La rebeliones populares árabes y su repercusión en Israel

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En los últimos meses hemos sido testigos de cambios políticos muy importantes en varios países árabes, cambios que abren perspectivas e interrogantes

Los pueblos árabes han estado rezagados frente al desarrollo industrial europeo. Hay varios factores para analizar. El primero, su sujeción de siglos al Imperio Turco que a partir del siglo XVII comenzó un largo período de decadencia. En distintos momentos del siglo XIX, lo opresión turca fue reemplazada en varios países como Túnez, Argelia, Marruecos, Libia, Egipto y Sudán, por el dominio europeo, directo o indirecto Después de la primera guerra mundial, se establecieron protectorados europeos sobre Palestina, Líbano, Siria e Irak. Cuando esos protectorados fueron independizados después de la segunda guerra mundial, salvo Palestina que fue partida en dos estados (Israel y el estado palestino árabe, problema aun no resuelto), la mayoría de esos estados pasaron a ser gobernados por regímenes de diversa naturaleza, pero caracterizados en general por un estilo paternalista, dictatorial, que degeneró rápidamente en dinastías hereditarias, ya sea monárquicas o de hecho, comprometidas con una explotación de los recursos naturales, en particular el petróleo, por parte de países europeos y de los Estados Unidos. Hubo una aumento de la desigualdad económica social y procesos de corrupción no controlados. Lo mimo ocurrió con los países de la península arábiga, como Arabia Saudita, los emiratos del golfo Pérsico, Kuwait, Bahreein, Katar, Yemen y Oman, que conservaron estructuras arcaicas, sin ninguna participación popular. El conflicto árabe israelí aun no resuelto, y las sucesivas derrotas militares de países árabes en 1948, 1956 y 1967, determinaron la presencia masiva de refugiados palestinos y contribuyeron a crear un grupo humano no asimilado a la estructura social de los países de asilo (salvo en Jordania) y esa situación de marginación agravó las fricciones israelíes palestinas en los países donde viven.

No me siento capacitado para analizar el curso de cada uno de esos procesos, pero para dar una idea de las dificultades que enfrenta el mundo árabe ante este movimiento de cambio, aunque las condiciones varían de país a país, me referiré a la situación de Egipto, el más importante de todos ellos y que tiene una posición de liderazgo. Egipto tiene una población de ochenta millones de habitantes, concentrados, en su mayor parte, en un área fértil de 40.000 kilómetros cuadrados a orillas del Nilo, pero un 30 por ciento de su población vive con ingresos equivalentes a dos dólares diarios.

En algunos países como Túnez y Egipto, la rebelión popular logró el desplazamiento de figuras repudiadas como Ben Ali o Mubarak, y ha quedado abierto un espacio político todavía incierto. En otros países como Libia, Siria, Yemen y Bahrein, ha tropezado con regímenes aferrados al poder por distintas razones. En general se trata de países con un estructura básica de un poder fragmentado entre entidades tribales (el caso de Libia y Yemen) o de regímenes apoyados en el dominio militar de minorías religiosas sobre mayorías, también religiosas, que pretenden sacudir ese poder. Ese es el caso de Siria donde la minoría religiosa Alawita, una rama separada del islam shiita, domina a una gran mayoría de pobladores que siguen al islam sunnita; o de Bahrein, donde al contrario, una minoría sunnita domina, con el apoyo directo de Arabia Saudita, a una mayoría shiita. En algunos países, como Libia, somos testigos de una verdadera guerra civil con intervención europea y estounidense a favor de los rebeldes, guerra que hasta ahora no se define porque los rebeldes no constituyen una formación política homogénea y porque, según lo demuestra la experiencia de varias guerras, el apoyo aéreo no constituye un reemplazo de las fuerza terrestres, terreno en el cual Khadaffi lleva gran ventaja. El desenlace es aun inseguro.

