para servir a la Patria.

Hoy los enemigos de la Patria no se muestran a las claras. Esconden sus intenciones en medio de sofisticados discursos y bajo ropajes de asuntos legales. En apariencia, nadie amenaza nuestra independencia. El fervor patriótico puede expresarse módicamente al corear con entusiasmo el himno en una cancha de fútbol, celebrando el encuentro con otros pueblos hermanos
.Sin embargo, ayer como hoy se esconden entre nosotros los que trabajan a favor del sometimiento de nuestros pueblos, los de Sud América, como dice el Acta de Tucumán, a nuevas voluntades imperiales. El capítulo abierto por un juez norteamericano en la puja con los llamados “fondos buitre”, lo demuestra. Hoy como ayer, entre nosotros habitan los agentes de aquella voluntad imperial. Ya no reclaman someterse a la voluntad de un monarca extranjero y depuesto, sino “pagar sin chistar”, allanarse sin protestas ni resistencia a los dictámenes usureros de la prepotencia del norte. Así lo manifestó un aspirante a presidir la República, que así demuestra su espíritu de gerente de intereses foráneos.

No es Macri el único. Son muchos los que hacen coro para reclamar sometimiento. Demandan que no se ofenda a las dignidades de los querellantes y de los jueces extranjeros y argumentan que el atolladero es culpa nuestra. Claro que convertir a las víctimas en los causantes de los males, equivale a disculpar a los victimarios.

El ataque externo no es menos cruento por no ser una agresión armada. Pero igual es un asalto. Y explicarle a los asaltados que fueron imprudentes y que tienen que ceder a las exigencias de los delincuentes, es equivalente a justificar el robo. Confunden intencionadamente la suerte de un gobierno con el destino del país. Si al país le va mal, los argentinos de a pie somos los que perdemos. La Patria es el pueblo. Los que trabajan contra el pueblo, son la antipatria.
Derrotar esos designios en las próximas elecciones constituirá otro paso en dirección de consolidar la autonomía nacional. La misma que bregamos por conquistar en 1810 y que nunca pudimos perfeccionar definitivamente por nuestra condición de país pequeño, periférico y poco desarrollado que arrastramos desde el principio de nuestra historia.En tiempos todavía recientes se nos prometía el ingreso al llamado primer mundo a condición de que arrasáramos con las empresas nacionales y permitiéramos que se adueñen de ellas conglomerados de capital extranjero. Las privatizaciones, que vinieron de la mano de la desregulación de las inversiones foráneas, se probaron ajenas al interés nacional. Era lógico. Esas empresas no venían a hacer grande este país, sino a hacerse grandes a su costa. Tal fue el caso de Repsol. Ahora lo volvemos a comprobar con los resultados de la gestión nacional en la recobrada YPF.
Cuando las cuentas amenazaban con desequilibrar todo el esfuerzo de recuperación económica realizado desde 2003, la Presidenta dio el paso necesario. Puso por delante los intereses argentinos. Paso no por esperable menos audaz, porque no se trata de hacer botellas, como le respondían a San Martín cuando apresuraba la Declaración de la Independencia. Se trata de hacernos cargo de nuestra historia. De sumar herramientas para que nuestro destino colectivo dependa más de nosotros mismos, de nuestros recursos y de nuestra inteligencia, que de la buena voluntad ajena.
Aquí estamos, entonces. En un nuevo tiempo inaugural que renueva las esperanzas colectivas. Justo en un momento en el que se achica la expectativa en el mundo de sobrellevar los tiempos adversos que atraviesa la economía sin que empeoren las condiciones de vida de las mayorías populares, Argentina transita en otra dirección. Afirmando más derechos. Construyendo más trabajo. Ampliando las fronteras de lo posible. Consolidando la justicia.Este mayo primaveral de los argentinos se inició con una conmemoración también trascendente.
Como se sabe, la primera jornada del mes está consagrada a recordar la lucha de los trabajadores de todo el mundo por sus derechos. Un día de fiesta para los argentinos, que celebran lo conquistado entre nosotros para proteger a los trabajadores. Conquistas que habían sido consagradas a mediados del siglo veinte, pero que cayeron en la misma volteada que las empresas nacionales, con la promesa tramposa de que apartarnos de ellas nos abriría horizontes iguales a los de las naciones más desarrolladas del mundo.
También fue mentira. No hay desarrollo si no hay derechos. Empezando por los de los trabajadores. Lo otro es riqueza para unos pocos y explotación para la mayoría. Algo ajeno a cualquier democracia sustantiva, como la que estamos reconstruyendo entre todos.



Lic. Gerardo Codina

Miembro del Consejo editorial de Tesis11

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