LOS PRECIOS, EL MODELO ECONOMICO Y LOS PELIGROS DE EQUIVOCARSE.

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HECTOR WALTER VALLE*

De cómo el temor a la inflación puede ser utilizado por sectores beneficiados por las políticas neoliberales para torcer el actual proceso económico e imponerlas nuevamente. 

. Treinta años son nada.

En los temas de la economía nunca es bueno quedarse con la manifestación externa de los fenómenos y dejarse llevar irreflexivamente por las correntadas que alientan los “formadores de opinión“ ya sean hacia la euforia o la depresión, aceptando que no existen opciones alternativas a sus juicios de valor. Así resulta muy útil apelar a la memoria histórica para encontrarle sentido y  evaluar mejor a la política de acuerdos con que la que el gobierno quiere romper las expectativas en materia de precios, si afectar el crecimiento económico global. Ello supone reconocer la importancia desestabilizadora que siempre tienen los vaivenes inflacionarios sobre el comportamiento de los argentinos y las “conductas de estampida” a las que pueden ser llevados. 

 Cabe  subrayar que el  pecado de otorgar apoyo popular a decisiones que, se sabe, inevitablemente tienen consecuencias fatales para amplias capas de la sociedad es un fenómeno que se repite con frecuencia en la Argentina. Nuestra experiencia demuestra que es una falacia aquello de que “el pueblo nunca se equivoca”. Basta con recordar que allá por 1976, los golpistas que impusieron la dictadura, contaban con el aval de amplias capas de la sociedad y de la clase política (en muchos casos pese a tener  intereses objetivamente contradictorios respecto a los del nuevo poder de facto que se instalaba, combinado represión militar con neoconservadurismo económico),  todos ellos preocupados exclusivamente por la “necesidad de orden” que el sistema democrático parecía no asegurarles.  

Buena parte de esos actores sociales, fueron los mismos que a partir de  1989 aceptaron sin chistar la dolarización de la economía, las privatizaciones, el desempleo masivo y la extranjerización de la banca, entre otros ejes del nuevo-viejo modelo neoconservador, que venía a liberarlos de la hiperinflación. Aparece así otra vez la invocación a la “necesidad de orden“ frente al fantasma de la hiperinflación, como prioridad a la que todo se subordina. En los setenta se trató de vidas humanas, con la gestión Menem se entregó la  soberanía monetaria y la propiedad de los recursos naturales no renovables, entre otras pequeñeces. 

Los picos  hiperinflacionarios de 1989 y 1990 fueron decisivos para lograr que la población tolerara, durante la presidencia Menem decisiones que hasta entonces resultaban impensables. La Argentina se convirtó así en  uno de los laboratorios donde más se perfeccionó el esquema de valorización financiera por entonces hegemónico a nivel planetario. Su correlato fue la apertura externa, las privatizaciones, el desempleo y, obviamente, el retroceso de las organizaciones laborales.

Las condiciones internacionales de los noventa, con el “fin de la historia“, mito creado gracias a la desaparición de la bipolaridad y el crecimiento exponencial del capital financiero, generaron un escenario ideal para imponer los   paradigmas “del mercado” en los países subdesarrollados. El  mercado – que es el polo opuesto de la concertación social – se convertía así en el gendarme disciplinador de la sociedad y su aplicación garantizaba las recomendaciones para que América Latina se adaptara a las nuevas condiciones que fueran formalizadas en el conocido “Consenso de Washington“. A diferencia de lo ocurrido en otras épocas, los mismos fueron  convalidados por el voto popular y en varias ocasiones.

En los 90, ingresar en el ciclo mundial de valorización de los flujos financieros permitió asÍ  fundar el engendro de la convertibilidad del peso básicamente en recursos que se originaban  en el endeudamiento. Se generaba  una situación macroeconómica que era  insustentable a mediano plazo, pero mayoritariamente se hicieron oídos sordos a esas advertencias. El encantamiento de la inflación cero era más fuerte. Vale la pena tener buena memoria, la economía argentina (particularmente una vez concluidas las privatizaciones más importantes)  tuvo un recorrido cada vez más borrascoso que culminó en el derrumbe de la convertibilidad a fines del 2001, luego de fugarse más de 20.000 millones de dólares.

.De ahora en más.

Pueden existir matices en la interpretación de las actuales condiciones y el origen de la estrategia adoptada como una respuesta no convencional pero exitosa a la crisis arriba descripta. Pero no puede ignorarse que, con todas sus imperfecciones y faltantes, la línea principal de la política económica vigente se inscribe en el propósito de ingresar en una nueva fase larga donde la valorización del capital tenga lugar en la actividad  productiva y no en la especulación. Tampoco cabe duda que las condiciones externas e internas son ahora las más apropiadas para materializar estos fines. Ahora bien, el poder económico beneficiario de las “transformaciones“ noventístas puede haberse replegado, pero se encuentra lejos de haber muerto. Lo ocurrido recientemente con el mercado de los productos cárnicos es un buen botón de muestra.

La importancia que tiene  la memoria inflacionaria de los argentinos y el riesgo de que cualquier señal en ese sentido provoque una nueva estampida hacia el abismo y luego la restauración de la ideología neoconservadora, obliga a otorgarle la prioridad al tema de los precios, pinchando aquellas expectativas permanentemente estimuladas por los mensajes de los gurues neoliberales y los medios de comunicación que les son afines. Para ello es necesario diagnosticar el mal con acierto, tanto  en función de las condiciones de la hora como de los propósitos a mediano plazo que se persiguen, así como elegir la medicina apropiada para curarlo.   

En un ciclo donde predomina la valorización productiva, como el que transita la Argentina actualmente, los problemas también existen y no son menores. Pero tienen otro carácter. Por debajo de la epidermis de la inflación está la puja distributiva y este es el tema estructural que debe abordarse. En las actuales condiciones es inevitable que vuelva al al primer plano la relación capital-trabajo que había perdido relevancia durante los años en que dominaba la valorización financiera. Este vínculo es siempre muy áspero y así debe serlo porque lo exige la dinámica de la historia. Se trata, nada menos, que del  conflicto que constituye el motor del progreso humano.

 Pero la relación capital trabajo puede traducirse en una confrontación “clasista” donde las victorias son siempre a corto plazo, o en una inteligente concertación en función de objetivos de desarrollo sustentable y con equidad. Hay algo que está claro: lo cierto es que el mercado (el gran agente  disciplinador de la dictadura y durante los noventa) constituye un artefacto inútil para manejar estos fenómenos.

 La oportunidad que se le presenta en la actualidad a los argentinos, optando por la vía del acuerdo para resolver problemas concretos, así como para desenvolver proyectos que, entre otras cosas,  permitan superar estructuralmente tanto el problema inflacionario como las dudas acerca de la sustentabilidad que tiene el crecimiento, no debe ser desperdiciada. Ella  permitiría la parición de nuevos actores económicos, responsables de consolidar el modelo productivo a largo plazo (redefiniendo asimismo los roles del estado en el nuevo siglo) y generar una esfera de producción ampliada y generación moderna de servicios que nos torne menos dependientes de lo que ocurra con las condiciones externas.
* Héctor Walter Valle
  Presidente de FIDE

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