Más allá del poscolonialismo. Contra la subalternidad.

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Dossier sobre Spivak y la subalternidad (artículo 3 de 3).

MARTA SEGARRA* – 01/03/2006

La utilización de concepto “subalterno” supone tomar ciertas previsiones para evitar el riesgo de la simplificación teórica. En este trabajo la autora nos propone una revisión crítica del término y su vinculación con el feminismo.

La expresión estudios subalternos puede parecer sorprendente o hasta incongruente a quien la oiga por primera vez. Subalterno, según el diccionario, es “cosa o persona de categoría secundaria”, es decir, “inferior”, y ¿a quién le interesa estudiar algo secundario e inferior? La etimología latina de la palabra aporta, sin embargo, matices interesantes: subalternus contiene alter,que significa otro, y los estudios subalternos se ocupan, efectivamente, de nuestra relación con el Otro, con las personas que son siempre otras respecto a los sujetos política y culturalmente dominantes. Dichos estudios nacieron hace unos veinticinco años, fruto del pensamiento poscolonial y como una alternativa antihegemónica a los estudios culturales, que por aquel entonces ya se habían institucionalizado en Estados Unidos y en algunos países europeos.

A su vez, el poscolonialismo, como su nombre indica, concierne la relación entre el colonizador y el colonizado una vez dejan de serlo, por lo menos políticamente. A mediados del siglo XX, cuando la mayoría de las colonias africanas y asiáticas obtuvieron la independencia, nacieron espacios literarios que, utilizando la lengua del antiguo colonizador, hablaban desde una perspectiva ideológica e imaginaria muy distinta a la de éste. La teoría poscolonial, cuyos iniciadores fueron el tunecino Albert Memmi, el argelino de origen caribeño Frantz Fanon y el palestino Edward Said, intenta proporcionar los instrumentos críticos necesarios para tratar adecuadamente estos discursos, no sólo literarios sino también históricos, políticos o filosóficos.

El Grupo de Estudios Subalternos (SSG en sus siglas inglesas) nació a principios de los ochenta, promovido entre otros por el historiador hindú Ranajit Guha, y ha publicado diversas antologías cuyo objetivo primero fue problematizar el discurso histórico sobre la independencia de la India, que sugiere que ésta fue posible gracias a las élites politizadas por la colonización británica, obviando la relevancia de las insurrecciones campesinas. La finalidad primera del SSG consistía en sacar a la luz el papel decisivo de estas masas subalternas, utilizando esta palabra en el sentido de Antonio Gramsci, quien, en sus escritos de prisión, la usó para eludir la censura en lugar de otros conceptos marxistas como el de proletariado. La expresión hizo fortuna, y los estudios subalternos se extendieron a otras áreas geográficas y culturales, especialmente de América latina y del sudeste asiático.

En su célebre y polémico artículo Can the subaltern speak? (1983), Gayatri Chakravorty Spivak hizo varias críticas al SSG y a todos los que pretendían dar voz a los individuos subalternos. En primer lugar, la que se define a sí misma como “filósofa ética paradisciplinar” definió con mayor agudeza el concepto de subalternidad, al precisar que subalterno no es un sinónimo de oprimido, sino que se refiere únicamente a aquellas personas a quienes se niega el acceso a la movilidad social. Según Spivak, cualquier intento de ayudar a los subalternos tropieza con problemas éticos imposibles de soslayar: la tendencia a considerarlos como una masa homogénea, en lugar de fijarse en su singularidad heterogénea y, en especial, la intención benevolente de querer hablar por ellos, lo cual significa un acto de apropiación, y no con ellos. La relación ideal con el otro no esencializado sería así la de un diálogo.

Éste fue el principal malentendido que provocó Can the subaltern speak?, cuya respuesta a la pregunta del título era negativa; pero su autora quiso decir con ello que el discurso de los subalternos nunca es escuchado ni reconocido, no que sea inexistente. (Un crítico malévolo se preguntó, dada la cantidad de lecturas erróneas, según la propia Spivak, que se hicieron de su texto más difundido, si esto no sería una prueba de que era ella la que no sabía hablar.)

