Los Estados Unidos y la Crisis Global.

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Dossier sobre la crisis mundial (artículo 2 de 7).

Joel Kovel* 

Traducido del inglés por Carlos Mendoza** 

El autor lúcidamente describe y fundamenta, con criterios teóricos y señalamientos históricos, la pesada y principal responsabilidad de los EE.UU. en la actual crisis sistémica del capitalismo y compara desfavorablemente al imperio norteamericano y su decadencia con el imperio romano, mostrando asimismo un camino de esperanza abierto por la nueva situación en América Latina.

 

Al cierre de la segunda guerra mundial, los EE.UU., habiendo alcanzado el envidiable estatus de transformarse en el más poderoso país de la historia de la humanidad, se lanzó hacia lo que consideró su propio “siglo”. Ha habido grandes imperios, y muchos con grandiosas pretensiones; pero para encontrar uno con el conjunto de cualidades proyectadas por los EE.UU., tendríamos que remontarnos a 2000 años atrás, a los días del Imperio Romano. Como Roma, EE.UU. alcanzó un brutal dominio militar sobre el mundo conocido. Ambos aseguraron su dominación mediante un sistema global de comunicaciones (rutas en el caso de Roma, telecomunicaciones de vanguardia en el de EE.UU.), instrumentos económicos que ligaron las naciones periféricas con el centro, y un poderoso aparato cultural que hizo parecer el dominio hegemónico como benigno, progresista e inevitable. En este último aspecto, el Emperador fue transformado en dios por Roma; mientras que los EE.UU. usaron el fetichismo de la mercancía para la misma función. Han habido, por supuesto, muchos desafíos externos a la hegemonía imperial: Para Roma, principalmente las sociedades “bárbaras”, que resistieron de varias maneras su ocupación, y para los EE.UU., la competencia del sistema soviético. Los bárbaros fueron manejados durante siglos por Roma, hasta que corrupción y debilitamiento internos la derrumbaron; mientras que en el caso de los EE.UU., una sorprendente victoria sobre su adversario, tras solamente 45 años, pareció confirmar la encandilada esperanza de una “Pax Americana” y generó la triunfante aseveración de que había llegado el “fin de la historia”.

 

I bien, no ha funcionado precisamente de esa manera. Veinte años luego del colapso de la URSS, y recorridos solo dos tercios del Siglo Americano, la sociedad global ha caído en una atemorizante crisis que cuestiona su propia supervivencia, por no mencionar la hegemonía de los EE.UU. En otras palabras, la historia puede estar terminando, pero en sentido opuesto al imaginado por los ideólogos del Imperio Americano.

 

Para entender la diferencia entre los dos imperios, de otra manera equivalentes en magnificencia, corrupción, brutalidad e hipocresía, necesitamos girar hacia el lado de la economía. La riqueza de Roma fue ampliamente conseguida por sus ejércitos, por vía directa de conquista y saqueo. La preponderancia militar permitió la adquisición de riqueza desde las sociedades periféricas, de fuerza de trabajo mediante la adquisición y toma de esclavos, el cruel disciplinamiento de los subalternos (testimonia el destino de Jesús), y la espectacular y degenerada violencia de la cultura de masas de Roma. Esta no fue para nada una agradable o saludable pintura, pero al menos no tuvo lo que está llevando a la actual versión de imperio a la ruina, a saber, la elevación de un sistema económico – capitalismo – como el poder supremo y totalizador de la sociedad.

 

La proyección de ser superior en fuerza, en todas las circunstancias, ni que decirlo, es un rasgo mayor del imperio de EE.UU., pero el pillaje directo es solo una pequeña fracción de su producto militar. Este es en realidad doble: primero, para asegurar las condiciones para la acumulación del capital, lo cual es la sangre del imperio; y segundo, constituir él mismo un primerísimo factor para la generación de riqueza, mediante el incesante financiamiento estatal de producción militar. Esta opción, abierta cuando la Segunda Guerra Mundial probó ser la única cura para el estancamiento de la Gran Depresión de 1930, no ha sido nunca abandonada desde entonces. Pero cualquiera sea la idiosincrasia del Complejo Militar-Industrial, es en esencia el brazo armado del capitalismo, una forma económica que ha penetrado todas las formas sociales de existencia.

