La gran vidriera en exposición.

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María Rosa Gómez*

El desenfado con que el gobierno de los EE.UU designó a un halcón como  Paul Wolfowitz al frente del Banco Mundial e impulsó la designación de John Bolton como embajador ante la ONU no dejan márgenes a la duda. La manipulación y el ocultamiento han dejado paso a la transparencia brutal de la estrategia de dominio del país más poderoso del mundo.

 

El fin de la Opacidad

Siempre el manejo de la información se intuyó desde la mirada del poder, como un bien a preservar o compartir en dosis homeopáticas con la opinión pública o con aliados. También sirve para enviar señales “por elevación”  o datos distractivos a posibles adversarios.
El ocultamiento, la mentira y distintos grados de manipulación, son los recursos con los que se rodean de opacidad datos de la realidad que, por su alta sensibilidad política o económica,  pretenden mantenerse velados. No dejan de ser formas indirectas de censura y obstáculos al acceso a una verdad que se advierte indispensable para manejarse en el complejo escenario cotidiano. Los monarcas absolutistas controlaban la circulación de ideas mediante la represión abierta,  la concesión de licencias a imprenteros que gozaban de su absoluta confianza,  a través de órganos censores y también por la aplicación de leyes que penaban la traición y la sedición. La democracia republicana, asentada justamente sobre la publicidad de la “cosa pública”, recurre en general a mecanismos sutiles al momento de restringir el acceso a la información. Otras veces no existió el menor empeño en disimular una distorsión de acciones o decisiones.
 En la actual etapa, la ambición de dominio se despliega brutal y descarnada.
Los dueños del poder ubican en lugares claves y  con pragmatismo despojado de “corrección política” a aquellos agentes que les garantizan “oposición cero” y ningún nivel de tolerancia con expresiones disidentes. La transparencia se impone a la manipulación.

 

Mentir, ocultar, manipular.
Mentir significa “decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa”. También se dice de la acción de “inducir a error, fingir, aparentar, falsificar algo”. Cuando el gobierno de José María Aznar  aseguró el 11 de marzo de 2004 que los atentados en la terminal de trenes de Atocha habían sido obra de la organización vasca ETA, ya estaba al tanto por los organismos de inteligencia del Estado que la Brigada Abu Hafs Al Masri, vinculada a Al Qaeda, se los había atribuido.  
Estaba mintiendo abiertamente a sus compatriotas y al mundo. El descubrimiento de la mentira, le costó la reelección y encumbró al socialista José Luis Rodriguez Zapatero.

 

El 11 de septiembre de 2001  se produjeron en EE.UU. los mayores atentados terroristas de su historia como nación. Con escasa diferencia de tiempo, aviones impactaron contra las torres del World Trade Center y el Edificio del Pentágono. Las imágenes de las torres actuaron cual anillo de Moebius que repetía hasta el cansancio el impacto y la caída de ambos edificios, mientras pasaba al plano de “misterios no resueltos” el atentado contra el Pentágono, punto neurálgico del sistema militar y defensivo de los EE.UU. En ese  caso  se produjo una espectacular maniobra de ocultamiento. Ocultar, quiere decir
“esconder, tapar, disfrazar, encubrir a la vista, callar advertidamente lo que se pudiera o debiera decir, disfrazar la verdad.” Las Torres Gemelas fueron la pantalla oscura perfecta para encubrir ante la vista de la opinión pública mundial la vulnerabilidad del poderoso país ante el ataque al Pentágono.
La cruel verdad.
Las estrategemas con las cuales EE.UU y sus aliados invadieron Irak bajo la acusación de que el gobierno de Saddam Hussein poseía arsenales de armas químicas y nucleares, son ejemplos contundentes de mentira, ocultamiento y manipulación de la información (manipular es “intervenir con medios hábiles y a veces arteros en la política, en el mercado, en la información, etc. Con distorsión de la verdad o la justicia y al servicio de intereses”).
Sin embargo, George Bush ya admite sin rubores –mientras sus tropas continúan la ocupación de Irak y el Congreso sigue aprobándole presupuesto militar- que la acusación estaba basada sobre “argumentos falsos”. Bush señaló a inicios de 2003 que Saddam había comprado uranio a Niger y de allí partían sus certezas respecto a las armas nucleares. Sin embargo, el  ex embajador de EE.UU en Gabón, Joseph Wilson, dijo en esa oportunidad que era “altamente dudoso que esa operación se hubiera realizado” y elevó sus datos a la Central de Inteligencia Americana (CIA). Pese a ello, tanto Bush como Colin Powell se plantaron en la aseveración de que Irak había comprado grandes cantidades de uranio a Niger y desde allí justificaron la invasión, la ocupación y la permanencia de las tropas.

La designación de Paul Wolfowitz al frente del Banco Mundial y de John Bolton para el cargo de embajador ante la ONU indica, como bien señala la investigadora en Estudios Culturales Silvia Delfino, que la construcción de hegemonía “ya no se basa en la capacidad del poder para sostener una mentira, sino en que construye opinión pese a la trasparencia de la trama”. Wolfowitz, es quien dejó trascender a la prensa de su país un documento en el cual afirma que EE.UU. debe “bloquear el surgimiento de cualquier competidor potencial a su hegemonía” y  “velar para que no surja un sistema de seguridad puramente europeo que socave la OTAN.” Asiduo funcionario del Pentágono y ex subsecretario de Defensa de los EE.UU., se sospecha que la política de “guerra preventiva” en defensa de las democracias de libre mercado y la teoría del “Eje del Mal” que justificó las invasiones a Afganistán e Irak, son de su autoría. Con la misma dureza manejará las determinaciones del Banco Mundial y el régimen de sanciones para aquellos que se aparten de sus imperativas recetas.
A su vez, John Bolton, propuesto por el presidente Bush como embajador ante la ONU, fue quien se encargó de afirmar en 2002 que “Cuba estaría produciendo armas bacteriológicas” y abrió las puertas –que se suman a la ya de por sí agresiva política de bloqueo contra la isla- para una futura intervención estadounidense contra ese otro foco “del Mal”, en sintonía total con la doctrina Wolfowitz. Luego presionó a agentes de inteligencia que desmintieron sus aseveraciones y los “congeló” en tareas menores. Bolton, es también un declarado opositor a la ONU, abogó por su disolución o dejarla exclusivamente en manos de EE.UU. Llegó a subrayar que “si diez pisos de la ONU se cayeran, nadie se daría cuenta”. Las designaciones no dan lugar a interpretaciones, la era de la manipulación dejó lugar a la brutal transparencia de intenciones por parte del Imperio.

*María Rosa Gómez, periodista integrante del Observatorio de Medios-UTPBA).

 

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