En Siria, donde la represión por parte del gobierno es muy severa y donde ya se cuenta con varios miles de refugiados que han huido a Turquía, no hay tal intervención, salvo admoniciones más o menos severas, tal vez porque Libia es muy rica en petróleo y Siria no, y además porque Siria goza de la proteccion de Rusia, heredera de la política soviética a ese respecto. Como contrapeso, debemos señalar que Turquía, una potencia muy importante en la región y que es sunnita, ha adoptado una actitud muy crítica con respecto a la conducta del gobierno sirio.

En Israel, estos conflictos son seguidos con una mezcla de esperanza y aprensión. La esperanza es que el establecimiento de regímenes democráticos pudiera facilitar un proceso de paz, a condicion de que la conducción política israelí estuviera dispuesta a aceptar un proceso de esa naturaleza, lo cual no es el caso del gobierno actual . El temor básico es que la democratización de estos países esté sometida a dos amenazas principales: una, a la continuación de gobiernos militares, desembarazados de las figuras más rechazadas por el pueblo, pero sin cambiar su esencia; y la otra, que en un proceso electoral abierto, predominen en una primera etapa que puede ser prolongada, movimientos islámicos fundamentalistas que se oponen a la existencia de Israel en la región y a toda tratativa de paz con ella.

Por ahora hay algunos síntomas preocupantes, como los ataques contra la minoría cristiana copta de Egipto, que suma un diez por ciento de la población, y que han culminado con la destrucción de varias iglesias y agresiones personales. No cabe duda que esa no era la intención de los sectores más esclarecidos de la sociedad egipcia que se reunieron en la plaza de la independencia de El Cairo para reclamar reformas, pero es un efecto colateral del proceso que marca sus dificultades potenciales.

Los movimientos islámicos fundamentalistas tienen un gran apoyo popular, pues crean fundaciones de ayuda social que socorren a las masas más pobres y ofrecen una reivindicación de la imagen colectiva lastimada por la opresión prolongada por factores extranjeros. El creyente fundamentalista se apoya en una concepción del mundo por la cual se siente más valioso que los no creyentes o los adeptos a otras religiones, a quienes considera infieles, impuros y corrupto. Y de esa manera su situación de desventaja objetiva en cuanto a bienes materiales o al desarrollo científico técnico pasa a segundo lugar.

Esa forma reparadora de ver su lugar en el mundo, puede ser un impulso importante para un proceso de cambio, pero se transforma en una traba en el momento de enfrentar objetivamente la realidad. En Israel tenemos un ejemplo muy claro del papel negativo que juegan los factores religiosos nacionalistas, y este no es en modo alguno un ataque a la religión en sí, cualquiera sea ella, sino a su utilización política opuesta al proceso de paz.

Los sectores derechistas de Israel se sentían muy cómodos en la alianza con Mubarak como coaliado de los Estados Unidos, pero el gobierno de Mubarak no hizo ningún intento por lograr una aproximación entre ambos pueblos. Fue y aun es lo que se llama “una paz fría”. Cabría esperar que +una verdadera democratización de Egipto y un avance real en la tratativas de paz israelíes palestinas, por ahora estancadas, podrían crear las condiciones para descongelar esa relación

El gobierno israelí tiene que tomar en cuenta también, que la movilización popular ha llegado también a la masas de refugiados palestinos y que si quiere evitar la repetición de enfrentamientos violentos contra masas de manifestantes desarmados, debe esbozar, por lo menos, un comienzo de solución, lo que vale también, por supuesto, para factores islámicos como Iran e Hizballa, Hamas ,la Yihad Islamica y los Salafíes1, que en sus llamamientos se oponen, en principio, a toda solución que no conlleve el desmantelamiento, a corto o largo plazo, de Israel.

José Alberto Itzigsohn

Junio del 2011

*Psicoterapeuta, ex director de la carrera de psicología de la UBA. Reside en Jerusalén, Israel, desde hace décadas.

1Los Salafíes (de Salaf, antecesor, en árabe) son un secta islámica que sostiene que la vida actual debe inspirarse en el modo de vida de la generación contemporánea a Mahoma y a la dos generaciones subsiguientes, consideradas, en conjunto, como las más puras en la historia del Islam.

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