 

Los EE.UU. han tenido un sustantivo control del capitalismo global desde 1945, y en ese sentido deben ser culpados por sus depredaciones, incluyendo la presente crisis. Pero desde otro ángulo, es como el jinete de un caballo desbocado que tiene la enfermedad de creer ilusoriamente que la bestia está bajo su control. Ni los EE.UU. ni ninguna de las instituciones trans-estatales establecidas, usualmente bajo su dirección, han tenido un suceso más que solo parcial regulando y explotando capital para sus propósitos. El capital deriva de la abstracción de la realidad en Valor y su monetización. Esto provee a la mentalidad imperial satisfacción a sus deseos de riqueza y poder. Pero eso coloca también al imperio en un callejón sin salida y fundamentalmente de caótica expansión, no de territorio, ni de valores de uso, sino de valor mismo. Esta característica esencial se refleja en la mentalidad del imperio. Diferentemente del sistema de la antigua Roma, donde la directa adquisición de riqueza material podía ser suficiente, el imperio del capital puede no tener límites. Está en su naturaleza interna, desterritorializada, aun cuando administrada por personas reales que viven en territorios como ser estados nacionales y tienen aspiraciones nacionales.

 

Los EE.UU. persiguen su interés nacional siendo que al mismo tiempo reclaman hegemonía sobre el sistema capitalista como tal. Arrogándose la cobertura del progreso democrático, están también imbuidos de la temeridad y sentido de omnipotencia que deriva de la dinámica del capital. Esas aspiraciones extraen energía del poder expansivo del sistema, ponen al cielo como su límite y transformaron al Superpoder, luego de que los soviéticos se derrumbaron, en Hiperpoder. Esto explica la peculiar mentalidad de la política exterior de la segunda administración Bush, que llevó devastación a Irak y Afganistán, aunque está también profundamente enraizada en la misma historia de los EE.UU., como un país específicamente labrado por el florecimiento del capital a través de fronteras que parecían no tener límites y cuya misión de expansionismo emergió desde sus comienzos y tomó forma en el siglo 19 como la doctrina del Destino Manifiesto…

 

La misma compulsión emergió en respuesta a la crisis de acumulación. Cuando los EE.UU. asumieron el timón del sistema en 1945, la expansión se producía aparentemente sin esfuerzo, gracias al espacio despejado por el delirio destructivo de la guerra. Cuando, sin embargo, el principio establecido por Marx -frecuentemente desdeñado pero nunca refutado- de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia se impuso en los 1970s, los EE.UU. (con su compinche británico) enfrentó esta profunda amenaza a la acumulación mediante la reestructuración del capitalismo siguiendo criterios neoliberales.  Desindustrialización masiva y exportación de empleos al Sur del planeta proveyeron alivio temporario a las ganancias, esencialmente colocando el fardo sobre las espaldas de las clases trabajadoras, que fueron concebidas para transferir su sangre a los capitalistas. Sin embargo, cuando el empobrecimiento se extendió nuevamente en la clase trabajadora, actuó como un quiebre sobre la expansión, produciendo la creciente incapacidad de los ciudadanos ordinarios para cumplir lo que había devenido su deber patriótico (descrito en esos términos por G. W. Bush después del desastre del 11/9), a saber, cerrar el ciclo de acumulación proveyendo el momento del consumo de las mercancías.