Más allá de las buenas intenciones, el planteamiento de Spivak es más interesante en sus aspectos concretos que en generalidades como la necesidad de dialogar con el otro. Por ejemplo, resulta esclarecedora en el mundo de hoy su advertencia de que la diferencia no debe confundirse con la identidad: si se identifica a los subalternos con una identidad colectiva, sólo se conseguirá afianzar su posición subordinada. Cuando la diferencia se convierte en excepción cultural -combinada con la religión- contribuye más a ahondar las desigualdades sociales que a superarlas; así, “no hay que celebrar ni rechazar la diferencia sino hallar qué caso específico de desigualdad provoca el uso de la diferencia”. En este sentido, la subalternidad no debe protegerse sino eliminarse: Spivak insiste en que hay que trabajar contra la subalternidad, no por los subalternos.

Sin embargo, para tener capacidad de acción hay que aparcar las diferencias individuales y sentirse parte de una colectividad; es lo que Spivak llama la aptitud para autosinecdoquizarse, para ser también europeo, como dice Jacques Derrida, o para sentirse ahora mujer, ahora musulmana, ahora catalana. La adopción ocasional de una marca cultural u otra (llevar sari o tejanos según la ocasión fue el ejemplo que dio Spivak en su seminario de Barcelona) está reservada a aquellas personas que no se encuentran atrapadas en una identidad. Sólo las clases bajas reclaman derechos culturales o religiosos, afirmó polémicamente (las privilegiadas pueden decidir si hoy llevan un coqueto velo rosa y mañana una minifalda).

Este último ejemplo nos lleva a la principal crítica que la pensadora hizo al Grupo de Estudios Subalternos, por no haber tenido en cuenta la sexuación de la subalternidad: la diferencia sexual se borra cuando se reflexiona sobre ésta y las mujeres quedan relegadas a la sombra del lado oscuro, convertidas en la subalternidad de los subalternos. Gayatri Spivak hizo confluir la teoría poscolonial con la feminista, que habían transcurrido por caminos paralelos pero sin llegar a cruzarse. Como mostró Chandra Talpade Mohanty, otra de las artífices de esta hibridación, la mujer del tercer mundo se suele representar como una persona sin control sobre su propio cuerpo, atada a la familia, al trabajo doméstico, ignorante y pobre, y este concepto monolítico es una forma de colonización discursiva.

No sólo las feministas occidentales han pecado de eurocentrismo, naturalmente. El colonialismo del siglo XIX y el imperialismo cultural y político de hoy han tomado a las mujeres como coartada de sus agresiones hegemónicas; en nombre de la protección de la mujer incluso se hacen guerras (pensemos en Afganistán). Spivak escogió analizar la prohibición británica en India de la inmolación por parte de algunas viudas: entre la “salvación de la mujer de color por el hombre blanco” (inmortalizada en La vuelta al mundo en ochenta días) que guió la política colonial y la alegación de que “ellas querían morir” de algunos nativos, ¿existe otra posición? Quizás ésta consista en no asimilar todos estos suicidios a un mismo modelo, sino aplicar la singularidad ética, o pensar en las mujeres que defienden el sati o inmolación ritual (o el porte obligatorio del velo, o la ablación…) como seres humanos y no como simples enemigas de las feministas ilustradas y de todas las personas liberadas de estos prejuicios religiosos o culturales. Si comparamos el sati con el martirio de las santas, como hace la pensadora, quizá estemos dando un primer paso para reconocer nuestros prejuicios.

En ello, el estudio de la literatura, que se basa en “lo singular y lo inverificable”, y de la filosofía, como maneras de relacionarse con el otro (con el texto, aclara Spivak), puede y debe tener un papel principal. En una sociedad como la nuestra que menosprecia las humanidades, los intelectuales europeos no se pueden permitir ignorar o despreciar a su vez, como ocurre con frecuencia en nuestros lares, los estudios poscoloniales, feministas, deconstructivistas y subalternos.

*Marta Segarra, es profesora de literatura y cine francófonos en la Universitat de Barcelona, directora del Centre Dona i Literatura y coordinadora de la Cátedra Unesco Mujeres, desarrollo y culturas. Es autora de ´Mujeres magrebíes´ (Icaria, 1998) y coeditora, con Àngels Carabí, de ´Escriptores i cultures´ (Pòrtic, 2004), ´Hombres escritos por mujeres´ (Icaria, 2003), ´Nuevas masculinidades´ (Icaria, 2000), ´Feminismo y crítica literaria´ (Icaria, 2000) y ´Reescrituras de la masculinidad´.

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