 

 

Como esto se derrumbó, provocando la pérdida de valores de uso producidos, el sistema de EE.UU. giró crecientemente hacia valores ficticios, mediante la promoción del endeudamiento y la jerarquización de la especulación. Nunca había sido tan grande la disparidad entre los sectores productivo e improductivo del capitalismo, este último bajo el control de la finanza. Una época de “Burbujas” había llegado. Por los comienzos del Siglo 21, el otrora orgulloso EE.UU. había devenido una cáscara hinchada de su ser anterior. Fue en realidad el líder mundial solo en los instrumentos de fuerza y muerte, mientras que su “ventaja competitiva” en el sistema global había sido literalmente definida como la capacidad excedente para consumir mercancías baratas producidas afuera, en lugares como China y Méjico, y con apenas una mención del excesivamente estrecho margen de poder generarla mediante montañas de deudas. Como esos déficits fueron financiados mediante grandes ingresos de capital foráneo, se instaló un nuevo nivel de inseguridad: ¿Qué pasaría si China, etc., retiraran el dólar del sistema? Todo lo que ha evitado que eso sucediera, parece, ha sido el temor; temor de un mutuo suicidio en una economía global entrelazada y miedo a represalias de los EE.UU. ¿No empezó Saddam Hussein a vender su petróleo en euros poco antes de la invasión Americana a Irak?

 

En cualquier caso, la burbuja especulativa estalló, como tenía que suceder, y la economía norteamericana se derrumbó, eliminando al menos un cuarto de las importaciones (de U$S2.538tr. en 2008 a U$S1947tr en 2009-NT: En USA 1 trillón equivale a 1 billón en países de habla hispana). De ninguna manera hemos visto el final de la crisis global de acumulación, debido a que el huracán ha enviado ondas alrededor del mundo ayudando a propagar el colapso. Esto confirma, al menos parcialmente, la hipótesis de una economía global con uno de sus extremos sostenido por el extravagante consumismo de la sociedad norteamericana, cuya principal contribución a la civilización parece ser la instalación del fetichismo de la mercancía como el Dios de nuestro tiempo.

 

Esta es una mucho mayor ofensa que la elevación del emperador de Roma al nivel de deidad; un paso que puede haber provocado la emergencia del Cristianismo, como una reacción entre ciertos judíos radicales. Para la mayor condena de lo que los EE.UU. han hecho en el período de su hegemonía, hay algo que no ha sido aun mencionado aquí, aunque permanece firmemente sobre las bases del imperio y constituye el precio por no abandonar sus principios fundamentales: Y eso es un inmotivado descuido de su responsabilidad, como nación líder en el sistema capitalista, para superar o al menos poner bajo control el desenfrenado saqueo de los recursos naturales y la violación de sus principios ecológicos, que han sido sellos del sistema capitalista. Aquí hay una absoluta contradicción, entre la expansión del capital (concretamente, las vías de producción y consumo que implica) y la integridad del planeta, es decir, nuestra supervivencia. Que estemos hablando acerca de cambio climático, de pérdida de seguridad alimenticia, de pérdida de decenas de miles de especies, o cualquiera de las interminables agresiones a la naturaleza que comprenden nuestra crisis ecológica, la cínica e insensible abrogación de los EE.UU. de su liderazgo sobre el sistema mundial (certificado, por ejemplo, por el ingenioso y odioso Obama, en la conferencia de Copenhague en Diciembre, cuando lideró a las naciones desarrolladas a negar de plano cualquier cambio de régimen climático) permanecerá como el más maligno legado del sistema capitalista, liderado por la “gran democracia norteamericana”.

 

 

El principal signo de esperanza en los años recientes de que esta bestia pueda aun ser llevada a buen puerto por el pueblo del mundo ha surgido en América Latina, principalmente encabezada por Evo Morales de Bolivia, con apoyo a lo largo del continente y aun en todo el mundo. En la medida en que esta delgada chance pueda crecer, podríamos aun superar al imperio. En la medida en que fracase, entonces dejemos la “Pox Americana” ser el epitafio del imperio. (NT: es un juego de palabras que reemplaza Pax (paz) por Pox (peste))

 

*Joel Kovel: Académico norteamericano, político, militante ecologista, escritor, ha publicado los libros «Capitalism, Nature, Socialism», The Enemy of Nature (traducido y editado en español por Tesis 11 con el título «El enemigo de la naturaleza ») y Overcoming Zionism.

**Carlos Mendoza, ingeniero, escritor, especializado en temas de economía política, miembro del Consejo Editorial de Tesis 11.

 

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